Siempre he reconocido mi amor por los estudios históricos y en particular por los dedicados a desentrañar los entresijos de los anales locales. Debo tal afición a mi padre que con frecuencia me recordaba la máxima martiana de que el municipio es la sal y fuerza de la república.
Casi todos los domingos de mi niñez, salía con él a recorrer las calles de mi Cárdenas natal. Con un entusiasmo sólo suyo y muy contagioso, me contó una y otra vez la crónica de parques, establecimientos y casas, algunas de las cuales eran de “malos manejos”. Y a mí se me agrandaban los ojos, el corazón y la imaginación, intentando dilucidar sus dichos y anécdotas.
Muchos de aquellos itinerarios concluían en la Plaza de Colón, frente al hotel La Dominica. Junto a él me narraba los hechos de la toma de la ciudad por el general venezolano Narciso López de Uriola y señalaba hacia el palacete que funcionaba como Casa de Gobierno, cuando el 19 de mayo de 1850 se izó allí por primera vez en Cuba nuestra bandera nacional.
Los sucesos de aquel memorable día, colocaron a Cárdenas dentro del grupo reducido de poblaciones que tienen en nuestra isla un vínculo directo con los símbolos patrios que encarnaron los momentos y actos fundantes de la nacionalidad cubana. Unos años antes, hacia 1846, el rico hacendado habanero Alejandro Rodríguez-Capote y de la Cruz, había construido un palacete de estilo neoclásico, de dos plantas, en los terrenos donde existió una casona de madera y tejas, que había servido como templo, en el que se celebró la primera misa de la población, en la esquina formada por las calles Real de Isabel II y de la Princesa o de los Franceses. En la planta baja se situó una sastrería y en la alta sesionaba la Junta Municipal de Cárdenas desde el 19 de noviembre de 1846. El hecho de que Rodríguez-Capote arrendara su edificio a la Junta Municipal, lo convirtió en el centro visible del poder colonial en la población y, por tanto, en uno de los principales objetivos en los primeros momentos del plan diseñado por Narciso López.
Aunque la bandera nacional antes de llegar hasta aquí, primero fue desplegada en el muelle en la bahía cardenense, luego por las calles de la población por donde avanzaron las tropas y, un poco más tarde, clavada en el centro de la plaza, justo frente a la puerta principal del templo parroquial, que hacía apenas cuatro años había sido inaugurado, lo cierto es que con aires de dominio y soberanía, fue enarbolada por primera vez en Cuba en los altos del principal edificio gubernamental que se hiciera mucho más famoso tras instalarse en sus predios el hotel y restaurante La Dominica.
El 13 de mayo de 1850, la expedición con destino a Cárdenas, zarpó del muelle Leveé, en New Orleans, Estados Unidos de América. Para desorientar a las autoridades norteamericanas, los expedicionarios expresaron que se dirigían hacia San Francisco, California. Sin embargo, encaminaron sus pasos hacia Cozumel. El día 14 navegaban por las aguas del Contoy y a las tres y media de la madrugada del domingo 19 de mayo penetraban en el puerto de Cárdenas.
Desembarcaron por el muelle de Lucas Muro. El embarcadero se encontraba situado donde la firma “José Arechabala, S. A.” construyó en la década de 1940 una casa social y de descanso para sus trabajadores. Muchos años después se situó allí el cabaret “El Litoral” y luego la “Casa del Marino”, edificación hoy desaparecida junto con el esplendor que en otro tiempo tuvo el malecón cardenense.
Una vez formados en dicho atracadero, bordearon la poceta de Muro hasta alcanzar la intersección de las calles Ruiz y Héctor. Aquí el coronel Pickett, uno de los jefes de la expedición, con unos cuantos soldados del regimiento de Kentucky, se separó y se dirigió a la estación de trenes para tomarla, lo que pudo lograr con pocos esfuerzos.
Situados en la calle de Ruiz, el resto de los hombres siguió hasta la calle de Pinillos y por ésta hacia la de Real, hoy Avenida de Céspedes, por donde avanzaron hasta detenerse en la esquina de Real y Aranguren, frente al cuartel y cárcel del pueblo, donde hoy radican el correo central y la logia “Cárdenas”. Se intercambiaron algunos disparos con los soldados españoles que se encontraban allí hasta ser tomada la instalación.
