MARÍA CABRALES DE MACEO. Hija predilecta de Cuba

Parque dedicado por el gobierno costarricense a la memoria de Antonio Maceo y la colonia cubana de Nicoya en Costa Rica. Foto tomada de Internet.

Desde que eran niños se conocían. Todos sabían que se querían por lo que cuando anunciaron su matrimonio, las familias, que eran amigas, no se sorprendieron. María Cabrales y Antonio Maceo vivían en la zona de Majaguabo, cerca de San Luis en Oriente. Antonio era un hombre alto, elegante, de hermosas facciones y carácter fuerte. Ella una mulata hermosa, como la describe la historiadora Nydia Sarabia: con «pelo rizado, más bien alta, de ademanes graciosos. Era una mujer si no bella, interesante»[1]. Tenían mucho en común, sobre todo su amor por Cuba y el deseo de verla libre de prejuicios raciales y del dominio del gobierno español.

Los padres de María, José Ramón Cabrales Fernández y Antonia Fernández Isaac, habían tenido ocho hijos, siendo María la más pequeña de todos los hermanos. Había nacido en la finca San Agustín, el 22 de julio de 1847. No se han encontrado datos sobre su educación, pero todo indica que recibió clases en el hogar o en alguna escuela de Santiago de Cuba. Cuando leemos sus cartas y comunicaciones, esta se nos revela como una mujer de gran sensibilidad. Escribe con apropiada ortografía y redacción, y se expresa bien. Podríamos decir que María era una persona con cierta cultura y educación que iría puliendo con los años.

Antonio, hijo de Mariana Grajales Cuello de ascendencia dominicana, y de Marcos Evangelista Maceo, de origen venezolano[2], había nacido el 14 de junio de 1845 en San Luis, en las afueras de Santiago de Cuba. Su padre le enseñó el manejo de las armas, y desde que tenía 16 años trabajó en la administración de las propiedades de la familia. Mariana, su madre, le inculcó el sentido del orden y del deber. El mayor de todos los hijos heredó de los padres las cualidades de liderazgo, y siempre tuvo interés por la política.

Cuando María y Antonio se van a casar ella tiene 16 años y Antonio 18. La ceremonia se lleva a cabo en la iglesia de San Nicolás de Morón, el 16 de febrero de 1863. Los historiadores han debatido por largo tiempo la cuestión de los hijos. El investigador Manuel Fernández Carcassés[3] afirma que hasta la fecha no existen partidas bautismales de esos hijos por lo que esta información no se puede confirmar. Además, en el testamento de María Cabrales aparece textualmente que «estuvo casada con el lugarteniente general de cuyo matrimonio no tuvo hijos»[4].

El 12 de octubre de 1868, un grupo de mambises se reúne en casa de los Maceo para unirse a la guerra que ha comenzado dos días antes. Esa misma noche María se despide de Antonio y de los hermanos de este, José y Justo, quienes se van a alzar en la zona de Ti-Arriba en Alto Songo. Llega a oídos de los españoles que los Maceo se han alzado por lo que la tropa española se dirige a Las Delicias para incendiar la casa y las cosechas de la familia. Marcos Maceo avisa enseguida a Mariana y esta sale de inmediato con sus hijos hacia los montes de Piloto en busca de refugio. María Cabrales parte semanas más tarde para permanecer en la manigua junto a su suegra los diez largos años de la guerra. 

En los montes, María trabaja como enfermera y allí la vemos curando varias veces a su esposo de las heridas que contrae en los combates. Magdalena Peñarredonda, su gran amiga y también patriota, escribió luego en el periódico El Cubano Libre: «María recuerda con nimia exactitud las veces que, herido y moribundo, trajeron al incansable luchador (Maceo), y allá en medio del monte, sin auxilios, acosados por las tropas españolas, ella curaba con amorosa solicitud una y otra vez aquel cuerpo que parecía insensible al dolor y que el alma grande y generosa de Antonio Maceo lanzaba a la muerte por la redención de Cuba»[5]. Sufriendo las inclemencias del tiempo, a veces sin encontrar que comer y sin poder dormir, bajo constante amenaza de los ataques enemigos, María Cabrales recorrió en múltiples ocasiones las diferentes regiones como Baracoa, Holguín, Guantánamo y otras localidades ofreciendo sus servicios como enfermera. Enrique Loynaz del Castillo[6] la recuerda: «María Cabrales es honroso modelo de la mujer cubana. Ella apareció en el campamento entre los vítores de aquellos valientes orientales que le conocían desde niña las virtudes, aún más admiradas en ella que su irreprochable hermosura. Iba por la montaña agreste y penosa, con sus compañeros; ninguna más ágil para subir a la cumbre, ni más solícita para cuidar a un enfermo»[7].

