Lunes de Dagoberto
Con motivo del I Aniversario de la toma de posesión de la Cátedra de San Rosendo en Pinar del Río de Mons. Juan de Dios Hernández, sj.
Al celebrar hoy el primer año del episcopado de Monseñor Juan de Dios Hernández, jesuita, como pastor de la Iglesia de Pinar del Río, quisiera compartir mis criterios sobre la primera Carta Pastoral de nuestro obispo que él ha titulado “A ti te digo: Levántate y anda”, frase de Jesús, tomada del Evangelio de san Marcos 2,11. Dedico esta columna del lunes 13 de julio a compartir con ustedes mi opinión personal sobre esta carta que lleva fecha del 29 de junio 2020. Si Usted quiere leer primero el documento y luego sacar sus propias conclusiones y escuchar otras opiniones, e incluso debatir sobre ellas, pare de leer aquí y le dejo con el texto original e íntegro de la Carta de nuestro Obispo, que ha sido publicada íntegramente en la revista Convivencia (centroconvivencia.org) en este link:
http://centroconvivencia.org/convivencia/ltima-hora/11995/11995
Para los que ya la leyeron o quieren escuchar otras opiniones, les dejo mis impresiones personales sobre la Carta en general y de aquellos párrafos que a mí me han impresionado de una forma especial.
Lo primero va con el rango que el pastor ha otorgado a esta misiva, catalogándola como Carta Pastoral, jerarquización de mucha importancia en las enseñanzas episcopales. Esta es una primera característica que nos alegra porque es signo de la seriedad y dignidad del magisterio de Juan en la Cátedra de San Rosendo.
Estilo y estructura
Lo otro es el estilo de la Carta. Se nota que es del autor, por sus largos años de servicio en retiros, acompañamiento espiritual y formación. Considero que es una carta en clave cristocéntrica, con apoyatura bíblica y sana teología, pero siempre en tono y estilo espiritual y reflexivo. Por cierto, destaca el lenguaje claro, sumamente cuidadoso y respetuoso. Sugestivo.
Me ha recordado aquellos bellos y antiguos libros que me regalaban mis padres de páginas plegables que se iban abriendo como un acordeón, para ir descubriendo, poco a poco, imágenes y moralejas. Mis padres siempre me decían: no te quedes en la portada, sigue abriendo, sigue desplegando. Eso me ha pasado con esta Carta: después de una primera lectura, he ido desplegando las intertextualidades que no se esconden, sino que respetuosas del proceso del lector, permite ir intuyendo, desdoblando múltiples facetas que están llenas de sugestiones, respetuosas de nuestro pensar independiente, de las cuales cada persona, grupo de la Iglesia o de la sociedad civil, podemos ir deduciendo nuestras propias opciones y acciones.
Esta Carta Pastoral no es un libro de recetas, pero hay frases, ideas, enseñanzas, que dan para “servir la mesa”. Cada cual según su vocación. Se parece a aquellos albañiles viejos y sabios que cuando le encargaban construir una casa, lo primero que hacían era preguntarle al dueño qué quería que hicieran, y luego trazaba con hilos, niveles, basas, mucha precisión y paciencia, el plano de la que sería una casa según la voluntad del dueño. Aquí igual, el Obispo pregunta qué quiere Jesús, Maestro y Señor, para nuestra vida… y traza los soportales para que entre todos levantemos el hogar cubano y su Iglesia en esta nación, Isla y Diáspora.
La estructura es jesuítica. Parte de la instancia personal, sagrada e inalienable, base y principio de todo lo demás. Sobre esta base aborda las realidades experienciales de la persona humana: familia, sociedad e Iglesia. Toda la estructura, de arriba abajo, se cimienta y consolida, se afianza y levanta, sobre la Piedra Angular que es Cristo, al que desecharon otros arquitectos.
Esperanza con raíz y frutos
Para mí, es una carta de esperanza y compromiso. Pero no ese tipo de esperanza alienante, opio, tranquilizante. Se trata de la Esperanza que no defrauda, la que tiene razones para la lógica compartida. Esperanza con raíz y frutos visibles y contagiosos. Con raigambre de encarnación y frutos de redención.
Esperanza no en razones humanas provisorias o en utopías irrealizables, sino confianza en una persona que toca a la puerta de nuestra conciencia, de nuestra vida interior. Alguien que viene a compartir la mesa de la vida de los cubanos. Así nos lo presenta la Carta:
“Estoy a la puerta y llamo; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y comeremos juntos” (Ap. 3,20)… Nuestra puerta, solo se puede abrir desde dentro. No tiene manilla para abrirla desde fuera. ¿Qué haremos? ¿Le invitaremos a entrar o le dejaremos esperando en la calle?” (No. 5 y 6).
