Mentira + desconfianza = inmovilismo. Una fórmula macabra que explica casi todo en Cuba. Construida y cultivada durante medio siglo para lograr el control y la manipulación política y económica, cívica y religiosa, cultural y antropológica de Cuba. Esa es quizá, una de las muchas explicaciones para responder a la pregunta de por qué en Cuba no progresan los planes, no duran las iniciativas, no enraízan las obras, no logramos poner en práctica ni los planes del Gobierno, ni los proyectos de la oposición, ni los mensajes de los Papas, ni las meditaciones de los filósofos, ni la vida de los héroes, mártires y santos cubanos que en otros tiempos, y con dificultades inmensamente mayores, lo dieron todo por Cuba.
Por Dagoberto Valdés
Creo que hay tres realidades que son las que más perjudican hoy a Cuba, es decir, a la inmensa mayoría de los cubanos y cubanas: Vivir en la mentira, vivir en la desconfianza y vivir en el inmovilismo.
Vivir en la mentira, no es solo decir, algunas o muchas mentiras, es sobre todo, tener que usar la mentira para sobrevivir. Es tener que simular para no ser molestado. Es disimular lo que se siente para no ser rechazado. Es pensar de una forma y decir lo contrario, para poder ser considerado como buen ciudadano. Todavía peor, vivir en la mentira es tener que pensar de una manera y tener que expresar lo contrario, y tener que actuar y hacer ni lo que se cree, ni lo que se piensa, ni lo que se dice. Es la incoherencia existencial. Es vivir con doble o triple personalidad en una continua esquizofrenia personal y social. Esto divide la realidad en dos Cubas: la Cuba virtual-oficial y la Cuba real subyacente. Nunca nada puede hacer más daño a un país y a sus habitantes.
Vivir en la desconfianza, no es solo desconfiar de aquellos que merecidamente la han perdido, sino que es establecer un modo de relacionarse basado y determinado por la desconfianza en todos y en todas las personas, por si acaso fueran lo que no son. Es una consecuencia del desastre de vivir en la mentira. Si todos disimulan, todos desconfían, y es el cuento de nunca acabar. No se trata de ser ingenuos, ni tontos, ni pinareños. Nadie puede vivir y relacionarse y mucho menos llevar adelante ningún proyecto viable si pone como premisa la desconfianza. Es un riesgo que hay que asumir. Es un costo que hay que pagar. Es el beneficio de la duda que hay que otorgar. De lo contrario, ningún colaborador va a ser confiable, ningún grupo seguro, y ninguna concertación posible. No se puede construir un espacio común si no arriesgamos el costo de que haya personas no confiables. La desconfianza es el peor cáncer de las relaciones humanas. Es la carcoma de los grupos sociales. Es la parálisis de todo proyecto social.
Vivir en el inmovilismo es la consecuencia de las dos realidades anteriores. El que vive en un ambiente de mentira y simulación se paraliza por el miedo a que descubran su verdad. El que vive, además, en un mar de desconfianza no logra mover nada, ni su proyecto de vida personal, ni el mejor de los proyectos familiares, ni el mejor de los grupos de amigos, ni el mejor de los proyectos sociales, ni el mejor de los programas políticos.
He aquí la fórmula macabra que explica casi todo en Cuba: simulación + desconfianza = inmovilismo. Creo que esta es la fórmula construida y cultivada durante medio siglo para lograr el control y la manipulación política y económica, cívica y religiosa, cultural y antropológica de Cuba. Esa es quizá, una de las muchas explicaciones para responder a la pregunta de por qué en Cuba no progresan los planes, no duran las iniciativas, no enraízan las obras, no logramos poner en práctica ni los planes del Gobierno, ni los proyectos de la oposición, ni los mensajes de los Papas, ni las meditaciones de los filósofos, ni la vida de los héroes, mártires y santos cubanos que en otros tiempos, y con dificultades inmensamente mayores, lo dieron todo por Cuba.