El exilio

Habían pasado 10 largos años de la guerra. Luego del Pacto del Zanjón y la Protesta de Baraguá, la familia Maceo parte para el exilio de Jamaica. Comenzaba así para María su terrible, largo y azaroso destierro. En 1880 va a Puerto Plata y permanece allí con la familia de Fernando Figueredo[8]. Luego regresa a Jamaica y más tarde va a Honduras a reunirse con Maceo. Reside en ese país por un tiempo con la familia de Máximo Gómez. En 1884 está en Costa Rica para después embarcarse para Nueva Orleans con Máximo Gómez y su familia. Los vaivenes de María en estos años son tremendos. Visita Cayo Hueso; luego en 1885 se embarca para Nueva York. Al año siguiente se establece nuevamente en Jamaica donde permanece hasta 1890, y ese mismo año va a Cuba con Antonio, pero las autoridades españolas los expulsan cuando se descubre que planean una nueva conspiración. Regresa entonces a Kingston, Jamaica mientras Maceo prosigue con sus planes revolucionarios en otros países. Pasa el tiempo y lleva dos años sin ver a Antonio. Un día este le avisa que está ya negociada la tierra de Costa Rica por lo que María viaja a San José para encontrarse con Maceo. Este escoge la península de Nicoya para fundar una colonia de cubanos exiliados, y allí levantan el batey que luego bautizará con el nombre de La Mansión.

José Martí en Costa Rica

El 12 de octubre de 1892 Martí visita Costa Rica y conoce a María Cabrales. De este encuentro surge una gran amistad. Ella le promete ayudarlo con la gesta libertadora, y funda días después el “Club Patriótico José Martí” que, integrado por mujeres, organiza fiestas amenizadas por el gran violinista cubano Brindis de Salas[9], y en las que se recauda dinero para la revolución. Dos años más tarde, el 18 de junio de 1894, la patriota establece el “Club Hermanas de María Maceo” del que es presidenta. Este club también realiza veladas y rifas. Más tarde ayuda en el “Club Cubanas y Nicoyanas” hasta su disolución en 1898. De aquellos trabajos por la independencia, Loynaz del Castillo nos ha dejado otra hermosa estampa: «Yo la he visto en Costa Rica. Va a cada hogar cubano, y son para ella los honores y el corazón. Y las señoras y las niñas se agrupan en torno suyo y ahorran para poner en sus manos el dinero que sirve a la guerra». Martí la menciona con gran cariño en 1893: «María, la mujer, nobilísima dama, ni en la muerte vería espantos porque le vio ya la sombra muchas veces. […] En sala no hay más culta matrona, ni hubo en la guerra mejor curandera. Con las manos abiertas se adelanta a quien le lleve esperanza de su tierra y con silencio altivo ofusca a quien se la desconfía u olvida»[10].

En 1894 vuelve Martí a visitar Costa Rica, esta vez acompañado por Panchito Gómez Toro, hijo mayor de Máximo Gómez. Llegan a Puerto Limón el 5 de junio, y es Panchito quien narra aquel encuentro tan emotivo en el que todos se abrazan, están alegres y aflora el cariño y el entusiasmo: «A San José llegamos en el tren de las 5 -dice Panchito. En la estación esperaban los coches […]. Fuimos a casa de María [Cabrales]. Entramos por la puerta por donde entra la gente a comprar, y mucho quehacer había en la del amigo, donde es María como la dueña. Como de madre fue el abrazo largo y me preguntaba ansiosa por Clemencia[11], y mamá, la compañera de otros tiempos, y papá de quien tiene el retrato que le regaló en la primera hoja del Álbum»[12]. Luego se reúnen en casa del matrimonio cubano integrado por Eduardo Pochet[13] y su esposa Florencia Lacoste Lagovigne. Según lo describe Panchito, están todos en torno a una mesa larga con un mantel blanco, y se comparte en camaradería: «El [Pochet] vino a llevarnos pronto y fuimos todos y se sentó Martí a la cabecera, María a su derecha, con gracia y modestia, Eduardo frente al delegado, pero muy lejos de tan grande que era la mesa. Se conversaba de cosas alegres, se brindaba por Cuba y por las mujeres. Tempranito al otro día volvíamos a casa de Pochet a tomar la última taza de café antes de partir. María nos llenaba de regalos cariñosos, y hasta un pollo asado de alforja para la jornada larga que íbamos a empezar».  Nos parece estar allí con ellos, compartiendo aquel momento tan íntimo. Verdaderamente tuvo que ser entrañable aquella reunión de amigos donde reinaban la amistad, la alegría y el patriotismo.

