Liderazgo político y pandemia

Foto tomada de internet.

Carlos Manuel Rodríguez Arechavaleta || Las pandemias tienen un potencial revolucionario innegable. Con su inmensa carga de incertidumbre cuestionan las predicciones hegemónicas y los escenarios probables. Arrasan con certezas y monopolios. Mucho se ha escrito recientemente sobre la relativa eficacia de respuesta de los gobiernos a la pandemia global de la COVID-19. La dimensión global del virus y su elevado índice de contagios ha amenazado, indistintamente, a países con regímenes políticos, diseños institucionales, infraestructuras sanitarias y economías diferenciadas. No han pasado desapercibidas las fallas de la capacidad de respuesta, aún en democracias consolidadas. Algunos han proyectado cierto optimismo respecto al éxito de contención en regímenes autoritarios.

Ciertamente, las variables con mayor potencial explicativo han sido exógenas al régimen político, y todo indica que se han concentrado en los sesgos cognitivos[1] que condicionan los diagnósticos y las estrategias de respuestas adoptadas, y el desempeño institucional, específicamente de la infraestructura sanitaria. Una tercera dimensión complementa la eficacia de la respuesta: el capital social, fundamentalmente vinculado a la cultura política que condiciona la proyección pública de una determinada ciudadanía. Si somos observadores, los sesgos cognitivos se orientan a un factor determinante en el desempeño de los gobiernos: el tipo de liderazgo político.

Todo régimen político genera liderazgos, y ciertas dinámicas de toma de decisiones públicas. Es sabido que los regímenes autocráticos tienen una mayor predictibilidad, dado el control de las elites sobre la capacidad selectiva de las reglas y los resultados. En palabras breves, ex antes proyectan sus liderazgos, y sus elecciones probables. Como reconoce S. Ben-Ami, “una crisis es una amenaza a la legitimidad del régimen, de hecho, a su supervivencia.” [2] De ahí el empeño en maximizar la eficiencia de sus políticas masivas, al margen de vigilancias y contrapesos externos.

La democracia se define por la dinámica inversa, certidumbre de reglas ex antes e incertidumbre de resultados ex post, de ahí lo impredecible de sus elecciones. Otra diferencia importante son las condiciones bajo las cuales se toman las decisiones públicas, es decir, los diseños institucionales que canalizan los procesos de decisión colectiva. El líder en una democracia –generalmente- decide bajo restricciones de observación y control horizontal – checks and balances– y vertical – elecciones próximas-, y ciertas formas de gobierno parlamentario tienden a producir importantes incentivos a coaliciones de cooperación inter-institucional. No obstante, el componente subjetivo del liderazgo es importante para entender la (in) eficacia de las decisiones políticas.

Al revisar la definición de estrategias de mitigación (rastreo y cartografía del virus) o supresión (confinamiento obligatorio) en las políticas sanitarias de los diversos países, el tipo de liderazgo político parece ser determinante. Sin negar la importancia del eficiente desempeño de una infraestructura sanitaria, que como toda institución, refleje la estabilidad de prácticas y valores de un ejercicio profesional auto-correctivo, que ha incorporado aprendizajes e innovaciones tecnológicas que lo dotan de flexibilidad adaptativa a las nuevas condiciones, y que una vez adoptadas ciertas decisiones, contribuyen de forma decisiva a minimizar los daños. Concretamente, la evidencia empírica nos muestra una clara correlación entre el tipo de liderazgo (los definiré Liderazgo Consensual y Liderazgo Populista) y la eficacia de la respuesta sanitaria a la pandemia.

El tipo de liderazgo lo defino por su sesgo cognitivo. En el Liderazgo Consensual el sesgo cognitivo tiende a ser bajo o nulo, dados a) los fundamentos deliberativos de sus decisiones y b) la naturaleza cooperativa de las definiciones estratégicas, las cuales reconocen el condicionamiento global, regional y nacional de la crisis, y la importancia de las estrategias solidarias c) basadas en la racionalidad científica y tecnológica (expertise), y d) en predicciones y escenarios múltiples, por lo que e) sus respuestas a la crisis tienden a ser proactivas, con un énfasis en estrategias preventivas y de intervención selectiva con una visión de largo plazo, minimizando los efectos negativos sobre la economía y las finanzas nacionales, y f) un predominio del interés público sobre el privado o de grupos de interés. Ejemplos relevantes de estos liderazgos y sus exitosas respuestas a la crisis pandémica han sido la Canciller alemana Angela Merkel, la Primera Ministra de Nueva Zelanda Jacinda Ardern, el Primer Ministro de Dinamarca Mette Frederiksen, Erna Solberg en Noruega, Sanna Marin en Finlandia y Katrín Jakobsdóttir en Islandia. En el sureste asiático países como Taiwán, Corea del Sur, Singapur tuvieron este tipo de liderazgo.  

