Los Obispos católicos, en nuestra condición de pastores, y siguiendo nuestro modo de proceder colegialmente, después de haber orado, reflexionado y discernido, queremos dirigirles el presente Mensaje, movidos por el afecto y la responsabilidad pastoral. Como hombres de fe, nuestra mirada está puesta, en primer lugar, en Dios, que, como Padre bueno cuida de sus hijos con un amor personal, como nos lo enseña Jesús en el Evangelio: “¿Por qué andan preocupados? Miren cómo Dios cuida las flores del campo y las aves del cielo. Y si Dios cuida a las flores y a las aves, ¿cómo no va a cuidar de ustedes que valen mucho más que las flores y las aves?” (Mt. 6,26 ss.). También Jesús nos invita: “Vengan a Mí los que están cansados y agobiados, y Yo los aliviaré” (Mt 11,28).
La enseñanza evangélica nos pide cuidar la vida, y al mismo tiempo, dar la vida por amor a los demás. Por eso valoramos mucho el testimonio heroico que ofrecen los médicos y el personal sanitario a los infectados por el virus en nuestra patria y en otros lugares del mundo. Nuestro agradecimiento se extiende también a los sacerdotes, diáconos, religiosos, voluntarios de Cáritas, ministros extraordinarios de la Comunión, monjas de varias Congregaciones y Hermanos de San Juan de Dios, así como a los empleados de los Hogares de Ancianos que, en esta hora compleja han continuado sirviendo y consolando caritativamente a muchos que sufren en su cuerpo o en su espíritu. Somos conscientes de la vulnerabilidad que todos tenemos frente a esta pandemia, pero ello no nos debe impedir la serenidad para vivir estos momentos difíciles. El “distanciamiento social” que debemos practicar para prevenir el contagio, nos ofrece la oportunidad de compartir en familia, orando juntos, y en estos días próximos a la Semana Santa, durante la misma y en los domingos sucesivos, leer y meditar la Palabra de Dios en la Biblia y rezar con los Salmos, identificándonos y haciendo propios aquellos que expresan intenciones de inquietud y confianza en Dios a causa de las enfermedades y peligros de todo tipo, como el que reza: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.” (Sal 122).
La confianza que brota de la fe hecha vida nos ayuda a alejar de nuestras mentes y corazones el miedo, como nos dice el Salmo: “Aunque vaya por un camino oscuro, no tendré miedo, porque el Señor va conmigo” (Sal. 23,4). Sin embargo, estas certezas no nos eximen de la responsabilidad de cumplir las orientaciones y normativas que provengan de las autoridades competentes. Por esta razón consideramos oportuno decretar:
1) Con profundo dolor y de manera excepcional, a partir de la publicación de este Mensaje, la suspensión de todas las celebraciones públicas en los templos y comunidades católicas de Cuba, hasta tanto la situación epidemiológica permita la normalización de la vida del País. Nos adherimos así, también, a las indicaciones de la Santa Sede para las circunstancias que está viviendo el mundo.
2) Los sacerdotes celebrarán en privado, en horarios conocidos por los fieles, la liturgia correspondiente a cada día. En ese momento las campanas serán tocadas para invitar a unirse espiritualmente desde las casas.
3) Mantener los templos abiertos el mayor tiempo posible, según lo permitan las condiciones sanitarias requeridas.
4) Los Centros de Formación, Bibliotecas diocesanas y parroquiales, Guarderías, Catequesis de niños y adultos recesan sus actividades hasta que se determine su reapertura.
Con el fin de que el pueblo creyente tenga la oportunidad de cierta participación en los misterios de Cristo, hemos solicitado a las autoridades del País que, dada la situación que se afronta, cada Obispo pueda transmitir un mensaje radial en los cuatro días centrales de la Semana Santa: Domingo de Ramos. Jueves y Viernes Santos y Domingo de Resurrección, así como en los domingos sucesivos mientras estén suspendidas las celebraciones públicas.
Igualmente, para sentirnos unidos a la Iglesia Universal, hemos presentado el deseo que, durante la Semana Santa, sean transmitidas por la televisión, las celebraciones presididas por el Papa Francisco o, también, por el Cardenal Juan de la C. García Rodriguez, Arzobispo de La Habana.
Al terminar este Mensaje los exhortamos con las mismas palabras de Jesús: “No se inquieten, crean en Dios y crean también en Mí” (Jn. 14,1). En momentos como estos recordamos la sabia enseñanza de nuestros mayores que, en situaciones de dificultad, nos animaban diciéndonos: “siempre que llueve, escampa”.
Ahora pasamos por el momento de la tormenta… ¡ayudémonos a ser sembradores de esperanza y de la confianza en nuestro Padre Dios! Sintamos cerca el cariño de la Virgen de la Caridad, nuestra Madre y Patrona, a quien invocamos con esta antigua oración:
Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios, no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro ¡oh Virgen gloriosa y bendita!
Este Mensaje hemos querido presentarlo a los pies de la Virgen, celebrando hoy la Misa en su Santuario de El Cobre, donde hemos rezado por nuestro pueblo, implorando para todos la salud, la serenidad y la cristiana solidaridad, a la vez que les impartimos nuestra paternal bendición.
24 de marzo de 2020. Vísperas de la Solemnidad de la Anunciación del Señor.
LOS OBISPOS CATÓLICOS DE CUBA