A través de varios siglos de estudio del pasado, hemos comprendido que uno de los instintos fundamentales de homo sapiens ha sido siempre la adoración. Existen evidencias incuestionables de adoración en el registro arqueológico desde al menos unos 50 mil años, lo que se corresponde con el periodo paleolítico superior y el surgimiento de las religiones prehistóricas. Sin embargo es muy posible que ya desde antes, los humanos anatómicamente modernos adoraran entidades mágicas, cuerpos astronómicos y objetos.
Es importante recordar que el mundo en que existió este tipo de adoración arcaica,constituye alrededor del 99% de la experiencia humana, ya que la civilización propiamente dicha podría tener a lo sumo unos seis mil años, eso sin tomar en cuenta los fascinantes descubrimientos contemporáneos que han tenido lugar en sitios comoGöbekli Tepe y Boncuklu Tarla, que sitúa los albores de la sociedad en unos 11600 a 12 mil años. Hallazgos que han removido los cimientos de la ortodoxa comunidad arqueológica mundial, la cual no es muy entusiasta a la hora de aceptar nuevos paradigmas que contradigan lo que hasta ahora era considerado “conocimiento establecido.”
De cualquier manera, la adoración ha sido sin dudas, uno de los elementos civilizatorios más importantes y extendidos que ha dado forma a la humanidad tal y como la conocemos hoy. Donde quiera que el nivel de organización de sapiens ha superado al orden familiar para dar lugar al clan, la tribu o las naciones, el instinto religioso de adoración y el fervor de las masas ha jugado un papel central en el desarrollo y decadencia de las sociedades. “No existe tal cosa como no adorar, escribió el novelista David Foster Wallace. Todo el mundo adora. La única opción que tenemos es, qué adorar. G. Jung habría estado totalmente de acuerdo. Postuló que la vida psíquica está motivada por un instinto religioso tan fundamental como cualquier otro, y que este instinto nos lleva a buscar sentido” (Marchiano, 2018).
Todo el mundo adora. Hay quienes no lo saben, pero son igualmente adoradores de algo o alguien. Puede ser una entidad de origen divino, un motivo religioso, un icono de la cultura o el deporte, una figura política o incluso una persona cercana de carne y hueso.A veces el objeto adorado es un ideal, un concepto o una filosofía de vida. No se puede vivir sin adorar de la misma forma que no se puede vivir sin sentido existencial. La vida sin sentido es un callejón sin salida que siempre conduce a la autodestrucción psicológica, antropológica y física.
Desde un punto de vista instrumental la adoración es una herramienta necesaria para construir sentido y encontrar orientación en un universo infinito, cuya complejidad es ilimitada en términos operativos, para el ser humano moderno. Es por eso que la más común de las adoraciones es la adoración religiosa, ligada al instinto fundamental de búsqueda de trascendencia y de victoria final de la vida contra la muerte. Este tipo de adoración es prácticamente un instinto innato de sapiens. Nadie sabe cómo o cuándo emergió en nuestra especie, lo cierto es que llegó para quedarse. Por lo tanto, carece de sentido cuestionarse la naturaleza de este instinto, sabemos que es útil para la supervivencia y esto es suficiente por ahora.
¿Cuándo la adoración se vuelve peligrosa?
La adoración de carácter ideológica sin embargo, es un tipo completamente diferente de instinto. Le llamaremos instinto artificial de adoración, porque ha sido construido con fines políticos por un grupo de propagandistas diestros cuyos objetivos son excluyentes, limitados y generalmente violentos. En el siglo XX repuntaron como nunca antes estos complejos de adoración artificial, estimulados por la crisis del cristianismo en occidente, la decadencia del paradigma humanista y el apogeo del pensamiento postmoderno. Los regímenes totalitarios de izquierda (fascismo y comunismo especialmente) constituyeron un caldo de cultivo especial para la difusión y afianzamiento de estas prácticas degradantes de la dignidad humana. Su diferencia con las dictaduras de derecha es que estas últimas no buscan el completo control del elemento simbólico en la sociedad, como sí pasa con las de izquierda de tipo socialista,ya sea nacionalista como el fascismo o internacionalista como el comunismo.
