Queridos hermanos
Tenemos hoy la oportunidad de contemplar nuestra vida laical, de mirarnos con una óptica diferente. La mirada con la que hoy nos vemos es aquella que nos recuerda el Evangelio que hemos escuchado hoy, los discípulos de Jesús lo encuentran, pero sobre todo aprenden a responder una pregunta que ellos le habían formulado: ¿Maestro, dónde vives?
Si somos capaces de reconocernos en los discípulos que buscan al Señor, veremos que hoy nuestros laicos siguen buscando a Jesús, siguen buscando su Maestro. Vivimos hoy en nuestro país una nueva etapa de nuestra fe en que se hace necesario retomar la esencia de nuestra vocación al laicado. Los laicos cubanos se enfrentan a una vida de fe en la que hemos perdido nuestra identidad, donde no nos vemos como parte digna de la Iglesia y en su lugar hemos tomado la vieja costumbre pagana de “venir a pedir” o como decimos comúnmente: “nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”, incluso otros acuden y viven en la Iglesia pero con una identidad no de laicos sino de “pajes del clero”.
La gran mayoría de los laicos cubanos hoy son simples espectadores de las celebraciones litúrgicas, y viven una fe deformada, una fe que es creada por el propio laico, mi fe, o sea, mi forma de creer. No, ese no es el camino del laico. El camino del laico es aquel que está en ser el discípulo de Jesús, ese que sabe que para saber dónde vive el Maestro hay que ir tras él, hay que seguirlo, hay que tener los ojos puestos en él, hay que sentirse discípulo de Cristo y querer ser como él.
¿Qué hemos aprendido del Maestro? El Maestro nos ha mostrado todo lo que necesitamos para vivir, como y donde Él vive, nos ha animado a vivir como laicos, como su pueblo amado. Nos ha regalado nuestros propios sacramentos. Él mismo se hizo bautizar y así lo recordamos el Día del Laico en la fiesta del Bautismo del Señor. Jesús nos enseña que el bautizo es el comienzo de un camino, marca el punto de partida, pero a la vez nos prepara con su gracia, nos hace hombres y mujeres nuevos. Cuando nacemos en el bautizo, comenzamos a ser laicos, empieza para nosotros el encargo que nos deja Jesús: vayan por el mundo a llevar el mensaje del Evangelio, sean sal y luz en el mundo, a eso nos envía Jesús.
Por eso, cuando hoy muchos bautizados se encargan de disímiles tareas en la Iglesia están desarrollando su vocación, con más o menos identidad de laicos, pero hacen aquello que les es propio, que no tienen que pedirle permiso a nadie para hacerlo, que no es para algunos, es para todos, no es un pasatiempo, es la razón de existir y decirse a sí mismo, laico católico. Hay otro aspecto propio del laico, su vida en el mundo, haciendo cosas comunes, mezclados con sus semejantes, en los ambientes en los que se mueve, su familia, su centro de trabajo, de estudio. Aquí está la labor más compleja de los laicos, en poder llevar hasta allí, donde pasa casi todo el día, el mensaje de Jesús.
Crecer con su propio esfuerzo en la búsqueda de ser coherente con aquello en lo que cree; siguiendo y haciendo prevalecer en él no su verdad sino la que viene de Dios. Es difícil, es una tarea incluso peligrosa, muchas veces se arriesga todo. Muchos católicos cubanos recuerdan con perfecta claridad cuán difícil fue seguir viviendo nuestra fe abiertamente durante y luego de la década de los sesenta. Pero en todos los tiempos hemos tenido laicos que dan testimonio de su amor por Cristo y de su identidad laical, han apostado por seguir a su Maestro aunque les cueste caro, y con ellos hemos mantenido y seguimos manteniendo vivo el reino de Dios entre nosotros, en nuestra Patria.
Queremos, por tanto, reconocer y destacar el valiosísimo lugar que han ocupado todos los laicos católicos cubanos. A todos ustedes, laicos que han venido hoy a encontrarse con su comunidad, a celebrar la Misa dominical, a alimentarse del Pan que da Vida, convencidos de que somos sal y luz del mundo: Tenemos un gran trabajo que hacer, es verdad, pero que eso nos llene de alegría, porque sabemos que será motivo de vivir y hacer cosas junto a Cristo, animados por nuestra Madre amadísima la virgen María de la Caridad, para volver a encontrar, en cada uno de nosotros, la vocación a la que fuimos convocados con el bautizo, a entregar los dones que promueve en nosotros el Espíritu Santo, a entregarnos en el servicio a los demás, a transformar con nuestro reflejo nuestros ambientes, a suscitar en los que se encuentran con nosotros aquella fuerza hechizante que nos hizo seguir a Jesús, que nos lleva a querer saber dónde encontrarlo, porque no queremos perderlo.
¡Trasmitamos esperanza y alegría, porque hemos encontrado al Maestro, sabemos dónde vive! ¡Hagamos como Andrés, que enseguida fue a contarle a su hermano Simón (Pedro) que habían encontrado al Mesías!
¡Ánimo, es la Hora de los Laicos!
Armando Morales Brito.
Responsable Diocesano de Laicos en Ciego de Ávila. Cuba.