Del 18 al 25 de enero se celebra todos los años alrededor del orbe el “Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos”. Todas las confesiones que reconocen como fundador a Jesucristo nos unimos en una plegaria que hunde sus raíces en aquella oración del propio Jesús: “Padre, que sean uno, para que el mundo crea” (Juan, 17, 21).
He aquí la actitud y el objetivo de estas jornadas. La unidad para la fe. Tertuliano, teólogo, filósofo, literato e historiador del siglo II, nos dejó este testimonio sobre la impronta del amor:
“Es precisamente esta eficacia del amor entre nosotros lo que nos atrae el odio de algunos, pues dicen: «Mirad cómo se aman», mientras ellos sólo se odian entre sí. «Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro», mientras que ellos están más bien dispuestos a matarse unos a otros. El hecho de que nos llamemos hermanos lo tienen por infamia, a mi entender, sólo porque entre ellos todo nombre de parentesco se usa sólo con falsedad afectada. Sin embargo, somos hermanos vuestros en virtud de nuestra única madre la naturaleza, aunque seáis bien poco hombres, pues sois tan malos hermanos” (TERTULIANO, Apologético, 39, 1-18).
Esa era la reacción de los contemporáneos de los primeros cristianos. De modo que la unidad en el amor, es la prueba más fehaciente para la gente. “Fe-haciente”: que alimenta la fe. El amor está, por tanto, al principio y al final de toda la espiritualidad que viene de Jesucristo. Y seamos creyentes o no, según los cánones religiosos, hay aquí una herencia espiritual que puede servir para todos los que deseen alimentar su vida interior, su subjetividad, su alma.
Cuba se encuentra en uno de los momentos más cruciales de su historia. Algo pasa. Algo se mueve. Algo está cambiando en Cuba, en el corazón y en el alma de los cubanos y cubanas. Lo que está cambiando rebasa toda evidencia exterior, toda acción política, todo proceso legal, toda situación económica: se trata de un cambio interior. Se trata de una crisis de crecimiento en la subjetividad de los cubanos, una modificación de sus necesidades, una transformación de su mentalidad, unas nuevas formas de apreciar el mundo, de expresar sus sentimientos, de buscar la verdad de las cosas, una nueva forma de expresar más libremente lo que sentimos, lo que pensamos, lo que creemos, lo que exigimos, lo que no nos gusta. Algo está cambiando en Cuba, en el espíritu de la gente, algo está transitando del pasado al presente y del presente al futuro, y cuando todo esto se pone a cambiar no puede haber continuidad por mucho que aparezca en los lemas y tuits.
Entonces he aquí mi reflexión para la Cuba que cambia de paradigmas, que transforma su alma, que piensa con más libertad, que saca fuera la procesión que, por años, llevó por dentro. Y no hace falta especificar que no me refiero a la procesión de imágenes por las calles. Me refiero a sacar el espíritu apresado por el miedo y por el hartazgo de lo viejo y mirar más lejos, más alto, más profundo: En este agónico eclosionar de una vida nueva, no hay parto sin dolor, pudiéramos sentir la sensación de la incertidumbre, de la desconfianza, del miedo al cambio, del peligro del caos, de que en buen cubano “se nos vaya la cosa de la mano”.
Esta sería una buena oración para esta Semana de oración por la unidad de los cristianos: Que seamos uno en el amor, para que la gente crea. Que traducido y encarnado en nuestra realidad se podría parafrasear así: Padre, que los cubanos que despertamos a la diferencia, a la discrepancia y a los cambios, podamos construir la unidad del pueblo cubano incluyendo la diversidad de todos, para que la diferencia en el pensar, en el creer, en el obrar, en el sentir, puedan ser los fundamentos vivos con los que vayamos tejiendo la unidad en la diversidad, la convivencia de los diferentes, los consensos entre los discrepantes.
Y ¿cómo lograr todo esto? ¿Cómo “ponerle el cascabel” a tantos gatos de tantos colores y cambiantes aspectos que a veces nos confunden? Porque para los pueblos que hemos vivido durante décadas en la uniformidad impuesta y en la unanimidad simulada, nos parece imposible armar este rompecabezas. Pues, quizá, esta reflexión que no pareciera aparentemente tener relación con la unidad de los cristianos, tema arrinconado al culto, a los dogmas, a los preceptos religiosos, pero que en el corazón de Cristo jamás se redujo a eso, pudiera servirnos de clave para comenzar a armar la unidad en la diversidad del pueblo cubano poniendo primero estas dos piezas clave: el respeto al diferente y el amor en lo esencial.
Los cristianos de todas las confesiones lo necesitamos, los cubanos de todas las ideas y opciones lo necesitamos. Cuba y el mundo lo necesitan: unidad en el amor, diversidad en todo lo demás. La tercera pieza es la confianza que se crea cuando percibimos que el otro discrepante me respeta, se respeta respetando. No descalifica, no ataca, no ofende. Un alivio en el alma abre la puerta a la confianza, destruida minuciosamente en una sociedad que ha sido compartimentada por la delación de los chivatos y por la envidia de los que odian la diversidad y el progreso de los emprendedores. La cuarta pieza de este rompecabezas es identificar aquellas áreas de nuestra vida y de nuestra sociedad en que podamos trabajar juntos sin sospechar de que el otro diferente me está preparando una trampa para desestabilizarnos, para destruirnos por dentro, para vencernos en lugar de convencernos a fuerza de amor, de confianza, de eso que los cubanos llamamos cariño. Un sentimiento que cuando se tiene de verdad, protege de la traición, no se deja manipular por la mentira, no teje delaciones y desconfianza. “Solo el amor convierte en milagro el barro”- dijo el Apóstol y cantó el poeta.
¿Por qué seguimos chapoteando en el fango de la desunión y la desconfianza entre los que pensamos y creemos diferente en Cuba y en el mundo, cuando más de medio siglo da testimonio de que, por ese pantano cenagoso, no se progresa ni en la Patria ni en la religión?
Que esta semana sea un examen de conciencia, una conversión del corazón y una plegaria salida del hondón del alma para que Cuba sea una en la diversidad y en la libertad, para que el mundo crea en nosotros. Amén.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.