La adoración ideológica se convirtió entonces en un estímulo emocional de las masas que fue gestionado por dictadores y tiranos, asegurándoles un enorme capital simbólico en sus naciones ya que este instinto fabricado por propagandistas a sueldo, instituciones y sistemas educativos estatales, los elevaba a ellos mismos a la categoría de faraones modernos, divinizados por la incapacidad de la plebe de entender el esquema de manipulación propagandística a que habían sido sometidos.
El hecho es que los mitos ideológicos (aunque espurios y degradantes) llegan a ser tan sugestivos para los seres humanos promedios (que son la mayoría) como los enaltecedores mitos civilizatorios y religiosos. Los lazos emocionales y cognitivos que crean unos y otros con los individuos son igualmente fuertes y resilientes, llegando a condicionar, en la mayoría de los casos, la propia experiencia existencial de las personas que los habitan.
Los Mitos ideológicos no solo se transforman en fuertes motivos de adoración, sino que llegan a convertirse en la razón de ser de amplios sectores de las masas, dentro de las cuales hay grupos extremadamente fervorosos compuestos por individuos que prefieren dejar de existir antes que renunciar a su adorado Mito, pues este se ha instituido como su única fuente de sentido existencial y abandonarlo sería equivalente a no tener razones para vivir.
La posesión ideológica, que es el estado mental generado por este tipo de adoración irracional, llega a tener tanta prevalencia en la conducta del individuo, que en ocasiones (según nuestra propia observación de este fenómeno a lo largo de casi una década) se convierte en un rasgo indistinguible de la personalidad.
En Cuba, esta clase de individuo poseído se corresponde con los autodenominados revolucionarios: combativa y pequeña tribu de fanáticos, adoradores de iconos construidos con notable habilidad por el sistema integrado de propaganda comunista, los cuales han aceptado tácitamente habitar en la simulación ideológica que han construido en colaboración con la elite política y cultural totalitaria.
Las consecuencias de este tipo de adoración inducida (auto inducida también) sobrepasan con creces el ámbito político, social y cultural. Estas llegan hasta la esencia misma de la persona, afectando su esfera psicológica, su familia, su espiritualidad y sus mecanismos generadores y consumidores de sentido existencial. Esto ocurre porque básicamente la adoración ideológica se convierte en otra puerta de escape de la dura realidad humana, con la que la masa nunca ha podido lidiar constructivamente por periodos prolongados y estables. Es por eso que las propias masas suelen elevar deplorables personajes tiránicos y autoritarios a la categoría de deidades o dioses vivos, a los cuales rinden culto como a una entidad de naturaleza divina, convertida en leyenda. Advirtamos que una parte considerable de esta misma masa, hambreada, vapuleada y oprimida por el sistema que ayudaron a crear y sostener, es capaz de renunciar a su propia existencia antes de renunciar a sus “principios” ideológicos, los cuales no son otra cosa que reflejos condicionados, elaborados por la propaganda.
En conclusión, la adoración es cosa de sapiens; estamos predispuestos a ello desde nuestros misteriosos orígenes, sin embargo se puede escoger qué adorar. Esta es una decisión que se puede racionalizar sin dudas. Existe una cuota no pequeña de voluntarismo en el proceso y parece ser que el coeficiente intelectual y el consumo cultural juegan igualmente un rol importante, a la hora de orientarse hacia el motivo adorado.
Corresponde a la intelligentsia de una sociedad, a los líderes auténticos, las institucionesculturales y religiosas, trabajando junto a los sistemas educativos, generar los incentivos adecuados para orientar a la masa hacia los motivos trascendentes de adoración y rescatarla de la autodegradación moral y sociocultural.
No hay tal cosa como no adorar, por tanto si no se acompaña a las mayorías en este proceso de formación de sentido existencial, se corre el riesgo de terminar en un abismo de corrupción, mediocridad, desidia, opresión y daño antropológico, tal y como ocurre ahora mismo en Cuba. Será tarea del esfuerzo restaurador y el saneamiento simbólico nacional, revertir este proceso de implosión civilizatoria que experimenta el país en estos momentos bajo el fanático liderazgo de la pequeña facción comunista; eso si no se llega antes a un punto de no retorno moral, en cuyo caso terminaremos diezmados por todo el mundo, mientras nuestra identidad desaparece en un par de generaciones silenciosas.
- Fidel Gómez Güell (Cienfuegos, 1986).
- Licenciado en Estudios Socioculturales por la Universidad de Cienfuegos.
- Escritor, antropólogo cultural e investigador visitante de Cuido60.