Por estos días he rememorado en varias ocasiones un volumen publicado por una amiga hace varios años, que lleva por título “Un ruido que nadie entiende ahora”. Yo diría que es un título atemporal, a pesar de ser de inicios de los 2000 podría ser escrito ahora ante la crisis del coronavirus, la crisis económica y la acumulación de los problemas nacionales. Gracias a esa amiga trinitaria que pone voz a muchos cubanos con ese grito del alma.
Cuando hablamos de ruidos, no solo nos referimos a la magnitud física, exactamente medible o cuantificable, sino también se hace alusión a todo elemento distorsionador de la realidad personal o social, es decir, interna o externa. Este tipo puede llegar a afectar incluso mucho más porque incide en el buen desempeño de la persona, influye en sus estados de ánimo y genera confusión en los planes y proyectos trazados.
Los ruidos exteriores físicos existen y sobreabundan. Son esos de todo barrio: la música alta a deshora, el motor del automóvil que parquea enfrente, las discusiones en la casa del vecino. A estos le podríamos llamar “ruidos ambientales”. Podrían ser resueltos con mayor educación ciudadana, mejor convivencia vecinal, aumento de la cultura comunitaria respecto a normas, reglas y conductas apropiadas a ciudadanos conscientes y responsables con el entorno.
Pero existen otros ruidos que van más allá de los decibeles y tocan la sensibilidad humana, preocupan y ocupan la mente, desarrollan nuevas preocupaciones y funcionan como potenciadores de mayor ruido. A estos le podríamos llamar “ruidos psicológicos”. Igual que los ruidos físico-ambientales pueden tener su origen en el exterior o en el interior de cada ciudadano. Por estos días son los que más aquejan y constituyen uno de los principales efectos de la situación por la que atraviesa el país. Últimamente se torna muy difícil disipar esos ruidos, “bolas” como también se les llama en Cuba, sobretodo porque “nadie los entiende ahora” -como dice mi amiga- pero siempre traen algo de verdad incluida.
El cubano por estos días vive en la zozobra de largas colas para llevar algo de comer a la mesa del hogar, con la preocupación de que la moneda en que percibe su salario no es con la que puede acceder a las tiendas para comprar los artículos más básicos. El cubano de a pie no conoce de macroeconomía, pero sufre directamente las consecuencias de esas medidas que dicen no ser neoliberales, pero que aumentan la polarización en ricos y pobres, o peor aún dividen en bandos: los que tienen dólares y los que no. El cubano no puede ser asintomático de una enfermedad de muchos años, que ha sufrido mutaciones continuas: “todo tiempo futuro será mejor” y el nivel y calidad de vida han disminuido; el enemigo del norte se convirtió en amigo, y las relaciones intransigentes volvieron a colocarlo como enemigo; la moneda del enemigo, el país que nos bloquea, prohibida legalmente en la década de los 90′ es la que permite hoy comprar un equipo electrodoméstico o un picadillo en las llamadas tiendas en moneda libremente convertible. Por si estos ruidos no fueran pocos, la crisis ocasionada por el Coronavirus ha venido a poner al país en un estado crítico porque se solapan las diferentes facetas de una situación que ya venía siendo insostenible. Un pueblo sin comida y sin medicinas no puede salir del miedo al mañana, porque no están garantizadas las condiciones mínimas para la subsistencia.
Los analistas nacionales e internacionales, los economistas, los sociólogos, las comunidades de pensamiento han hecho, y continúan elaborando, propuestas de salida a la crisis. Es urgente y necesario conjugarlas con la voluntad política, la justicia social, y la premisa de colocar a la persona humana como sujeto, centro y fin de toda actividad económica, política, social y de cualquier índole.
Ninguno de nosotros tiene la solución en las manos, pero buscar el silencio exterior y el interior podría ayudarnos a pensar con la cabeza más enfocada en la salida, disipando todo ruido ensordecedor. El silencio no es un fin en sí mismo, sino un medio necesario para encontrar la verdad y centrarse en hacer el bien, de modo que los ruidos exteriores e interiores no nos distraigan de la opción fundamental de nuestro proyecto personal.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.