Queridos hermanas y hermanos:
¡El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres! Con vivo gozo, con gratitud y esperanza, compartimos con ustedes lo reflexionado, orado, celebrado y vivido en este tiempo de gracia que ha sido nuestro Encuentro Nacional de Laicos.
Nos ha interpelado de manera particular la invitación del Señor en el Evangelio: “Ustedes son la sal de la tierra. Y si la sal se vuelve desabrida, ¿con qué se le puede devolver el sabor?” (Mt 5, 13). Con nuestras fragilidades y limitaciones, y también con nuestros carismas y cualidades, queremos contribuir, junto a nuestros pastores, a los consagrados y a todo el Pueblo de Dios, a avanzar en la construcción del Reino en esta hora compleja, incierta y generosa en desafíos que estamos viviendo.
La realidad de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia hoy, nuestra vocación e identidad laical, nuestros sueños y deseos sobre el mañana que queremos construir, han sido parte central de nuestra reflexión. Hemos escuchado el testimonio de vida y compromiso de otros hermanos, y hemos elaborado propuestas para ser nosotros también constructores del futuro.
Nuestros intercambios han estado marcados por la confianza, la libertad, la fraternidad y la búsqueda laboriosa y responsable de soluciones. Nuestras Eucaristías han sido momentos ricos de comunicación con Dios y de comunión entre nosotros. Durante su celebración hemos renovado la gracia recibida el día en que fuimos bautizados y confirmados. En el espíritu del Año de la Misericordia hemos peregrinado al Santuario de la Virgen y cruzado la Puerta Santa como pecadores necesitados de conversión.
El resultado de nuestro trabajo lo hemos plasmado en dos escritos que invitamos a leer, a profundizar y a orar: “El decálogo del laico católico en Cuba” y “Sugerencias para la acción del laicado cubano”. El primero esboza 10 rasgos a cultivar por cada laico católico en la vivencia de su vocación. El segundo aporta iniciativas que impulsarán el ser y quehacer del laicado tanto en la dimensión personal-comunitaria, como diocesana y nacional.
Todo esto lo hemos vivido del 17 al 21 de febrero del 2016, en el marco del Año Jubilar Mariano, a los 50 años del Concilio Vaticano II y en el 30 aniversario del Encuentro Nacional Eclesial Cubano.
Bajo el amparo de nuestra buena y dulce madre, María de la Caridad, nos hemos reunido en la Casa de Retiros y Convivencias de El Cobre, 103 delegados de las once Diócesis que forman la Iglesia Católica en Cuba. Han estado con nosotros cuatro de nuestros Obispos, el Secretario de la Nunciatura Apostólica y varios representantes de Comisiones Nacionales y Movimientos Laicales.
Hemos llegado aquí enviados por nuestros Obispos y regresamos a nuestras diócesis, familias, barrios, centros de trabajo o estudio, con un renovado amor a Jesús -nuestra luz, (Jn 8,12), nuestro camino, verdad y vida, (Jn 14, 6)-, a la Iglesia -nuestra Madre- y a Cuba -nuestra Patria-, a quienes queremos y deseamos servir.
Esta reunión prolonga el camino de los encuentros interdiocesanos de laicos cubanos iniciado en el año 1966, e interrumpido en la década de los noventa
Hemos sembrado un árbol frutal sobre la tierra traída desde cada una de las diócesis de nuestro territorio, como símbolo de nuestro compromiso con la germinación de una nueva primavera para nuestra Iglesia y para nuestra Patria, a las que amamos entrañablemente, una nueva primavera que el Señor de la historia nos ha confiado en este momento presente.
Hermanos y hermanas, hoy queremos proclamar que tenemos raíces maravillosas que nos nutren, que dan solidez a nuestro ser y que orientan nuestro futuro; nos corresponde redescubrirlas y actualizarlas. Tenemos un tronco y una sustanciosa savia que corre por nuestras venas: el llamado a seguir al Señor como mujeres y hombres de Iglesia en el corazón del mundo, y mujeres y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia. Nos corresponde ser sostén que edifica y transmite vida. Tenemos frutos que ofrecer y la firme esperanza de que seguirán brotando muchos más que hagan presente el Reino de Dios en nuestros ambientes. Queremos ser ojos abiertos, manos extendidas, pies ligeros, corazones sin fronteras, para que estos frutos maduren y se multipliquen.
En comunión con las enseñanzas del Papa Francisco, queremos empeñarnos en construir la cultura del diálogo, de la apertura ecuménica, del encuentro y la reconciliación, ser una Iglesia en salida, vivir la revolución de la ternura y de la misericordia. Pedimos al Señor que bendiga estos sueños y les invitamos a unirse en este camino como testigos alegres de la Buena Noticia del Evangelio.
Ponemos en las manos y en el regazo de la Virgen de la Caridad del Cobre nuestros desvelos y sueños, y confiamos a su maternal protección nuestras tribulaciones y esperanzas. Sea ella nuestro refugio y nuestra estrella. Hoy nos dice una vez más: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5).
Participantes en el Encuentro Nacional de Laicos
21 de Febrero de 2016