Por Luis Cáceres
Cuando leía el semanario de nuestra provincia, me llamó la atención un artículo dedicado a vendedores de la calle en el que se decía que estos deterioran la imagen de la ciudad, que es un punto de alarma que organicen espacios para sus ventas, y que solo arrancándolo de raíz se elimina el mal.
Por Luis Cáceres
Cuando leía el semanario de nuestra provincia, me llamó la atención un artículo dedicado a vendedores de la calle en el que se decía que estos deterioran la imagen de la ciudad, que es un punto de alarma que organicen espacios para sus ventas, y que solo arrancándolo de raíz se elimina el mal. Agregaba también que el trabajo por cuenta propia no contempla la comercialización de productos industriales.
Estas personas que se dedican a vender variedad de cosas por las calles, en su mayoría son jubilados, a quienes no les alcanza lo que reciben, madres solteras, otros que no tienen trabajo (todos sabemos que han sobrado trabajadores en las empresas) y algunos que rechazan trabajar porque saben que no les alcanzará lo que le pagarán por su trabajo ni para lo más elemental.
Sencillamente son personas que no roban ni venden estupefacientes. Solo hacen para sobrevivir, algo no prohibido en ninguna otra parte civilizada del planeta: revenden lo que compran en algunos comercios estatales por dólares.
Por eso creo que no hay derecho a decirles lo que tienen que hacer con los bien pagados productos.
Nadie cree el chiste de que estas personas organicen espacios, porque todos sabemos a quién pertenecen realmente todos los espacios, que además están muy deteriorados.
Creo que hay otras cosas que de verdad afean una ciudad y que, estamos viendo a diario: baches y huecos en las calles y aceras, que ponen en peligro la vida de las personas; comercios donde se vende, por una moneda que no es la nuestra, lo más imprescindible para vivir; personas registrando los tanques de basura con la esperanza de encontrar cualquier cosa; otras mal vestidas extendiendo la mano esperando una moneda; aguas albañales corriendo por cualquier calle de la ciudad; edificios en peligro de derrumbe, algunos de los cuales todavía están habitados. Estas son, según mi humilde opinión, las cosas que de verdad afean la imagen de una ciudad.
Luis Cáceres, Pinar del Río, 1937