Por Dimas Castellanos
La Habana inició el mes de Abril con una buena noticia para los amantes del séptimo arte. Me refiero a la exhibición en la sala Charles Chaplin de Martí: el ojo del canario, un largometraje de ficción, apasionante y conmovedor, que explora exitosamente el mundo interior y la formación del carácter que condicionó la trascendencia histórica de José Martí; un propósito que evoca la tesis del padre de la pedagogía cubana, José de la Luz y Caballero, quien aseguraba que los procesos para fundar pueblos tienen como premisa la preparación de los sujetos históricos y de los cimientos morales básicos para su realización, misión a la que Luz consagró su vida, acumuló todo lo valioso de los más insignes hombres de su época, lo enriqueció con su sapiencia y lo entregó a sus alumnos, entre ellos a Rafael María de Mendive, el maestro de nuestro José Martí.
La cinta –estructurada en cuatro capítulos interconectados en los cuales se condensan acontecimientos decisivos en la niñez y adolescencia del joven Martí: abejas, arias, cumpleaños y rejas– es la primera parte de una serie que contará con filmes de Uruguay, México y otros países de la región. La misma estuvo a cargo de un colectivo profesional del más alto nivel, encabezado por Fernando Pérez como director y guionista; con fotografía de Raúl Pérez Ureta (Premio Nacional de Cine 2010); la dirección artística y escenografía de Erick Grass; la banda sonora de Edesio Alejandro; la producción de Rafael Rey y la interpretación de los papeles principales a cargo de los profesionales Broselianda Hernández (Leonor Pérez), Rolando Brito (Mariano Martí), Manuel Porto (Don Salustiano) y Julio César Ramírez (Mendive), conjuntamente con la exitosa actuación de Damián Rodríguez y Daniel Romero (Martí niño y joven, respectivamente), y Eugenio Torroella y Fernando López (Fermín Valdés Domínguez niño y joven).
La crítica especializada se está ocupando y tendrá que ocuparse por mucho tiempo de esta cinta, por esa razón y por no ser un especialista en la materia, me limito a comentar tres aspectos que considero del mayor interés: las características de su director, la figura de Martí y el mensaje que contiene.
El director
Fernando Pérez Valdés, el cineasta cubano más destacado de la década de los noventa del pasado siglo y Premio Nacional de Cine 2007, está considerado entre los mejores directores en América Latina. Efecto y causa del celuloide, Pérez quedó atrapado en las redes de las imágenes y los sonido debido a la impresión recibida en su niñez por uno de esos filmes de todos los tiempos, me refiero a El puente sobre el río Kwai (1957), aquella cinta dirigida por David Lean, que narraba la construcción de un puente de ferrocarril por prisioneros de guerra, en la cual se destacan las diferencias culturales y las similitudes de sentimientos entre cautivos y captores. Impulsado por esa impresión, el autor de Martí: el ojo del canario, ingresó al ICAIC en 1962, institución en la que recorrió un largo camino de formación: asistente de producción y de dirección (1971-1976), Noticiero ICAIC (1979-1981) y paralelamente por los estudios de Arte y Literatura Hispánica en la Universidad de La Habana (1965-1972).
En su formación no puede omitirse la influencia de destacados cineastas cubanos y foráneos. Entre los primeros, Tomás Gutiérrez Alea, quien le aportó el rigor en la búsqueda incesante; Santiago Álvarez, figura fundacional del cine documental que fue su “padre” cinematográfico; Manuel Octavio Gómez, director del primer documental didáctico del ICAIC; Manuel Herrera, cofundador de la Agrupación Cinematográfica Experimental de Santa Clara (1959); Sergio Giral, director del largo-metraje El otro Francisco (1975), una cinta que indaga sobre el verdadero rostro de la esclavitud; y José Massip, director del documental Historia de un ballet (Suite Yoruba) (1962), Primer Premio Paloma de Oro del Festival de Cortometrajes de Leipzig. Entre los segundos, baste mencionar al polaco Andrzej Wajda, director de clásicos como Cenizas y diamantes (1958) y Paisaje después de la batalla (1970), que reflejan las pasiones, tensiones y esperanzas de la generación de polacos que emergió de las ruinas de la II Guerra Mundial, filmes que se adentran en los problemas morales que desencadenó el conflicto bélico entre la elección individual y la acción política; al italiano Bernardo Bertolucci, autor de Antes de la revolución (1964) y El conformista (1970), quien se destacó en la adaptación al cine de clásicos de la literatura, interesado por las temáticas políticas y sexuales y por el mundo interior de los personajes; el británico-estadounidense Alfred Hitchcock, maestro del suspenso, autor de El jardín de la alegría (1925), que además realizó varias series de historias cortas con grandes éxitos televisivos, como Alfred Hitchcock presenta (1959-1962) y La hora de Alfred Hitchcock (1963-1965), destacado por el uso de elementos psicológicos y de gran impacto visual para llevar a los espectadores al clímax.
