LOS OJOS NOBLES DE JOSÉ MARTÍ

Primer retrato de José Martí, 1865, colegio San Anacleto. La medalla se las otorgaba el colegio a los estudiantes que concluían la enseñanza primaria y se habían destacado por su buena conducta y aplicación. Fotografía a la albúmina por Esteban Mestre, La Habana.

Sueño Despierto

A Néstor Ponce de León

Yo sueño con los ojos

abiertos, y de día

y noche siempre sueño.

José Martí

Conocí a José Martí cuando era una niña, aún muy pequeña. Era un 28 de enero y en el colegio nos habían dado de regalo una lámina de él cuando era estudiante, en la que aparece con una medalla en la chaqueta. Y yo me preguntaba, ¿de qué sería esa medalla? ¿Qué habría hecho aquel niño para merecer una medalla? Porque en mi colegio no era fácil graduarse con medallas; había que estudiar mucho y tener muy buenas notas. También recuerdo que la lámina era a color; más bien grande, y que la conservé hasta que me fui del país en 1961. ¡Quién sabe adónde habrá ido a parar! Ojalá haya caído en buenas manos, y que esa persona que la encontró, la haya conservado y valorado tanto como lo hice yo en aquellos años de la niñez.

En aquella primera década de 1960 en el exilio, no tenía acceso a clases de historia por lo que comencé a leer a Martí pues quería saber de su vida, de su amor por Cuba y de sus luchas y anhelos. Con los años y la lejanía de la Patria, su figura ha llegado a ser una gran inspiración y modelo en mi vida. Tanto es así que hoy conservo en mi despacho una foto en la que Martí está de cuerpo entero, de pie, con unos arbustos detrás y que está tomada en Temple Hall, Jamaica, cuando a fines del siglo XIX visitó a los cubanos exiliados en ese país que laboraban en las plantaciones de tabaco.

En mis constantes lecturas, recientemente estuve leyendo algunos libros antiguos y me topé con un escrito de Gonzalo de Quesada que relataba varios escenarios de la vida del Apóstol y también describía su fisonomía. Y es de eso de lo que yo también escribo hoy.

La fisonomía de Martí

No sé ustedes, pero cuando yo conozco a una persona, en lo primero en que me fijo es en sus ojos. La intensidad de la mirada, la expresión, el color. Dicen las canciones románticas y también algunos poetas que los ojos verdes indican perfidia; los azules, pureza; los grises, ensoñación; y que los pardos y negros son firmes y verdaderos. ¿Quién no ha buscado la verdad o la mentira en un par de ojos? Detrás de una mirada tratamos de alcanzar un reflejo de lo que siente su interior; algo de lo que la persona tiene en ese órgano del cuerpo que, aunque los médicos lo desmientan, para mí es donde se guardan los sentimientos humanos: el corazón. Por algo dicen también que los ojos son el espejo del alma.

Tal vez después de los ojos nos sorprenda el tono de la voz: si es dulce, suave, fuerte o grave. Luego la estatura, el cabello, cómo va vestida, su pulcritud y atributos físicos interesantes, y también las manos. Algunas son hermosas, otras muestran todo lo que han trabajado, o los largos años vividos; y también están las manos de los bebés, aún por estrenarse, pero que ya van teniendo su personalidad propia desde el momento en que se encuentran por primera vez con el rostro de su madre. Con las manos el hombre hace y deshace; acaricia o regaña; escribe, trabaja y saluda; expresa sus emociones cuando gesticula con ellas, y en esto los cubanos somos ganadores de concursos.

A mí me impresionaron mucho los ojos de Martí en una foto tomada en Nueva York. En esa foto los ojos se ven dulces, plácidos y serenos. Es una mirada también algo triste pero limpia y profunda. Transmite una transparencia espiritual, y también mucha paz. Y aunque todas las fotos que tenemos de él son en blanco y negro y es difícil distinguir el color, en esta en particular se ven muy bien; parece que sus ojos fueron oscuros. Aquellos ojos que vieron tanto; que apreciaron el arte, la naturaleza; que disfrutaron y admiraron la belleza en la mujer. Que sufrieron y que sintieron el amor o el dolor. ¡Cuánto no habrá sufrido él en su corta vida! La separación de su familia y luego la de su hijo. La incomprensión de la esposa, la distancia en la que se encontraba de sus grandes amigos. Y, sobre todo, lo que sufría por sus ideales y por Cuba; ojos que como dice Gonzalo de Quesada y Miranda, “tanta lágrima seca lloraron”.