No obstante, lo más recio del combate se sostuvo desde el centro de la actual Plaza de Colón, que entonces había sido bautizada como Plaza de Quintayros, hacia el edificio sede del gobierno local. Según Carlos Hellberg, uno de los primeros historiados de Cárdenas, Narciso López estableció una tienda de campaña en el centro de la plaza y desde allí dirigió el ataque de sus tropas contra la casa de gobierno.
El coronel Florencio Cerutti, gobernador militar de Cárdenas, tratando de hacer frente a la ofensiva de López y en contra de la opinión de uno de sus subordinados, decidió responder con las pocas fuerzas con que contaba, contraatacando desde los balcones y la azotea de la casa de gobierno.
En aquellos días una epidemia de cólera diezmaba la población, lo que había urgido a establecer perentoriamente un cementerio, que luego fue el primero que existió y, como otra medida profiláctica, según los conocimientos y métodos del momento, se había reducido el número de militares en el pueblo, dispersándolos entre los cuarteles de la jurisdicción. Pero resultaba obvio que, aún hidalga, la opción de Cerutti lo había llevado a una trampa, aunque gozara de su posición de altura sobre los atacantes, pero esto solo por el frente. Narciso López, cansado de un tiroteo que sabía inútil dada su gran experiencia, ordenó prender fuego al edificio. Mandó traer de una bodega aledaña, conocida como la de Pallimonjo, ubicada en la misma esquina de Real y Princesa, pero en la acera de enfrente, varios bidones de petróleo. Dando un breve rodeo llegó hasta los bajos de La Dominica, donde radicaba la sastrería, tomó telas y trapos y, empapándolos en el combustible comenzó a lanzarlos a varios puntos del edificio, sobre todo a la puerta principal que daba acceso a los altos por la calle de la Princesa.
Don Alejandro Rodríguez-Capote, que se encontraba cercano a Cerutti, comenzó a percibir el peligro de incendio que se cernía sobre su nuevo edificio, incluso sobre su propia casa, colindante con la Consistorial. Tanto el chamuscado como el humo ascendentes hacían imposible la resistencia, por lo que gritó al inquilino: “ríndete, hermanito, que nos queman la casa”.
Cerutti, hostigado por casi todos los flancos, decidió la rendición, mandó sacar una bandera blanca al balcón, blasón que se improvisó con una saya de Regla Rodríguez-Capote, una de las hijas del propietario del edificio y la hizo flotar en la punta de una bayoneta. Una vez cesó el tiroteo, depuso sus armas en la plaza acompañado del capitán Crespo, el mismo que le había indicado lo ilógico de atrincherarse. Por su parte, Rodríguez-Capote suplicó a López que mandara a apagar el fuego en la casa. Serían entre las siete y ocho y media de la mañana del domingo 19 de mayo de 1850.
Luego, los hechos fueron intencionadamente modificados por ambas partes. Por una, el gobierno español, con sentimientos profundos de ultraje, rebajó cuanto pudo los acontecimientos. Por la otra, los expedicionarios de mayor graduación militar exageraron el número de soldados españoles, con ello hacían más fastuosa la victoria inicial y justificaban la desconcertante retirada.
Horas más tarde de la rendición, López volvió a la casa de gobierno para tomar el dinero que había. Hizo lo mismo con lo situado en la Administración de Rentas Reales, sumando todo $6,624.75. En ambos lugares extendió un recibo a los funcionarios correspondientes para que no quedara en entredicho la honestidad de nadie.
Al parecer el general López desembarca con la idea de tomar Cárdenas, reaprovisionarse y partir hacia la ciudad de Matanzas, donde se suponía con un mayor número de partidarios. Allí intentaría cortar las comunicaciones entre La Habana y el resto centro oriental de la isla, la que sublevaría contra el Capitán General. Tanto es así que apenas poseída Cárdenas, el Creole, embarcación en la que viajó, fue descargado y remitida toda su vitualla hacia los coches de carga en la estación de trenes, ubicada entonces en un sitio mucho más lejano que la terminal actual. Sin embargo, muy pronto cambió sus designios, mandó desalojar los trenes y volver con el material al buque, en una operación que duró hasta bien entrada la tarde. La repentina variación se produjo ante la constatación del hecho de que los cardenenses no lo secundaron como esperó.
