El conflicto, sea de cualquier tipo, es intrínseco a la naturaleza humana. Ya sea la violencia física o verbal, el trauma ocasionado por un divorcio, un aborto, una situación especial, los dilemas éticos que se nos presentan muchas veces a lo largo de la vida, o las grandes guerras y situaciones políticas diversas que ha enfrentado la humanidad.
Existe una categoría asignada a una parte, país, institución o persona, que es la de mediador. Los mediadores son entonces aquellos que tienen la capacidad, o adquieren la habilidad, de ver el conflicto con la óptica de la solución y no del aumento del problema o la generación de nuevas tramas negativas entre las partes implicadas. Es decir, pueden trabajar en la resolución de un conflicto considerándolo como una oportunidad propicia para fomentar el diálogo, la paz y la cultura de la no violencia.
Decía el escritor chino Lin Yutang (1895-1976) que “Los conflictos existen siempre, no tratéis de evitarlos sino de entenderlos”. Por tanto los mediadores deben cumplir unos requisitos mínimos indispensables para llegar a comprenderlos y proponer las salidas más viables para las partes implicadas. Entre ellos podemos describir los siguientes rasgos o características esenciales:
1. Imparcialidad
El mediador es un tercero que se comporta neutral. No puede ni debe estar comprometido con ninguna de las partes implicadas en el conflicto, ni responde a ninguno de sus intereses. Su función mediadora lo excluye de emitir criterios personales o ejecutar acciones tomando la posición de una u otra parte. No da soluciones, aunque muchas veces cueste entenderlo. No es la persona que soluciona el problema, sino la que escucha, clarifica, genera opciones, literalmente media, equilibra, hace función de puente en determinada situación.
2. Prudencia
Está muy relacionada con la imparcialidad y es el recurso con el que se debe contar para mantener reservados los criterios y no manifestarse sobre la problemática del asunto a no ser para ofrecer soluciones. Tiene que ver con otros dos elementos: 1. La acción de no juzgar, es decir, no ver el conflicto como algo negativo o positivo, sino canalizarlo inmediatamente para que las partes puedan abordarlo y resolverlo; y 2. No sanciona.
3. Confidencialidad
Es el requisito indispensable para que la mediación suceda con éxito y para que se genere un clima de confianza y privacidad entre las partes. Es casi una obligación mantener en secreto las conversaciones, manifestaciones, documentos emitidos y todo lo que derive durante el tiempo que dure el proceso. En muchas ocasiones se firman documentos tipo acuerdos para garantizar que se respete la confidencialidad. Esta a su vez está muy relacionada con el uso adecuado de la información, que no debe revelarse, publicarse, ni compartir con los medios de comunicación.
4. Diálogo
Es una capacidad que debe poseer el mediador casi de manera innata. Es el centro y la función principal de la mediación: llegar a establecer un entendimiento entre dos o más partes, que superen las diferencias y se sienten a la mesa a negociar una salida, aun conociendo la diversidad y el pasado; pero centrándose fundamentalmente en el futuro. No existe verdadera mediación sin diálogo. Y el diálogo no es verdadero y no cumple su cometido si se realiza manteniendo por detrás reservas morales, recidivas del pasado, rencores. Diálogo con reconciliación y firme propósito de enmienda. El mediador es el punto medio en el eje que separa a las partes. En gran medida su capacidad de convencimiento está dada por la habilidad para dialogar y generar esta acción entre los demás. La escucha activa e implicación directa en el análisis interno permiten la transformación del conflicto a través de la generación de opciones de consenso que solo son fruto de un diálogo respetuoso y constante.
5. Disponibilidad
La agilidad para acceder a establecer el diálogo entre las partes, la inmediatez para la resolución de un conflicto, la constancia en la ejecución de una solución, la búsqueda continua de mejores salidas al problema, demuestran la disponibilidad de un mediador. Si se acepta esta función requiere de estar accesible y dispuesto a participar desde el inicio del conflicto hasta la generación de alternativas de futuro.
La eficiencia o no de una negociación mediada por un tercero estará dada por estos factores y otras múltiples variables con las que se cuenta en la sociedad. Siempre habrá quienes no entiendan la posición del mediador o de alguna de las partes en conflicto. Habrá criterios a favor, muchos en contra, cuestionamientos públicos, ataques directos o loas en exceso. Así lo ejemplifica la mediación del Vaticano en la resolución reciente de dos conflictos de antaño: el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.UU. y las relaciones Palestina-Israel. Pero lo que sí no está en duda es que estos rasgos son indispensables ya sea para intentar resolver un conflicto de años, entre Estados o grandes potencias, o para resolver un asunto de menor data en el ámbito personal, familiar y de nuestras instituciones de estudio o de trabajo.
Estar abiertos a ser parte del conflicto en ocasiones, y mediador en otras, nos ayudaría a comprender que no se trata en ninguno de los casos de una posición ventajosa; pero sí necesaria para crecer como persona y como seres sociales.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.