Memorias de un Congreso

Foto tomada de internet.

Cuba quiere izar su bandera en el mástil de la cruz de Cristo,

mástil de amor, asta de esperanza

Mons. Alberto Martín Villaverde, 29/11/1959

La llamada tempranera de una amiga cercana que vive allende el mar, me recordaba que un día como hoy, hace sesenta y cinco años, celebrábamos el más grande acontecimiento eclesial hasta entonces ocurrido en nuestra Patria: el Congreso Católico Nacional. El primero y el único. En ese momento me pareció bueno mirar al pasado, a lo que fue, para tratar de entender el presente y vislumbrar futuros.

No pretendo analizar el contexto histórico en el que se celebró, me limito a un breve comentario consciente de que la historia es lo que pasa y pesa, no sin antes decir al Señor, como San Agustín en sus Confesiones, que presida mis razonamientos.

El Congreso se celebró los días 28 y 29 de noviembre de 1959, el ardor revolucionario inflamaba entonces el ánima de gran parte del pueblo cubano. Hacía poco más de un mes se arrestaba en Camagüey al Comandante Huber Matos y esa noche un avión bombardeaba un área residencial de La Habana. A los pocos días se confirmaba la desaparición de Camilo Cienfuegos… Las acusaciones de “comunismo” se levantan contra la Revolución y las negativas como respuesta de sus líderes no demoran… El tiempo fue juez.

El día antes de comenzar el Congreso, en su discurso del 27 de noviembre, pronunciado en la escalinata de la Universidad habanera, Fidel Castro denunció a los que pretendían hacer rodar “la idea de enfrentar el sentimiento religioso y el sentimiento revolucionario de una manera inescrupulosa. Porque con los sentimientos religiosos del hombre no se comercia ni se juega. Entendemos que no es honesta ni justa la maniobra de querer aprovechar el Congreso, que es un acto legítimo… Las decenas de miles de personas que van a ir allí irán a rezar por Cuba y por las leyes revolucionarias”. Confesaba a continuación que también él se había visto envuelto en la marea del fervor popular, “porque estamos en la calle y cientos de personas se nos han acercado para darnos estampas… Eso forma parte de la naturaleza de nuestro pueblo, es justo y es humano y abarca todos los sentimientos nobles del hombre”.

Ahora al remontar mi pensamiento a aquellos días empiezo a revivir vivencias, experiencias de una etapa temprana de mi vida que me marcaron para siempre. Soy como soy, porque he vivido con el sello que dejó indeleble en mí la Acción Católica: semillero de valores, fragua de amistades que van más allá de la distancia y de la muerte.

Cuando comencé a ser militante de la Juventud Católica -y creo que los que lo fuimos sentimos de por vida esta pertenencia- comprendí que ser cristiano era vivir los valores del Reino en el hacer cotidiano, eso que hoy llamamos la encarnación para evangelizar los ambientes: porque servir es conquistar. Un “jecista”, yo pertenecía a la JEC, Juventud Estudiantil Católica, no sólo tenía que ser buen estudiante, profesaba el deber de ayudar a sus compañeros.

Y si la militancia en la Acción Católica me enseñó a mirar el mundo con ojos de Evangelio, cual preludio del Vaticano II, con el Congreso aprendí a sentirme, y con orgullo, Iglesia cubana.

Preparando el Congreso comenzaron mis viajes por mi otrora extensa diócesis: Holguín, Bayamo, Manzanillo, Guantánamo… Intercambio de experiencias, compartir de ideales, estrenábamos el Himno de la JEC, que había compuesto el Hno. Alfredo Morales fsc, como un canto de esperanza: que el mejor soberano es Cristo Rey

Al pensar en los días del Congreso no puedo menos que recordar la visita del Papa Juan Pablo II, cuando al final del discurso de despedida hizo alusión a la lluvia. Porque la lluvia, cual rocío del Espíritu, signó momentos significativos del mismo.

Como preparación manifiesta, una antorcha mariana recorrería en manos de los jóvenes toda la Isla. La primera la encendió Mons. Pérez Serantes de la lámpara de aceite que ardía a los pies de la Virgen. Era el sábado 21 de noviembre. Luego pasó de manos del Arzobispo a las de Antonio Fernández, Toñito, que era el presidente Nacional de la Juventud Católica masculina, él bajó la escalinata del Santuario y se la entregó a Emilio Roca, el presidente de la Juventud Católica santiaguera. De El Cobre salió la antorcha mariana con los besos de la Madre que, para llegar a todos, se tornaron suave llovizna.

Y como ya se sabía que la imagen de la Virgen iría a La Habana, se comentaba el malestar del pueblo por la salida de su Reina. Los cobreros no querían que se la llevaran; igual había pasado en el año 36 cuando el Congreso Eucarístico, y eso que en aquella ocasión sólo iría hasta Santiago para ser coronada. Y en el año 52, cuando fue a La Habana a celebrar los cincuenta años de nuestra República, que, guste a algunos decirlo o no, nació el 20 de mayo del 1902.

A Bayamo fuimos el domingo a recibir la antorcha y despedirla, después paseamos en coche antes del regreso. Todo era emoción. Mons. Pérez Serantes, nuestro Arzobispo, siempre cercano a la Juventud –por algo le decíamos con cariño el abuelo– disfrutaba los detalles con alegría de niño.

En un “Santiago-Habana” partimos hacia el Congreso. No había tiempo para perder durmiendo, se rezaba, se cantaba –que es rezar dos veces–, y el entusiasmo contagiaba a los soñolientos. Guaguas que salían de otros lugares, las iglesias de los pueblos que nos saludaban. No he vuelto a ver caravana igual.