Cuando nos preguntamos por el sentido de nuestras vidas…
“Cada uno de nosotros conoce cómo está por dentro y lo que hay en lo más profundo de su corazón. Junto al gozo y la alegría, muchas veces nos acompaña la tristeza y el desconcierto. A menudo dudamos de nosotros mismos. Nos preguntamos por el sentido de nuestras vidas y por lo que nos está pasando. Junto a momentos de calma hay otros, largos a veces, de desesperanza, de sentir que ya no podemos más.” (No. 7).
Sacar a Dios de la historia
Otra de las partes que me ha tocado es la identificación de dos realidades: una, que la fe que saca a Dios de la vida cotidiana, de la vida familiar y social es una fe alienante. Y dos, el reconocimiento de que nuestras vidas están heridas, necesitan sanación. Es lo que llamamos el daño antropológico ante el cual, pienso yo, la Iglesia en Cuba tiene uno de sus mayores desafíos de cara al futuro, y cuenta para sanar con su mayor riqueza: Jesús, que tiene Palabras de Vida, de sanación, de resurrección, de ánimo para levantarnos.
Me impresionaron estas palabras que agradezco a nuestro Obispo:
“…hemos corrido el riesgo de sacar a Dios de la historia, y ese tipo de fe nos aliena. Nuestras vidas están heridas y necesitan ser sanadas… ¿Quién tendrá la palabra sanadora que ansiamos?… Jesús “nos dice como al fallecido hijo de la viuda de Nain: “¡Joven, a ti te digo: levántate!” (Lc. 7,14). Como a su amigo Lázaro, muerto y enterrado hacía ya cuatro días, nos dice: “¡Sal fuera!” (Jn. 11,43), sal de todas las tumbas en las que está enterrada tu vida.” (No. 7-9).
Ser lúcidos, creativos y atrevidos: Cuba y la Iglesia nos necesitan
Una de las exhortaciones que más me ha impactado es esta, llena de audacia y urgencia:
“En este tiempo de crisis y dificultades, el Señor nos invita a ser lúcidos y creativos, a ser más atrevidos, a superar miedos y comodidades, porque actuar es urgente y necesario. Nos pide que hagamos ver a los demás que podemos ir más allá, sin dejarnos vencer por los problemas. “Rema mar adentro” (Lc. 5, 4ss), nos dice. Atrévete. Echa la red y encontrarás peces. Yo estoy contigo. Los demás te necesitan. La Iglesia te necesita, Cuba te necesita.” (No. 10).
Jesús quiere entrar a nuestra vida familiar y social: ¿Lo dejaremos entrar?
Luego de asentar el cimiento personal, principio, sujeto y fin de todas las instituciones, cívicas y religiosas, el Pastor pinareño me impresiona porque va colocando otros niveles de compromiso cristiano: Conocer la realidad, discernirla, buscar causas y soluciones. Él mismo nos indica algunas señales y reconoce que cada uno conoce la realidad en que vive. Otro paso en ese discernimiento más arriba del “Ver”, invita a saber las causas para no quedarnos en la queja de las consecuencias, sino sanar de raíz. Así dice la Carta:
“Vivimos continuamente muchas situaciones complicadas y sufrimos muchas carencias. A diario vemos cómo la crispación, la incertidumbre, la desconfianza y el temor, aumentan en la población, con sus lamentables consecuencias de aislamiento, egoísmo, enfrentamientos y, a veces, hasta situaciones de violencia que todos deploramos. Conocemos la realidad…Sabemos las causas de lo que nos sucede. A veces son causas externas que están fuera de nuestro control y que, de un modo muy injusto, provocan gran dolor en nuestro pueblo. Pero junto a ellas, sabemos también que hay causas internas que sí dependen de nuestro modo de organizarnos y de comportarnos…” (No. 14).
Ante las enormes dificultades el Obispo destaca que siempre se puede hacer algo: sanar el daño que sufre nuestro pueblo. Pienso que es un servicio que la Iglesia debe rescatar, promover, estructurar: el ministerio de la sanación antropológica y espiritual. Recuerdo las casi olvidadas obras de misericordia espiritual. Las de siempre, aplicadas a nuestro tiempo. Sabio proceso de sanación del daño.
“Algunas dificultades se nos presentan tan inmensas que parece que ante ellas nada podemos hacer y, sin embargo, no es verdad: siempre se puede hacer algo. Siempre podemos reaccionar de un modo tal que reduzca, al menos en parte, el daño que la población sufre.” (No. 15).
