Ayer, 8 de septiembre, la Iglesia celebraba alrededor del mundo la Natividad de la Virgen María. En Cuba, la celebramos con el nombre de Caridad. Una fiesta que, si bien no está señalada como feriado nacional, es oportunidad para el encuentro y vínculo de unidad entre los cubanos que habitan la Isla y peregrinan en la Diáspora. Aunque algunos se disponen a desconocer a la Madre, otros la festejan y le rinden homenaje de múltiples maneras, tan variadas, como los hijos que a ella se acercan. En este roce cariñoso con la Madre no median ideologías, ni acérrimos fanatismos, solo se hace presente el amor. Un amor que acoge sin distinción a todos los hijos.
Pero algunas veces este encuentro no se produce naturalmente, sin agobios. En muchas más ocasiones de lo “conveniente”, encontrar a la madre de todos los cubanos se puede convertir en una dificultad…
Hace más de un año y medio Cuba vive una crisis provocada por una enfermedad para la que aún no hay cura. Apenas tenemos vacunas que disminuirían el efecto de haber contraído el virus. Los contagios aumentan en una proporción pavorosa. Qué decir de las múltiples muertes que se anuncian. Se nos presenta una realidad edulcorada por un lado, y triste y cruel por otra. La más férrea voluntad humana estaría llamada a fracasar en estas circunstancias. Cualquiera, en respuesta a la humanidad que nos hace personas, tendría el derecho de “colgar los guantes”, “tirar la tolla”, “bajar los brazos”. Vivir aquí ya es una cuestión de fe. Se comienza a notar la fatiga mental, el agobio, la desesperanza. Y es en medio de esa realidad que vivimos, no la virtual que nos quieren vender, que surge la presencia protectora de la Madre. Justo como les sucedió a los tres Juanes, que metidos en una tormenta, la encontraron. A nosotros, como a ellos, todo nos resulta impreciso alrededor, no se ve bien. Está oscuro. Es la noche de la fe.
Aquellos muchachos clamaron al cielo pidiendo auxilio. Y el Cielo envió la ayuda en persona. Remitió a su propia Madre para que los rescatase de la furia del mar, del viento embravecido. Hoy se escucha el mismo grito. Alarido que alzan los herederos espirituales de aquellos jovencitos, los hijos de esta tierra. Clamores que continuamente son silenciados por las más inusitadas maneras. Interponiéndose sin descanso entre el cariño que se profesan la Madre y sus hijos. Pero una madre siempre espera, sabe hacerlo, tiene paciencia. Y los hijos siempre, de alguna manera, encuentran el camino de regreso a ella. A la Diócesis de Pinar del Río se le prohíbe manifestar públicamente la fe por medio de una procesión. El año pasado fue un recorrido, esta vez, una cancelación “por la pandemia”. Mas esto no impide que la gente se levante y le rece y le cante a la virgencita de su esperanza. ¿Cuánto daño puede hacer la procesión de una imagen sin siquiera ser acompañada por el pueblo? ¿Cuánto puede desestabilizar al sistema una imagen? ¿A qué le temen, a la imagen, a la Virgen, a Dios, o a un pueblo que se siente unido en nombre de la Patrona de Cuba, no de una ideología? No obstante, la Madre espera y los hijos acuden, esto se sintió en la celebración de la Misa de ayer. El pueblo podrá carecer de muchas cosas y muchos valores, perdidos en el esfuerzo de la subsistencia, mas no del amor, la confianza y la certeza de sentirse acompañado por María. La mujer que nos ofrece a Jesús, un joven de hace 2000 años al que también temían las autoridades por predicar el amor, la misericordia, el perdón, la libertad, la justicia, la paz.
Las calles son también de los cristianos, y tenemos el derecho de manifestar públicamente nuestra fe, y no solamente en la santa paz de una capilla. Tenemos el derecho de anunciar la libertad y la justicia, el perdón y el amor en el nombre de Jesús de Nazaret.
La realidad pesa, es ya difícil cargar con ella. Pero por encima de eso están Jesús y su madre, la que nos dio con el nombre de Amor. Ellos nos acompañan, nos animan, nos dan el valor para esta lucha en que se ha convertido la existencia. No importa cuántas veces intenten silenciarnos o por qué métodos. No importa cuántas leyes escriban atentando contra la libertad humana. Y aunque afecten los golpes físicos que han sufrido los encarcelados desde el 11J, nada puede detener el amor entre una madre y sus hijos.
A pesar de todas las convocatorias a la violencia, al descrédito, al linchamiento, la invitación del Amor es más grande. Los hijos de la Caridad se yerguen voluntaria y espontáneamente para encontrarla.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.