De Asamblea. Los delegados no sólo íbamos para asistir a la Misa que se celebraría en la Plaza Cívica (hoy llamada de la Revolución), teníamos la Asamblea Nacional, por ramas, así revisaríamos las líneas de trabajo de nuestro movimiento para soñar futuros: ¡Por Cuba y por Cristo!

En Congreso. El momento cumbre se acercaba, en la noche del 28 sería la Misa en la Plaza, María del Cobre estaría con sus hijos, el Primado de Cuba la había acompañado en su viaje en un avión de la Fuerza Aérea Revolucionaria, el avión presidencial. Escoltaban a la Virgen el Arzobispo de Santiago, los Padres Capellanes del Ejército Rebelde, Guillermo Sardiñas y Ángel Rivas (luego vilipendiado y expulsado de Cuba en el Covadonga), una representación de Veteranos de la Guerra de Independencia y una escolta de cuatro miembros del Ejército Rebelde.

Esa noche de nuevo la lluvia nos acompañaba, y entre todos buscábamos el calor humano que amenguara el frío. El gozo era inmenso. El traguito de café caliente de oportunos vendedores ayudaba. ¿Qué es una llovizna en un mar de pueblo? Las banderas ondeaban impulsadas por el viento cual aleteo del Espíritu.

La imagen de la Virgen iba en una carroza tirada por un tractor, símbolo de los nuevos tiempos que vivía la Patria. La custodiaban policías y soldados rebeldes. Junto a la carroza iba el Arzobispo santiaguero.

 

De pronto, ya en la Plaza, la banda de música entonó el Himno Nacional, los reflectores rasgaron las tinieblas de la noche nublada, y un mar de pueblo recibió entre aplausos, lágrimas y agitar de pañuelos blancos a la Patrona de Cuba, que fue colocada en al altar por un grupo de soldados rebeldes. Sentí aunarse en mis adentros dos grandes amores.

 

Llovía fuerte y un viento helado calaba hasta los huesos.

Vuelven mis recuerdos a la visita papal… nos convocaban dos Madres: la Virgen y la Patria, como en la Misa de Santiago. Aquí el sol implacable, allá la lluvia fría, son signos de los tiempos…

Y en la madrugada de esa noche espléndida y lluviosa se oyó la voz del Papa, el Papa Bueno que por radio leía su Mensaje a los católicos cubanos reunidos en Congreso. ¿Sabría este Santo que acontecimientos de nuestra tierra (la “crisis de octubre”) serían la musa de su más grande Encíclica, la Pacem in Terris?

Si hay momentos que perduran más allá del tiempo y el espacio, esta noche es, y será siempre para mí, uno de ellos.

La mañana del domingo era fría, pero pronto arderíamos al vibrar con los Temas del Congreso. Tal parecía que no cabía más emoción. El Credo Social Católico fue el broche de oro del Congreso, maravillosa síntesis de la Doctrina Social de la Iglesia, que descubrió a muchos los verdaderos principios de su pensamiento social. Lo he leído y hecho leer muchas veces: cada vez me gusta más. Hoy me desborda un sano orgullo por esa generación ­de cubanos comprometidos con Cristo y con Cuba que lo concibió, también por los que el viento huracanado llevó lejos del terruño patrio, porque llevaron la Patria en sus entrañas más allá del mar. Porque muchos fueron -serán siempre aunque ya no estén-, mis amigos.

Ya de regreso, el verdadero Congreso comenzaba, el que llevábamos dentro para construir el Reino, cantando Clarinada, soñamos alumbrar los horizontes de la Patria cual la antorcha mariana que recorrió la Isla… y con nuestros brazos proyectar sobre el cielo el estandarte de la Cruz.

Después de tantos años miro hacia atrás sin nostalgia y me regocijan los recuerdos. Agradezco al Señor de la Historia mi historia, Él, que conoce los senderos, la haga historia de salvación.

 

Construyendo el porvenir, que es de todos, creo que el pasado aún puede darnos lecciones.

Hoy miro con dolor cómo ha cambiado mi Cuba en estas décadas. El país otrora floreciente y en pleno desarrollo, se ha convertido en un árido desierto vacío, de estructuras obsoletas, descuidadas, maltratadas, del cual todos quieren salir. Y vienen a mi mente, cual dardos penetrantes, estas palabras de Miguel Velázquez, el primer músico cubano, que estudió en España y fuera canónigo de la Catedral de Santiago de Cuba, quien en carta al obispo Sarmiento en 1547 le decía refiriéndose a su terruño: “Triste tierra, como tierra tiranizada y de señorío”. Triste tierra, pienso con el músico mestizo, pues si obscuras son las noches cuando la luna no asoma, más lo son las vicisitudes del pueblo y la futuridad del país.

La lluvia cae sorda y el viento apacible hace fresca la noche de este Oriente ardiente. Mi linterna titila reclamando una pausa, enciendo una vela que guardo de antaño y pido a la Madre de la Caridad que cuide a mi pueblo, su pueblo, sus hijos, que en eterna noche no pueden vivir.

Protege a tus hijos, Patrona de Cuba, y escucha esta súplica que ardiente te elevo de PAZ verdadera y real LIBERTAD.

Termino invocando a la Madre y Patrona con unas letras de su Himno:

No abandones ¡oh! Madre, a tus hijos,

salva a Cuba de llantos y afán,

y tu nombre será nuestro escudo,

nuestro amparo, tus gracias serán.

 


  • María Caridad Campistrous Pérez (Santiago de Cuba, 1943).
  • Profesora de Física jubilada.
  • Directora del Instituto Pastoral Pérez Serantes.
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