“[…] te abandono por nuestra patria, que tan afligida como tú reclama mis servicios llorando en el estertor de la agonía. Piensa que tu sufriendo y yo peleando por ella seremos felices: tú amas su independencia, y yo adoro su libertad”.[14]

Carta de Maceo a María Cabrales

La guerra  

Luego de años de preparativos, al arribar el 1895 llega el día fijado para ir a la lucha. Al partir Maceo hacia Cuba, sabiendo que en su esposa se combinaban el amor de mujer y el de la patriota, le escribe desde el muelle en Puerto Limón: «Cuando en tu camino como en el mío, lleno de abrojos y espinas se presentaran dificultades que solo tu virtud podrá vencer confiado, pues es esta, tu más importante cualidad, te abandono por nuestra patria, que tan afligida como tú reclama mis servicios llorando en el estertor de la agonía. […] Tú has pasado conmigo los horrores de aquella guerra homicida[15], sabes mejor que nadie cuánto vale el sacrificio de abandonarte por ella; cuánto importa el deber de los hombres honrados. El honor está por sobre todo […] si venzo, la gloria será para ti»[16]. Y luego, alentándola a la vez que la reconforta, le dice: «La patria, ante todo. Tu vida entera es el mejor ejemplo… consérvate buena y quiere a tu negro que no te olvidará jamás”. Fuertes palabras y un gran compromiso el de Maceo y también el de María. Difícil debió ser para los dos dar este paso tan importante por Cuba, pero eran patriotas verdaderos. Ella lo supo hacer con valentía e integridad. No se quejó ni reclamó; no se acobardó, sino que supo afrontar la angustia, el sacrificio y la ausencia del esposo con entereza.

Era el 25 de marzo de 1895 cuando salió Maceo de Puerto Limón para Cuba en el Adirondak. Tendría María que ocuparse de las propiedades, de la comunidad de Nicoya y de las cuentas. Su fortaleza espiritual la ayudó a continuar su labor patriótica sin decaer. Maceo supo por cartas de los amigos, que María estaba entregada por entero a las actividades con los emigrados. Se ganó así la admiración y el cariño de todos los que la rodeaban. 

Muerte de Maceo 

Pero un día la prensa empezó a publicar versiones sobre la supuesta muerte de algunos de los principales líderes por lo que María tuvo que acostumbrarse a esperar a que las noticias fueran verificadas. Para consternación general la noticia llegó: Maceo había caído en combate el 7 de diciembre de 1896. Con el corazón destrozado sentía una pena profunda; ya no lo volvería a ver más. Los mensajes de condolencia llegaban de todas partes, y la noticia se publicó en todos los periódicos del mundo. El 25 de diciembre de 1896, Estrada Palma le ofrece a María el pésame: «Noble Señora, enjugad vuestro llanto, templad vuestro espíritu en el ardor fervoroso de la patria, de quien sois hija predilecta, y enseñadnos con vuestro ejemplo de fortaleza a no desmayar jamás en la obra de redención, por cruentos que sean los sacrificios».[17] María contesta a Tomás Estrada Palma: «He necesitado oír su categórica y autorizada voz para creer que mi adorado Antonio no gozará la más dominante aspiración de su tormentosa existencia a cuya consecución dedicó su vida, la independencia de nuestra Cuba. Dios todopoderoso así lo ha dispuesto; acatemos con cristiana obediencia tan terrible resolución»[18]

Marcada por las guerras, la muerte y la necesidad, María Cabrales resistió la profunda amargura ante la pérdida del ser que ella más amaba. ¿En quién buscó alivio a sus penas? ¿Cómo habría sobrellevado el dolor? María no gozaba de buena salud, lo cual no ayudaba al estado de tristeza en el que se encontraba. Máximo Gómez le escribe el 2 de enero de 1897 desde Las Villas: «Ud. que es mujer, Ud. que puede, sin sonrojarse ni sonrojar a nadie, entregarse a los inefables desbordes del dolor, llore, llore María, por ambos, por Ud. y por mí, ya que a este viejo infeliz no le es dable el privilegio de desahogar sus tristezas intimas desatándose en un reguero de llanto. El infortunio hace hermanos… fraternizo con Ud. en toda la amargura de su soledad y de sus sufrimientos. Su afectísimo amigo, M. Gómez».[19]

