Hoy terminamos la trilogía que conforma la plegaria que rezaba el Padre Manolo de Céspedes, en cada Misa, después de la oración del Padrenuestro: “Líbranos del miedo, del egoísmo, de dejarnos arrastrar por el ambiente”.
“Los ambientes”
En esta oración, la palabra “ambiente” tiene un significado: es el modo de malvivir en determinados lugares, costumbres sin ética, relativismo moral, cultura de rebaño, despersonalización y masificación. En resumen, esa forma de convivir viciada por la falta de valores, “la doble cara”, la simulación, el embullo, el “donde va Vicente, va la gente”, la delación, la vulgaridad, la infidelidad, el chisme, la mala voluntad, el rencor, el odio y la venganza, la vulgaridad, la chusmería, las maledicencias, la descalificación, el ataque público a las personas, es vivir en lo que he llamado la “cochambre existencial”.
“Dejarnos arrastrar”
Este es uno de los males más pernicioso, más profundo, y más enmascarado, que sufre la sociedad cubana. En efecto, “dejarnos arrastrar por el ambiente” es un fenómeno social que provoca un severo daño antropológico, un debilitamiento de nuestra personalidad, una lesión en nuestro carácter, un quebranto de nuestra voluntad: dejarse arrastrar por contagio, a veces inconsciente, porque la mayoría de la gente lo hace, porque es lo que se usa, porque es más cómodo dejarse llevar por la corriente que nadar en contra de ella.
Es un mal enmascarado, solapado, con frecuencia casi inconsciente. Otras veces, es un mal “justificado” para no asumir nuestra responsabilidad personal. Se adquiere por contagio, por “fiebre”, por embullo, porque se esgrime para consolarnos y encubrirnos, a nosotros mismos, con el antifaz de la mentira, argumentando engañosamente “que tenemos que adaptarnos o pereceremos”.
McDougall, W. (1961) en su libro “Introducción a la Psicología” ha distinguido dos tipos de adaptaciones al ambiente:
• La adaptación pasiva, es aquella forma de vivir en que “la conformidad es la forma más común y omnipresente de la influencia social. Generalmente se define como la tendencia de actuar o pensar como otros miembros de un grupo… La conformidad normalmente se ve como una tendencia negativa… pero una cierta cantidad de conformidad es no sólo necesaria y normal, sino probablemente esencial para que una comunidad funcione.” El problema surge cuando nos dejamos “arrastrar” por esa influencia social de tal forma que dejamos de ser nosotros mismos y comenzamos a pensar, sentir y actuar, como la masa. Quien vive así una adaptación pasiva se deja arrastrar por el ambiente. “Se lo lleva la corriente”. Ha perdido su vida.
• La adaptación activa, sin embargo, es cuando somos personas que logramos dosificar una “cierta cantidad de conformidad” necesaria y normal para poder vivir en sociedad, para no ser un antisocial, un desclasado individualista. Se trata de no perder nuestra propia personalidad, nuestra propia forma de pensar, sentir y actuar. Se le llama adaptación activa porque la persona que la vive actúa siempre, en medio de la sociedad, llevando las riendas de su propia vida, siendo, como nos dijo San Juan Pablo II: “los protagonistas de su propia vida personal y social”. Quien vive una adaptación activa así es dueño de su vida y puede nadar contracorriente. Puede “perder” privilegios o puestos, pero gana la vida.
Dejarse arrastrar por el ambiente es un mal pernicioso que nos enferma como ciudadanos hasta perder la conciencia crítica y la orientación moral, hasta abandonar nuestro carácter cívico. Es, quizá, la forma más profunda del daño humano en sociedades totalitarias porque afecta, paraliza e hipnotiza nuestra identidad personal y nuestro activismo en el entorno que deberíamos transformar para el bien de todos.
Incoherencia entre lo que se cree, se piensa, se siente, se dice y se hace
Cuando una persona se deja arrastrar por el ambiente, por el qué dirán, por el que “te perjudica”, para que “no seas escalera para nadie”, por el “actúa, pero no te destaques”, por aquello de que “tú sé del montón”, entonces ese ser humano hace dejación de ser él mismo, rechaza su condición de ciudadano, sujeto de derechos y deberes éticos y cívicos que nadie le tiene que dar, porque “vienen de fábrica”, es decir, son inherentes a cada ser humano.
