Muchas veces echamos la culpa del estado actual de crisis existente en Cuba a las cosas que hemos hecho mal, o que otros han hecho mal, porque es común en los seres humanos la manía de buscar culpables y dejar la responsabilidad de las cosas a otros. También los cubanos sufrimos de este problema, y probablemente de forma agravada, lo que se explica por el daño antropológico y el analfabetismo cívico, moral y político que nos afecta.
Reconocer que no somos perfectos, que nos equivocamos, que “metemos la pata” como cualquier persona lo hace, es un ejercicio que a veces dejamos de largo. El peligro de esto, está en que por un lado caemos en la prepotencia, autosuficiencia, soberbia; y por otro, perdemos la sensibilidad hacia los demás, perdemos la capacidad de ver en quienes nos rodean a otros que como yo son valiosos, tienen dignidad y merecen respeto.
Pero no solo es importante en la vida que seamos capaces de reconocer lo que hacemos mal, sino también lo que dejamos de hacer. Pues hay mal tanto en las acciones, pensamientos, obras que hacemos y con las que provocamos algún tipo de daño a los demás, como en esas muchas otras cosas que dejamos de hacer, que ni siquiera percibimos que nos exigen que demos una respuesta. Por ejemplo: está mal responder a la violencia con violencia, pero también está mal ser indiferentes a la violencia, no hacer nada para revertirla, quedarnos en la comodidad de quien quiere evitarse problemas.
Si aplicamos esta idea a la realidad cubana, es fácil llegar a la conclusión de que las cosas están mal no solo por lo que se ha hecho mal, sino también –y en gran medida– por todo lo que dejamos de hacer. Todas las responsabilidades que hemos eludido, todas las violencias que hemos dejado pasar para que sea otro quien intente resolverlas, todas las injusticias que hemos aguantado con miedo, con indiferencia, con apatía, a veces incluso con actitud egoísta.
De este modo, estamos como estamos, no solo porque un gobierno opresor ocupara el poder hace sesenta y tres años, y porque las personas que representan al sistema no han querido cambiar las cosas. Sino también porque nosotros, el pueblo, no hemos sido capaces de organizarnos para hacer posible el cambio que esperamos. Lo que hemos dejado de hacer tiene un peso importante en los resultados que cosechamos, perder eso de vista implica que no reconozcamos la responsabilidad y el protagonismo que estamos llamados a vivir para transformar nuestra sociedad.
Por ello propongo lo siguiente:
– Cada vez que pasemos y veamos una injusticia no nos quedemos de brazos cruzados. Hagamos algo, no dejemos morir la inquietud de intentar mejorar la realidad que se nos presenta, seamos creativos e ingeniosos para encontrar una forma de aportar nuestro grano de arena.
– Cuando veamos gente necesitada, no sigamos de largo, vayamos a su encuentro, busquemos la manera de servir al necesitado.
– Cuando nos atosigue el sentimiento de desesperanza y frustración porque las cosas no cambian a la velocidad que queremos o porque no percibimos que las cosas estén mejorando, no nos quedemos con ese sentimiento. Busquemos respuestas, busquemos ayuda en otras personas, miremos “el vaso medio lleno”, intentemos ver lo bueno y bello que en toda realidad humana existe.
– Cuando estemos tentados a juzgar a otros, a quejarnos, a lamentarnos y solo denunciar lo que sucede recordemos que también podemos, reconocer nuestros defectos y la responsabilidad que tenemos en que las cosas estén mal, recordemos que podemos siempre proponer soluciones, que es importante anunciar salidas y caminos para avanzar al futuro.
En fin, vale la pena hacer el ejercicio diario de pensar no solo en las cosas malas que hemos hecho durante el día, sino también en las cosas que hemos dejado de hacer. Probablemente son más las cosas que dejamos de hacer que las que hacemos mal. Trabajar en esto, en lo personal, pero también en el plano social, puede ser de mucha utilidad para nuestras vidas y para Cuba. ¡Asumamos el reto!
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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