Por Dagoberto Valdés Hernández
Todas las naciones de la tierra se conmovieron con el tránsito a la eternidad de Nelson Mandela. Frente a su muerte, más que frente a su vida, se reunieron tirios y troyanos, demócratas y autoritarios, dictadores y líderes religiosos, presidentes y ciudadanos danzando. Llovió desde el cielo, lloraron la despedida los hombres honestos de la Tierra.
Ha muerto uno de los seres humanos más íntegros, coherentes y admirados del siglo XX. Voló el polvo de su vida, queda el aliento de su espíritu. Creció, se irguió, elevó su alma grande, hasta trascender. Sirvió, sirvió, sirvió, hasta ser todo para los demás. Sufrió, perdonó, dialogó, negoció, hasta conseguir la plenitud de la libertad: que es liberarse por dentro, no sucumbir al odio, ni dejarse atar por la venganza. Así lo expresó:
No soy más virtuoso o sacrificado que cualquier otro, pero descubrí que ni siquiera podría disfrutar de las escasas y restringidas libertades que se me concedían mientras mi pueblo no fuera libre. La libertad es indivisible… Sabía mejor que nadie que es tan necesario liberar al opresor como al oprimido. Aquel que arrebata la libertad a otro es prisionero del odio, está encerrado tras los barrotes de los prejuicios y la estrechez de miras. Nadie es realmente libre si arrebata a otro su libertad, del mismo modo en que nadie es libre si su libertad le es arrebatada. Tanto el opresor como el oprimido quedan privados de su humanidad. Cuando salí de la cárcel esa era mi misión: liberar tanto al oprimido como al opresor. (1)
Mandela era un príncipe africano de nacimiento y alcanzó el mayor título de nobleza posible: fue el padre de una Nación libre, democrática, multirracial, próspera y moderna. Fue perseguido por este noble afán, como ocurre cuando los países caen en la opresión y la miseria de espíritu. Fue torturado, encarcelado, desprestigiado, difamado, descalificado, como ocurre con los hombres que son luz en la oscuridad. En todos estos sufrimientos fue valiente y tuvo miedo. Porque los hombres y mujeres de verdad, tienen miedo en la audacia y aprenden a sacar audacia del miedo vencido. Eso lo sabemos todos los que hemos tenido la suerte de vivir en un país sin libertad de espíritu. Así lo expresó Mandela:
He tenido ocasión de ver cómo hombres y mujeres arriesgaban y entregaban sus vidas por una idea. Les he visto soportar toda clase de agresiones y torturas sin ceder ni un ápice, haciendo gala de una fuerza y una tenacidad más allá de todo lo imaginable. Tuve ocasión de aprender que el valor no consiste en no tener miedo, sino en ser capaz de vencerlo. He sentido miedo más veces de las que puedo recordar, pero siempre lo he ocultado tras una máscara de audacia. Un hombre valiente no es el que no siente miedo, sino el que es capaz de conquistarlo. (2)
Logró la libertad para su pueblo, pudo superar la lucha armada y la violencia cambiando los métodos de lucha según se movieran sus adversarios. Quienes -dijo- son los que deciden el tipo de métodos de lucha que debemos usar en dependencia de si abren la negociación o eligen la cerrazón. Logró que un país dividido entre blancos y negros, construyeran juntos, negros y blancos, una gran nación libre y multiétnica. Fue un paradigma para la humanidad, un símbolo para los luchadores pacíficos, un ejemplo de político negociador, un defensor del diálogo como el mejor camino hacia la libertad, pero no se entronizó en la gloria, no se perpetuó en el poder, solo gobernó un período presidencial, no usó su enorme influencia de padre para ejercer sobre sus hijos el autoritarismo paternalista, no redactó una constitución para mantener el poder en el cargo o en la sombra, gobernó, y lo hizo bien, con la inconmensurable autoridad moral que le concedió el sacrificio y la inteligencia de la negociación. Pero cuando terminó su mandato, se retiró. Se retiró de verdad y dejó claro, en su primer discurso en Ciudad del Cabo, luego de ser liberado, ante una multitud enaltecida por el líder:
Amigos, camaradas y simpatizantes de Sudáfrica: ¡Os saludo en nombre de la paz, la democracia y la libertad para todos! Me presento ante vosotros, no como un profeta, sino como vuestro humilde servidor, como un servidor del pueblo. Vuestro incansable y heroico sacrificio ha hecho posible que hoy me encuentre aquí. Por ello, pongo en vuestras manos los días de vida que puedan quedarme. (3)
Y al narrar este momento sin par, Mandela dice en su autobiografía:
Hablaba de corazón. Antes de nada, quería expresar ante el pueblo que yo no era ningún mesías, sino un hombre corriente que se había convertido en un líder por circunstancias extraordinarias. (4)
No prometió el paraíso, ni el mejor país del mundo, ni un futuro luminoso que se alejaría cada año en un horizonte inalcanzable e ineficiente. Mandela, por el contrario, puso delante de su pueblo, “el largo camino hacia la libertad” que viene detrás de la transición hacia la democracia. No dijo que el Estado haría el país, puso la nación en manos de sus ciudadanos. No dijo que él lo dirigiría e inventaría todo, sino que dijo que todos tendrían que inventar el nuevo país. Y lo hizo. Fue lo único que hizo. Devolver la soberanía de la nación, arrebatada por el apartheid, a todos los ciudadanos. Así lo dijo claramente:
