La vida de los otros

Por David Horta
Escena del filme en la que se coloca un micrófono

Escena del filme en la que se coloca un micrófono
Presentación de este filme alemán de 2006, Premio Oscar a la mejor película extranjera, en la Cinemateca Tiempos Modernos, nuevo proyecto de la Casa Taller Pedro Pablo Oliva.

Buenas noches,

Lo que sucederá esta noche es más que la simple proyección de una película. La Casa Taller Pedro Pablo Oliva les da la bienvenida al preámbulo de una nueva iniciativa, asaz maravillosa y desafiante: la creación de una cinemateca que atesore y ponga a disposición de todos una muestra sustantiva de lo más valioso producido en el cine de ficción y documental de todas las épocas, latitudes, alternativas de pensamiento y filiaciones estéticas, así como de la literatura más autorizada que se relaciona con este arte. Son los tiempos en que la omnipresencia de lo visual nos grava con el señorío de una televisión y un cine en no pocos casos signados por los estereotipos impuestos desde miras ideológicas, políticas o mercantiles. Pero, en esencia, el cine, el mejor cine, no ha dejado de ser una fuente de revelación poética ya inseparable del hombre -el hombre en su diversidad y universalidad- al sondear sus honduras existenciales, dando expresión a sus alegrías y tristezas, convicciones y contradicciones.
Nuestra cinemateca desea instaurarse como un espacio alternativo al circuito habitual de consumo de obras audiovisuales, y de este modo contribuir a llenar el vacío de información que entre nosotros existe acerca del cine producido en zonas culturales del mundo con una vasta y rica tradición cinematográfica, pero las cuales, debido a la preponderancia casi hegemónica en nuestras salas y espacios de difusión masiva de filmes de procedencia anglosajona, siguen esperando detrás de un signo de interrogación, totalmente ignoradas. Por otro lado se desea incentivar el pensamiento crítico en torno a las principales manifestaciones y desafíos del audiovisual contemporáneo y, en general al cine y la televisión como fundamentales vehículos de expresión y sedimento de nuestra memoria cultural.
Las nuevas tecnologías han expandido y democratizado la producción y el consumo de las artes audiovisuales, al poner en manos de cualquier persona, al margen de los grandes intereses corporativos y o el celo del estado, las herramientas para la creación independiente. La Cinemateca de nuestra Casa Taller desea no solo oficiar como espacio de encuentro y superación para los profesionales del audiovisual en la Ciudad, sino además abrir el camino a nuevos realizadores.
(…) hay razones suficientes para haber escogido “La vida de los otros”, filme del 2006, como la primera de nuestras presentaciones. Pudiéramos esperar con reservas la ópera prima de un realizador y guionista de apenas 34 años, el alemán Florian Henckel von Donnersmarck, si no viniese de la mano de ese poder seductor que puede ostentar quien ha cosechado los más sonados galardones en los principales eventos cinematográficos del mundo, entre ellos el glamoroso Oscar a la mejor película extranjera en el 2007, los fundamentales rubros en los Premios del Cine Europeo y cerca de cincuenta, otros premios y nominaciones, además del difícil consenso del público y la crítica especializada por todo el globo. Pero quizás la razón principal sea que se trata de una película cuyo tema y punto de vista resultan tremendamente controversiales. Y la polémica, o sea el ejercicio irrestricto del criterio en un ambiente de pluralidad, transparencia y tolerancia es, creemos, uno de los pilares fundacionales para impulsar una cultura y una sociedad hacia la salud moral y la fertilidad espiritual, por lo que siempre estarán presentes, de un modo u otro, en nuestras iniciativas.
Lo polémico aguarda en el mismo cimiento argumental del filme. En 1984 –¡oh coincidencia!- en Berlín oriental, al mejor oficial interrogador de la Stasi (especie de diminutivo con que mejor se conocía entonces a la Staatssicherheit o “seguridad del estado”), le encomiendan la misión de espiar a un connotado dramaturgo de izquierda y encontrar evidencias con las que imputarle el crimen capital de deslealtad política al sistema; en la búsqueda de esa evidencia, el oficial se verá inmerso en las vidas del dramaturgo y su bella mujer, una frágil estrella del teatro político alemán, lo cual provocará dramáticos giros en su vida y en “las vidas de los otros”. A juzgar por esta apretada sinopsis, no es prudente esperar algo muy distinto de una convencional película de espionaje o suspense. Pero pronto caeremos en la cuenta de que no es así, empezando acaso por precisar que la traumática –y, para algunos, vergonzosa- desclasificación de los archivos secretos de la Staatssicherheit hace más de tres lustros, puso al alcance del escrutinio público el tema mismo de su papel en la radicalización y sostenimiento del llamado “socialismo real” alemán, siendo hasta hoy objeto de las más encontradas pasiones, de algún modo reflejadas en este filme: para unos (incluyendo a sus ex-oficiales, que en la actualidad se reúnen abiertamente en asociaciones y clubes para revindicar sus acciones y motivaciones de antaño, con la convicción de que “el fin justifica los medios”), la Stasi era un escudo protector, la vanguardia anónima formada por combatientes que garantizaban la seguridad y el bienestar del estado al costo de los mayores sacrificios y de cara a la subversión y las eternas amenazas del occidente capitalista. Para otros, más que un órgano de contraespionaje con una legítima función defensiva, resultaba el más tenebroso y mejor articulado mecanismo dentro del engranaje de un sistema cuyo fin principal era mantener su status quo, y que pisoteando los más elementales derechos civiles de los alemanes, generó una cultura oscurantista en la que prácticas amorales y vejatorias como la delación, la intimidación y la intrusión en la vida privada hicieron enfrentarse -en la fe inculcada de que se trataba de un mismo y único enemigo- a familiares, vecinos, colegas de trabajo o amigos, dejando así secuelas en varias generaciones donde la autocensura, la paranoia, la desconfianza en el prójimo y la simulación se convirtieron en una forma de vida, de supervivencia.
¿Qué hay aquí de cierto y qué de panfleto difamatorio, hiperbolización o simplificación del tema? Recordemos que si bien pudiera haber una verdad, no hay sin embargo una sola historia, sino varias, escritas sobre los también varios estratos que van depositando las sociedades en su eterno canje de vencedores y vencidos, con sus mudanzas sucesivas de poderes, creencias y realidades. Puede que, por ejemplo, las verdaderas calles en la Alemania otoñal de Erich Honecker hayan estado un poco menos plomizas, más concurridas y animadas, y definitivamente con muchos más autos que las que la austera fotografía del filme pone en la mira del espectador. Pero lo que de esencial tuvieron los momentos finales de la R.D.A., cuando Donnersmarck tenía apenas doce años, se convierte hoy, después de dos décadas de paciente distanciamiento y repaso de la memoria referida o vivida, en una historia, y como tal ha de ser contada. Más que un facsimilar didáctico, “La vida de los otros” quiere primero ser arte; creo que para ello pueden y deben permitirse aquellas licencias poéticas, pues si el afán es comprender de forma más cabal el conflicto humano donde toda historia debe dar fondo, en vez de reflejar el color y el movimiento manifiesto de las calles sería ineludible aproximarse y acentuar las grisuras que tiñen y las conmociones que amordazan el alma de los hombres. Pero, en fin, lo que sí es verídico es que “La vida de los otros”, amén de los aciertos o desaciertos históricos que puedan imputársele y de sus alcances estéticos, que ya valorarán personalmente, es quizás la primera película alemana que ha abordado “al desnudo” el tópico de la temida Stasi; aún hoy, digo, a casi dos décadas de su desaparición por decreto del gobierno de la Alemania unificada.
Les puedo asegurar, por último, pues no quiero contar las vidas que otros podrán ver con sus propios ojos, que no se encontrarán aquí con la típica narración a la usanza de las películas estilo James Bond, Misión imposible o Bourne Supremacy, esas disparadoras de adrenalina donde heroicos superagentes e invisibles superagencias manejan a su antojo, como a los hilos de una marioneta, los destinos mundiales, amenazados siempre por la CIA, gobiernos corruptos u hordas de superterroristas, árabes o comunistas. Tampoco verán un remake de los asfixiantes megarrelatos futuristas de Orwell (cuyos ecos parecen hoy acosarnos también desde la Patriot Actque, escupiendo nada más y nada menos que sobre la constitución americana, firmara Bush), ni de las historias de la Gestapo o el Mossad, las biografías de Beria o Stalin, los himnos que cantan las hazañas de “héroes anónimos del pueblo” en las novelas de Yulian Semiónov y Luis Rogelio Nogueras o las odiseas épicas a la manera de sagas como “Diecisiete instantes de una primavera” o “En silencio ha tenido que ser”. Esta es una historia de antihéroes modernos, hombres de carne y hueso cuyos principios, visiones del mundo y experiencias vitales colisionan bajo el peso de grandes destinos. Ellos se enfrentan -vulnerables, imperfectos, humanos- a sus propias conciencias, como nosotros nos enfrentaremos aquí hoy, y todos los días ante cada decisión. El director no escamotea, bien visible bajo la forma de situaciones límites y razonamientos para nada imparciales, un axioma moralizante: las vidas de los otros no son un blanco para disparar nuestros odios, temores y disensiones, sino apenas el punto de partida para una reflexión más ardua y esencial, el conocimiento y valoración de nosotros mismos. Esto nos deja una pregunta que entresaco y parafraseo del guión: ¿Quién, después de haber visto este filme, podrá continuar siendo una mala persona?

David Horta Pimentel (Pinar del Río, 1973)
Crítico. Profesor de estética e historia del arte.
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