Las enseñanzas de mi padre: Blas Roca Calderío

Por Vladimiro Roca Antúnez
 
 
Una de las tareas más difíciles para mí es hablar o escribir sobre mi padre, pues siempre pienso que no voy a poder reflejar exactamente su carácter y personalidad. Por eso cuando lo hago, trato de narrar los hechos y anécdotas de los que fui testigo de la forma más objetiva posible sin incorporar elementos de tipo subjetivo o análisis personal.


 

 
De izq. a der. Gudelia Piñeiro Roque, Vladimiro Roca Antúnez y su padre Blas Roca.
 
Una de las tareas más difíciles para mí es hablar o escribir sobre mi padre, pues siempre pienso que no voy a poder reflejar exactamente su carácter y personalidad. Por eso cuando lo hago, trato de narrar los hechos y anécdotas de los que fui testigo de la forma más objetiva posible sin incorporar elementos de tipo subjetivo o análisis personal. Esto forma parte de las razones en la demora para escribir este ¿artículo?
 
Las enseñanzas, no solo de mi padre, sino de mis dos abuelas, fueron determinantes en la formación de mi personalidad. Mi abuela paterna me enseñó básicamente a utilizar el sentido común, mi abuela materna a no rendirme ante ninguna adversidad. Las de mi padre fueron las que me enseñaron a enfrentar la vida, con su forma peculiar de enseñar a partir de preguntas, respuestas, conclusiones y ejemplo personal. Mi padre siempre nos obligó a pensar, a utilizar la lógica, la razón.
 
Presento varios relatos que ejemplifican esa forma peculiar que él tenía de enseñarnos.
 
Un día en el que estaba jugando con Mike, el amigo mío que vivía frente a nuestra casa, él, como católico practicante, trataba de introducirme en la creencia de Dios, y yo, que no creía en nada, le decía que Dios no existía. Mi amigo insistía en que Dios existía, yo le seguía repitiendo que no. Mi padre, desde dentro de la casa estaba escuchando toda la discusión. Él no intervino en ningún momento, pero cuando mi amigo se fue, me llamó y me preguntó:
 
– ¿Por qué usted dice que Dios no existe?
 
Le respondí:
 
– Porque no existe.
– No, no, esa no es respuesta -me dijo.
– Yo no creo en Dios, pero que no crea, no quiere decir que lo niegue. No creo, porque no tengo pruebas de su existencia para creer. Pero tampoco lo niego porque no tengo pruebas para negar su existencia. Para negar a Dios, hay que tener pruebas contundentes e irrefutables de que no existe. ¿Usted las tiene?
– No, le respondí.
 
Entonces me dijo:
 
   – Hay que respetar las creencias de cada persona.
Y me puso el ejemplo de mi abuela materna que era creyente:
– ¿Cuándo yo me he burlado de las creencias de ella, o le he dicho que son falsas?
 
Enseñanzas: no se debe negar a Dios y se debe respetar las creencias de cada quien.
 
Otra enseñanza de mi padre fue que no había otro más hombre que yo, ni él mismo, que los demás podían ser tan hombres como yo, pero nunca más que yo.
 
He aquí como yo recuerdo esa anécdota.
 
Fue un sábado de abril o mayo, no recuerdo bien el mes, del año 1950, después de almorzar salí a jugar al barrio, específicamente, a la esquina de Estrada Palma y Alcalde O’Farril. Allí nos reuníamos algunos muchachos para jugar a las bolas (canicas). Estábamos jugando Miguelito “el Jabao”, Miguelito “Dumby”, Abdiel, Wicho y yo, cuando llegó Lorenzo, un joven que vivía en la calle Libertad y era unos 5 años mayor que nosotros, y nos aplicó un “manigüite” (llevarse todas las bolas que estaban en la olla, círculo donde se colocaban las bolas de la apuesta). Yo traté de impedirlo pero él me empujó, caí y él se fue con todas las bolas.
 
Yo empecé a llorar por el empujón y la pérdida de las bolas y salí corriendo para la casa a quejarme con mi padre, que estaba allí pues era sábado. Al llegar, mi padre me preguntó por qué lloraba y le conté lo que había sucedido. Inmediatamente me dijo que prefería que llegara y le dijera que tenía que pagar una multa porque yo le había roto la cabeza a un abusador, antes que llegar llorando y quejándome de que alguien había abusado de mí o de cualquier amigo mío. Recuerde, me dijo, que usted es un hombre y nadie es más hombre que usted, ni yo que soy su padre. Puede que los demás sean tan hombres como usted, pero más hombre, ninguno.
 
Pensar con cabeza propia
 
Mi padre nunca puso en mis manos o las de mis hermanos un libro de marxismo, ni nos inculcó sus ideas políticas, lo que sí nos enseñó fue dónde estaban los diccionarios y los libros de literatura general que tenía en los libreros que estaban en el hall de la casa donde vivíamos, para que pudiéramos buscar los conocimientos que necesitábamos en función de la formación general como alumnos y como ciudadanos de nuestro país. Es decir, nos enseñó a pensar con cabeza propia, la que más he apreciado. Pero esta me la demostró con un ejemplo basado en una manifestación mía.
 
Otro sábado del año 1951 yo regresé de la calle hablando mal de un vecino del barrio. Cuando mi padre me oyó, me llamó y me preguntó de dónde yo había sacado esos criterios. Yo le respondí que los había escuchado de Manolo, un vecino del barrio, mayor que yo en varios años. Entonces me dijo que no se debía repetir lo que se escuchaba sobre otras personas, si no se podía verificar si lo dicho se correspondía o no con la realidad. Me lo recalcó nuevamente y agregó: aprenda a pensar con su propia cabeza y producto de su experiencia y análisis. Hágase su criterio y defiéndalo con los argumentos que salgan del análisis.
 
Precisamente fue este razonamiento el que me llevó a mi actual postura de oposición al régimen totalitario que sufre nuestro pueblo.
 
Cuando comencé a tener dudas para comprender algunas de las cosas que estaba haciendo Fidel Castro a nombre de la “Revolución”, lo primero que pensé fue que era yo quien estaba equivocado, que había perdido la perspectiva y que debía, por lo tanto, estudiar más a fondo las fuentes del marxismo, comenzando por las obras de Marx y Engels, para saber en qué me había equivocado y rectificar el camino.
 
Pero este estudio me llevó a la conclusión de que lo que se estaba haciendo en Cuba nada tenía que ver con la teoría política y económica de Marx y más con las decisiones voluntariosas de los dirigentes de la Revolución.
 
Al principio pensé que se podía cambiar el modelo desde dentro y todo lo que hice a partir de ese momento fue para tratar de cambiar esa situación, cuestión que me fue imposible, hasta que en el año 89 planteé mi posición contestataria en la asamblea de mi departamento para analizar y discutir los lineamientos para el V congreso del PCC.
 
Por todo eso, gracias, papá.
 
Vladimiro Roca Antúnez (La Habana, 1942).
Graduado de piloto de guerra en la antigua URSS.
Licenciado en Relaciones Económicas Internacionales.
Presidente del Partido Socialdemócrata de Cuba desde su fundación en 1996.
Coautor del documento “La Patria es de Todos” (1997), por lo que sufrió prisión durante 5 años.
Actualmente es asesor de la Federación Independiente de Trabajadores por Cuenta Propia.
Scroll al inicio