Por su parte, el Liderazgo Populista se define por el alto sesgo cognitivo de sus decisiones, dada a) la naturaleza personalista e histriónica de su gobierno, b) la dinámica poco cooperativa, e incluso, conflictiva con otras instituciones de su propio gobierno, y una visión nacionalista ultraconservadora – definición de Anne Applebaum- [3], c) su carácter negacionista respecto a la racionalidad científica y tecnológica (expertise), y d) el apego a predicciones utópicas y escenarios únicos, por lo que e) sus respuestas a la crisis fueron reactivas, con un énfasis en estrategias equívocas y zigzagueantes de corto plazo, fundamentalmente orientadas a la supresión (confinamiento obligatorio) como última alternativa, y f) no inmunes a intereses privados, corporativos y de grupos de interés. De este tipo de liderazgo y su pésimo desempeño tenemos muestras fehacientes en Donald Trump (EE.UU.), Boris Johnson (Reino Unido), Jair Bolsonaro (Brasil), Andrés Manuel López Obrador (México), Nayib Bukele (El Salvador), y Víktor Orbán (Hungría).

Un Liderazgo Consensual, a pesar de contar con recursos económicos e infraestructura sanitaria modesta, tiende a maximizar su utilidad en función de las necesidades públicas, aplicando de forma proactiva y flexible estrategias combinadas de mitigación y supresión derivadas de tempranas evaluaciones científicas sobre los ciclos de comportamiento del virus. La capacidad de usar las tecnologías de la información para generar información empática parece ser un plus diferencial en los liderazgos emergentes exitosos. Notorio ha sido el caso del estilo de liderazgo de la joven Primera Ministra neozelandesa Jacinda Arderns, quien ha encontrado en Facebook Live un medio de interactuar empáticamente con sus conciudadanos, transmitiendo mensajes claros y consistentes en un estilo aleccionador y relajante desde la informalidad de su cuarentena hogareña. La gente siente que “ella no les predica; ella está con ellos”. [4] Tal vez ahí encontremos la explicación del elevado porciento de confianza de los neozelandeses a las correctas decisiones tomadas por el gobierno para enfrentar la pandemia (88 %).

Trump y Bolsonaro han dado muestras inequívocas de un negacionismo radical frente a la racionalidad científica, lo cual los ha enfrentado a sus propios expertos e instituciones. Sus disparatados diagnósticos epidemiológicos sobre el virus y sus supuestas curaciones han generado incertidumbre y polarización, limitando la percepción de riesgo latente en parte importante de la población. En la orientación de estos liderazgos parece primar el cálculo económico sobre la gestión de la crisis sanitaria. [5] Lejos de la comunicación asertiva y empática de Jacinta Arderns, los presidentes Trump, Bolsonaro y López Obrador [6] con sus actos cotidianos desafían los pilares de la contención del virus: la distancia social y el uso de mascarillas. [7]

El estilo de comunicación -asertivo o disruptivo- de los líderes constituye un componente fundamental de la estrategia sanitaria. Ante tanta incertidumbre, la confianza del ciudadano en la orientación cívica del líder constituye un incentivo fundamental para activar el capital social, entendido como el potencial solidario asociativo, organizativo y de movilización colectiva en función de un interés público en una sociedad. Ninguna estrategia sanitaria podrá por sí sola contener la pandemia sin contar con una respuesta cooperativa de la sociedad civil. Ahí es donde la empatía, entendida como la dimensión humana de la autoridad política, puede ser determinante.

  • [1]http://agendapublica.elpais.com/coronanomics/?fbclid=IwAR2V8pgWCQuXJiw56bvBOJjfEyXx_y8S04f76sHGPe_ha_nqzMBXBZIUAXw
  • [2] https://elpais.com/opinion/2020-05-20/las-democracias-gestionan-mejor-las-crisis.html
  • [3] https://elpais.com/ideas/2020-05-09/el-dia-en-que-los-nacionalpopulistas-enterraron-el-legado-de-reagan-y-thatcher.html?ssm=FB_CC?event_log=oklogin&o=cerrado&prod=REGCRART
  • [4] https://www.theatlantic.com/politics/archive/2020/04/jacinda-ardern-new-zealand-leadership-coronavirus/610237/
  • [5] https://elpais.com/sociedad/2020-05-18/la-caotica-gestion-lastra-la-batalla-contra-el-virus-en-brasil.html
  • [6] https://www.20minutos.es/noticia/4188666/0/lopez-obrador-dando-abrazos-entre-multitudes-pese-al-coronavirus/
  • [7] https://elpais.com/internacional/2020-05-22/trump-no-quiero-dar-a-la-prensa-el-placer-de-verme-con-mascarilla.html

 

 


  • Carlos Manuel Rodríguez Arechavaleta (Yaguajay, S.S., 1968).
  • Sociólogo cubano radicado en Ciudad de México.
  • Doctorado y Maestría en Investigación Social, Especialidad Ciencia Política, FLACSO-México.
  • Académico e Investigador en la Universidad en la Universidad Iberoamericana.
  • Investiga temas de Sociología Política, República, transición en Cuba y Comunicación Política en democratizaciones.
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