Jueves de Yoandy
Entre las múltiples deformaciones que produce el relativismo moral al que nos ha conducido, bajo diversas circunstancias, el cambio de época, aparece la impuntualidad. Este es un tema recurrente desde que somos niños en edad escolar hasta que nos convertimos en adultos, profesionales, trabajadores, personas con mayores grados de responsabilidad personal y social.
En la fraseología popular alguna vez hemos escuchado aquello de que “la persona del cubano o no llega, o se pasa”. Supongo que se refiere a la dificultad para encontrar el punto medio, el equilibrio, el centro. Todos los extremos son malos, aunque la tendencia sea ubicarse en uno de ellos y tildar al centrismo de indefinición o de estrategia para no tomar partido. Pero hoy no hablaremos de “llegar” o “pasarse” desde esa perspectiva, sino desde la temporalidad.
La puntualidad es la actitud humana que permite la coordinación cronológica para cumplir una tarea específica en los límites de tiempo establecidos, por uno mismo o con otra persona. En todos los ámbitos, desde el personal hasta el profesional, pasando por la familia e incluyendo el conjunto de las relaciones humanas, la puntualidad es una virtud que implica respeto por los demás,comprendiendo que “el tiempo es oro”, que cada quien lo emplea y distribuye a su manera y que, por nuestros actos libres, no tenemos el derecho de importunar al prójimo que espera, depende o confía en nosotros. Cuando se respeta el tiempo de los demás, no solo mantenemos una buena reputación, sino que tejemos redes de intercambio y construimos relaciones más sólidas y saludables.
La puntualidad tiene muchísimas maneras de manifestarse. A diferencia de otras actitudes que pueden resultar más específicas de un espacio y tiempo acotado, esta se hace presente en cada acción que ejecutamos: cuando intentamos cumplir una tarea de la escuela, del centro de trabajo, un rol familiar; cuando cumplimos un compromiso de trabajo en los plazos establecidos; cuando no hacemos esperar a nadie por nosotros y acudimos a la hora acordada. Fijémonos que escribo “a la hora acordada”, porque también tenemos la concepción errada de que somos puntuales llegando mucho tiempo antes a una cita y ahí, en ocasiones, también estamos importunando o poniendo presión a quien nos espera.
La vorágine del día a día nos absorbe. Entre la búsqueda del pan material y las rutinas que no edifican a la persona, ni le elevan a un grado de satisfacción aunque sea mínimo, podemos caer, tentativamente, en la impuntualidad. Ya sea por falta de interés, que habla mucho de la anomia social, las pocas ganas para hacer algo, por tanto, ¿qué importa el día y la hora si no creemos en el resultado? Ya sea por la mala planificación, que en los sistemas como el nuestro está a la orden del día: unos cronogramas se distienden por años, hasta que no se cumplen, y otros se precipitan para no obtener lo deseado. Debemos ser realistas para trazarnos metas fácilmente cuantificables a través de parámetros de interés. Ya sea por la falta de claridad en los objetivos que nos hace perder la noción del tiempo, y llegamos tarde tratando de cumplir con algo que no planificamos adecuadamente, porque no le asignamos la importancia necesaria a la variable tiempo.
Para ser puntuales se necesita una alta dosis de respeto, primero con uno mismo y después hacia los demás. Se necesita disciplina, determinación, compromiso, fuerza de voluntad y responsabilidad. Y, sobre todo, constancia. De esa que también escucho por ahí: “los cubanos tienen muy buen perfume, pero poco fijador”.
Derribemos, pues, esas concepciones que vienen de fuera, pero que a veces incluso son internas. Hagámoslo en esta hora crítica de Cuba, no vaya a ser que no lleguemos a tiempo para la cura que la Nación necesita, o nos adelatemos a los acontecimientos que se suceden según el curso de la historia, cuando todas las condiciones estén creadas. Constancia, coraje y claridad en la responsabilidad que a cada uno nos compete, porque el tiempo no espera, pero siempre recompensa a quienes los honran.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.