LA ÚLTIMA CASA DE JOSÉ MARTÍ

Camino a la batalla. Acrílico sobre cartulina. 2022. Obra de Hanoi Vidal Martínez.

El título de esta plática alude a la casa donde Martí vivió sus días finales en Nueva York en la segunda quincena de enero de 1895. Ustedes recordarán que Martí partió de Nueva York el 30 de enero de 1895 hacia Santo Domingo, para llegar finalmente a Cuba en la noche del 10 de abril de 1895. Treinta y nueve días después, Martí morirá en Dos Ríos. Son detalles conocidos para cualquier cubano, por supuesto.

Menos conocido es el hecho de que las últimas dos semanas que vivió en Nueva York estuvo oculto en casa de una familia amiga, pues en ese momento era técnicamente un prófugo de la justicia. Alrededor del 10 de enero, en el puerto de Fernandina en la Florida, las autoridades norteamericanas habían descubierto tres barcos cargados de armas que Martí pretendía enviar a Cuba para iniciar la guerra: una violación de la neutralidad a la que se había comprometido el Gobierno de Estados Unidos. El viernes 11 de enero de 1895, la noticia salió en docenas de periódicos de Estados Unidos. Los periódicos del domingo 13 ya mencionan a Martí como implicado. Ese fin de semana Martí viajó a Fernandina, se dio cuenta de que corría peligro de ser apresado, y regresó a Nueva York buscando refugio en “casa amiga”, como él mismo diría.

Tras salir de aquella casa hacia Santo Domingo, Martí no tuvo ya sitio fijo de residencia. Esa fue, realmente, su última casa en la tierra.

En aquellos escasos quince días de enero Martí escribió algunas de sus cartas cruciales, ejerció como nunca su magia mesiánica para recomponer el plan casi echado a pique en Fernandina, y firmó el “acta de independencia” de Cuba: la Orden de Alzamiento para iniciar la Guerra del 95.

Más allá de esos días críticos, esa casa —ya veremos después dónde estaba realmente—, durante años fue uno de los centros gravitacionales de la comunidad cubana de Nueva York. En ella vivían dos matrimonios cuyos destinos se fundieron varias veces con el de la Isla de Cuba: el del Dr. Ramón Luis Miranda, el médico de Martí, y Luciana Govín, y el de la hija de estos, Angelina Miranda, y Gonzalo de Quesada, el más cercano colaborador del Apóstol en sus últimos años en Nueva York.

¿Dónde estaba esa casa? En su minucioso atlas biográfico titulado Ámbito de Martí, de 1954, Guillermo de Zéndegui da la respuesta:

La casa del doctor Ramón L. Miranda, en la calle 64, sirvió de último refugio a Martí antes de abandonar para siempre Nueva York[i].

Desde la década del cuarenta del siglo XX hasta hoy, esa es la dirección que aparece en todas las referencias a la casa. Un buen día hace unos años, sin embargo, me fijé en una carta de Martí a Gonzalo de Quesada, escrita el 18 de febrero de 1895, desde Santo Domingo, en la que indicaba una dirección distinta: 349 W. 46th. St., New York[ii]

El asunto me pareció curioso y, en mis ratos perdidos, me puse a hacer búsquedas en Google Books y en los archivos del New York Times. Esas búsquedas produjeron lo que entonces me parecieron pruebas fehacientes de que había hallado la casa correcta: no la de la calle 64, como decían los libros de historia y las biografías de Martí; sino la del #349 oeste de la calle 46 que Martí mencionaba en su carta a Quesada.

El primer documento que parecía confirmar mis sospechas fue el New York Charities Directory de 1895, donde aparece la Sociedad de Beneficencia Hispano-Americana de Nueva York. En la lista de directivos aparecen el Dr. Miranda como presidente y Gonzalo de Quesada como secretario, y se indica la misma dirección para ambos[iii]. Durante mi investigación hallé una docena de documentos que indicaban, sin lugar a dudas, que los dos matrimonios —o sea, el Dr. Miranda y Luciana Govín; y Gonzalo de Quesada y Angelina Miranda— habían vivido en la misma casa de la calle 46 desde 1892 hasta abril de 1895.

Las más significativas y conmovedoras pruebas que hallé, sin embargo, están en algunas cartas que Martí escribió desde aquella casa en esos días cruciales, especialmente una a Juan Gualberto Gómez en la que le dice: “La dirección nueva—sólo para ella tengo tiempo—es: S. Dressner trescientos cuarenta y nueve oeste, calle cuarenta y seis—y en el sobre interior, ponga para María”[iv]. Allí la dirección aparece escrita en la clave secreta que usaba para comunicarse con Juan Gualberto Gómez.

En abril, en una carta a Gonzalo de Quesada desde Cuba, Martí indica que ya sabe que sus amigos se han mudado de la “casa amiga” donde él había recibido refugio y cariño en el mes de enero. Le dice: “¿Cómo los caliento a todos en mi pecho y les doy de este aire puro de libertad? Ya no vivirán en la sala inolvidable donde les dije adiós. ¿Trabajan mucho, como yo trabajaba?[v]

En los archivos del New York Times hallaría también un detalle aún más importante. El lunes 11 de octubre de 1897, el Times publicó la noticia de la muerte de Luciana Govín, esposa del Dr. Miranda y suegra de Gonzalo de Quesada, fallecida el viernes anterior. En uno de sus párrafos finales, dice la nota.