Ahora solo mencionaré cinco concreciones de amor a Cuba que me han llamado tanto la atención que no quiero comentar. Creo que es una excelente propuesta para el camino de cambios y transformaciones que viviremos como nación. Tengo una opinión: que a partir del estudio de esta Carta Pastoral, deberíamos concretar en actitudes y acciones específicas en nuestra vida de laicos, religiosas, religiosos, pastores y fieles, grupos parroquiales, grupos de la sociedad civil, entre otros… porque estas cinco propuestas son tan amplias que pudieran servir a todos los cubanos sin distinción. Dejo al lector que haga su propia reflexión y deduzca sus compromisos. Los dejo solo con el texto del Obispo:
Cuidar el matrimonio y la familia
“Nos llama a respetar la institución matrimonial entre un hombre y una mujer, único fundamento sólido para elevar la dignidad de las personas y construir una sociedad sana. Nos llama a que haya más diálogo entre los esposos y con los hijos. A desterrar las infidelidades, la violencia doméstica, las separaciones por múltiples causas, los malos modales y los ejemplos perversos que luego copiarán nuestros hijos.” (No. 16).
No colaborar con el aumento de la violencia y la tensión
“Quien desee el bien común, no colaborará a que aumente ni la violencia ni la tensión en las distintas situaciones de la vida diaria. Al contrario, intentará, con sus palabras y con su actitud, poner tranquilidad allí donde exista crispación.” (No. 19).
Crecer en “amistad cívica”
“Las relaciones sociales necesitan crecer en “amistad cívica”, es decir, en una actitud de colaboración entre las personas basada en el respeto y la confianza mutuas. No construiremos una sociedad tranquila y en paz si desconfiamos o sospechamos permanentemente los unos de los otros. Sin ingenuidades, hay que estar dispuestos a asumir el riesgo de confiar en los demás.” (No. 20).
“Un ciudadano consciente y responsable colaborará con su trabajo honesto y bien hecho a mejorar la realidad y la calidad de vida de las personas. Pero junto a ello, hay que recordar que esa persona…precisa disponer de las condiciones necesarias para poder actuar de esa manera, por lo que las autoridades deberán estar atentas para eliminar aquellas trabas burocráticas o de otro tipo, que realmente no sean necesarias y que entorpecen la vida cotidiana y hacen crecer el desánimo en la población.” (No. 21).
Los que no piensen igual, no son enemigos a excluir o anular
“Necesitamos limpiar nuestra mirada y mirar como Dios mira para ver en los demás, aunque no piensen en todo como nosotros, no a enemigos a los que excluir o anular, sino a compatriotas con quienes trabajar en busca del bien común. Unidos hay que seguir construyendo Cuba, la casa común y única de todos los cubanos, estén donde estén. Es importante, en este sentido, que los cubanos que viven dentro del país y los que viven fuera, dialoguen para ver cómo colaborar más al bien de todos.” (No. 22).
Todo lo que favorezca el diálogo y la inclusión
“Todo lo que favorezca el diálogo y facilite la inclusión de todos aquellos que, a pesar de sus diferentes puntos de vista quieren a Cuba y piensan en ella como su país y su patria, es algo que los cristianos y todas las personas de buena voluntad deben apoyar. Solo contando con una fuerte sociedad civil, tejida con el respeto y la participación de todos los cubanos, podremos superar estos tiempos y salir adelante.” (No. 24).
Los cristianos presentes en las sinergias de procesos de unidad y felicidad
La Carta del Obispo Juan de Dios en su camino ascendente, llega a dedicar sus epígrafes finales a una profunda y profética llamada a la participación de los cristianos en la vida social, junto con la audaz propuesta de asumir un estilo de ser Iglesia en Cuba, en Pinar del Río, que me llena de esperanza, de visión de futuro y de mística para hacerlo realidad. Es el espíritu de la REC y el ENEC. ¿Cuándo tendremos otros procesos como aquellos ajustados a nuestra realidad de hoy? Detengámonos, las propuestas pueden ser apasionantes, si las hacemos nuestras:
“¡Bendita Cuba que tiene tantos hijos e hijas que la quieren y la aman! Siempre, pero más en situaciones como las actuales, ¿no parece urgente buscar mecanismos que sumen todos esos buenos deseos en una esperanzadora sinergia que multiplique las energías de cada uno, integrándolas en procesos que hagan posible la unidad y el aumento de la felicidad de nuestro pueblo? En ese empeño, ya lo hemos dicho, los cubanos cristianos tienen que estar presentes…” (No. 25).
