Hace mucho tiempo que la formación es un problema para los cubanos. Sin hacer un análisis exhaustivo de las causas, salen fácilmente, por arribita, algunas que sufrimos no solo en el aspecto formativo sino también en la vida cotidiana: la primacía del adoctrinamiento ideológico sobre los valores y virtudes humanas, la falta de preparación de los formadores y la confusión de educación con instrucción.
Por estos días de inicio del curso escolar este es un tema que, nuevamente, comienza a preocupar; sin embargo, debe ser una cuestión atendida permanentemente y no solo de manera coyuntural. Ante muchas situaciones en Cuba aflora la respuesta: “eso es un problema de formación”; pero es dicha de tal manera como un problema sin solución, como una queja estéril de un hecho consumado como la muerte, que no admite vuelta atrás.
Este tipo de actitudes pesimistas y/o conformistas deben ser tratadas, precisamente, con formación, para saber responder a los desafíos del presente con herramientas útiles que sanen la dolencia que padecen nuestras sociedades contemporáneas.
El término formación proviene del latín “formatio”, que se refiere a formar algo, al aspecto y características externas de las cosas; en este caso a la formación de la personalidad, al desarrollo de hombres y mujeres de bien, al cultivo de la virtud y de los valores que serán, a fin de cuentas, nuestras cartas de presentación, como símbolo externo, en los ambientes de desempeño personal, profesional y social en un sentido más amplio.
La formación es un largo proceso que incluye a otros procesos como la enseñanza-aprendizaje, el adiestramiento, la adquisición de habilidades, la educación ética y cívica. No debe confundirse con la adquisición única de conocimientos, porque estaríamos reduciendo este amplio concepto al ámbito académico.
La formación va más allá de esta esfera, llegando a comprender habilidades personales y sociales que permiten interactuar con el medio circundante de una manera más eficaz y proactiva.
La formación comienza en la familia, por ello decimos que no es estrictamente académica, es decir, función exclusiva de la escuela. Es mucho más, y prioritariamente, un rol que comienza desde el hogar con la transmisión de valores, la enseñanza de patrones conductuales para ser mejores personas y desenvolvernos con actitudes positivas y constructivas ante las disímiles situaciones que se nos van presentando en las etapas de crecimiento. El hogar y la familia constituyen la primera escuela de formación. Si en el seno de la familia existe disfuncionalidad o desinterés por traspasar esa riqueza cualitativa que son los valores y las virtudes de casa, será muy difícil que las sucesivas entidades de formación en la que se desarrolla la persona humana, desde su niñez, suplan la carencia que se presenta ya desde el hogar.
La escuela y la Iglesia desarrollan un rol complementario en este proceso de formación.
Es importante destacar ese calificativo de “complementario” porque el criterio de muchos padres de familia es que “eso se aprende en la escuela”, confundiendo de esta manera la educación y la formación con la mera instrucción en materias básicas en áreas del conocimiento académico. Estas actividades escolares están más dirigidas al desarrollo de una inteligencia racional basada en la aprehensión de materias específicas que al desarrollo de una inteligencia emocional, de un fortalecimiento de la voluntad y de un cultivo de la Trascendencia. Los espacios que aún quedan en algunas enseñanzas para mover la educación hacia estos temas formativos de vital importancia, con frecuencia son dirigidos hacia un programa con marcado interés en la politización de todo. “El mundo en que vivimos” mezclado con los “héroes y mártires de la revolución”, que en muchas ocasiones obvian los pilares fundacionales de la nacionalidad y nación cubanas y los personajes históricos de la ciencia y la cultura, para presentar una historia de guerras y conflictos internos y externos; o la defensa civil como preparación para la guerra de todo el pueblo. Los espacios de “Debate y reflexión” no para abrirse al pleno diálogo sobre una temática o aprovechar la cobertura y sacar moralejas de situaciones específicas y preparar para la vida a los educandos, tomando experiencias positivas de los hechos ocurridos, sino que se convierte este espacio en mero enunciado de efemérides o noticias del ámbito político en su mayoría con marcado matiz “revolucionario”, según la acepción oficial de revolucionario. Los tan maltratados turnos de “Formación de valores”, relegados en un horario docente para hablar del antimperialismo, el latinoamericanismo, la solidaridad, entre otros, como si la vida fuera de un solo color, sin dar espacio a la pléyade de valores humanos que conforman un cuerpo social sano. Debemos hacer énfasis en el papel de la escuela en la formación, complementario a la familia, con quien debe formar una verdadera comunidad educativa al servicio del educando.
Por su parte, la Iglesia también interviene en esa función formadora primordial. La Iglesia es madre y maestra. Lo que significa que, como toda madre, vela por el bien de sus hijos, y como todo maestro coadyuva a que esa transmisión de conocimientos, valores, virtudes, espiritualidad y cultura, en sentido amplio, lleguen al educando. Es por ello que también, en nuestras instituciones religiosas, debemos velar por verdaderos planes de formación desde la catequesis de niños hasta la formación laical en etapas más avanzadas. La formación en el seno de la Iglesia debe comenzar en esa transmisión de la fe, en mantener la tradición de ese conocimiento de la verdad de Dios, de la verdad sobre el hombre, de la verdad sobre el mundo, pero todo ello debe estar orientado en el sentido de fomentar el desarrollo de las capacidades humanas, el conocimiento de la, a veces olvidada, doctrina social de la Iglesia, que no es más que entender el papel evangelizador de los cristianos en el mundo. Para ello necesitamos verdaderas escuelas de formación de laicos que, pasando por la formación catequética, lleguemos a enseñar la vocación laical y la misión del laico cristiano en los diferentes ambientes para ser en todos ellos: sal y luz del mundo, que se traduce en ser personas comprometidas con la realidad social que ha tocado vivir y encarnar y con su transformación con todos y para el bien de todos.
La formación siempre, y en todo caso, nos ayudará en el discernimiento de cuál es nuestra opción fundamental en la vida. Nos ayudará a escoger los caminos del bien en un mundo plagado de incertidumbres, desesperanzas y problemas sociales. De eso no nos vamos a liberar, pero si crecemos cada día en la formación que nos ayude a ser mejores personas y nos facilite herramientas viables para vivir en sociedad, entonces podemos reconocer que el problema de formación tiene solución. Y que esa transformación está en nuestras manos.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.