Cuando José Martí estaba en este país en 1895 e intentó sin éxito enviar una expedición filibustera a Cuba desde la Florida, se refugió por dos semanas en la casa de la Sra. Miranda, que estaba entonces en el número 349 de la Calle 46 Oeste. Martí le confió a ella muchos de sus planes para llevar a cabo la guerra, y dejó en su poder numerosos documentos. Poco después, cuando Martí abandonó Nueva York para unirse al general Gómez en Santo Domingo, la Sra. Miranda colaboró con grandes sumas de dinero como ayuda a la causa cubana[vi].

El artículo del New York Times no deja lugar a dudas: la casa donde Martí se refugió en enero de 1895 fue la del #349 de la calle 46 Oeste, que aún existe, y donde hoy se encuentra el club Swing 46. Los Miranda-Govín y los Quesada-Miranda no vivieron en la calle 64 hasta después de la partida de Martí. Publiqué entonces un artículo en el que explicaba el hallazgo.

Todo habría terminado ahí, y probablemente no habría escrito más sobre el asunto, de no haber sido por la réplica que publicó Vicente Echerri, también en Penúltimos Días, casi tres meses después de mi artículo original.

Echerri, estudioso de Martí y de su peregrinación neoyorkina, rechazaba de plano mi tesis. Decía que los pasos de la investigación que describía parecían rigurosos y los resultados sonaban convincentes, pero no convincentes para él. No podía aceptar mi tesis porque dos testigos de primera mano de lo que había sucedido en esos días de 1895 habían dicho, clara y detalladamente, que Martí había partido de la casa #116 de la calle 64 oeste y no, como afirmaba yo, de la casa #349 de la calle 46 oeste.

Los testimonios que citaba eran, en efecto, contundentes. El primero era el del comandante del Ejército Libertador Luis Rodolfo Miranda[1], sobrino del Dr. Miranda, residente en la casa donde se quedó Martí en esos días de enero de 1895. Dice Luis Rodolfo:

En el número 116, de la calle 64, al Oeste, residía el doctor Ramón Luis de Miranda, el médico de Martí, en compañía de su esposa, la señora Luciana Govín, Gonzalo de Quesada, Angelina Miranda y el que firma este artículo.

La residencia del doctor Miranda debe considerarse como el punto de partida de “la ruta de Martí”. Esta es la verdad histórica y tomo todos estos datos de mi “Diario”, pues cada vez que publico algo sobre nuestras luchas por la independencia, procuro copiar fielmente las anotaciones que hice en mi juventud, y si tal vez omito algún detalle es porque no siempre debe publicarse todo, y procuro evitar divagaciones y lirismos que en el futuro, cuando ya haya realizado yo el viaje al “más allá”, no serían útiles a los que se dediquen a escribir la historia de Cuba y busquen, en documentos de los que tomaron parte en las luchas libertarias, datos o anécdotas[vii].

Era, aparentemente, un golpe de gracia, pero había incluso más. Echerri citaba también el libro El Martí que yo conocí, de Blanche Zacharie de Baralt:

Después de un verano en París (1894), nos trasladamos de la calle 55 al número 135 oeste calle 64. A dos puertas de nuestra nueva casa vivían el doctor Ramón L. Miranda, su esposa Luciana Govín, su sobrino Luis Rodolfo Miranda y el joven matrimonio Angelina Miranda y Gonzalo de Quesada[viii].

Son dos testimonios aparentemente irrebatibles. El comandante del Ejército Libertador Luis Rodolfo Miranda era sobrino del Dr. Ramón Luis Miranda, el médico de Martí, en cuya casa se había refugiado el Apóstol y, además, aseguraba haber estado viviendo en esa casa y haber acompañado constantemente a Martí en aquellos días, lo cual es corroborado por Blanche Zacharie de Baralt. Por su parte, Zacharie de Baralt había sido amiga cercana de Martí, y su esposo, Luis Baralt Peoli, era primo de María Miyares de Mantilla. El testimonio coincidente de ambos tenía que estar más allá de cualquier duda.

El proceso de “desmontar” los testimonios de Luis Rodolfo y Blanche fue largo e interesante, y terminó generando un ensayo biográfico de cada uno de ellos. En ese proceso también cristalizaron para mí ideas que antes eran simplemente intuiciones: la abulia cubana en lo que pertinente a la investigación precisa de la vida de Martí, la tendencia a repetir anécdotas y datos sin comprobarlos, y la primacía —en cuanto a valor historiográfico— de las cartas de Martí y los otros documentos de la época en comparación con cualquier cosa escrita décadas después.

Los testigos

Desde el punto de vista meramente investigativo, yo no tenía nada que probar. Los documentos de la época, desde el Directorio de la Ciudad de Nueva York, hasta las cartas de Martí y el New York Times confirmaban que la casa donde Martí se había refugiado en enero de 1895 era la que aún está, más o menos intacta, en el #349 Oeste de la calle 46. Pero responder la pregunta de por qué dos testigos supuestamente de los hechos habían indicado otra dirección se fue convirtiendo casi en una obsesión. Y el esfuerzo de responder a esa pregunta me llevó a descubrir otros hechos y detalles interesantes.