La Iglesia y los cristianos: Una nueva forma de vivir la fe para tiempos nuevos
Por último, me llama la atención las características de la vida de la Iglesia en Cuba que nos propone nuestro Obispo. Es la Iglesia que soñamos juntos, en plena corresponsabilidad, en los memorables tiempos de la REC y en el ENEC en 1986. Es la misma Iglesia que fundó Jesús, pero encarnada en el aquí y ahora de Cuba. La cita del canto emblema del ENEC refuerza ese memorial vivo convertido en proyecto eclesial para Pinar del Río:
“Jesús trae también nueva vida para la Iglesia. Quiere transformarla y para ello le infunde su Espíritu que es fraternidad, paz, alegría y misericordia. Quiere que, en medio de una sociedad en actitud de búsqueda, la Iglesia sea siempre “una luz en la oscuridad, un arroyo de agua viva, un cantar a la esperanza”. (No. 26).
Aquí enumero las características de la Iglesia que nos propone el Obispo de Pinar del Río como venidas de Jesús su Fundador y Maestro:
“Quiere Jesús, – dice nuestro Obispo:
- Que su Iglesia sea una Madre que acoge, abraza, sale a buscar a sus hijos y tiene palabras de amor, de perdón y de paz.
- Una Iglesia que no acusa ni juzga con dureza, sino que perdona y sana las heridas que la vida produce.
- Una Iglesia en salida que busca, anhelante, a quienes están lejos.
- Una Iglesia acogedora para recibir a quienes se acercan a ella.
- Una Iglesia que ayuda a recuperar la dignidad perdida.
- Una Iglesia educadora, que sabe que tiene un mensaje de vida y de valores que necesita el pueblo cubano y que quiere hacérselo llegar.
- Una Iglesia que invita a sus hijos e hijas a crecer, a asumir la responsabilidad de sus vidas y la de hacer una patria y un mundo mejor.
- Una Iglesia cercana a los pobres y necesitados en los que descubre, a pesar de las apariencias, la presencia privilegiada del Señor.
- Una Iglesia servidora.
- Una Iglesia en la que, sin exclusiones, caben todos los que quieren el bien de los demás, procedan de donde procedan.
- Una Iglesia que no se conforma con el mal ni con las injusticias que lo provocan, ni se calla ante el mismo.
- Una Iglesia valiente y decidida en la defensa de la vida y del bien de sus hijos e hijas.
- Una Iglesia profética, dispuesta siempre a colaborar con todos, desde la verdad y el compromiso por el bien común.” (No. 26-29).
Trabajar para que la Iglesia toda, en Cuba, en Pinar, en cada parroquia y casa de misión, sea así, como el corazón de Cristo la quiso, es un proyecto apasionante, es una fuente de esperanza con los pies en la tierra, esperanza con raíz y frutos contagiosos de entusiasmo y, creo sin dudas, que esta Carta, pero sobre todo lo que logremos sacar de ella, puede ser un gran aporte a Cuba urgentemente avocada a buscar salidas para las crisis que vivimos y que debemos superar entre todos.
¿Abriremos las puertas de nuestros miedos que ponen trancas, de nuestras fragilidades, como si este proyecto dependiera solo de nosotros? ¿Acompañaremos al Pastor de esta Iglesia de Pinar del Río en esta visión y misión en el presente y en el futuro que nos desafía a todos?
Invito a los que leen esta columna a no quedarse con la opinión de quien la escribe. Es solo y nada más que la opinión de un laico, hijo de esta Iglesia, a la que amo filialmente con todas sus luces y sombras, como a mi madre. No se queden en estos comentarios, que son solo mi apreciación ante este regalo del Pastor. Les recomiendo una lectura sosegada de la Carta, reflexionándola en todo su conjunto, en los iluminadores entresijos de sus renglones, que dejan escapar la luz, no para cegar, sino para orientarnos en el duro camino.
Al cumplirse el primer año del episcopado del obispo Juan de Dios en la más occidental de las diócesis de Cuba, sobre todo, oremos con mucha fuerza y fe, para que los próximos años de su servicio a esta Iglesia puedan ser la concreción práctica y la realización, entre todos sus hijos, de este proyecto de vida personal, familiar, social y eclesial hecho con el mismo amor a Cristo, a Cuba y a su Iglesia. Debemos ponerlo en práctica, en corresponsabilidad eclesial y pastoral. En comunión y participación.
Gracias, Juan, obispo y hermano. Cuenta conmigo.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.