Fermín Valdés Domínguez, el íntimo amigo de Martí desde sus años de adolescencia dejó escrito: “En sus ojos, la dulzura siempre; la grandeza de su pensamiento gigante, pero más triste su mirada, más severa, aunque siempre altiva y amorosa”. Fermín, más que ningún otro, lo conoció y compartió con él en las buenas y en las malas. Y cuando escribió esta descripción era porque así lo había visto en el alma de su amigo.

El educador Enrique José Varona opinó queCuando se veía a Martí silencioso, la espaciosa y limpia frente que hablaba inteligencia; los ojos dulces, profundos y melancólicos sobre toda ponderación, decían arte, denotaban la honda simpatía de un alma con todas las cosas tristes que son ¡ay! Las más bellas en la vida del hombre”.

Martí comenzó a sufrir con amor a los diecisiete años, cuando trabajaba en las canteras de cal de san Lázaro en La Habana. Estaba preso con una cadena atada al pie, constantemente vigilado por el látigo como si fuera un esclavo. Y relatan que su padre, derribado por los sollozos al ver a su hijo tan joven sufriendo tanto, cayó abrazando la llaga de la pierna. Asombrado por aquella reacción, Martí escribiría más tarde: “y yo todavía no sé odiar”. El alma noble de Martí venció el odio y hasta sintió piedad por los que lo hacían sufrir.

A pesar de lo ocupado que siempre estuvo viajando, ofreciendo conferencias, escribiendo, fundando, y organizando la guerra, y aunque era de temperamento nervioso, Martí aparentaba estar en paz, con una expresión tranquila y sosegada, aunque como se dice vulgarmente, ‘la procesión iba por dentro’. ¡Cuántas preocupaciones no tuvo él en su vida! Su familia pasando necesidad en Cuba mientras él estaba en el exilio. Las dificultades físicas de don Mariano, y la preocupación porque este no encontraba un trabajo digno en La Habana para mantener a la familia. Los continuos partos de doña Leonor que la iban debilitando y que añadían una boca más a la mesa. Y el gran dolor que sufrió por la muerte temprana de su querida hermana Anita en México.

Jorge Mañach cuando se refiere a la vida de Martí, dice que “lo más grande de José Martí es él mismo, su espíritu inabarcable e insondable, su ecumenismo sincero, su infinita capacidad de amar”, y el patriota Julio Sanguily comentó una vez sobre “la frente pensativa, bajo la cual brillaban, a compás de los varios sentimientos, los soberbios ojos, que ya miraban con fulgor apasionado, ya acariciaban tiernos y piadosos”.

En la obra Efemérides de la Revolución Cubana de Enrique Ubieta escrita años después de terminada la guerra, hay reproducida una carta del general Ximénez de Sandoval en contestación a otra del autor en la que le pide datos del combate de Dos Ríos. Dicen los historiadores que, al caer muerto Martí, el capitán español Ximénez de Sandoval quedó excitado e incrédulo, y que examinaba detenidamente el cadáver. Pidió confirmar la identificación y vinieron dos testigos, pero esto no era suficiente para él. Una revisión de la casaca ensangrentada del cadáver disolvió todas sus dudas: en un bolsillo se hallaron los papeles de identidad de José Martí. Y esta fue la respuesta que Sandoval envió a Ubieta en forma de carta:

“Cuando en el campo de la acción vi en el suelo su cadáver en posición supina, sin sombrero, luciendo la ancha frente en cuyo seno tantas brillantes ideas bulleron, entreabiertos sus ojos azules con la expresión del que muere dulcemente por la patria, sentí pena profunda y mi pensamiento se elevó a Dios para pedirle fuera su alma por él acogida”.

