Márquez Sterling: Un imprescindible

Por José Antonio Quintana de la Cruz

¿Quién fue este hombre admirable al que sus compatriotas conocen tan poco y muchas veces tan mal? ¿A qué se debe que las creaciones de su sensibilidad e inteligencia, no obstante la vitalidad y fuerza de sus esencias, no aparezcan con la frecuencia que su utilidad aconseja, en el quehacer cultural y pedagógico de Cuba?

 

Por José Antonio Quintana de la Cruz

Manuel Márquez Sterling. Foto tomada de Internet.
Manuel Márquez Sterling. Foto tomada de Internet.

¿Quién fue este hombre admirable al que sus compatriotas conocen tan poco y muchas veces tan mal? ¿A qué se debe que las creaciones de su sensibilidad e inteligencia, no obstante la vitalidad y fuerza de sus esencias, no aparezcan con la frecuencia que su utilidad aconseja, en el quehacer cultural y pedagógico de Cuba?

Manuel Márquez Sterling fue un cubano que combatió al colonialismo español, a la intervención norteamericana y a la dictadura de Machado. Fue un patriota que sembró, con su prédica y su ejemplo, la semilla del civismo y la decencia política en la nación cubana. Fue un escritor de genio, un excelente periodista, un analista político de primer orden y quizás, el diplomático que mayor satisfacción haya sentido por brindar un servicio a Cuba: fue el firmante, el 29 de mayo de 1944, del Tratado de Derogación de la Enmienda Platt.

Su prosapia está entre los patricios que construyeron a Cuba, aquellos que luego de perseverante esfuerzo y éxito obtenido con sacrificio, ofrendaron vidas y fortunas a la patria recién sentida. Enfrentada al colonialismo español, la familia Márquez Sterling y Loret de Mola padeció las vicisitudes del exilio trashumante y fue, como la mayoría de los cubanos de entonces, ejemplo de resiliencia.

Él, aunque se reconocía como camagüeyano de pura cepa, nació en Lima, Perú, en 1872. Fue un niño inteligente, melancólico y enfermizo. Sufrió un asma torturante hasta los últimos días de su soñadora existencia. No fue un buen estudiante; al menos, no lo fue entre los muros y normas de la escuela. No se aplicó a las regulaciones y formalidades de la docencia. Lo martirizaron las matemáticas. En cambio, fue seducido por la filosofía, la psicología y la lógica, en las que obtuvo calificaciones notables. Terminó el bachillerato en siete años con notas de aprobado. No obstante, de forma paralela y autodidacta, se hizo de una cultura de raigambre clásica que lo presentó ante sus coetáneos cercanos como una promesa intelectual que a la postre se cumpliría. A los 16 años ya escribía con éxito en los periódicos El Pueblo y El Camagüeyano, en los cuales comenzó a defender la causa de la independencia, como lo reconociera José Martí.

Su juventud transcurrió entre la Paz del Zanjón y la Guerra de 1895. En ese transcurso, cuando oía en Camagüey los discursos de Rafael Montoro, el pontífice del autonomismo y enemigo jurado de la independencia de Cuba, cautivado por la musicalidad de las palabras y los bien elaborados argumentos antibélicos del orador, pensó que eran cincelados sofismas. En “Páginas Libres” escribió, exactamente en las 16 y 17, su posición política: “estoy por la independencia de Cuba, y como no hay otro medio posible para lograrla, estoy por la guerra”.

Años más tarde, cuando a despecho de su calamitosa salud se integró al grupo expedicionario que comandaba el General Collazo, practicaba el uso bélico del machete sobre un muñeco de trapo al que llamaba Weyler, en alusión al general español que se adelantó a Hitler con la creación de campos de concentración en Cuba. Pasaba horas practicando. Cuando tiempo después recordara aquellas vivencias en una de sus buenas obras, “Burla Burlando”, dijo que en aquellos días de frustrado entrenamiento “dejé de ser hombre para convertirme en una fiera”.