Es que ellos rompieron ese círculo vicioso. Ellos, y muchos cubanos y cubanas de a pie que siguieron su ejemplo, dieron el primer paso hacia la coherencia de la verdad pensada, hablada y vivida, con fallos, pero sin doblez. ¿Qué hubiera sido de Cuba si Varela hubiera disimulado y mentido en las Cortes y no hubiera votado contra un rey incapaz de gobernar bien? ¿Qué hubiera sido de Cuba si Céspedes hubiera disimulado sus ideas libertarias para salvar a su hijo no de perder una carrera o de ser tildado de facineroso mambí, sino del paredón enemigo? ¿Qué hubiera sido de Cuba si José Martí hubiera mentido o disimulado ante el fusilamiento de 8 jóvenes estudiantes de medicina o ante “cualquier golpe en mejilla ajena”? ¿Qué hubiera sido de Cuba si el beato José López Piteira, joven mártir del paredón comunista en la Guerra civil de España, hubiera disimulado su fe o hubiera usado su condición de cubano no para perder una visa o estudios, sino para escapar de la muerte?
Ellos rompieron la cadena de la desconfianza que ata y enquista a las personas y los grupos. Ellos, los padres de la nación y muchos cubanos y cubanas de a pie que los siguieron en la cotidianidad, dieron el primer paso para crear un clima de confianza mínima. Para arriesgar no un proyecto contingente sino la vida misma. ¿Qué hubiera sido de Cuba si el Obispo Espada no hubiera confiado en Varela, o si Fermín Valdés Domínguez hubiera desconfiado de Martí? ¿Qué hubiera sido de Cuba si los viejos luchadores como Máximo Gómez y Antonio Maceo no hubieran confiado en el joven poeta y periodista llamado José Martí? ¿Qué hubiera sido del proyecto de Martí si no hubiera confiado aún en los que no lo merecían para crear ese clima de confianza en el que cupieron hasta los propios españoles que quisieran unírsele? ¿Sería posible una Cuba “con todos y para el bien de todos” si todos hubiesen desconfiado de todos?
Ellos dieron el primer paso, arriesgaron equivocarse, rompieron la inercia, no fueron cómplices de la parálisis y por eso lograron movilizar miles de cubanos y cubanas, porque rompieron el inmovilismo viviendo en la verdad y creando espacios de confianza mutua a pesar de los peligros que confiar acarrea. ¿Cómo se puede lograr seguridad mínima sin confianza mínima? ¿Qué sería de Cuba si Varela se hubiera quedado, cómodamente domesticado, dando clases de filosofía en el Seminario? Ni la Cátedra de Constitución, “la primera cátedra de la libertad, los derechos humanos y las virtudes cívicas hubiera existido jamás, ni las tres leyes en las Cortes, ni su obra pastoral en Estados Unidos, ni el Habanero, ni su ejemplo para que Martí dijera que era el “santo cubano”. ¿Qué hubiera sido de Cuba si Martí le hubiera hecho caso a Maceo en aquella discusión de la Mejorana? Sin romper el inmovilismo nada se hará en Cuba, ni nadie vendrá a hacerlo por nosotros.
En esta coyuntura irrepetible en la historia de Cuba es necesario pensarlo seriamente, decirlo claro y hacerlo con paz: Lo que más necesita Cuba es comenzar a combatir pacífica y perseverantemente, ese virus de inmunodeficiencia cívica y política: Romper estas tres mutaciones en la cadena del ADN nacional: la mentira, la desconfianza y la parálisis.
Como en toda enfermedad hay tres pasos para curarnos: Aceptar que padecemos la enfermedad, conocer sus causas y consecuencias; y luchar contra ella haciendo el tratamiento con seriedad y perseverancia. Toda cura, duele. Toda enfermedad, decae, desanima. Pero la salud y la vida valen la pena de arriesgar, sufrir, doblegar nuestras manías, ser humildes aceptando lo más duro e invasivo del tratamiento, y poner todo de nuestra parte para sanar.
Dejarlo todo al médico para que se cure por nosotros o nos cure sin poner nosotros nuestra parte, que es la principal, es un espejismo y una cobardía, además de un camino seguro a la muerte cívica. Esperar a que pase el tiempo para que otros inventen el remedio de nuestros males nacionales es acomodo y como dejarse morir en la víspera. Esperar a que vengan los médicos de fuera para que hagan lo que nosotros no nos atrevemos, o a que nos llegue la visa para irnos a curar individualmente lejos en un “sálvese el que pueda”, no resuelve el problema de Cuba.
