Mi Patria, mi amor

Por Elizabeth Ducongé


Te dedico todos los días-horas de agotador y enardecido meditar, nada ha consumido nunca mi tiempo y mis pensamientos, que vaya más allá de este dolor tan dulce que no es más que amor en el pecho.

Por Elizabeth Ducongé
El 'Monte de las Banderas' La Habana. Foto Jesuhadín Pérez
El ‘Monte de las Banderas’ en La Habana. Foto Jesuhadín Pérez
 
Te dedico todos los días-horas de agotador y enardecido meditar, nada ha consumido nunca mi tiempo y mis pensamientos, que vaya más allá de este dolor tan dulce que no es más que amor en el pecho. Llorando por dentro, sintiendo por fuera, porque todo lo que contigo tiene que ver me hace sensible, vulnerable y nostálgica. Tú representas la duda circunstancial de mi entendimiento, la pena amarga de añorarte y saber que en algún lado de esta vasta área de tu existencia, se esconde tu corazón por miedo a que ilusos como yo descubran su paradero y jueguen a querer sin comprender la magnitud de tu grandeza y tu delicadeza. Te hablo como mujer que te ama, como joven que necesita y quiero que prestes atención a mis palabras que son palabras de angustia y pena… Dios; escucha con atención mi canción y despierta la pena del corazón de los cubanos para que salvemos lo que queda de la Patria… que se le están agotando los sueños y las esperanzas a sus hijos.
 
La conciencia es un lastre pesado del cual quisiéramos librarnos, el dispositivo divino, el sentido arácnido, el GPS moral universal y la mía propia muestra un infatigable rendimiento funcional. El amor te arma de un valor estúpido que crees te da alas, luego te desplomas y el concreto resulta más duro de lo que creíste posible, pero la caída no te mata al instante, te va consumiendo poco a poco hasta que te destroza completamente desde el interior hacia afuera. El amor es un monstruo disfrazado que aunque te haya visitado anteriormente, te acechará en las noches cuando duermes, para hablarte la verdad sobre ti mismo, las cosas que no te atreves a decirte frente al espejo… estas son las palabras que dirijo a mí misma cada mañana, cada vez que miro a mi reflejo, cada vez que me sumerjo e intento indagar qué es lo que no me deja dormir en las noches. Tal vez sea el argumento de mi propia conciencia o como diría aquel autor: mi voluntad de vivir manifestándome. ¿Qué inyección de valor, de sentido común, de realidad necesita un ser humano para que llegado el momento diga “basta” y no permita que continúen pisoteándole? Es difícil levantarse cada día y mantener una convicción, trabajar en función de un anhelo que te lleves a la cama y lo sueñes durante toda la noche, es difícil porque requiere fuerzas levantarte al otro día y continuar planeando, imaginando, creyendo. Es casi imposible abrir el alma y desenvolver los sentimientos, ponerle nombre, significado, determinar una palabra para cada sensación, es como sentir en los labios el sabor de la luz y comprender que como cubano al fin, nuestro paladar está reducido. Es imperante para el ser humano convertirse en algo sustancial, en una materia consistente que no se desvanezca por miedo, por vergüenza, por tristeza. Digo esto de la manera más suave, más delicada porque Cuba no merece menos, su existencia debería ser celebrada por adornar la vida y la memoria de la mitad de la población mundial y crear seres de todos los colores, de todas las dimensiones sus almas, unos grandes y profundos, otros tan insípidos como yo… que no paso de ser una joven cualquiera que se cruzarían en la calle y pasaría desapercibida a los ojos de coterráneos, solo los que conocen de mi dolor, los que experimentan la misma amargura y agonía podrían ver en mis ojos la evidencia de la tristeza que les opaca.
 