Con ese bagaje, Fernando inició una rica producción de documentales que van desde Crónica de una victoria (1975), codirigido con el desaparecido Jesús Díaz, hasta el mejor de ellos, Omara (1983), para luego saltar a lo que más le atraía, el cine de ficción –más bien de una ficción realista– con su ópera prima, el largometraje Clandestinos (1987), una historia de amor inmersa en la lucha en las ciudades durante la dictadura de Fulgencio Batista; Hello Hemingway (1990), donde se ocupa de pequeñas historias personales; el medio metraje Madagascar (1994), una película que profundiza en la condición humana, expresada en un lenguaje simbólico capaz de comunicar un estado de subjetividad para el que las palabras se tornan insuficientes y con la que cerró magistralmente el cine cubano del pasado siglo: La Vida es Silbar (1998), donde, desde un futuro imaginado, narra un pasado que coincide con nuestro presente, para abordar la búsqueda de la felicidad mediante la liberación interior, la verdad y la comunicación social; Suite Habana (2003), reflejo de sueños y aspiraciones que fortalecen la voluntad y hacen ver el futuro más claro al convertir nuestra contradictoria realidad en fuente inagotable de inspiración desde el amor y desde la libertad interior: un amor al prójimo y a una ciudad, que a pesar de su estado de abandono y destrucción está cargada de belleza y posibilidades; y Madrigal (2006), mezcla de artificios y realidades, reflexión filosófica acerca de un tiempo que se sitúa en el futuro, con un guión que es una suerte de teatro dentro del teatro, acción que comienza en La Habana para terminar en una ciudad del futuro; todas, piezas vitales de la cinematografía cubana, multipremiadas dentro y fuera de nuestras fronteras.
Siguiendo a Georges Méliès –pionero de la cinematografía, quien, desde que asistió en 1895 a una exhibición de Antoine Lumière, percibió de inmediato las posibilidades de la nueva técnica y concibió al cine para producir ilusiones– su preocupación por la realidad política lo condujo, en su primer largometraje, El caso Dreyfus (1899), del mundo mágico de la fantasía al de la historia, para descubrir que el cine es una nueva forma de ver, interpretar y formar la realidad de acuerdo con la voluntad del artista. Fernando, por su parte, ha puesto en evidencia las potencialidades de la crítica cinematográfica para promover la reflexión entre cubanos; una demostración práctica de que los complejos problemas sociales atañen a todos, especialmente a los intelectuales, como estetas del cambio, críticos de nuestras insuficiencias y fuentes de conexión entre nuestras tradiciones y el saber universal.
Según el propio autor –en entrevista ante la Televisión el viernes 9 de diciembre de 2005– él es cineasta, pero ante todo es un cinéfilo que confía más en las preguntas que en las respuestas conocidas, que prefiere la imagen antes que la palabra para expresar los conceptos resultantes de sus indagaciones. Henchido de amor, respeto y preocupación por el otro, Fernando es viva expresión de lo humano, un habanero para quien lo más importante son sus hijos, el cine y Cuba. De esas cualidades, vivencias, deseos, frustraciones y sueños, emana su creatividad; una combinación de arquitectura y poesía que se expresa en un lenguaje simbólico mediante la construcción de imágenes y sonidos. Por esas características personales, la elección de la niñez y adolescencia de Martí como eje de su más reciente obra, no parece casual. Hijo de un cartero y una ama de casa de bajos ingresos, Fernando recibió en el hogar lo que él denomina la crianza del respeto, la que enriqueció con sus inquietudes y su relación con el mundo del cine; una ética expresada en la búsqueda de la felicidad propia conjuntamente con la del prójimo, que comienza por el núcleo familiar para extenderse a profesores y alumnos, jefes y subordinados, amigos y conocidos.
La figura de Martí
José Julián Martí Pérez, hijo de un militar y una ama de casa, ambos de limitada instrucción, devino destacado político, historiador, literato, orador, maestro y periodista. Una transformación originada por su inteligencia innata, el amor de la madre, la rectitud del padre y sus relaciones con el director de la Escuela de Varones de La Habana, Don Rafael María de Mendive, quien lo puso en contacto con lo más valioso del torrente de ideas políticas y culturales que se habían conformado dentro y fuera de la colonia.