Mi primera sospecha fue el tiempo transcurrido entre los hechos y los relatos. Blanche Zacharie de Baralt escribe su libro medio siglo después de los hechos. Luis Rodolfo Miranda escribe la mayor parte de sus artículos cuarenta años después de la muerte de Martí. ¿Podría haberles fallado la memoria?

La segunda sospecha era más grave: ¿Se podía confiar en los testimonios de ambos testigos? Para responderlas, comencé a investigar la vida y los escritos de ambos personajes.

Comencemos por Luis Rodolfo. Muy pronto me di cuenta de que era una persona que no prestaba mucho cuidado a los detalles y que, además, era un mitómano. Prácticamente cada cosa que cuenta Luis Rodolfo Miranda en sus libros está tergiversada o es un invento. Desde los lugares donde estudió, las escuelas de las que se graduó o sus anécdotas martianas, casi todo es patentemente falso.

Por ejemplo, en Reminiscencias…, como ya he dicho, Luis Rodolfo afirma categóricamente que la casa donde Martí se refugió fue la de la calle 64. El artículo donde lo afirma había sido publicado originalmente en la revista El Ejército Constitucional en 1938, es decir, 43 años después de los hechos narrados[ix]. Ahora bien, en el mismo libro Reminiscencias… Luis Rodolfo incluye una nota del legendario periodista español Manuel Aznar —abuelo del futuro presidente del Gobierno de España José María Aznar— sobre una visita de nuestro olvidadizo Luis Rodolfo al diario habanero Excelsior, que Aznar dirigía en esa época. La nota, titulada “Esta mañana…” y publicada originalmente en el Excelsior el 19 de junio de 1928, comienza así:

Retorna, después de haber pasado una temporada en Cuba, a su Legación de Bruselas. ¡Y cómo le hemos agradecido la visita! Luis Rodolfo Miranda fue ayudante y abanderado en el Estado Mayor de Calixto García. Heroicamente combatió en Loma de Hierro y en Guáimaro. Pero además, fue discípulo de Martí. ¡Con qué emoción evoca sus diecisiete años, allá en la calle 46, de la Ciudad Imperial, donde se había refugiado Martí para preparar definitivamente su marcha hacia la revolución […] Todo esto y mucho más nos ha referido en su visita a Excelsior[x]

De modo que él mismo dice a veces que la casa estaba en la calle 46 y otras en la 64. Es solo un ejemplo de su descuido. Hay muchos de sus invenciones.

Luis Rodolfo, durante los años treinta y cuarenta —cuando su carrera diplomática, mediocre durante los 18 años precedentes, experimenta un súbito ascenso— escribió varios artículos sobre sus recuerdos de Martí durante aquellas dos semanas. Esos artículos los recogería luego en libros como Reminiscencias cubanas de la guerra y de la paz, publicado en 1941, y Temas cubanos, publicado en 1938. Allí cuenta dos anécdotas que han llegado a formar parte del canon biográfico de Martí. La primera se refiere al último cumpleaños de Martí. Nos cuenta Luis Rodolfo:

¿Cómo no celebrar la fecha del natalicio del Apóstol? El doctor Miranda y Gonzalo de Quesada acuerdan obsequiar a Martí dicho día con una comida, que se efectuaría en el restaurante Delmonico, y así, no sólo se le proporcionaría un rato agradable, sino que le sacaría de la clausura en que vivía dentro de nuestro hogar, donde continuaba laborando activamente, pero privado de salir a la calle, porque su detención causaría grandes trastornos a la causa cubana.

Éramos cinco personas: José Martí, el doctor Miranda, Gonzalo de Quesada, Gustavo Govín y el que suscribe este relato, quienes ocuparíamos la mesa para festejar el memorable suceso; pero había que tomar medidas de precaución, por lo que previamente se separó un reservado en dicho restaurante, y a este nos dirigimos. Primeramente, fuimos tres de nosotros en el tranvía, y después fue Martí en un coche, acompañado por uno del grupo. Cuando Martí llegó allí, estábamos esperándolo, y su presencia pasó inadvertida para los transeúntes. ¡Qué momento aquellos de grata emoción…! […] Yo quisiera tener una pluma brillante para poder relatar cuanto por mi espíritu pasaba, con la alegría de estar al lado de Martí y oír su palabra cautivadora, y también los cuentos del doctor Miranda, siempre chispeantes y del más sano humorismo, participando todos los comensales de las conversaciones del Maestro, y con sus pensamientos puestos en la patria lejana a través del espíritu del Apóstol! ¿Puede a ver algo más hermoso en la vida?

Llegó la hora del brindis: nuestras copas se levantan, y al unísono exclamamos: “¡Todo por Cuba y para Cuba!” Se brinda por Martí, y al volver a colocar las copas ya vacías sobre la mesa, lo hacemos con esa emoción que experimenta el que trata de ver en la profundidad del misterio el porvenir incierto.

Tengo presentes, como si fuera ahora, los más mínimos detalles de aquella comida en que mi asiento estaba junto al del Maestro, y me parece ver a aquel hombre de exquisita corrección y de grandes energías: revivo la impresión que tengo de él como resultado de la íntima amistad con que me honró…[xi]

La segunda es la famosa anécdota del “cheque en blanco”, y también ocurre durante aquellas dos semanas de Martí en casa del Dr. Miranda:

En medio de aquellos críticos momentos, una matancera ilustre, la señora Luciana Govín de Miranda, se dirigió a Martí y le dijo: “Mire, Maestro, yo tengo en el banco cien mil dólares en efectivo, y aquí tiene usted un cheque en blanco, firmado por mí; ahora usted ponga en el mismo la cantidad que quiera”. Ella insistió para que dispusiese de los cien mil dólares, pero Martí sólo aceptó diez mil.”