No debemos esperar momificados a que la ONU, o la Unión Europea, o la América Latina, o los Estados Unidos, hagan por nosotros, lo que no quieren, no pueden o no deben hacer. Ni esperemos infantilmente a que se den, por fin, cuenta de que aquí algo está al revés con relación a lo que ellos consideran normal, exigible y ético en sus propios países o grupo de naciones. Ni esperemos cómodamente a que los intereses económicos que dominan las relaciones internacionales de este mundo de hoy pongan por encima de sus dineros y mercados a los derechos humanos, la ética y la suerte de una pequeña y noble nación como Cuba. Ellos solo mirarán por encima de sus intereses de mercado, o de políticas internas cuando, Dios no lo quiera, vuelva la violencia, las olas represivas, la cárcel de más de 20 años y los fusilados. De lo contrario, legitimarán aquí lo que condenan allá. Y con razón dirán que a ellos no les toca hacer lo que los cubanos o no queremos o no podemos o no nos ponemos de acuerdo para hacer, como “protagonistas de nuestra propia historia personal y nacional.”
Cuba, cada uno de nosotros, los cubanos y cubanas debemos comenzar ya a dejar gradualmente la vida en la mentira. Algunos ya lo hacen y cada vez son más.
Debemos, además, arriesgar gradualmente, unas cuotas de confianza hacia aquellos a los que hasta ahora no le hemos dado ni el beneficio de la duda. Algunos ya lo hacen y deben ser más. El tiempo y su actuación dirán la última palabra. Pero decirla nosotros antes, o es prejuicio o experiencia pasada, y sobre ninguno de esos dos pilares se pueden construir los nuevos espacios de confianza, porque en Cuba “el que no tiene de congo tiene de carabalí”, en el gobierno, en la oposición, en la sociedad civil, en las iglesias, en las logias, en nuestras propias familias. Pero algunos buenos quedarán ¿no? Digo, además de nosotros, que siempre juzgamos y desconfiamos de los demás. ¿Podría haber cubanos y cubanas que respondan a esas cuotas de confianza ofrecidas primero?
Y, además, los cubanos necesitamos dar pasos para salir de lo mismo. De más de lo mismo. De cada cual con lo mismo. Esto solo nos llevará al inmovilismo de aquel famoso cuento de la extinta era soviética en la que los que iban dentro del paralizado tren de la historia, hacían como que se movían para que pareciera como si el tren de la nación avanzaba. Es necesario moverse hacia los demás, fuera de mi grupo, o gobierno, o partido o religión, dejando atrás miserias humanas, protagonismos excluyentes o sectarismos. Algunos ya lo hacen y debemos hacerlo más y más. Digo más, no excluyo lo legítimo de no coincidir en todo, lo legítimo de no confiar absolutamente en todo y en todos para todo; y lo legítimo de movernos personalmente y en nuestro grupo. Pero Cuba necesita ir más allá de lo legítimo, porque lo perfecto es enemigo de lo bueno.
Mirar de verdad en lo que coincidimos, mirar hacia lo que confiamos juntos, más que en quien confiamos; y mirar hacia dónde nos podemos mover con los demás más que hacia dónde me puedo mover o puedo mover mi grupo. No se trata de pescar para mi pecera, ni siquiera se trata de abrir mi pecera para que vengan todos los que lo deseen. Se trata de crear un pequeño mar abierto en el que entrando desde diferentes orillas geográficas e ideológicas, en verdadera igualdad de condiciones, todos nos sintamos “como pejes en el agua”.
Vivir en la verdad. Arriesgar en la confianza. Moverse para cambiar. Empezando por uno mismo. Su familia, su grupo, su partido, su gobierno, su proyecto, su vida.
Solo así Cuba comenzará a moverse de verdad. Solo así cambiará, creo yo. Creo, espero y confío en mis hermanos y hermanas cubanos y, además, trato también yo, de dar mis pobres pasos en esa dirección de cultivar la verdad, crear la confianza y articular las acciones en común…
¡Pero… qué lento y torpe soy!
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955)
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004 y “Tolerancia Plus”2007. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en P. del Río