LOS ALIMENTOS, LAS MEDICINAS, LA CRISIS Y LA ESPERANZA

Lunes de Dagoberto

Cuba avanza sin ruido y sin pausa hacia el agravamiento de una crisis de la que nunca ha salido totalmente desde que se decretara lo que se llamó, eufemísticamente, “el período especial”, luego de la caída del campo socialista y la extinción de la URSS. Ninguna exhortación de primera plana que reclame “sembrar optimismo, una misión de todos” (Granma, 26 mayo 2018) puede remediar lo que esto significa para el ciudadano cubano, su familia y su economía. El optimismo no nace de un espejismo, ni de una imagen ilusoria, ni de la propaganda. La tozuda realidad manda y no se puede “tapar el sol con un dedo”. La gente lo dice abiertamente en la calle, en la cola, en la terminal: “la cosa está mala”. 

Para no meter mucho “el dedo en la llaga” de problemas tan sensibles, porque lo que queremos es buscar la realidad y sus causas para contribuir a solucionarlas, nos enfocaremos en tres indicadores básicos y de importancia central para la vida: la alimentación, la salud y el combustible. El creciente impacto estructural de estas tres penurias diarias camina parejo a los golpes que asestan cotidianamente a la salud, la estabilidad y la calidad de la vida de los cubanos. Los datos ya van siendo reflejados muy cuidadosa pero contundentemente por la prensa oficial.

La alimentación es un problema crónico en Cuba, pero cuando los que son considerados “las monedas de cambio” o los platos básicos de la mesa cubana de hoy, el arroz y los huevos, vuelven a escasear, es que la situación va llegando al límite. Cuando la alimentación de un país depende en cada ocasión, ya sea de la “prolongada sequía” o de las “persistentes lluvias” como las más recientes de “Alberto”, no hay que echarle la culpa a solo la “naturaleza” porque no estamos en la Era cavernaria del paleolítico. Es que el modelo de economía y específicamente el proyecto agropecuario del País no sirve para cubrir ni los más mínimas necesidades (no las “siempre crecientes necesidades”, como decía el marxismo). Cuando un país con el clima que tiene Cuba tiene que importar arroz, granos, carne procesada, sal, azúcar, aceite… y no dispone de niveles aceptables de frutas, viandas ni vegetales, es porque algo anda mal, muy mal en la agricultura, la gestión, pecuaria y la pesca en este País. Y si profundizamos más, eso va mal porque el modelo económico estatizado, centralizado y planificado no funciona, es decir, no es productivo, eficiente ni viable. Y eso es un “cambio de necesidad” ineludible, ni siquiera debe dejarse a la sola voluntad política a no ser que se quiera conducir al pueblo a los límites de la penuria alimentaria. Necesidad manda.

La salud, o lo que vale decir, los medicamentos esenciales para enfermedades crónicas y mortales, medicinas para el Parkinson, la Gota, la diabetes, la hipertensión, la epilepsia, y hasta unos 761 renglones que según el periódico Juventud Rebelde de ayer domingo 10 de junio, conforman el “ Cuadro Básico de Medicamentos”. Se trata de lo básico. El Ministerio de Salud Pública de Cuba, según la misma fuente, “Luego de la crisis que afrontó el país durante los últimos dos años con el tema de la disponibilidad de medicamentos, y un estudio realizado por el Minsap y BioCubaFarma se decidió establecer tres niveles de prioridad dentro de este Cuadro Básico que responden a un problema financiero, coyuntural y de capacidad de la industria para producirlos”, explicó el doctor Emilio Delgado Iznaga, Director de Medicamentos del Minsap. (cf. Juventud Rebelde, 10-6-2018, p.3). Los tres niveles son: “En primer lugar, los fármacos que no pueden faltar –hoy son 450-, en segundo lugar los que no deben faltar, y en un tercero, los que, ante situaciones de crisis podrían sufrir mayores afectaciones”. Esta medida y esta división sui generis hablan por sí solas. Por lo sensible no queremos seguir el análisis. Las causas: financieras, “coyunturales” que no se sabe qué quiere decir como causa, capacidad industrial y el bloqueo-embargo del gobierno de Estados Unidos, e incluso “la corrupción y venta ilícita” que produce la escasez y la falta de valores producida por el daño antropológico, pero no se mencionan explícitamente los demás “bloqueos” internos a las leyes de la economía, los bajos salarios, la falta de previsibles y mayores inversiones en la industria farmacéutica a tiempo antes de que aflorara la crisis y se destinaran para otros renglones y gratuidades aquí y allá, parte del presupuesto nacional. Es verdad que siempre se ha dicho que la salud, y la educación son prioridades y así se ha establecido, pero en la práctica concreta, estos son los resultados reconocidos. Esto es otro de los “cambios de necesidad” ineludibles. Y necesidad manda.

