Hace unos días un amigo compartía en sus redes sociales una frase del Cardenal Ratzinger, el Papa anterior, que me ha motivado a la siguiente reflexión. La frase me parece oportuna para los tiempos que corren en Cuba, y una alerta repetida a los peligros que no solo vienen presentándose durante décadas, sino que se exacerban sin soluciones aparentes ni planes de cambios verdaderos.
Ratzinger nos dice que: “Los sistemas comunistas se hundieron por su falaz dogmatismo económico. Pero se pasa por alto con demasiada facilidad el papel que desempeñaron en su caída el desprecio por los derechos humanos, la subordinación de la moral a las exigencias del sistema y las promesas de futuro. La mayor catástrofe que produjeron no fue de naturaleza económica; consistió en la desecación de las almas, en la destrucción de la conciencia moral.” Esta es una de las sentencias que perfectamente concierne a Cuba y que bien podía haber quedado recogida en la memoria de su visita a la Isla en 2012, porque el sistema totalitario imperante, en nombre de la justicia y la paz, ha hipotecado los temas que conciernen a la persona y su libertad.
La frase, a la vez que nos convoca a un análisis causal, que podría parecer catastrófico porque reunimos los tres problemas mencionados, y el mal mayor que lo resume todo (que es la amoralidad) nos deja una puerta abierta a la esperanza: detrás de cada noche oscura debe sucederle la luz de la añorada libertad, el fin de la opresión a la persona humana, y el respeto a la dignidad intrínseca de la humanidad.
El desprecio por los derechos humanos
El tema de los derechos humanos resulta tan controversial en Cuba que el gobierno asocia el término a la disidencia, precisamente a quienes se proclaman defensores de los mismos y realizan un activismo explícito. La satanización del término llega incluso a confundir a quienes prefieren seguirle la corriente al gobierno para no contaminarse con aquellos que abogan por el respeto de todas las libertades.
Ese desprecio notable y creciente hacia la persona humana se evidencia, quiera reconocerlo o no el gobierno, cuando se enfrenta un cubano a otro por la forma de pensar, por vivir según las consecuencias culturales, económicas, políticas y antropológicas de la fe cristiana y la Doctrina Social de la Iglesia, cuando los enfrenta por el ejercicio de la libertad de asociación, por la identidad sexual. Ese desprecio es cada vez más notable cuando predomina la escasez y la gestión del gobierno no responde a las necesidades reales y demandas del pueblo, que van desde lo más elemental que es la alimentación, hasta el derecho a expresarse libremente en las calles reclamando otros derechos más relacionados con la gobernanza y la gobernabilidad. Ese desprecio cobra fuerza cuando a las explosiones sociales se le responde con violencia, represión y caos, y lejos de dar solución a las causas que las motivaron, se justifica la actitud beligerante y se refuerza, literalmente con palos y piedras, para lograr la intimidación y disminuir la participación.
El propio desprecio a los derechos humanos por parte del gobierno cubano se convierte en un factor en su contra. Los ciudadanos, la región y el mundo no están al margen del estado de la cuestión en la Isla, y el cubano de a pie, agitado por el tiempo y la fatiga que supone la vida sin libertad, levanta la voz cada vez con mayor facilidad y exige, si de derechos se trata, al precio de cualquier sacrificio.
La subordinación de la moral a las exigencias del sistema
El sistema político cubano, una mezcla heterogénea de lo peor del capitalismo (salarios insuficientes, moneda nacional subvalorada, reformas neoliberales aunque se les llame necesarias) con lo peor del socialismo, defensor de la equidad (inalcanzable) y del modelo de economía centralizada que no ha dado resultado en ningún país donde ha sido experimentado, ha trabajado durante décadas en el cuerpo social para “crear” el hombre nuevo fiel a la Patria. Esto significa, en su lenguaje populista y excluyente, ser estricto seguidor del partido único y de liderazgos sin democracia.
El pueblo cubano ha sido adoctrinado, desde los niveles de enseñanza del sistema educativo monocolor, hasta los espacios laborales igualmente necesitados de sindicatos independientes del control político y que respondan a las necesidades de los trabajadores, en una especie de estrategia maquiavélica defensora del relativismo moral. Lo que otrora fue bueno, mañana puede ser malo, así mismo en términos de blanco y negro, porque nuestro sistema es amante de la polarización, la división en bandos y las consignas que oponen a las personas y las enfrentan unas con otras.
El arte para sobrevivir en Cuba, sin convertirse en víctima útil del sistema, consiste en darnos cuenta de que el Estado no es, ni puede ser, un lobo para el hombre, que las riendas de nuestras vidas, regaladas como don divino, no las puede tomar ni un gobernante, ni un partido, y que el cuerpo moral de la sociedad y los valores de cada persona son incólumes ante el chantaje, la desidia y la manipulación del pensamiento y la opinión de los ciudadanos.
Las exigencias del sistema, que cada vez sobrepasan con mayor facilidad los límites de lo que es moral y bueno para el ciudadano, se convierten en un factor en su contra.
Las promesas futuras
Hablar de futuro, que generalmente está asociado a lo incierto, podría significar en estos momentos que vive Cuba, motivo de desesperación. La solución de muchos cubanos ha sido, durante décadas, la emigración en busca de un futuro mejor. La juventud no vislumbra planes a corto plazo en la Isla, y los incentivos que ofrece el gobierno son nulos.
Los gobiernos populistas viven de la reedición de la historia, que en nuestro caso se contradice con el lema de continuidad. Se vive de planes futuros basados en las mismas realidades que estamos viviendo: planes sin cumplir y continuidad de un modelo que no funciona por ningún lado. La prospectiva estratégica es una disciplina que se quedó en la teoría de los economistas que, ni aún queriendo proponer reformas que benefician a los ciudadanos, pero también a la gobernabilidad del país, son escuchados desde la cúpula del poder.
Las promesas futuras que aseguran que saldremos adelante, haciendo lo mismo que nos ha llevado a esta situación actual, se convierte también en un factor en contra del sistema.
Pero, independiente de estos tres factores, Ratzinger asegura que el mal mayor de los sistemas comunistas es el daño que han ocasionado en el alma de la Nación, que se traduce en el alma de cada persona que ha sido víctima de un sistema reformable si la voluntad de sus representantes lo permitiese. La pérdida de la conciencia moral es el culmen de las tres deformaciones anteriores. Cuando se ha llegado a ese estado de conciencia “desalmada” poco se puede hacer por el futuro personal y social. No dejemos que la máquina demoledora de un sistema que coloca a la persona como medio y no como fin, nos fracture y nos trate, como una pieza más, en el inventario de un país que necesita renovación y mucha paz para asumir los cambios urgentes y necesarios que demanda el propio tiempo, la Patria y sus hijos.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.