Jueves de Yoandy
Los términos que dan título a esta columna son confundidos muchas veces a lo largo de nuestra vida, siendo lo peor, no la confusión, sino que nunca dilucidemos cuáles son nuestras proyecciones y cuál es nuestro verdadero proyecto.
El vocablo proyección deriva del latín proiectio y se refiere al accionar, al conjunto de acciones que se planifican para conseguir un fin específico. Sin embargo, desde el punto de vista psicológico las proyecciones vienen a significar algo distinto: un mecanismo de defensa para encauzar las emociones. Esta acepción de la palabra, quizá sin reconocerlo, es la que más ponemos en práctica, sobre todo cuando no hemos superado las diversas asignaturas de la inteligencia emocional.
Cuando hablamos de proyecciones, nos cuesta reconocer que alguna vez hemos recurrido a esa práctica, pero por causas externas o internas, en algún momento de la vida terminamos adjudicando a los demás lo que nosotros mismos estamos sintiendo. A veces no aceptamos determinadas ideas, reacciones o actos, porque nos sentimos tan identificados que la tendencia es hacia el rechazo. Criticamos con sistematicidad muchas actitudes que nosotros mismos cometemos, pero no somos capaces de reconocerlas válidas, legítimas o humanas en la persona del otro. Vivimos en ocasiones sin el valor suficiente para vencer una tarea, dar el salto hacia algo que anhelamos o decir algo que llevamos dentro atragantado y, sin embargo, podemos decir con respeto pero total sinceridad… y entonces proyectamos en el otro todo aquello que nos sentimos imposibilitados de hacer. Describimos y alertamos a los demás de “fulano” o “mengano”, que “debe cuidarse”, que “debe estar alerta”, que si el otro es malo o regular, que si “dicen por ahí”, que este comportamiento por algo será, que si esconde algo, que seguro es tal cosa, que “a mí me parece…”, y terminamos absorbidos en nuestras propias miserias humanas, proyectando en los demás nuestras propias debilidades. Hacer juicios temerarios sobre las intenciones o sobre los actos de los demás, según nuestra propia escala de valores, no es sano ni ético. Cada quien puede y debe cargar con la responsabilidad de su camino por la vida.
Por otro lado, y aunque parezcan similares, está el vocablo proyecto. Muy a diferencia de las proyecciones, un proyecto se refiere a un conjunto de valores, opciones y acciones correctamente ordenadas, sistemáticas, con objetivos y formas de medirlos muy claras, que permiten dar respuesta a un problema en específico. No necesariamente tiene que ser un problema, llamémosle problema a un fin determinado, porque el proyecto fundamental, el más importante proyecto del que todos debemos estar claros, es nuestro Proyecto de Vida.
En este punto del análisis de las proyecciones y el proyecto podemos volver a relacionar los dos procesos en los que interviene la persona humana: tener un claro proyecto de vida evitará distraerse en las proyecciones sobre esta o sobre aquella persona o grupo. De esta forma, nos estaríamos centrando en lo que viene a ser el eje central, la articulación principal, el núcleo de nuestras vidas. Un proyecto de vida donde tengamos claro qué queremos hacer, hacia dónde nos queremos mover, con qué recursos humanos contamos. Esto nos garantizará una vida en coherencia con lo que hemos decidido por voluntad propia.
Desgraciadamente en nuestros espacios de desarrollo no encontramos el medio propicio para el aprendizaje por proyectos, más bien, el caldo de cultivo para incentivar el estilo de proyectar en el otro lo que no somos capaces de hacer o aquello que tanto criticamos, realizamos y queremos reconocer negativo en los demás. Sigue siendo una asignatura pendiente enseñar para la vida, ayudar a establecer una escala de valores bien fundamentada y realizar un discernimiento ético que nos posibilite dilucidar cuál es la opción fundamental que queremos y cuáles son las demás rutas por las que queremos transitar, sabiendo la meta de nuestra existencia y lo que ella supone.
En el proyecto de vida, así como cuando planificamos un proyecto para la escuela, para presentar una solicitud de presupuesto, o la realización de una obra constructiva, debemos tener en cuenta todas las etapas y su importancia. La iniciación y la planificación parten de la idea primigenia, tienen que ver con el establecimiento de los objetivos, la claridad en las metas propuestas y un profundo análisis de las condiciones reales de las que partimos o con las que contamos. En esta etapa establecemos el camino, trazamos el itinerario, realizamos nuestro propio análisis de fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas. De un buen discernimiento de la prioridad y lo circunstancial dependerá el éxito de todo el camino recorrido.
A esto le sigue la ejecución de nuestro proyecto, un proceso largo, en el que a veces nos pasamos toda la vida o gran parte de ella. Modificamos la concepción inicial, nos enfrentamos a nuevos riesgos en la marcha, nos damos cuenta de que no fuimos lo suficientemente agudos a la hora de la elaboración o nos percatamos de que el análisis de riesgos no fue exhaustivo.
La vida es un proyecto constante en el que las circunstancias cambian continuamente, pero la esencia es y debe ser siempre la misma. Eso no solo habla de nuestra coherencia sino, más que de ella, del éxito de todo aquello que nos propongamos.
Un buen proyecto lleva una evaluación constante, una manera de valorar la marcha para enmendar los errores del camino, para saltar las barreras que se presentan, para redireccionar si es necesario, para ser fieles a la esencia y no dejarnos aplastar por los males del ambiente. Sufrirlos, en la medida que corresponda, pero en clave de superación o poda de crecimiento, es lo más humano. Regodearse en el dolor, sin salida y sin perspectiva, es perder el preciado tiempo de la vida en causas que ni ennoblecen ni edifican.
Que la diferencia entre proyecciones y proyecto no nos distraiga. Centrémonos en las habilidades positivas que hemos desarrollado y no en ese arte cansino y enfermizo que nos hace poner en el otro lo que no somos capaces de hacer por nuestras propias miserias humanas. Superemos los desafíos que, inevitablemente, nos presenta el paso por este mundo, partiendo de tener muy claro lo que queremos ser y hacer en la vida. De ello dependerá encontrar el verdadero camino. En ello radicará la clave del éxito.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río