Otro tanto hizo el doctor Ramón Luis Miranda, que contribuyó también con respetable cantidad. Marta Abreu, desde París, envió cincuenta mil dólares, y así fue como gracias a ese grupo de cubanos, hubo fondos nuevamente, y pudo nuestro Martí recibir nuevos alientos para continuar su gran obra, por el desprendimiento de los compatriotas que he mencionado, que ya duermen el sueño eterno de la muerte[xii].

Ambas anécdotas son falsas. La del cumpleaños es, a primera vista, sorprendente. ¿Cómo Martí, buscado por la policía y en medio de un titánico esfuerzo por rehacer sus planes, se iba a ir en la noche del 28 de enero, bajo la nieve —pues ese día comenzó a nevar en Nueva York a las 7 de la noche según los periódicos del día siguiente— iba a ir a cenar al restaurante más conocido de la ciudad? Pero hay un testimonio contrario al de Luis Rodolfo, y más confiable.

Treinta y cinco años antes, el 3 de mayo de 1903, su tío, el Dr. Miranda, había escrito un artículo titulado “Últimos días de José Martí en Nueva York”. Refiriéndose al último cumpleaños de Martí, dice:

Durante el tiempo que Martí estuvo en nuestra casa —dos semanas—, proporcionó a toda la familia deliciosos ratos, con su amena, variada y elocuente conversación, que jamás olvidaremos, como tampoco el 28 de enero de 1895, día de su cumpleaños cuarenta y dos, que lo pasó agradablemente en compañía de varios amigos, los cuales compartieron nuestra mesa[xiii].

La falsedad de la anécdota del cheque en blanco es más fácil de demostrar. Basta repasar el epistolario martiano desde el 30 de enero —el día que partía de Nueva York— hasta marzo, para comprobar las angustias que pasó para recaudar los $2000 que necesitaba enviar a Maceo y Flor Crombet a Costa Rica para que estos fueran a Cuba. Es absolutamente imposible creer que en los últimos días de enero Luciana Govín le hubiese ofrecido un cheque en blanco a Martí para que aceptara “hasta $100,000” si fuera necesario. El Apóstol pasó seis semanas de insomnio para conseguir $2000 tras su partida de Nueva York. No obstante, la anécdota falsa la repiten varios biógrafos de Martí con pasmosa certeza.

Blanche Zacharie Baralt es un caso muy diferente. Luis Rodolfo Miranda se muestra en sus escritos como un hombre de limitadas dotes intelectuales y sin mucha consciencia del alcance de sus fábulas. Las contaba —aparentemente— para aumentar su prestigio martiano y darle brillo a su currículum vitae en un momento en que había llegado a ser subsecretario de Relaciones Exteriores de Cuba, un puesto que le quedaba obviamente grande.

El caso de Blanche Zacharie Balart es diametralmente opuesto. Zacharie Baralt, norteamericana de nacimiento, cubana por decisión propia, es una de las mujeres más brillantes de los primeros años de la república. Perfectamente trilingüe, dictaba conferencias en inglés, francés y español sobre literatura norteamericana, española, latinoamericana y francesa. Había hecho su “Doctorado en Filosofía y Letras: en la Universidad de La Habana en tres meses: ese fue el tiempo que le llevó hacer los exámenes de todas las asignaturas de cinco años de carrera.

Hoy se la recuerda entre los cubanos por El Martí que yo conocí, y entre los norteamericanos por su libro de cocina y coctelería Cuban Cookery, publicado en 1931, pero los libros que ella consideraría como esenciales en su obra son sus ensayos de literatura y cultura latinoamericana, norteamericana y francesa.

¿Por qué habría de mentir al escribir su libro sobre Martí en 1945?

Quizás la anécdota más conocida de ese libro es la del día en que Martí partió definitivamente de Nueva York, el 30 de enero de 1895, y ahí puede estar la clave. Nos dice Blanche:

Era el 31 de enero de 1895 a las ocho y media de la mañana. Estaba yo en el comedor de mi casa tomando el desayuno. Sonó el timbre y oí la voz de Martí preguntar a la criada que le abría la puerta: “¿Está el caballero?” y momentos después entraba en el comedor.

“Me dice que se ha ido Luis ya: qué pena. Vine presuroso pensando alcanzarlo, pues no quería marcharme si darle un abrazo. Sabe Dios cuándo nos volveremos a ver.

Después de hablar breves minutos conmigo: “Me despide de Adelaida y de Fico. No puedo demorarme y ahora me voy. Adiós. No tengo un momento que perder. Lo acompañé hasta la puerta de la calle, salió en la mañana helada como una flecha.

Días después nos fijamos en un sobretodo marrón que había quedado colgado en la sombrerera. No pertenecía a los de la casa. ¿Sería de algún amigo que lo había dejado allí olvidado? Cosa rara en pleno invierno.

Mi cuñada registró los bolsillos a ver si hallaba algún indicio de su dueño. Cuál no sería su asombro al ver que estaban repletos de cartas y papeles dirigidos a Martí.