La obra grande de Martí comienza, después del presidio político por la aprehensión crítica del pensamiento precedente, incluyendo los errores cometidos por los cubanos en la Guerra de los Diez Años, para conformar un proyecto de república moderna, basada en la dignidad plena del hombre; un objetivo aún pendiente de realización. Su pensamiento, síntesis de amor, virtud y civismo, no ha perdido actualidad. Martí estableció una relación genética y lógica entre partido, guerra, independencia y república. Guiado por la máxima de que en la hora de la victoria sólo fructifican las semillas que se siembran en la hora de la guerra, delimitó las funciones de ésta última de modo que en ella fueran los gérmenes de la verdadera independencia y de una república concebida como igualdad de derecho de todo el nacido en Cuba y espacio de libertad para la expresión del pensamiento, para que cada cubano fuera hombre político enteramente libre. Definiciones que remató con aquel ideal tan lejano aún: yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.
La dignidad del ser humano, una de sus grandes preocupaciones, si no la principal, la manifestó en su accionar práctico. Puso todo su empeño en lograr un cambio en la mentalidad de los jefes militares. Por esa razón se separó del Plan Gómez-Maceo y escribió al generalísimo en 1884: ¡qué pena me da tener que decir estas cosas a un hombre a quien creo sincero y bueno, y en quien existen cualidades notables para llegar a ser verdaderamente grande– Pero hay algo que está por encima de toda la simpatía personal que Ud. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad aparente: y es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, embellecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo.
En Maestros ambulantes condensó su aspiración en las siguientes palabras: Los hombres han de vivir en el goce pacífico, natural e inevitable de la libertad, como viven en el goce del aire y de la luz. Ese Martí consagrado, nos lo presenta Fernando durante el proceso de formación. Aquel que, como narra el filme, publicó su primer artículo político en el Diablo Cojuelo, un periódico editado por su amigo Fermín Valdés Domínguez; aquel que, al día siguiente que los Voluntarios habaneros atacaron al Teatro de Villanueva, escribió el poema dramático Abdala en el que a tan temprana edad brinda una bella definición del concepto de patria; aquel que, cuando el maestro Mendive fue detenido y encarcelado, lo visitó con frecuencia en la prisión; aquel que, junto a Fermín Valdés Domínguez, redactó la carta a su condiscípulo Carlos de Castro y de Castro el 4 de octubre de 1869, donde decía: ¿Has soñado tú alguna vez con la gloria de los apóstatas? ¿Sabes tú cómo se castigaba en la antigüedad la apostasía? Esperamos que un discípulo del Sr. Rafael María de Mendive no ha de dejar sin contestación esta carta. En el proceso judicial, a la interrogante ¿Tú o Fermín?, la respuesta firme y viril fue: ¡Yo fui el único que la escribí!, por lo que fue condenado a seis años de prisión con trabajo forzado.
El mensaje que contiene
La película se exhibe justamente cuando muchos cubanos, no solamente jóvenes, han llegado a rechazar al Martí desnaturalizado por el efecto negativo que ha tenido su instrumentación con fines políticos utilitarios, y sobre todo en un momento de profunda crisis material y espiritual en nuestra sociedad.
Los esfuerzos en la búsqueda de eficiencia económica, además de la obligatoriedad de tomar en cuenta el interés de los productores, fracasarán si, de forma simultánea no se procede a un rearme ético desde las relaciones familiares hasta las públicas. En ese sentido se impone una labor mancomunada, donde el arte está llamado a desempeñar un papel importantísimo, un papel que comienza por el rescate de la dignidad humana, ese valor interior, esencial e insustituible que posee todo ser humano y que constituye una indispensable herramienta para aceptar ideales, rechazarlos o conformar otros nuevos; una fuerza tal que permite a las personas sentirse libres, incluso, en condiciones de opresión, como lo demostró el Apóstol en su juventud. Y Martí, el ojo del canario, constituye un himno a la dignidad; ese es, desde mi punto de vista, el principal de los mensajes que encierra el filme: una apelación al rescate de la dignidad, desde la emotividad como camino hacia la reflexión y al cambio. La coincidencia entre la actualidad cubana y el contenido de la cinta, parece responder a la tesis martiana de hacer en cada momento, lo que en cada momento es necesario. ¡Gracias, Fernando!
La Habana, 7 de abril de 2010
Dimas Cecilio Castellanos Martí. ( Jiguaní, Granma, 1943)
Reside en La Habana desde 1967.
Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información
(1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos en el (2006). Trabajó como profesor de cursos regulares y de post-gados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
Primer premio del concurso convocado por “Solidaridad de Trabajadores Cubanos, en el año 2003.
Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.