Sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y fieles laicos de la diócesis
Queridos hermanos:
Este 19 de julio nos sorprendió, desde muy temprano, con la noticia del fallecimiento de Mons. José Siro González Bacallao, Obispo Emérito de Pinar del Río, después de 67 años de sacerdocio y, de ellos, 41 de episcopado.
Los últimos 15 años, después que el Papa le aceptara la renuncia al gobierno de la Diócesis a fines del año 2006, Mons. Siro se fue a vivir a una casa prestada, común y corriente, en Mantua M.N. En el patio de la casa hizo un pequeño caney para colocar en él, a modo de museo campesino, lo propio de un antiguo bohío de nuestra campiña cubana. Y a ese entorno lo llamó “Granja San José”.
Allí recibía a quienes lo visitaban y, de acuerdo a la edad, también le ofrecía una sencilla explicación de los muebles, los pajaritos, las tradiciones, siempre cargadas de anécdotas y de mucho amor a su terruño. Cuando fue párroco de San Juan y Martínez y de San Luis cultivaba en la vega de un campesino amigo1 y él mismo torcía los tabacos que fumaba y brindaba. Mantuvo siempre una sincera amistad con Alejandro Robaina, de renombrado prestigio en la cultura tabacalera vueltabajera.
En su tiempo de Seminario, sus compañeros le llamaban “El Guajiro” y, verdaderamente, desde que lo conocí, vi en él a un hombre excelente, de fe profunda expresada con lenguaje sencillo y con gestos de delicados detalles.
Hace pocos meses le comenté que, Mons. Héctor Luis Peña Gómez y él eran los dos únicos sacerdotes que, ordenados antes de 1959, habían permanecido con nosotros a lo largo de estas seis últimas décadas, y me contestó lo mismo que Mons. Alfredo Müller San Martin me había dicho pocos meses antes de su muerte: “y aquí van a enterrar mis huesos”. Lo cual acaba de cumplirse.
Les comparto este breve testimonio porque Mons. Siro fue muy devoto de San José. También porque él, junto con Mons. Pedro Meurice Estiú, fueron los dos obispos co-consagrantes en mi ordenación episcopal acompañando a Mons. Fernando Prego Casal, quien también ponía en manos de San José (colocaba un papelito con la intención escrita en la imagen que estaba en la capilla del Obispado) sus preocupaciones pastorales. Por eso, hoy, aunque he tenido los pies puestos en el suelo, también mi mente y corazón los ha estado mirando a ellos que, desde junto a Dios, continúan intercediendo por nosotros. Tal vez, por ello, cuando le escribí una carta fraterna de condolencias a Mons. Juan de Dios Hernández Ruiz SJ, Obispo de Pinar del Río, en nombre de mis hermanos obispos que no podríamos acompañarlos en la Misa de Exequias, dije: “Sabes bien que perdemos a un hermano y, para varios de nosotros, a un padre”.
Durante la jornada conversé con un sacerdote sobre lo acontecido y, en sus palabras, hizo referencia a la generación que había celebrado el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC, 1986) y, de manera especial me refirió una frase expresada por Mons. Adolfo Rodríguez Herrera en el discurso de apertura: “La intuición profunda del ENEC hay que realizarla en la paciencia de la Iglesia, que espera siempre, aun en la noche”.
Permítanme repetir el meollo de dicha intuición: “La paciencia de la Iglesia, que espera siempre, aun en la noche”.
Me quedé pensando en el contenido de esta afirmación y por ello, queridos hermanos y hermanas, comparto con ustedes el siguiente párrafo de la Carta Apostólica “Patris Corde” del Papa Francisco y que nos acompaña a lo largo de este Año de San José y a la que hago referencia en los mensajes que les dirijo mensualmente. Dice así2:
“La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza.
Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza.
El mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción.
Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio.
También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez.
Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración”.
Con un sentimiento especial he tecleado esta carta, en este 19 de julio de 2021, Año de San José. A quienes puedan, les invito a no quedarse con el párrafo enunciado, sino que lean y mediten, como aparece en la cita a pie de página, el No. 7 de la Carta Apostólica y, de esa forma, recemos los unos por los otros, pidiéndole a Dios que nos bendiga con las mismas gracias conque lo hizo con José, el hombre bueno elegido por él para cuidar de María y de Jesús y así continuar esperando con paciencia, aun en la noche.
Con mi saludo de hermano y amigo y, junto a ello, la bendición del pastor,
+ Emilio
Monseñor Emilio Aranguren Echevarría
Referencias
1 Junto a los PP. Claudio Ojea y Rolando Lara, a quienes tuve la suerte de conocer durante mis años de Seminario.
2 Papa Francisco, Carta Apostólica “Patris Corde” del 8 de diciembre de 2020, No. 7 Padre en la sombra.