Pobrecito, en la precipitación de su ida, no se acordó de que había dejado el gabán en el vestíbulo, y se fue a la calle en ese día glacial sin notarlo. ¡Cómo estaría de preocupado![xiv]

¿Por qué tendría Martí que ir a despedirse de Luis Baralt y su esposa, Blanche? Si la familia Miranda vive “a dos puertas de su casa”, como ella afirma, es creíble que Martí fuera a despedirse de ellos. Pero no sería lógico que Martí viniera de la calle 46 a la 64 a despedirse de Luis Baralt y de Blanche Zacharie. Varias amistades más importantes —pensemos en Benjamín Guerra, el tesorero del Partido Revolucionario— vivían en la misma zona y Martí no fue a verlos. La realidad es que Blanche nos está ocultando algo.

Entonces, ¿es falsa toda la historia de la visita a casa de los Baralt en la mañana en que partía a Cuba? De ningún modo: Martí fue allí ese día —de ninguna manera podía dejar de ir a aquella casa—, pero no fue a despedirse de los Baralt, fue a despedirse de Carmen Miyares y de María y Carmen Mantilla, que eran lo más próximo que tuvo en este mundo a una familia. Y ese es el detalle clave que Blanche Zacharie de Baralt oculta, y que ha hecho que los biógrafos de Martí nunca se pronuncien sobre dónde y cómo ocurrió aquella despedida desgarradora. Incluso Alfred J. López, en su biografía de Martí —quizás la única biografía, en el pleno sentido de la palabra, del Apóstol que se haya escrito— dice: “Aunque no hay testimonios del momento de su despedida con Carmita Mantilla, este debió ser sin dudas el más duro y conmovedor de sus adioses[xv].

El lector probablemente se preguntará: ¿Y cómo sabemos que se despidieron efectivamente antes de la partida? Y todavía más: ¿Por qué debemos suponer que Carmen Miyares estaba en casa de los Baralt el día 30 de enero de 1895? Nadie ha dicho tal cosa. Y Blanche seguramente no lo dice, sino que da a entender —y no solo con su silencio al respecto— que no ocurrió tal despedida en su casa. Para empezar, Blanche no lo niega directamente, sino que lo insinúa dejando un resquicio de duda. En El Martí que yo conocí dice: “Al marcharse Martí a Cuba para la Revolución con Manuelito, «ambos por una larga ausencia», y estando su hijo menor, Ernesto, interno en Central Valley, en el colegio de Estrada Palma, Carmita quitó su piso y fue a pasar, con sus dos hijas, Carmita y María, una temporada con nosotros, hasta ver cómo orientaba su vida”[xvi]. En esa larga oración se mezclan una estructura macarrónica con un impecable manejo del idioma cuando se trata de dejar las cosas en suspenso. ¿Qué quiere decir “al marcharse Martí a Cuba”? ¿Es antes o después? No lo dice.

Hay otro modo en que insinúa —pero, otra vez, sin decirlo directamente— que Carmen Miyares y sus hijas no estaban en su casa el día que Martí vino a despedirse. Al contar la famosa anécdota del sobretodo olvidado por Martí dice que “[d]ías después nos fijamos en un sobretodo marrón que había quedado colgado en la sombrerera. No pertenecía a los de la casa. […] Mi cuñada registró los bolsillos…[xvii]” De modo que nadie en su casa sabe de quién es el sobretodo. Sólo se dan cuenta cuando Adelaida Baralt registra los bolsillos. ¿Cómo no lo reconocería Carmen Miyares si hubiese estado allí? Es otro modo de decir que no estaba.

Contrariamente a lo que quiere hacernos creer Blanche, estoy convencido de que Carmen Miyares estaba ese día 30 de enero en aquella casa con sus hijas; y que por eso Martí se detuvo allí antes de ir a tomar el vapor de su último viaje. Veamos por qué.

Al estallar la guerra en Cuba el 24 de febrero de 1895, los agentes de la Pinkerton, contratados por el cónsul español en Nueva York, redoblan sus esfuerzos por determinar dónde está José Martí. Lo primero que se les ocurre, lógicamente, es ir a Central Valley a hablar con Carmen Miyares. Allí se presentan el 28 de febrero y este es el informe que rindieron a sus clientes al día siguiente:

Nueva York, 1º de marzo de 1895

Señor: el último informe de nuestros detectives es el siguiente: 

El jueves 28 de febrero de 1895, en Central Valley, los agentes G. S. D. y W. A. P. se levantaron a las 6:30 de la mañana y junto a la escalera del hotel encontraron a su propietario, Bush. El agente le dijo que era un reportero de New York, y finalmente se entendieron bien con él. Bush afirma que Martí no ha estado allí desde hace más de un mes, y que hace algún tiempo él llevó a la Sra. Mantilla (Carmita Miyares) sus baúles y dos hijos a la Estación, y que ella también se fue a New York. Poco después él le envió un gato a New York, pero no recuerda la dirección, porque el agente de la estación le escribió la tarjeta; pero también añadió que él podía obtener la dirección de la Sra. Mantilla con su hijo Ernesto, de 15 años, que todavía está en el Colegio de Palma aquí en Central Valley.

