Recientemente participé en un cine debate del filme francés “Las nieves del Kilimanjaro”, cuyo tema es la lucha de un matrimonio por mantener su familia, su ideología y sobre todo su felicidad, por encima de los problemas económicos y de las incomprensiones de los demás.
El debate versó, en resumen, sobre el tema del amor, de la familia, de los principios, de la justicia y la solidaridad.
La actitud magnánima de los protagonistas del filme generó una interesante discusión sobre la posibilidad de actuar generosamente sin tener ninguna referencia religiosa. Entre diversas opiniones surgió una palabra que iluminó el debate: la mística.
La mística es esa fuerza interior que nos permite encontrar sentido en lo que otros no ven nada y gozar a plenitud renuncias y entregas desinteresadas a otros, o a una causa en la que creemos. Encontrar sentido y gozo en lo que otros ven solo sacrificio, desgaste y pena, es solo posible gracias a la mística. Para vivir la mística no hace falta ninguna condición política, ideológica, o creencia religiosa.
Es común escuchar decir: ¡Eso es cosa de novelas!, o ¡¿Quién se cree que no hay ganancia en eso?! ¡Eso lo hace porque no tiene problemas!, refiriéndose a actitudes que salen de lo común y que ponen de manifiesto lo más humano de la persona humana: la dignidad, la hermandad, la fidelidad, la entrega desinteresada. Existe una tendencia hoy entre los cubanos a disminuir la importancia y el valor de las acciones heroicas. Resultan increíbles para muchos, las actitudes de perdón sin resentimiento y sin cuentas pendientes, la entrega a un proyecto social o personal, o la cesión de derechos por amor, o la magnanimidad por encima de la justicia. Es la reacción lógica de quien no ha vivido la experiencia de entrega a un proyecto, a una idea, que permite que goces con cada éxito aunque no te dé ninguna ventaja. Falta la mística.
Las heroicidades no son comunes, pero eso no las hace imposibles, porque la capacidad está en cada uno de nosotros. Y, si miramos bien, a nuestro alrededor podemos descubrir más actitudes heroicas que las que imaginamos, personas que logran su heroísmo en la cotidianidad de su trabajo, de su familia, de su comunidad, de su país.
La escasez de mística en una sociedad, enferma el alma de la nación, porque hace que consideremos imposible vivir por un sueño, por una idea, por un proyecto y entregarle todo, si no nos proporciona alguna ganancia material. La falta de mística no permite que vivamos a plenitud una opción fundamental o un proyecto de vida, pues sin esa fuerza interior, desistimos, nos desesperanzamos ante la menor dificultad. Sin mística no valoramos la vida en la verdad, la alegría de ser coherentes y hacer lo que decimos y decir lo que pensamos, aunque nos cueste comodidad. Sin mística se pierde la capacidad de sacrificio y de compromiso con el bien común.
Cuba necesita cultivar la mística como valor. Necesitamos cubanos que sueñen y vivan por su sueño. Necesitamos creer en la posibilidad de que nuestra nación sea próspera, libre y democrática. Pero sobre todo necesitamos saber que eso depende de nuestro esfuerzo, de nuestro compromiso, de que nos convenzamos de que las comodidades y los intereses personales serán mejor satisfechos en un ambiente en el que todos tengamos las mismas oportunidades. Necesitamos la mística de los cubanos que, en otros tiempos, hizo de Cuba un ejemplo de nación dispuesta a todo por su libertad y la dignidad plena de cada hombre.
Con mística podemos gozar y ser felices por encima de los pesares y los obstáculos del camino que emprendamos.
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de Economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.