La salud de María fue de mal en peor. Decidió salir de San José y refugiarse en su finca de Nicoya. Desde allí le escribe a Josefina Loynaz, vicepresidenta del “Club Hermanas de María Maceo”, y le dice: «Pero la necesidad de buscarle a mi enferma existencia la salud, me hace pasar al campo para vigorizar el espíritu, y desde allí trabajar por Cuba, hasta caer batallando por ella o verla redimida. Así es como entiendo el homenaje que debo tributar sobre la tumba de mi Antonio y su leal Panchito».[20] Y continúa: “las que perdemos el esposo o el hijo en la guerra, no podemos menos que proporcionar los medios como evitar gastos que no sean para auxilio de los que tienen el arma al hombro».[21] No quiso ocasionar ningún gasto por su viudez. ¡Esas eran nuestras grandes mujeres cubanas! Al poco de morir Maceo, el gobierno costarricense embargó la casa de María y Antonio debido a algunas deudas que Maceo había dejado pendientes en Costa Rica. Pero en Nicoya trabaja María moliendo caña para poder reunir el dinero de la deuda que ascendía a 700 pesos. Más tarde entregó esa cantidad al cobrador del gobierno. Esto nos muestra el concepto tan elevado de la responsabilidad, del honor y del compromiso que se tenía entonces.

Fin de la guerra y regreso de María a Cuba  

Por fin llegan a Costa Rica noticias del fin de la guerra en Cuba. María Cabrales regresó a la Patria, el 13 de mayo de 1899. Viuda, enferma y carente de recursos, desembarcó en La Habana con el rostro cubierto por un velo negro. Los periódicos le dieron la bienvenida: «A la patria, después de largos años de ausencia, llegó hoy la Sra. María Cabral (sic) viuda del egregio caudillo oriental Antonio Maceo»[22]. Pasó a residir a Santiago de Cuba donde se vinculó en diversas tareas patrióticas a pesar de estar delicada de salud. El Centro de Veteranos la nombró directora del Asilo Huérfanos de la Patria, quedando totalmente conmovida ante el cuadro de miseria y necesidades que tenían las mujeres y los niños, en especial las viudas y los huérfanos de la guerra. Sostiene encuentros en La Habana con el “Club Infantil del barrio del Arsenal”, con las Ligas de Lavanderas y Planchadoras, el gremio de Limpiabotas, la Unión Fraternal, y con algunas distinguidas mujeres de la capital.[23]

El primero de mayo de 1905, Manuel Grau del Ejército Libertador, se dirige al poblado de Boniato para entregar un cheque a María Cabrales por la cantidad de tres mil pesos que le correspondía como viuda del lugarteniente. María está ya tan delicada que casi no lo puede recibir. El 10 de mayo de 1905 dicta testamento ante notario, y el 28 de julio, fallece mientras era trasladada desde su finca San Agustín a Santiago de Cuba para recibir asistencia médica. Carlos Forment[24] escribía entonces: “[…] En el mismo local del Ayuntamiento de aquella villa, fue embalsamado su cadáver, conducido luego a la una y media de la madrugada del día 29, y llevada en doliente manifestación a la casa de su hermano Fabián. A las once de la mañana fueron trasladados sus restos al Gobierno Provincial donde quedaron tendidos congestionándose a poco los salones con una gran cantidad de coronas y ramos de flores. A las cuatro de la tarde partió el fúnebre cortejo con la asistencia de todo el pueblo, desde las más altas autoridades a los más humildes ciudadanos».[25] 

Mucho nos debe inspirar la vida de esta buena y sencilla mujer que supo anteponer la causa de la libertad a la de sus intereses personales. “Hija predilecta de Cuba” como dijera de ella Estrada Palma, María Cabrales de Maceo será siempre ejemplo de la mujer cubana consagrada a los grandes valores e ideales. Aprendamos de su altruismo, nobleza, y gran amor a Cuba.  

Bibliografía

  • Franco, José Luciano: Antonio Maceo: apuntes para una historia de su vida, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
  • Gómez Toro, Bernardo: Revoluciones… Cuba y hogar, Editora Alfa y Omega, Santo Domingo, República Dominicana, 1986, p. 100.
  • La Discusión, 19 diciembre, 1899.
  • La Independencia, No. 109, vol. II, 13 de mayo de 1899.
  • Loynaz del Castillo, Enrique: “La mujer cubana, María Cabrales de Maceo”, periódico Patria, año III, No. 141, 15 de diciembre de 1894.
  • Martí, José: Patria, 6 de octubre, 1893.
  • Portuondo Zúñiga, Olga: Aproximaciones a los Maceo, Editorial Oriente, Santiago de Cuba 2005.
  • Sarabia, Nydia: María Cabrales, Editorial Gente Nueva, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1976.
  • Torres Elers, Damaris: “Tu vida entera es el mejor ejemplo”, en Aproximaciones a los Maceo, Editorial Oriente, Santiago de Cuba 2005.
  • ________: Mariana Grajales y María Cabrales: dos mujeres en el corazón del Maestro, Editorial Oriente, Santiago de Cuba 2003.
  • Zamora, Bladimir: Papeles de Panchito, Editora Abril, La Habana 1987.