En la certificación de fallecimiento realizada por el doctor Pablo A. de Valencia y Forns, quedó declarado que el cadáver de José Martí presentaba “ojos claros”, y en el informe del examen efectuado el 26 de mayo de 1895 en Santiago de Cuba se afirma:

“[…] Pelo rizado de color castaño oscuro, con una calvicie en la parte más alta de la cabeza, tiene grandes entradas hacia las sienes, que ponen de relieve una frente ancha y despejada, no lleva barba, sino bigote muy fino, poco poblado, de color más claro que el pelo, ojos claros […] buena dentadura, sólo le faltaba el segundo incisivo de la mandíbula superior del lado derecho y los dientes en su mayor parte, eran puntiagudos” .

¿Tenía entonces Martí los ojos claros? ¿O fue la luz del momento, o algún destello de su alma que habría quedado reflejada en ellos en el momento de la muerte, ya liberado de tormentos? Gonzalo de Quesada y Miranda nos deja otro testimonio:

tiempo después [de terminar la guerra] en el Hotel Sevilla de La Habana, donde se hospedaban mis padres, el doctor Castañeda le señaló a mi padre ese curioso dato de los ojos claros, preguntándole como semejante y aparente error era posible. Mi padre, tomando a Castañeda por un brazo, lo llevó hasta la luz de una ventana cercana diciendo:

¿De qué color tengo yo los ojos?
Pardos – le contestó Castañeda.
Pues el color de los de Martí era parecido le explicó mi padre emocionado, pensando ambos quizás que, por un milagro de la muerte, el Apóstol de las libertades cubanas encontró en la hora de su supremo sacrificio, el color de aquel cielo que el tanto amara, retratado en sus pupilas”.

Gonzalo de Quesada y Aróstegui, su amigo y albacea, podía aclarar ese detalle y ¡con cuánto lirismo y belleza! Además, su suegro, el Dr. Ramón Miranda, había sido el médico personal de José Martí en Nueva York, y que había visitado su casa con frecuencia, por lo que había visto esos ojos muchísimas veces.

Jorge Mañach nos aclara que “el color de los ojos de Martí siempre ha sido motivo de confusión, creyéndose generalmente que fueron negros. Pero el que sabe algo de cámaras entiende que Martí, […] cuando va a ser retratado inclina leve la cabeza hacia delante, resultando que sus cuencas profundas y sus cejas pobladas, arrojen una sombra sobre sus iris que aparecen negros al lente”.

De todas las descripciones de Martí, según de Quesada, la del guatemalteco Antonio Batres Jáuregui fue la mejor: los ojos de Martí, cual las almendras de La Habana tenían mucho de dulce y nativo, oblongos y rasgados; como los de los árabes, eran melancólicos y tiernos.

Hay quien ha dicho que la mirada de Martí era penetrante, de visionario, y que cuando miraba a sus oyentes producía un efecto de real magnetismo. Para el pintor cubano Federico Edelman, este fue su testimonio de aquel primer encuentro:

Nunca podré olvidar aquella tarde de fines de julio de 1889 en que tuve la inefable satisfacción de conocer a Martí en su histórico despacho de 120 Front St. en Nueva York. […] Allí sentado a su mesa de trabajo, vi a Martí por primera vez, erguido, nervioso, fino de cuerpo, con su tez lívida, recio pelo negro encrespado, como una corona sobre la bóveda maravillosa de su cráneo, los ojos pequeñitos, negros, un tanto oblicuos y deslumbradores de inteligencia […] Los ojos de Martí tenían ese color que poseen los tonos cambiantes de las olas, desde el oscuro hasta lo claro, en una sensación variable de pardo a verdemar. Y eran almendrados, algo achinados o árabes, más bien melancólicos y dulces, pero relampagueantes o coléricos cuando acusaba… a la España colonial de sus desmanes en Cuba”.

Después de la descripción de Edelman quien llamó “hombre-cumbre” a José Martí, añade al final: “aquellas manos reveladoras como ningunas que no había visto ni antes ni después, del carácter de ningún hombre. Aquellas manos de artista, prodigiosas, que se convirtieron en manos forjadoras de un pueblo libre”.

