Por José Prats Sariol
Un talentoso pintor pinareño se queja con Eliseo Alberto de que no le venden el tomo 6 de la Enciclopedia Salvat. Indignado, reclama que se rompa la censura. Se declara lo suficientemente grandecito para juzgar con sus propias neuronas lo bueno, lo malo y lo regular.
En su crónica semanal en Milenio, el ingenio de Lichi la bautiza como “La desdentada enciclopedia”. Reproduce la crispada carta de reclamación y denuncia. Dice Pedro Pablo Oliva en uno de sus párrafos: “Siento que es una falta elemental de respeto a quienes, como yo, decidimos comprar la colección. Las mentiras y verdades sobre Cuba, si han de desnudarse, solo se hará con la realidad misma, con lo que vivimos diariamente”.
Admiro la obra y recuerdo con cariño al artista. Conozco bien su sencillez y generosidad. Sabemos que se ha convertido en un auténtico mecenas de las artes en su provincia natal. Sin embargo, su carta de protesta no abre ninguna sorpresa. Si acaso da risa.
Pedro Pablo Oliva, como otros relevantes pintores de su promoción, representa para mí la Escuela Nacional de Arte y la casa de Servando Cabrera Moreno, los trabajos productivos en la Isla de la Juventud y las clases de literatura, cuando yo aún era estudiante en la universidad… Pero su carta, con el mayor respeto, parece aterrizar en tierra incógnita.
Supongo que el perspicaz artista esté bromeando. O aproveche el incidente por aquello de hacerse el muerto a ver qué entierro le hacen. De otra forma su carta jamás parecerá escrita por un cubano que vive en Cuba. Las inverosimilitudes están muy bien en un cuadro de Marc Chagall o del mismo Pedro Pablo. Fantasía e imaginación son aplaudidas sobre un lienzo, no sobre la triste realidad de un gobierno que considera a sus ciudadanos menores de edad y desconfía de su monopolio de la información.
¿Acaso la librería Grijalbo-Mondadori está en Madrid o en Londres? ¿No ocupa los bajos del Palacio del Segundo Cabo, dependencia militar desde la colonia hasta el Consejo Nacional de Cultura del sargento Luis Pavón? ¿Encima no tiene, precisamente, al Instituto Cubano del Libro? ¿Cuántas decenas de libros inéditos de autores cubanos no son censurados allí? ¿Cuántos otros no salen desdentados de sus cubículos, sin capítulos disidentes, sin párrafos que pueden prestarse al diversionismo ideológico, al enemigo en la “batalla de ideas”?
Llenaría varias páginas refiriendo ejemplos con títulos, nombres y apellidos. Y hay casos que no son precisamente simpáticos, que no remiten a un mecánico dental sino a la cárcel, el exilio o el suicidio. El archipiélago represivo contra la literatura es un extenso, patético producto de la dictadura.
Dicen que en la Biblioteca Nacional José Martí ya no existen reservas amarillas y rojas, pero me asegura uno de sus bibliotecarios que aún hay libros prohibidos, escondidos bajo el pretexto de que se está encuadernando o en préstamo especial. Ignoro cómo está la biblioteca pública de Pinar del Río. Tal vez mi amigo Dagoberto Valdés pueda enterarnos.
Ni a librerías ni a bibliotecas debe haber llegado una novela rusa como Vida y destino de Vasili Grossman (Lumen, México, 2008), que deja una expresiva historia de algunos horrores del comunismo y del nazismo, una crónica digna de Tolstoi por su calidad literaria.
Como está de moda el género epistolar, quizás sería bueno escribirle a Putin o a Medvédev para pedirle que abra otra Editorial Progreso. Ahora podría enviar a precios módicos novelas como la de Grossman, junto a las de Bulgakov (El maestro y Margarita, por ej.) y de Alexander Solschenitzin (El primer círculo, Pabellón de cáncer…), junto a ese libro sobrecogedor (De los archivos literarios del KGB), que recoge tantas delaciones y miserias humanas, cuando la “utopía” (sic) no acababa de bajar del cielo partidista.
Y otra carta a la presidenta de Chile, país invitado a la pasada Feria Internacional del Libro. En ella se le pediría que no prohibieran la venta de autores como Jorge Edwards, exembajador de Allende en La Habana y amigo del poeta Heberto Padilla. También que el público pueda adquirir Introducción al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena, poemas de Pablo Neruda donde se burla de “retamares” y retrata a Fidel Castro sólo de “gran capitán”, a la cola del Che Guevara.
Mientras tanto, nuestro admirado pintor no creo que tenga dificultades para su tomo 6 de la Salvat. Su coterráneo, el obsequioso ministro de Cultura, ya debe haber dado órdenes de enviarle a Pedro Pablo el tomo que completa la dentadura. Algo es algo, ¿no? Cuba y su cultura pueden esperar.
José Prats Sariol. (La Habana, 1946)
Ha publicado: Erótica (cuentos) 1987, que es el último libro
suyo publicado en Cuba, y Mariel (novela, una de las cinco
finalistas en el Concurso Internacional Rómulo Gallegos)
1997. Las penas de la joven Lila.También varios libros:
ensayo, crítica literaria y arte.