[…]

Después del desayuno, Mr. Bush dijo que había visto a Ernesto Mantilla y le dijo que quería escribir a la Sra. Mantilla a N. Y., por lo que le escribió la dirección de su nombre en un sobre, como sigue:

Mrs. C. Mantilla

134 W. 64th St.

New York

El agente de la estación de ferrocarril informó al detective que él había enviado el gato por expreso a la siguiente dirección: 

Mr. Baralt

134 W. 64th St.

New York[xviii]

Ese mismo día en la tarde los detectives entrevistan a Carmen Miyares en la casa de los Baralt. Carmen Miyares, quien les dice que “Martí es un pariente de ella”, que no sabe dónde está, y que la casa en la que reside ahora es una “casa de huéspedes”; nada de lo cual, por supuesto, es estrictamente cierto. De modo que ya sabemos que, para el 28 de febrero de 1895, hasta el gato se había mudado de Central Valley a la casa de los Baralt hacía “algún tiempo”. Eso, por supuesto, no permite precisar la fecha de la mudanza.

Hay otros documentos que permiten precisar la fecha un poco más. El 2 de febrero —o sea, al tercer día después de su partida de Nueva York—, Martí le escribe a María Mantilla abordo del Athos, camino a Haití:

¿Qué has hecho desde que te dejé? Entre niños y enfermos y las primeras visitas habrás tenido poco tiempo en los primeros días; pero ya estarás tranquila, cuidando mucho a tu madre tan buena…

[…]

Los libros se habrán quedado en Central Valley, y yo lo he de sentir, sobre todo si se quedó allá el Larousse, que ahora te serviría en un trabajo de cariño que quiero que hagas, para ver si te acuerdas de mí—y es que vayas haciendo una historia de mi viaje a modo de diccionario, con la explicación de los nombres curiosos de este viaje mío […] El Larousse está en casa de Gonzalo, y Blanche tiene un buen libro de Mitología […]

Visita en nombre mío a Aurora y al bebito, y diles que es leal mi corazón. Estarás hecha una madre con los hijos de Luis[xix].

La supone en casa de los Baralt, haciendo visitas en los primeros días, cuidando de los hijos de Luis y Blanche, visitando a los Quesada-Miranda… no hay dudas que el nivel de detalle con que Martí describe esos “primeros días” indica que dejó a María Mantilla en casa de los Baralt y que está al tanto de todo… el 2 de febrero, tres días después de embarcarse. Es decir, Martí no se refiere a nada que no supiera cuando tomó el barco. Martí no había estado en Central Valley desde el 8 de enero, pero responde su propia pregunta sobre lo que habrá hecho María con ejemplos que se refieren a Nueva York, evidentemente. No tendría sentido ese párrafo si el “te dejé” se hubiese producido en Central Valley el 8 de enero y no en Nueva York el día 30. El tono de ese primer párrafo de la cita hace pensar que Martí se despidió de su niña poco antes de tomar el vapor, de otro modo no tendría sentido lo que dice.

No hay en la carta, sin embargo, la certeza explícita de que se vieron en Nueva York el día en que Martí subió a bordo del Athos, podría pensar el lector. Tengo esa certeza, sin embargo. Un artículo (“Recuerdos de mis primeros quince años”) escrito por María Mantilla y publicado en el periódico El Mundo el 2 de marzo de 1950, termina así: “Mi último recuerdo de Martí es del día que se despidió de nosotros, cuando salió para Santo Domingo”. Escrito 55 años después de los hechos, uno debe tomar ese testimonio con cuidado, por supuesto, pero hay documentos de 1895 que lo confirman.

En las cartas que Martí escribe el 29 y el 30 de enero antes de salir de Nueva York, hay varias alusiones a la partida inminente de Gonzalo de Quesada para visitar las emigraciones de Tampa y Key West y recaudar allí, con máxima urgencia, los $2000 que hace falta mandarle a Flor Crombet para que lleve a Maceo a Cuba. El plan que describe Martí es que Gonzalo de Quesada salga para Tampa tan pronto él, Martí, tome el vapor hacia Haití. ¿Cuándo salió Gonzalo de Quesada en realidad hacia Tampa? La respuesta es importante para el tema que nos ocupa, como verá el lector más tarde.

El viaje de Nueva York a Tampa en esa época tomaba generalmente dos días y medio. Por ejemplo, Martí sale de Nueva York el 23 de noviembre del 91 y llega a Tampa el 25[xx]. Y vuelve a salir de Nueva York el 22 de diciembre de ese año y llega el 24[xxi]. Sabemos, por otra parte, que Gonzalo de Quesada dio su primer discurso en Tampa el 2 de febrero de 1895[xxii], de modo que debió salir de Nueva York el 31 de enero o en la noche del 30 para poder estar dando discursos en Tampa el día 2 de febrero. Ese era el plan de Martí, por eso el día 30, antes de ir al puerto a tomar el Athos a las 10 de la mañana, le ha escrito a Estrada Palma: “Gonzalo sale hoy a la Florida”[xxiii].