Mi querida Cuba… fuera de cualquier halago o cumplido, he tenido el placer de amarte infinitamente, pero también de odiarte intensamente, este odio es solo producto del fiasco de mis ilusiones para contigo, asqueada por el constante bombardeo de dudas sobre mi cabeza mientras crecía preguntándome qué sería de mi futuro y tu respuesta siempre fue la misma… un silencio cobarde plagado de consignas que alguien más componía. Sospecho que mi vida contigo me ha brindado una armadura inquebrantable que no me deja creer que existe otra posibilidad pero dentro de estas inmensas paredes que rodean mi corazón ahora mismo, el espacio que debería ser tuyo está lleno de miedo contagiado por las visiones diarias. ¿Cómo puedes permitir que a tus hijos les exterminen a base de barbaries tales como la ignorancia y la represión? Me estás dejando sola como dejaste solos a quienes te amaban y sumidos por la vergüenza escaparon, esos que yacen sepultados en el océano salado de tus lágrimas. Mira lo que has hecho… pero sobre todas las cosas, lo que más me enoja, me angustia, me tortura, es saber que eres la víctima suprema en esta historia, porque tal vez algún día sea yo quien escape finalmente y estas palabras delirantes sean olvidadas o retomadas por algún otro hijo resentido que te reproche hasta la muerte sin mover un dedo ¡Cuánta ingratitud!… Pagar la condición de ser irreverente, de ser sabroso, caliente, dulce, hermoso y rebelde por la condición indiscutible de haber nacido cubano, sin embargo acostumbrados a responder con tolerancia necia y cobarde, como un adolescente que presencia cómo maltratan a su madre y de puro terror no se atreve a interceder… Perdóname tú a mí, mi preciosa antillana, que sepa el mundo entero que tu voz guarda un secreto y tu secreto es un grito triste que podemos escuchar cuando miramos directamente a los ojos de las madres innovando en las cocinas de los hogares, los niños jugando descalzos y semidesnudos en las calles, los jóvenes agrupados en esquinas a oscuras en las madrugadas más calurosas… como un murmullo insoportable al oído, el llanto de una nación que muere en decadencia y olvido. Todos los que te amamos somos autistas, he hecho semejante descubierto, semejante ridiculez, refugiados en un ficticio mundo interior que intenta suplir las carencias de cada día, y espero que no tomes mis palabras como un discurso dolido de lo que pudimos ser y no fuimos, no culpes el mensaje que escribimos para estos tiempos, somos nosotros los que hemos permitido que algún marido abusivo agreda, cometa semejante blasfemia con la dama que nos dio la vida.
 
Perdóname, Patria, si elijo marchar a tierras inciertas algún día, no solo quiero brindar consuelo y alivio a los míos, todos esto estoy dispuesta a pagarlo con la nostalgia de ti, que me enfermará, lo sé… siempre me voy a arrepentir por tirar la toalla adolorida, con la esperanza apedreada, estoy cerrando una puerta a la cual adoro pararme a observar, para al menos verte pasar sin que adviertas que no te has marchado de mi corazón, solo te dejaré ir algún día para poder descansar de este síndrome de tristeza que me atormenta. Este vacío que llevo por dentro no es tu ausencia, es la ausencia de la ilusión que por años guardé en otro universo paralelo a este, los cubanos podamos recuperarte y hacerte feliz… yo solo he querido sentir que todo cuanto suceda después estaría bien, porque yo iba a estar contigo y mis amigos regados por todo el mundo regresarán finalmente a casa y nos sentaremos en el parque a cantarte, a vivirte… Así que es mi culpa esta pena que no se marcha, esta angustia que se queda conmigo y todo lo que te dejo con estas palabras, con todo lo que te hice, dije o prometí un día. Te he hecho daño con ello también, porque si estoy dispuesta a abandonarte significa que no te he sido fiel y porque la parte de mí que se queda contigo es la más dulce, la más paciente, la que no se rinde y lo intenta inconscientemente; pero ya esa parte no me pertenece, porque al dejártela permití que el tiempo mellara en mi corazón sin compasión, y rellenara el agujero del vacío con responsabilidades amargas que me arrebataron la niña que fui a tu lado… ese hoyo en mi alma, sellado con tanta desesperación por encontrar la paz, luce horrible y me pesa como plomo en mi corazón que fue un día tan ligero, tanto que ya mis alas no poseen la fuerza necesaria para elevarlo del suelo. Mi dolor es mi culpa, tu dolor es mi culpa, la distancia y el silencio se han encargado de depositar sobre mis hombros todo el involuntario deseo de correr hacia ti, sin valor ni energías ya para hacerlo, y sobre mis espaldas la pesada carga de saber que te hago daño cada vez que te escribo, que te nombro o simplemente te pienso… Te puedo amar toda mi vida, pero en realidad lo que ya no soporto más es lamentarte como lo he hecho, por eso solo le pido a Dios que vuelvas a nacer porque lo que eres en estos momentos es imposible de cambiar, es preferible verte arder como ardiste un día por no claudicar a tu libertad.

——————————————————-
Elizabeth Ducongé. (Artemisa, 1989)
Intérprete de lenguas y señas.
Scroll al inicio