Es una realidad que, ante la falta de poder ciudadano en Cuba, las pequeñas cuotas de poder atribuidas a unos pocos se exacerban. Puede entenderse como un mecanismo de compensación, una necesidad de ejercer el mando sobre algo o sobre algunos o, simplemente, una deformación de las personas que viven en los sistemas totalitarios.
Los cubanos nos tropezamos cada día con este tipo de actitudes que no hacen más que hablar de ese bloqueo interno al que nos referimos muchas veces. Es como si dejáramos a un lado el valor de las relaciones interpersonales para hacer valer la cultura del maltrato, la incomunicación y la cultura del “peloteo”. Ese término que bien conocemos cuando nos mandan de aquí para allá y de allá para acá para un mejor trámite, una consulta necesaria, una gestión determinada.
Es tal esta realidad que, hasta en memes que circulan por las redes sociales, intentando burlarse de este comportamiento que, lejos de risa lo que da es pena, describen, por ejemplo, la actitud de poner cara de molesto para atender al cliente. Esto ocurre, en primer lugar en cada puerta de acceso a un establecimiento, institución, oficina: la persona que desde su buró, o de pie, custodia esa entrada, es un bloqueador del acceso. En ocasiones resulta infranqueable, roza el absurdo y anula totalmente la capacidad de diálogo. No pareciera que son personas ubicadas en esos puestos, precisamente, para dar la bienvenida con agrado, orientar a todo aquel que lo necesite o facilitar la comunicación que es la clave para entendernos los humanos.
En el país de las colas, si vas al puesto donde expenden el gas, te encuentras con el “poderoso” empleado que grita, a viva voz, “hasta que no se organicen no doy los tickets”. En los cuerpos de guardia de salud y hospitales, los trabajadores de seguridad y protección bloquean la entrada “porque por aquí no se puede pasar”. En los talleres de reparación, no hay piezas ni recursos para remendar un electrodoméstico, entonces le preguntas al encargado y responde con un “no sé, no tengo idea, lo mío es arreglar, no compro los insumos”. En la oficina de ETECSA, el monopolio de las comunicaciones en Cuba, puedes hacer una solicitud de reparación del servicio de telefonía fija y reclamar a los cinco meses porque se ha esperado mucho, obteniendo por respuesta “yo también llevo más de 60 años esperando”. En un banco, un bufete de abogados, la empresa tal o más cual, tienes un conocido y pides entrar y la persona de la puerta se encarga de explicar, con sólidos argumentos, que no puedes pasar porque no está establecido, aunque por delante desfilen y resuelvan sus conocidos. En fin… con el respeto que merece cada persona y cada empleo digno para el bien individual y colectivo, lo primero que pensamos es ¿por qué tantas trabas entre nosotros mismos? ¿Por qué la primera actitud es la de poner trabas y no la de encauzar al prójimo para que resuelva lo que necesita en cada caso?
Yo creo que, tanto el mal manejo del asunto político, el monopartidismo, la supremacía que otorga la Constitución al Partido por sobre la persona y las instituciones ciudadanas, así como la legalización de la violencia y la lucha armada en el artículo cuarto de la propia Constitución, entre otros agravantes, han provocado un daño tal en la persona que fomenta el cultivo de actitudes ajenas al ideal y esencia humana de la bondad. Pareciera que el hombre es un lobo para el hombre, es decir, que el peor enemigo del hombre fuera el propio hombre.
La actitud de camaradería, facilitar las cosas en lugar de entorpecerlas, entendernos a través de la palabra inicia con una verdadera formación para el servicio a los demás y se mantiene a través del cultivo de la educación ética y cívica que nos enseña a vivir adecuadamente en sociedad.
Esta actitud es válida, primero y obviamente, para los que ostentan el poder. El poder es, sin dudas, para servir. Y para los que solo contamos con el poder de los sin poder, seguirá siendo una tarea primordial mantener unas relaciones humanas pacíficas y civilizadas.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.