La inacción local al parecer estuvo determinada por tres motivos fundamentales. El primero por el temor a las represalias de las autoridades coloniales, como en efecto tuvieron lugar, en algunos casos con alta crueldad. El segundo a que al general venezolano lo seguía una aureola anexionista, y era noticia fresca la incorporación por parte de los Estados Unidos de una gran porción del territorio perteneciente a México. Un tercer motivo, no menos poderoso, el económico, venía de la mano de los intereses de la sacarocracia asentada en Cárdenas, un conflicto de esta envergadura ponía en alto riesgo sus cuantiosas inversiones.
Finalmente, la posibilidad de seguir por ferrocarril hacia Matanzas, la frustró un grupo de obreros de los talleres ferrocarrileros que levantaron las líneas. Con esta acción impidieron la salida y la entrada por esta vía.
Enterados de la expedición, los soldados que estaban apostados en las instalaciones más cercanas, fueron enviados para Cárdenas. Habiéndose reunido en las afueras del pueblo, comenzaron a penetrar en él lentamente por la calle Real de Isabel II hasta detenerse en la de la Industria.
Por su parte, los expedicionarios se ubicaron en las esquinas de Ayllón y Aranguren y de Laborde y Aranguren, cubriendo la retaguardia al grupo formado en la plaza de Quintayros. En ese momento se produjo un hecho sorpresivo y suicida por parte del cabo de la Segunda Compañía de Lanceros del Rey, Feliciano Carrasco Martín, quien se lanzó con su caballo a toda carrera contra las tropas de Narciso López, que se encontraba en la citada plaza, lo dejaron pasar y su bestia fue herida en la plaza de la Marina, sita en Real y Pinillos. Allí, en duelo con el cubano Juan Manuel Macías, uno de los jefes de la expedición, encontró la muerte.
Sin embargo, la temeraria acción de Carrasco propició la ruptura del cordón que habían establecido los de López, quienes comenzaron a replegarse hacia el Creole, llevando como rehenes al coronel Cerutti y a su ayudante el capitán Segura, quienes fueron liberados más tarde en un cayo de la bahía de Cárdenas.
Juan Manuel Macías, abanderado de la expedición, fue quien recogió la bandera en el momento de la retirada. Con ella se cubrió el féretro de Francisco Vicente Aguilera cuando su cadáver fue expuesto en la Casa Consistorial de Nueva York. Alicia Macías Brown, hija del abanderado, donó en 1918 la enseña al general Mario García Menocal Deop, presidente de la República. Menocal la obsequió a su vez a Manuel Sanguily, y en 1954, su hijo el doctor Manuel Sanguily Aristi, donó la reliquia al Senado de la República de Cuba. Hoy se atesora, exhibe y venera en la sala de las banderas del museo de la ciudad de La Habana, en el antiguo palacio de los Capitanes Generales.
Mi padre me contaba con tal vehemencia estos hechos, que quedaron grabados en mi memoria. Alguna vez -recuerdo- se movía, gesticulaba y señalaba con tal realismo, que creo alcancé a ver a soldados españoles y expedicionarios, que percibí el sonido de las balas y el olor a pólvora, y hasta hoy me parece oírle concluir con voz timbrada y ufana: “por esto somos la Ciudad Bandera de Cuba”.
Bibliografía
- García Chávez, Leonardo: Historia de la jurisdicción de Cárdenas, t. 1, Cultura, S.A., La Habana, 1930.
- Hellberg, Carlos: Historia estadística de Cárdenas. 1893, Imprenta El 2 de mayo, Cárdenas, 1957.
- Marcoleta Ruiz, Jesús Fernando: La Dominica de Cárdenas. Anotaciones para su historia desde la memoria y el corazón, Centro de ayuda a la pastoral, Matanzas, 2020.
- Pbro. Jesús Fernando Marcoleta Ruiz (Cárdenas, 1963).
- Toda la educación primaria, secundaria y preuniversitaria en la ciudad natal.
Estudios de Agronomía y Derecho en la Universidad de Matanzas y La Habana, respectivamente. - La preparación eclesiástica en los seminarios S. Basilio Magno de Sto. Dmgo., República Dominicana.
Sacerdote desde 1997.
Párroco de Varadero y de Cantel-Camarioca. - Canciller del Obispo de Matanzas.