Por Karina Gálvez Chiú
A pesar de las contradicciones de la estrategia del gobierno cubano, en su anuncio de actualizar un modelo que ha demostrado ser ineficiente y no sustentable, y del ritmo demasiado lento con que se producen las reformas, no podemos ignorar el alcance y los efectos que las mismas han ido ejerciendo en la realidad de Cuba. Para bien o para mal, algunas cosas han cambiado.
Pero lo que va resultando difícil es hacer conjeturas o tratar de predecir con lógica qué camino llevan las reformas o qué efectos tendrá una reforma en nuestra realidad. Porque, por poner solo un ejemplo, pensando con cierta lógica uno puede deducir que, al liberarse su venta a través de agencias, los autos en el mercado entre particulares bajarían su precio, considerando que la demanda, al existir la competencia con las agencias, disminuiría en el mercado entre particulares; y que aumentaría la posibilidad de los cubanos de adquirir un auto. Sin embargo, teniendo en cuenta los precios de los autos de las agencias, puede suceder lo contrario: menos posibilidad de tener auto y mayores precios en el mercado entre particulares.
También resulta difícil prever si la reforma se producirá como se anuncia, si será por un tiempo o si será definitiva. O si en medio de su aplicación, aun cuando se piensa mucho y se realiza muy paulatinamente, se producirá un viraje, un retroceso o un “pequeño acomodo” que cambie todos los planes de los que se habían acogido a ella. No basta con afirmar que no se da un paso atrás. Es necesario no darlo.
Esta falta de lógica y de seguridad disminuye la autoridad del gobierno cubano y aumenta la desconfianza del pueblo en las reformas.
En fin, que con lineamientos y todo, no sabemos todavía hacia dónde vamos en Cuba, si todo continúa dependiendo de la estrategia gubernamental. Pues esta estrategia parece ser la de pretender hacer cambios sin perder, no el poder, sino, ni siquiera cuotas de poder más allá de lo estrictamente necesario para conservarlo.
En el afán por obtener una respuesta que lo oriente, los cubanos y otros interesados en el tema de Cuba nos hacemos una pregunta común: ¿vamos hacia el capitalismo?
¿Dónde estamos?
Cuba tiene un modelo económico centralizado, incluso teniendo en cuenta los diferentes espacios donde lo que funciona es el mercado: trabajadores por cuenta propia, campesinos privados, artesanos, artistas. De cualquier manera, la dependencia del Estado es mayor de lo que conviene a la economía y a la nación.
Este modelo económico que el gobierno ha llamado socialismo, en realidad ha funcionado como un capitalismo de Estado puesto que este ha sido el único dueño por muchos años de todos los recursos y medios de producción. Actualmente, este sistema vive una crisis muy fuerte evidenciando su falta de eficacia y de viabilidad.
Y por sobre el modelo económico, un modelo político de férreo control sobre los ciudadanos, privándolos de las libertades más esenciales y sin espacio legal para otras opciones políticas.
¿Por qué preguntarnos si vamos hacia el capitalismo?
Muchos hemos criticado el paternalismo del Estado cubano y la ideologización de toda la sociedad. Actualmente, después de las reformas, la sociedad cubana da a algunos, con pensamiento bastante positivo, la impresión de haber cambiado. ¿Por qué?
En nuestros análisis sobre la realidad cubana nos preguntábamos: ¿Por qué aceptar que el Estado sea el responsable de facilitar lo que necesitamos para, por ejemplo, reparar o construir nuestra vivienda? Pues bien, ya se puede comprar materiales de construcción en el mercado estatal por moneda nacional y ha disminuido la burocracia para licencias constructivas. Esto es un cambio.
¿No nos quejábamos de que fuera necesario pensar de determinada manera para tener derecho a ir de vacaciones a un hotel? Pues bien, ya se puede reservar en un hotel y visitar casi todos los lugares turísticos de Cuba.
¿No nos quejábamos de que, sin tener en cuenta el trabajo de cada cual, todos recibamos los mismos productos con precios subsidiados (por cierto, los únicos justos, teniendo en cuenta los salarios)? Pues bien, ya se puede comprar jabón, pasta dental, azúcar, arroz, huevos, y algunos otros productos, en el mercado no normado, por moneda nacional.
¿Nos parecía injusto e inexplicable que, en pleno siglo XXI, los cubanos necesitáramos un permiso del gobierno para viajar? Pues bien, ya se puede viajar sin solicitar permisos.
Y así, muchas otras cosas injustas, no suficientemente, pero han ido cambiando. Después de las reformas se puede comprar y vender casas. Se puede vender y comprar automóviles, incluso en agencias. Se puede acceder a Internet, sin necesidad de mostrar un pasaporte extranjero.