Del mismo modo que le decíamos a la gente lo que pensábamos hacer, en mi opinión debíamos explicarles lo que no podíamos hacer. Mucha gente creía que su vida cambiaría de la noche a la mañana tras unas elecciones libres y democráticas, pero aquello distaba mucho de ser cierto. A menudo le decía a las multitudes: No esperéis conducir un Mercedes el día siguiente de las elecciones, ni nadar en vuestra propia piscina. A nuestros seguidores les advertía: La vida no experimentará ningún cambio espectacular, salvo en lo que se refiere a que vuestra autoestima aumentará, y a que os habréis convertido en ciudadanos en vuestro propio país. Debéis tener paciencia. Tal vez tengáis que esperar cinco años antes de ver resultados. Les desafiaba y me negaba a adoptar con ellos una actitud paternalista: Si queréis seguir viviendo en la pobreza, sin ropa ni comida, id a beber en los shebeens. Pero si queréis algo mejor, tendréis que trabajar mucho. No podemos hacerlo todo por vosotros. Tendréis que conseguirlo por vosotros mismos. (5)
Fue, antes de un político, un trabajador cívico, un educador de su pueblo, un mentor de la soberanía ciudadana y de la eticidad humana. Vio lejos y vio profundo. Previó la corrupción, el vandalismo y el analfabetismo cívico. Podríamos decir que le preocupaba más el deterioro moral, la pérdida de virtudes, el daño antropológico que la libertad sin ética. Así lo expresó, después del triunfo:
A los estudiantes les dije que había que regresar a sus estudios. Hay que controlar la criminalidad. Les dije que había oído que había delincuentes haciéndose pasar por luchadores por la libertad, acosando a gente inocente e incendiando vehículos; aquellos sinvergüenzas no tenían sitio en la lucha. La libertad sin civismo, la libertad sin capacidad de vivir en paz, no era libertad en absoluto. (6)
Y Mandela, es un hombre de su familia y para su familia pero en un país que no quería que esto fuera así. Sus largos años de vida tras el triunfo y después de entregar la presidencia fueron años con su familia, con su enorme descendencia. En todas las fotos posteriores estaba rodeado por hijos, nietos, bisnietos. Sería quizá la compensación de lo que no tuvo. El consuelo por el tiempo que perdió en el hogar, por las veces que las circunstancias lo obligaron a hacer dejación de lo que nunca quiso dejar: su familia. Es el drama de todo hombre público, de todo activista cívico, de todo político que le toca vivir en la opresión y luchar por la libertad. Recordemos a Céspedes, Agramonte, Martí, los Maceo y tantos otros, sin nombre pero con familias destrozadas. Así lo narra este líder monumental que por ello no dejó nunca de venerar a su familia:
En la vida, todo hombre tiene dos tipos de obligaciones igualmente importantes: las que le reclama su familia… y las que contrae con su pueblo… En una sociedad civilizada y tolerante, todo hombre puede cumplir con esas obligaciones con arreglo a sus propias inclinaciones y capacidades. Pero en un país como Sudáfrica era imposible para un hombre de mi procedencia y color hacer honor a ambas obligaciones. En Sudáfrica un hombre de color que intentara vivir como un ser humano era castigado y aislado. En Sudáfrica, todo hombre que intentara cumplir con sus deberes para con su pueblo quedaba inevitablemente desarraigado de su familia y su hogar y se veía obligado a vivir una vida aparte, una existencia en la oscuridad… en un principio no elegí poner a mi pueblo por encima de mi familia, pero al intentar servir al primero descubrí que eso me impedía hacer honor a mis obligaciones como hijo, hermano, padre y esposo. (7)
Y a todo esto se repuso el hombre, servidor, padre de la nación y forjador de la libertad de su pueblo. “Fue un milagro” -dijeron sus contemporáneos. “Ha sido un milagro”-dijeron los que lo conocieron. En el mes de septiembre de 2013, tuve la suerte y el honor de conocer personalmente el presidente Frederick De Klerk en el Encuentro de Foro 2000 en Praga.
Allí tuve el testimonio del más grande milagro: el de la propia superación personal y el de la liberación interior de dos hombres que lograron vencer los prejuicios, rechazar la violencia, poner a su Patria por encima de sus intereses y sus partidos, y negociar la paz. Le expresé a De Klerk mi alta consideración por todo lo que tuvo que cambiar en sí mismo. Y me respondió que no había sido él el que más había tenido que cambiar, que él era un hombre educado en Occidente, con el diálogo y la democracia, la lucha pacífica y la negociación política como paradigmas, no siempre fáciles de vivir. Pero que Nelson Mandela había tenido que cambiar mucho más, habiendo nacido en una etnia guerrera, habiendo militado en un partido que optó por la lucha armada, habiendo tenido que sufrir que sus propios amigos le tildaran de traidor por sentarse en la mesa de diálogo. El asombro por aquella valoración, honesta y espontánea, no impidió que a la vez reconociera en el expresidente que tenía enfrente a otro “gran hombre”, como le había calificado el mismo Mandela. Era otro milagro de la paz.
Con mucha razón, por todos estos testimonios y por toda su vida y la del mundo en que le tocó vivir, su pueblo llamó a Nelson Mandela como “El Madiba”, lo que significa: el hombre que ha realizado el milagro.
Amigo Madiba, te ruego como cubano, como ciudadano del mundo que tú ayudaste a ser más libre por dentro:
¡Inspira, en el resto de las naciones que lo necesitan, el milagro de la libertad!
Referencias
- 1.Nelson Mandela, “Un largo camino hacia la libertad”. Autobiografía. p. 646-647. Ediciones El País/Aguilar. Madrid 1995.
- 2.Ídem. p. 644-645.
- 3.Ídem, p. 585-586.
- 4.Ídem, p. 586.
- 5.Ídem, p. 636.
- 6.Ídem, p. 590.
- 7.Ídem, p. 645.
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Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004,
“Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.