Los últimos acontecimientos que están ocurriendo en nuestro país necesitan tiempo y desarrollo para poder hacer un análisis más profundo y objetivo. Esta columna trata sobre un debate ético acerca de que, si en nombre del pluralismo, la inclusión y la tolerancia, todo cabe, todo se incluye, todo se tolera.
El pluralismo
Es necesario distinguir entre pluralidad y pluralismo. La pluralidad en la naturaleza y en la sociedad es una realidad que es signo de la riqueza de la Creación. El concepto de pluralidad en lo social “hace referencia a los factores presentes en una determinada sociedad, que deben ser fomentados como mecanismo básico para la constitución de una democracia”. El mundo y las personas somos diversos y eso es natural y bueno. Nada ni nadie debería negar esa pluralidad, ni uniformar a la sociedad, ni pretender que todo el mundo piense igual, crea igual, ni actúe igual. El totalitarismo es la doctrina que pretende controlar a todos para uniformar a todos.
El pluralismo es el “sistema por el cual se acepta o reconoce la pluralidad de doctrinas o posiciones”. Sin embargo, me pregunto si todas las doctrinas y posiciones son aceptables desde el punto de vista ético. Las doctrinas que fomentan y ejecutan el odio en nombre de una clase o de una religión no son éticamente aceptables. Las posiciones políticas, económicas o religiosas, que crean sistemas que van contra la naturaleza humana no pueden ser aceptados en nombre del pluralismo.
Es necesario, entonces, un sano pluralismo que es aquel que acepta y reconoce la pluralidad de doctrinas y posiciones éticamente aceptables. ¿Y cuál sería el rasero para discernir lo que es éticamente aceptable? Es aquello que respeta la primacía y dignidad de la persona humana, la búsqueda del bien común y la dimensión trascendente de todo ser humano.
La inclusión
Lo mismo sucede con la inclusión. La inclusión es un valor de la democracia. Incluir es un ejercicio de la justicia. La inclusión garantiza la igualdad de oportunidades y la igualdad ante la ley. En fin, que la inclusión mejora y enriquece la convivencia social.
Sin embargo, no todo cabe en la inclusión. La violencia no cabe en la inclusión. El racismo no puede ser incluido. La difamación y la vida en la mentira no pueden tener carta de ciudadanía en nombre de la inclusión. Los sistemas, partidos, religiones o filosofías que penetran, atacan, corrompen las instituciones y desarticulan el tejido de la sociedad civil no pueden ser incluidos en una convivencia pacífica.
Es necesario, entonces, una inclusión con discernimiento ético. Un criterio de juicio para ejercer ese discernimiento ético es el respeto a la dignidad plena de la persona humana y todo lo que contribuya a la convivencia pacífica y al desarrollo de la espiritualidad del ser humano.
La tolerancia
La tolerancia es la capacidad para aceptar las diferencias. La tolerancia es menos que la convivencia, pero es más que la confrontación. La tolerancia no es la amistad cívica, pero es el primer paso para vivir en sociedad. En fin, la tolerancia es una señal de los procesos civilizatorios y de las sociedades maduras.
Sin embargo, no todo es tolerable en una sociedad sana. Las intolerancias no pueden ser toleradas. La descalificación de las personas y su fusilamiento mediático no pueden ser tolerados. La corrupción, el narcotráfico y la inseguridad ciudadana, no pueden ser toleradas, ni ahora ni después. Los totalitarismos, las dictaduras, los autoritarismos y los populismos no pueden ser tolerados.
La tolerancia con criterio ético es la que verdaderamente ayuda a la convivencia pacífica y a la paz social, porque precisamente se excluye, se tiene tolerancia cero con todo aquello que lesiona o quebranta la vida en sociedad, la dignidad y primacía de la persona humana, la búsqueda del bien común y la trascendencia de la vida espiritual de la nación.
En resumen: el pluralismo sin criterio ético, la inclusión sin valores y la tolerancia sin límites morales, instauran el mayor de los males de las sociedades contemporáneas: el relativismo moral.
Se entiende comúnmente que: “el relativismo moral o relativismo ético es la creencia que da igual valor, legitimidad, importancia y peso a todas las opiniones morales y éticas con independencia de quién, cómo, cuándo y dónde se expresen; por tanto, las opiniones morales o éticas, las cuales pueden variar de persona a persona, son igualmente válidas y ninguna opinión de “lo bueno y lo malo” es realmente mejor que otra; no es posible ordenar unos valores morales gracias a criterios jerárquicos de clasificación”.
Debemos decir, claramente, que esos valores éticos de carácter universal, indivisible e inalienable ya han sido identificados por la comunidad internacional cuando el 10 de diciembre de 1948 se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es el paso ético más trascendental que ha dado la humanidad en muchos siglos.
He aquí el criterio universalmente válido para discernir hasta dónde llegan el pluralismo, la inclusión y la tolerancia. Todo lo que respete, promueva y enseñe los derechos de la persona humana es sano pluralismo, debe gozar de inclusión y de tolerancia. Todo lo que viole esos Derechos Humanos no es tolerable, no es incluible y no forma parte del pluralismo humanista.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
- Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
- Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
- Reside en Pinar del Río.