 

Referencias

  • [1] Nydia Sarabia: María Cabrales, Editorial Gente Nueva, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1976, p. 80.
  • [2] Contrajeron matrimonio en 1852 en San Nicolás de Morón durante una misión del arzobispo San Antonio María Claret.  Ver Aproximaciones a los Maceo, Ob. Cit., p. 305.
  • [3] Olga Portuondo Zúñiga: Aproximaciones a los Maceo, Editorial Oriente, Santiago de Cuba 2005, p. 343.
  • [4] Damaris Torres Elers: “Tu vida entera es el mejor ejemplo”, en Aproximaciones a los Maceo, Editorial Oriente, Santiago de Cuba 2005, p. 343.
  • [5] Portuondo Zúñiga, Ob. Cit., p. 346.
  • [6] Enrique Loynaz del Castillo, (República Dominicana 1871 – La Habana 1963), autor de la letra del Himno Invasor para el ejército independentista. Amigo y auxiliar de José Martí y edecán del general Antonio Maceo. Padre de la escritora Dulce María Loynaz.
  • [7] Enrique Loynaz del Castillo: “La mujer cubana, María Cabrales de Maceo”, periódico Patria, año III, no. 141, 15 de diciembre de 1894, p. 3.
  • [8] Fernando Figueredo Socarrás, ingeniero e historiador camagüeyano. General de Brigada del Ejército Libertador.
  • [9] Brindis de Salas (1852-1911) fue un músico y violinista cubano. Fue considerado el mejor violinista de su época, también llamado “El rey de las octavas”.
  • [10] José Martí: Patria, 6 de octubre, 1893, carta de Maceo a María Cabrales.
  • [11] Clemencia Gómez Toro era la hija mayor de Máximo Gómez y de Bernarda Toro Pelegrín.
  • [12] Bladimir Zamora: Papeles de Panchito, Editora Abril, La Habana 1987.
  • [13] Eduardo Pochet, patriota cubano residente en Costa Rica desde 1875. Tenía junto a su hermano reposterías de renombre en San José.
  • [14] Sarabia: Ob. cit., Carta en el Archivo Nacional de Cuba, Fondo Donativos y Remisiones, leg. 621, No. 80.
  • [15] Se refiere a la Guerra de los Diez Años.
  • [16] Sarabia, Ob. Cit., carta en el ANC, Fondo Donativo y Remisiones, leg. 621, No. 80.
  • [17] Torres Elers: Ob. Cit., p. 350.
  • [18] Portuondo: Ob, Cit., carta fechada en San José, 20 de enero 1897.
  • [19] Bernardo Gómez Toro: Revoluciones… Cuba y hogar, Editora Alfa y Omega, Santo Domingo, República Dominicana, 1986, p. 100.
  • [20] José Luciano Franco: Antonio Maceo: apuntes para una historia de su vida, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
  • [21] Damaris Torres Elers: Mariana Grajales y María Cabrales: dos mujeres en el corazón del Maestro, Editorial Oriente, Santiago de Cuba 2003, p. 139.
  • [22] Periódico La Independencia, No. 109, vol. II, 13 de mayo de 1899, p. 1.
  • [23] Portuondo, Ob. Cit., p. 355. Publicado también en el periódico La Discusión, 19 diciembre 1899, p. 1.
  • [24] Escritor y continuador de la obra de Emilio Bacardí, Crónicas de Santiago de Cuba.
  • [25] Emilio Bacardí y Carlos Forment: Crónicas de Santiago de Cuba, tomo I, Editorial Arroyo, Santiago de Cuba, 1953, p. 151.

 


  • Teresa Fernández Soneira (La Habana, 1947).
  • Investigadora e historiadora.
  • Estudió en los colegios del Apostolado de La Habana (Vedado) y en Madrid, España.
  • Licenciada en humanidades por Barry University (Miami, Florida).
  • Fue columnista de La Voz Católica, de la Arquidiócesis de Miami, y editora de Maris Stella, de las ex-alumnas del colegio Apostolado.
  • Tiene publicados varios libros de temática cubana, entre ellos “Cuba: Historia de la Educación Católica 1582-1961”, y “Mujeres de la patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba” (2 vols. 2014 y 2018).
  • Reside en Miami, Florida.
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