Cuando nos dejamos “arrastrar” por el ambiente, vivimos en la mentira, en la doblez, en el miedo, en la simulación. Eso no es vida. es un teatro, una obra trágica. Cuando nos acostumbramos a decir en cada lugar aquello que se espera escuchar, aquello que es “políticamente correcto” para los que mandan, y no expresamos los criterios propios, la sociedad se enferma y los ciudadanos viven en un permanente “síndrome del camaleón”, tomando el color del palo al que se recuesta. Eso no es vida. Es un infierno.
El problema de fondo: el relativismo moral
La condición previa, el caldo de cultivo, para dejarnos arrastrar por el ambiente, es el relativismo moral que fue calificado por el Papa Benedicto XVI como el “gran mal de nuestro tiempo”.
Cuba vive en el relativismo moral. Es su mayor debilidad, es el cáncer que corroe nuestra alma como nación. Ese relativismo moral ha sido inducido, inculcado, enseñado y, desgraciadamente, implantado, por el régimen totalitario comunista que necesita la abolición de toda norma moral que se oponga o que obstruya su poder omnipotente. Todo lo que contribuya a mantener el poder es “bueno”. Todo lo que contribuya a la libertad, a la justicia, a la democracia, al protagonismo de los ciudadanos, es “malo”.
Además, por su necesidad de supervivencia a toda costa, se ha implantado otra dimensión del relativismo moral que es aquella en la que lo que fue “malo” ayer, hace unos años, como la tenencia del dólar, o tener relaciones con la familia en el extranjero, es hoy “bueno”, porque contribuye al sostenimiento del poder. Así se confunde el bien con el mal, y el mal con el bien. Es el único pecado que, dice Jesucristo, no tiene perdón.
Pero, lo peor de lo peor, no es que un régimen imponga ese relativismo moral, lo más pernicioso es que la inmensa mayoría de los cubanos, hayan sucumbido, pasivamente, a esta manipulación, a “dejarse arrastrar” por ese relativismo moral y cívico, convirtiéndonos en rebaño domesticado, en masa irresponsable y manipulable. Ahora podemos entender mejor por qué este sacerdote cubano resumía en estos tres males, los males de Cuba: “Líbranos del miedo, del egoísmo, de dejarnos arrastrar por el ambiente”. Pidámoslo, como él, todos los días. Desde hace muchos años yo la rezo cada día.
Propuestas
No estamos proponiendo una rebeldía sin causa, o un abandono de los métodos pacíficos, estamos hablando de no dejarnos arrastrar por el ambiente despersonalizador y masificador. Esto significa, ser nosotros mismos, mantener nuestros criterios, expresarlos respetuosamente, sin miedo, sin crispación, pero verticalmente, con la claridad y la luz del mediodía.
Hemos pensado en ¿qué tipo de “adaptación” hemos vivido hasta hoy, o estamos viviendo? Una buena propuesta sería pasar de una adaptación pasiva a una adaptación activa. Vivir y promover una primera transición: de dejarnos “arrastrar” por el ambiente a transformar los ambientes, a trabajar por el cambio de Cuba, que es asumir nuestra propia vida con libertad y responsabilidad.
Una propuesta para practicar diariamente sería ante cada situación que vivimos, parar, pensar, preguntarnos sinceramente: ¿cómo actuar ante esta situación para ser coherente con mi forma de creer, pensar y vivir? Ante esta solicitación venida de cualquier ambiente, sea familiar, vecinal, laboral, estudiantil o eclesial: ¿cojo miedo, soy hipócrita, me dejo arrastrar por las costumbres mundanas de la simulación, o soy yo mismo y expreso lo que pienso, creo y siento?
La propuesta es ser resilientes, transparentes, coherentes. Lo que significa ser nosotros mismos, decir lo que pensamos con respeto a los criterios divergentes, sin atacar ni descalificar, sin crispación y sin violencia.
Cuba necesita cubanos resilientes que, nadando contra la corriente, fortalezcan los músculos de su pensamiento, de sus sentimientos, de su voluntad y de su espiritualidad.
Cuba necesita cubanos transparentes con una sola cara. Cuba necesita cubanos que vivan en la coherencia de vida: entre el ser, el creer, el pensar, el sentir y el obrar, sin fracturas y sin flojeras, pero con firmeza, serenidad, prudencia y perseverancia.
Cuba necesita cubanos de una sola pieza, aunque eso suponga nadar contra la corriente.
Si no nos dejamos arrastrar por la corriente, llegaremos a puerto seguro: al puerto de la libertad.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
- Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007.
- Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
- Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
- Reside en Pinar del Río.