El 18 de febrero de 1895, María Mantilla le responde a Martí la carta que este le había escrito a bordo del Athos. Le dice: “La noche en que Gonzalo se fue para Cayo Hueso, Angelina y yo fuimos a Jersey a despedirlo, y cuando volvió también lo fuimos a recibir, él ha venido muy contento de allá”[xxiv]. Ahí está la última pieza del rompecabezas: para salir de noche de Jersey y estar en Tampa el día 2 de febrero, Gonzalo de Quesada tiene que haber salido de Nueva York en la noche del 30 de enero, es decir, como estaba planeado: salió hacia la Florida tan pronto como pudo tras la partida de Martí. Y María Mantilla dice que ella acompañó a Angelina Miranda a Nueva Jersey a despedir a Gonzalo de Quesada. En otras palabras, sabemos que Carmen Miyares y sus dos hijas viajaron de Central Valley a Nueva York juntas, sabemos que Gonzalo de Quesada salió, tal como era el plan descrito por Martí, hacia la Florida en la noche del 30, el mismo día que Martí salió hacia Haití, y sabemos, finalmente, que María Mantilla lo fue a despedir.

Además de la evidencia cronológica, el tono de la carta de María Mantilla nos dice claramente que ella sabe que Martí conoce exactamente, sin necesidad de explicaciones, lo que le está contando. No le dice “Resulta que Gonzalo decidió ir a la Florida y fui a despedirlo”. Ella ha escuchado a Martí hablar de ese viaje de Gonzalo y por eso le dice simplemente, sin más explicaciones: “La noche en que Gonzalo se fue para Cayo Hueso, Angelina y yo fuimos a Jersey a despedirlo”.

La conclusión es obvia: Carmen Miyares y sus hijas estaban ya en casa de los Baralt el día que Martí partió hacia Haití, y allí se despidieron. Es por eso que en la mañana más apremiante de su vida, sin haber pegado un ojo en toda la noche, tenía que ir desde la calle 46 hasta la casa de los Baralt en la 64, no a despedirse de unos amigos queridos, sino a despedirse de las personas más importantes de su vida con excepción de su madre y su hijo, de quienes de ningún modo podía dejar de despedirse.

¿Y por qué Blanche Zacharie de Baralt ocultó la única parte de la historia de ese día que era realmente importante? La vanidad sería una posible explicación: no es lo mismo decir que Martí fue a despedirse de Carmen Miyares que se estaba quedando en tu casa en esos días, a decir: “Martí vino a mi casa a despedirse de mí y de mi marido el día que se iba para Cuba”. Esa sola anécdota disminuiría un tanto el mensaje de todo su libro, que era su cercanía con Martí. Si este había ido a su casa a despedirse de Carmen Miyares y sus hijas, la amistad de los Baralt-Zacharie con Martí se expone a otra luz: eran amigos tan cercanos a Martí por el vínculo familiar con Carmen Miyares, no porque había una “amistad autónoma” entre ellos y Martí. Y por eso hay que sacar a Carmen Miyares y a María y Carmen Mantilla del relato de ese día, para que Luis y Blanche queden en el centro de la foto.

Otra posibilidad —que no excluye tampoco la anterior, sino que la complementa— es cierto sentido de fidelidad por parte de Blanche al viejo “pacto de silencio” del círculo íntimo de Martí sobre su convivencia con Carmen Miyares. Cuando Blanche escribe su libro han pasado ya 50 años desde la muerte de Martí y veinte desde la de Carmen, pero aun así la autora se resiste a abordar el tema abiertamente. En El Martí que yo conocí, Blanche habla como dando por sentada la relación de matrimonio de hecho entre Martí y Miyares, pero sin nunca referirse directa y claramente al asunto. Por ejemplo, al hablar de Carmen Miyares dice: “Su devota abnegación, su cariño inquebrantable, allá en la sombra, calladamente, sin pensar en recompensa, solo por su gran deseo de servir y de dar, sostuvieron a Martí en sus horas más difíciles. No es demasiado decir que prolongó su vida”[xxv]. Fijémonos en que habla de “abnegación”, “cariño” y “deseo de servir”, pero no menciona nada parecido al amor de pareja o a la atracción física. Ya antes había dicho, tras comentar los problemas de salud de Martí: “Carmita Mantilla, en cuya casa vivía, lo cuidó, le dio ánimo. No tardó en encontrar en ella un apoyo, una consejera que le prodigaba una amistad que no iba a terminar y fue en la vida de Martí un gran auxilio, una fuerza hasta en su obra redentora”[xxvi]. Nótense frases como “en cuya casa vivía” y “una amistad que no iba a terminar”: Blanche, que conocía la relación de Martí con Carmen Miyares en todos sus detalles, pone todo su cuidado en caracterizarla vagamente en términos de amistad.

Hace años hablé por primera vez de este tema en una conferencia patrocinada por el Centro Cultural Cubano de Nueva York. Iraida Iturralde consiguió los permisos necesarios para que la plática tuviera lugar precisamente en el #349 de la calle 46, exactamente en la casa donde se refugió Martí en aquellos días mágicos y terribles de 1895. Al salir, una de las asistentes comentó que le había encantado la conferencia aunque a ella no le importaba donde estaba aquella casa porque, a fin de cuentas “¿qué más da que Martí se haya quedado aquí o en la calle 64?” Pero son los detalles nimios los que nos hacen a veces destapar la caja de Pandora de en la que se ocultan ciertas nociones esenciales. Y eso fue lo que me pasó a mí con la última casa del Apóstol.