La falta de combustible, atribuida a otra situación “coyuntural”, esta vez reconocida en la “compleja situación de la <guerra económica> en Venezuela”, cuando en realidad se debe a un modelo económico subsidiado desde el extranjero y dependiente de alianzas políticas y no de una economía productiva y eficiente. Para que este período no se parezca por fuera al ya citado “período especial” se ha tenido especial atención a evitar lo más posible los odiosos “apagones” en la zona residencial. Sin embargo, cuando el combustible falta, hay que recortar y si falta más hay que recortar más. En el semanario Guerrillero de Pinar del Río, se anuncia que ha sido necesario “afectar” en un 31% el transporte urbano, suburbano e intermunicipal en la provincia de Vueltabajo (Cf. Guerrillero, 8 junio 2018, p. 5). Esto es una tercera parte de los viajes de pasajeros. Ya hacía un tiempo que se venía notando pero ahora las colas para “abordar” un ómnibus son la señal más elocuente y diaria de esta dimensión de la crisis energética que sufrimos. Depender otra vez –recordemos la extinta URSS- de un suministrador aliado político, con el que no rige el mercado normal de combustible, como es el caso de Venezuela, es “volver a caer en el mismo hueco”. Porque no cambia la mentalidad de la dependencia del aliado, porque no rigen las leyes del mercado, porque el modelo económico no funciona y porque a tiempo, aún después de la amarga experiencia de la caída del bloque soviético, no escarmentaron los que debieron decidir con proyección estratégica y sistémica y no con soluciones “coyunturales” y “políticas”. Esto es otro “cambio de necesidad”.

La necesidad manda. O debería mandar, de lo contrario es imposible que la “siembra de optimismo” explique lo que estamos viviendo, sane los daños que produce la crisis y nos haga salir del modelo estatista y centralizado, paternalista y autoritario que está bloqueando a las “fuerzas productivas”, al cambio de “las relaciones de producción” y a la “satisfacción de las necesidades siempre crecientes” del pueblo cubano, para decirlo con las mismas “categorías” y “lenguaje” de la teoría de un modelo que los que lo han aplicado aquí, que son los que pueden y deben decidir, tendrían que cambiar. Constatar la realidad y las causas probables que la conforman no es sembrar pesimismo, es despejar la verdad del espejismo, primer paso para poder comenzar a cambiarla.

No obstante, mantengamos la verdadera esperanza que brota, no de la propaganda, sino de la confianza y la certeza de que el pueblo cubano tiene los talentos, las capacidades y las pruebas fehacientes pero aún “bloqueadas”, de que cuando se liberan las fuerzas productivas y se promueve la autogestión empresarial, la libertad del mercado regulada por una justicia social razonable y, por consiguiente, se aumenta la productividad y la eficiencia económica, no será necesario “sembrar optimismo”. Crecerá al mismo tiempo que la calidad de vida de los cubanos y dará los frutos duraderos que nuestra noble nación espera y merece.

Cambiemos lo que la necesidad manda, y por la brecha del cambio entrarán en nuestras vidas, dando nuevas energías, toda la esperanza y el progreso que Cuba merece.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.  

 


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

 

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