Y otro pintor, el sueco Herman Norman, quien pintó a Martí al natural en 1891, en su célebre retrato al óleo, el Apóstol sentado en su despacho con la pluma en la mano, Norman lo pinta con ojos negros. Y comenta Edelman: “cada vez que lo contemplo [el cuadro] veo surgir las características especiales del Maestro y casi puedo decir que siento los latidos de su alma que tan admirable y sintéticamente supo interpretar Norman”. Y la gran amiga de Martí, Blanche Zacharie de Baralt, aconsejó a los artistas que quisieran reproducir la imagen del Apóstol, que estudiaran este retrato de Norman porque tenía “el sello de su espíritu y su carácter esencial”.

Martí hoy

¿Cómo lucirían hoy esos nobles y tiernos ojos de Martí al ver la Cuba actual, nuevamente bajo el yugo de un poder absoluto, pero esta vez ¡cubano!, no español?; ¿ver al pueblo que se arrastra llevando un peso muy grande?; ¿al exilio disperso y sin guía? ¿A las nuevas generaciones de cubanos olvidando sus raíces y cultura al ser educados fuera de su país? ¿O a los de la Isla, a los que se les inculca y adoctrina con una historia tergiversada; una falsificación de nuestros verdaderos y preciados fundamentos y principios? Estarían muy tristes esos ojos, y el Apóstol habría llorado y sufrido amargamente. Él, que había sacrificado su vida por Cuba, que había muerto por ella y por su libertad, ahora la veía en ruinas, oprimida y desolada.

Solo me resta invocar ahora a José Martí. Acudo a su intercesión con respeto y veneración y con una rogativa, aquella “Oración a Martí” que le dedicó en 1953 el gran etnólogo, investigador e historiador cubano, el Dr. Fernando Ortiz, al conmemorarse el centenario de su nacimiento:

Oración a Martí

Martí, padre nuestro que estás en la gloria de tu doctrina, de tu ejemplo, de tu pasión y de tu sacrificio, siempre venerado sea tu nombre; venga a nos tu inspiración pura para que se cumpla tu voluntad, nos perdonemos recíprocamente las culpas, haya paz en nuestra tierra y que los pueblos, libres de malas tentaciones, tengan seguro el sustento de cada día y el pleno, pacífico y progresivo goce de la vida como fue tu promesa, “con todos y para todos”, por el amor, el trabajo y la ciencia.

¡Que así sea!

Bibliografía

  • De Quesada y Miranda, Gonzalo, “Los ojos de Martí”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, No. 23, La Habana, 2000, pp. 274-278.
  • Edelman Pintó, Federico, “Martí y sus Contemporáneos, Visión de Edelman”, Diario de la Marina22 mayo 1927.
  • Ortiz, Fernando, “Oración a Martí”, discurso de 1953 en La Habana, publicado por la Comisión Nacional Organizadora de los Actos y Ediciones del Centenario y del Monumento de Martí, Impresora Mundial, S. A., tomado del Anuario del Centro de Estudios Martianos, No. 26, La Habana, 2003, p. 189.
  • Rodríguez Almaguer, Carlos, El universo espiritual martiano”, ensayo, Academia, s/f.
  • Ubieta, Enrique, Efemérides de la Revolución Cubana, vol. 4, La Moderna Poesía, La Habana, 1920.
  • Valencia y Forns, Pablo A., Acta de Defunción de José Martí, Santiago de Cuba, 26 de mayo de 1895.
  • Varona, Enrique José “Mis recuerdos de Martí”, El Fígaro, Año XXI, No.10, 5 de marzo de 1905, p. 114.
  • Vidales, Carlos, Evocación de Martí, Cuban Studies, Estocolmo 1997, p. 4.

 

Teresa Fernández Soneira (La Habana, 1947).
Investigadora e historiadora.
Estudió en los colegios del Apostolado de La Habana (Vedado) y en Madrid, España.
Licenciada en humanidades por Barry University (Miami, Florida). Fue columnista de La Voz Católica, de la Arquidiócesis de Miami, y editora de Maris Stella, de las ex-alumnas del colegio Apostolado.
Tiene publicados varios libros de temática cubana, entre ellos “Cuba: Historia de la Educación Católica 1582-1961”, “Mujeres de la patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba”
(2 vols. 2014 y 2018); “La Bella Cubana, rostros de mujeres en la Cuba del siglo XIX”, y “Relatos y
Evocaciones, una antología 1986-2023”.
Reside en Miami, Florida.

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