[1] Para evitar confusiones, de aquí en lo adelante me refiero a comandante del Ejército Libertador Luis Rodolfo Miranda como “Luis Rodolfo”, en lugar del apelativo más natural en este contexto, que sería “Miranda”. Lo hago atendiendo al hecho de que el Miranda más conocido del entorno martiano es el Dr. Ramón Luis Miranda, tío de Luis Rodolfo Miranda.

[i]     Zéndegui, Guillermo de. Ámbito de Martí, página 136. La Habana, Cuba: P. Fernández y Compañía, 1954.

[ii]     Martí, José. “Carta a Gonzalo de Quesada del 18 de febrero de 1895”, Obras Completas, Tomo 5, página 62.

[iii]    New York Charities Directory 1895, página 125. McMillan and Co. Nueva York, 1895.

[iv]    Martí, José. “Carta a Juan Gualberto Gómez, enero de 1895”, Obras Completas, Tomo 4, páginas 26-27.

[v]     Martí, José. Obras completas, “Carta a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra”, Tomo 4, página 147.

[vi]    The New York Times, 11 de octubre de 1897. New York, 1897.

[vii]   Miranda, Luis Rodolfo. “Ruta de Martí por la libertad de Cuba”, artículo originalmente publicado por Luis Rodolfo en la revista El Ejército Constitucional en 1938 e incluido en su obra Reminiscencias cubanas de la guerra y de la paz, páginas 155 y 156. Imp. C. Fernández y Cia. La Habana, 1941.

[viii]   Zacharie de Baralt, Blanche. El Martí que yo conocí, página 93. Editorial Verbum, Madrid, 2017.

[ix]    Miranda, Luis Rodolfo. “Ruta de Martí por la libertad de Cuba”, artículo originalmente publicado por Luis Rodolfo en la revista El Ejército Constitucional en 1938 e incluido en su obra Reminiscencias cubanas de la guerra y de la paz, páginas 156-159. Imp. C. Fernández y Cia. La Habana, 1941.

[x]     Aznar, Manuel. “Esta mañana”, artículo publicado originalmente publicado en el periódico Excelsior el 19 de junio de 1928 e incluido en Reminiscencias cubanas de la guerra y de la paz, de Luis Rodolfo Miranda, páginas 315-316. Imp. C. Fernández y Cia. La Habana, 1941.

[xi]    Miranda, Luis Rodolfo. “Ruta de Martí por la libertad de Cuba”, artículo originalmente publicado por Luis Rodolfo en la revista El Ejército Constitucional en 1938 e incluido en su obra Reminiscencias cubanas de la guerra y de la paz, páginas 157 y 158. Imp. C. Fernández y Cia. La Habana, 1941.

[xii]   Miranda, Luis Rodolfo. “Hechos y palabras de Martí”, artículo originalmente publicado en el periódico La Discusión e incluido en Reminiscencias cubanas de la guerra y de la paz, página 70. Imp. C. Fernández y Cia. La Habana, 1941.

[xiii]   Miranda Torre, Ramón L. “Últimos días de José Martí en Nueva York”, artículo escrito originalmente en 1903 y reproducido en El Excelsior, 6 de agosto de 1928, Ciudad de México.

[xiv]   Ibidem, páginas 42-43.

[xv] López, Alfred J. José Martí: A Revolutionary Life, página 433. University of Texas Press. Austin, 2014.

[xvi]  Zacharie de Baralt, Blanche. El Martí que yo conocí, página 116. Editorial Verbum, Madrid, 2017.

[xvii] Ibidem, páginas 42-43.

[xviii] Sarabia, Nydia. La patriota del silencio: Carmen Miyares, páginas 59-60. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1990.

[xix] Martí, José. “Carta a María Mantilla, 2 de febrero de 1895”. Obras completas, Tomo 20, página 213.

[xx] Paz, Ibrahim Hidalgo. José Martí: Cronología, 1853-1895, página 106. Centro de Estudios Martianos. La Habana, 2012.

[xxi]   Ibidem, página 107.

[xxii] Reverter Delmas, Emilio. Cuba española: reseña histórica de la insurrección cubana en 1895, sexta edición, Volumen 1, página 62. Centro Editorial de Alberto Martín. Barcelona, 1897.

[xxiii] Martí, José. “Carta a Tomás Estrada Palma, 30 de enero de 1895”. Obras completas, Tomo 4, página 49.

[xxiv] García Pascual, Luis. “Carta de María Mantilla a José Martí, 18 de febrero de 1895”. Destinatario José Martí, página 440. Ediciones Abril. La Habana, 2005.

[xxv] Zacharie de Baralt, Blanche. El Martí que yo conocí, página 69. Editorial Verbum, Madrid, 2017.

[xxvi] Ibidem, página 66.

 


  • Jorge Ignacio Domínguez López.
  • Estudios inconclusos de Cibernética-Matemática en la Universidad de La Habana.
  • Fundador de la revista Vivarium del Centro de Estudios de la Arquidiócesis de La Habana.
  • Ex-director del periódico The Tablet, fundado en 1908, de la Diócesis de Brooklyn.
  • Por ocho años publicó el blog Tersites, donde aparecieron originalmente varios artículos sobre investigaciones martianas.
  • Artículos históricos publicados en Diario de Cuba, Penúltimos Días, Espacio Laical y otras publicaciones.
  • En preparación: Un libro sobre la vida de José Martí en Nueva York y la historiografía martiana

 

 

 

 

 

 

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