Todos estos nuevos “se puede”, hacen pensar en el cambio hacia un sistema, al que se va llegando, por un camino largo y a un paso lento, pero en su dirección.
Algunos, con un pensamiento más negativo, sospechan que la estrategia cubana sea ir hacia el capitalismo más radical porque los últimos cambios se parecen mucho a aquellos que en la escuela nos enseñaban como “males de la sociedad capitalista de los años 50”: el desempleo creciente, los desalojos, las diferencias entre los ricos y los pobres, los altos impuestos, el alto precio de la electricidad y los alquileres.
Aunque sea a un ritmo más lento, aumenta la cantidad de desempleados de las empresas estatales, a los cuales ahora se agregan los que han perdido su licencia de vender ropa importada, de salas de cine y videojuegos. Continúan también los desalojos y las trabas para construir viviendas, además de que los altos precios del mercado de inmuebles no permiten el acceso de la media de los cubanos a él. Los impuestos, lejos de estimular la inversión, asfixian a los pequeños empresarios.
Las diferencias se acentúan en la sociedad cubana con cada medida económica que pone en práctica el gobierno. La posibilidad de tener celulares, de reservar en hoteles, de acceder a Internet, de comprar casas, es alcanzable solo para los que reciben ingresos por encima de la media de la población. Y la última reforma de venta de autos en agencias, está destinada a cualquiera que posea una cantidad de dinero impensable hasta para los de mayores ingresos en Cuba.
También puede sospecharse un viraje hacia el capitalismo por la eliminación de gratuidades, por la tímida liberación de algunos sectores de la economía, el cierre de empresas ineficientes, la posibilidad de contratar mano de obra o la corrupción abiertamente reconocida por el gobierno.
¿Qué nos falta? ¿Qué sucede todavía en Cuba que no nos deja disfrutar los cambios?
Resulta que para disfrutar de las ventajas de unas reformas que, según el discurso oficial van encaminadas a mejorar la situación de los cubanos, hace falta no solo dinero, sino mucho dinero.
Para ir de turismo, acceder a Internet, comprar artículos en el mercado no normado, para comprar casas o autos, es necesario recibir dinero del exterior y en cantidades nada despreciables.
Y aún no se hace la reforma que permita a los cubanos ganar dinero en cantidades suficientes o, por lo menos, crecientes, para tener esperanzas de mejorar nuestro nivel de vida. Las reformas para “actualizar el modelo económico” no son esenciales. Mantienen un sistema ineficiente y con tales ansias de control que frena lo que verdaderamente haría prosperar la nación: la iniciativa privada.
Hace poco escuché a alguien preguntarse por qué los cubanos estamos preocupados por los precios de los automóviles si los precios de los artículos de primera necesidad están peor. Y es verdad que lo escandaloso no es el precio de los automóviles, sino el de la malanga. Pero me complace que los cubanos no nos quedemos en “la malanga”, o sea, en la cotidianidad. Somos un pueblo con deseos de prosperidad, con disposición para el emprendimiento, no nos basta con comer, vestir y resolver las necesidades primarias. Tenemos aspiraciones humanas, deseos de mejorar el estándar de vida.
Nos preguntamos cuándo llegará la reforma que libere el trabajo en Cuba. La que nos haga dependientes solo de nuestro trabajo y esfuerzo personal. La reforma que combine la libertad para nuestro espíritu emprendedor, con la educación y las normas que estimulen nuestra responsabilidad social.
Cuándo llegará la reforma que abra nuestra sociedad no solo al mercado, sino a las opciones políticas, a la crítica abierta, a la diversidad de pensamiento y de proyectos sociales. Los males de una sociedad se alivian cuando pueden ser pensados, solucionados entre todos.
Para poder hablar de capitalismo, aun pensando en el de los años cincuenta (que espero que nadie quiera para Cuba ya) es necesario hablar de libertad. Para hablar de un nuevo sistema en Cuba que verdaderamente satisfaga a los cubanos y nos convierta en la nación próspera que podemos ser, necesitamos hablar de libertad y responsabilidad.
Si ese es el camino que llevamos, lo más importante no es que el ritmo es demasiado lento, sino que parece haberse dejado lo fundamental para momentos antes de llegar a la meta. Y así, la meta puede alejarse infinitamente.
¿Qué hacer?
Alcanzar la libertad no depende solo del que la reprime. Depende mucho del que la necesita y la busca. Si vamos tomando conciencia de nuestro poder como ciudadanos y exigimos cada vez más el respeto a los derechos que nos corresponden, es posible que el tramo del camino se acorte y la meta sea la mejor para el pueblo cubano.
—————————————————————
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Vive y trabaja en Pinar del Río.