Como es bien conocido, la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana terminó con la derrota de España y el sometimiento de Cuba a la soberanía del único vencedor, los Estados Unidos de Norteamérica. Pronto se convocó una constituyente para dotar a Cuba de una Carta Magna que incluyera en su articulado la manera en que el emergente país se relacionaría con la nueva metrópoli. Los constituyentes estaban entre las dignidades, las inteligencias y los méritos y las glorias más conspicuas de la nación. Al principio se creyeron libres y comenzaron a cincelar la república soñada en la ley de leyes. Enseguida se percataron que debían escoger entre una república sin soberanía o volver a la carga, a luchar por la soberanía con la pérdida provisional de la república, con una provisionalidad de duración imprevisible. Surgió la división, en esencia la misma que propició la destitución de Céspedes, la sedición de Vicente García y el misterioso desacuerdo de La Mejorana. Los moderados pensaban que debía salvarse la república y que con el paso del tiempo la soberanía les sería devuelta. Los radicales pensaban que 30 años de lucha los hacía acreedores de una independencia automática y sin cortapisas. No reconocían el nuevo derecho de conquista. Un día se enteraron que habría una enmienda a la constitución impuesta por Estados Unidos y que las discusiones no aportarían cambios en el ucase imperial. Treinta y un constituyentes realizaron pirotecnias verbales, combates retóricos y angustiosos esfuerzos jurídicos en pro y en contra de aquella desgracia nacional. En las gradas, en el predio de la prensa, el constituyente número 32, como llamaba el pueblo a Márquez Sterling, redactaba a favor de la república con independencia. Pero todos los esfuerzos de los independentistas fueron baldíos. El acendrado maquiavelismo del interventor norteamericano Wood y una sospechosa licencia del general mambí Rius Rivera puso la votación 15 a 14 a favor de la enmienda. Los artículos de Manuel Márquez Sterling referidos a este proceso deberían ser estudiados por la juventud cubana como parte de su formación patriótica.

La república trunca y minusválida nació el 20 de mayo de 1902. Un presidente que ya lo había sido en la manigua, un patriota sufrido y hasta entonces sin tacha, se estrenó como una esperanza general apoyado hasta por su adversario y amigo Bartolomé Masó. Márquez Sterling, feliz como todos pero con su objetivo pesimismo, hizo votos en la página 17 de “Hombres de Pro” de la redacción de El Mundo: “Loado sea Dios si Estrada Palma nos trae un poco de orden, un poco de moral, un poco de decencia. ¡Todo lo hemos perdido en la lucha de los partidos!”

Pero Don Tomás, el honrado administrador del tesoro público nacional, escondía defectos y ambiciones inadvertidas hasta para Gómez y Martí. Solo Márquez Sterling advirtió un “punto oscuro” en su personalidad inmaculada. Luego vio más y más tarde más. Y así, en intensas páginas en que la literatura y la ironía finísimas y el juicio político profético elevan la crítica periodística al rango de estupendos miniensayos, descubrió, tras la fachada digna del patricio que fue patriota, al primer presidente que degradó la política hasta convertirla en negocio personal. Nadie hubiese sido capaz de imaginar en la guerra de los diez años que aquel hombre que entregó la fortuna y la suerte de la familia a la causa de la independencia, por ambiciones reeleccionistas, rogara al presidente Teodoro Roosevelt que invadiera el país y hollara su soberanía. Está documentado que, por las razones que fueran, en aquel avatar histórico, el presidente norteamericano trató de desalentar la petición de intervención del presidente cubano.

Márquez Sterling era intransigente en materia de soberanía. Cuando se creó la asociación de prensa en La Habana, se opuso vehementemente a la candidatura de Nicolás Rivero para presidente de la misma. Rivero, dueño del Diario de la Marina, había sido un tesonero luchador en contra de la independencia de Cuba. Es oportuno reconocer que Márquez fue un polemista valiente. No temió enfrentar a los más difíciles contendores de su época, ni siquiera a los temibles discutidores Manuel Sanguily y Enrique José Varona.

La calidad del intelecto literario de Márquez Sterling iguala el de su ética cívica. Fue un gran escritor y un gran ciudadano. Fue contertulio de Amado Nervo y de Rubén Darío. Su talento fue alabado por Rodo y Justo de Lara, entre otros muchos. Escribió libros de psicología social, de política, de crítica artística y de ajedrez. De este deporte intelectual fue cultor destacado internacionalmente y teórico reconocido. Justo de Lara dijo de él como escritor que era “poseedor de los secretos del idioma y del estilo, observador sincero y penetrante, satírico de burla fina y juguetona, pero sin hiel…” Fue capaz, en leal polémica, de decir a Sanguily que enredaba adrede sus discursos con larguísimos períodos plagados de oraciones incidentales, y a Varona, que a la integridad de su carácter y a la plenitud de su sabiduría, les faltaba la presencia “de una lágrima en la mejilla”.

Márquez Sterling fue humilde servidor diplomático de su patria en varios países, y llegó a ocupar el cargo de Secretario de Estado. Fue presidente de la república durante seis horas, las que le permitieron traspasar el poder del doctor Hevia, depuesto por Batista, al señor Mendieta. Creyó evitar un mal mayor con este acto. Ese mismo año (1934) murió en La Habana.

Nota: Las citas cuya fuente no haya sido señalada en el texto han sido obtenidas en el libro: “Márquez Sterling: escritor y ciudadano”. René Llufríu. La Habana.

José Antonio Quintana (Pinar del Río, 1944).

Economista jubilado.

Médico Veterinario.

Reside en Pinar del Río.

 

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