“Busca sólo la justicia, y así vivirás” (Dt 16,20).
Quisiera compartir una idea acerca del hombre, y la justicia.
El hombre es persona
El hombre es persona siempre y en todo lugar, Dios le acompaña, nunca lo abandona y la historia de la humanidad transcurre bajo su mirada compasiva, por eso nos dio a su Hijo.
El hombre se debe sentir persona en su casa, en el trabajo, en sus ambientes naturales, donde se relaciona con los demás, donde pueda garantizar su subsistencia o en el lugar donde pueda descansar.
Conforme a los principios que se enuncian en la Carta de las Naciones Unidas, la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad y los derechos inherentes a todos los miembros de la familia humana. Estos derechos son iguales e inalienables.
¿Se nos reconoce en todos los lugares como personas, o nos tratan como tales?
Por ejemplo:
Una persona es detenida, las autoridades prácticamente le obligan a que explique y escriba de su puño y letra argumentos sobre un delito que realmente no cometió, tratando de que declarase contra sí mismo o que se confiese culpable.
Dicha persona entra como testigo, finalmente todo se paraliza por parte del juzgado y esa persona es hoy un acusado. Todo cambió en manos del juzgado.
La persona lleva más de un año esperando que se haga juicio, se suponen que las nuevas investigaciones ya cesaron. Ni existe una respuesta, ni lo condenan. Se procesan las correspondientes reclamaciones por medidas tomadas brutalmente, sin pensar, y sin existir un proceso judicial ¡no dan respuestas! ¿Cuántos como esta persona, siguen esperando justicia?
Siempre la respuesta es: Hay que esperar. Organismos a nivel nacional no se pronuncian, pues no existen elementos o no pueden actuar, y así pasan los días… muchos pueden cansarse y pensar que no valen nada, no sentirse personas, un día deciden que ya no vale la pena reclamar justicia.
¿Qué injusticias de este tipo se cometen contra las personas?
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 6, plantea: “Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica”. La sociedad debe garantizar a los ciudadanos el derecho a la justicia, y para ello debe ofrecer jueces honrados, tribunales imparciales y leyes justas. Y en todo Estado debe existir una persona o un grupo de personas encargadas de velar por la administración imparcial de la justicia.
Bien nos dice el Señor: No perviertan la justicia; no hagan ninguna diferencia entre unas personas y otras, ni se dejen sobornar, pues el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de las personas justas. (Dt 16, 19)
Si este derecho no es real, se establece la inmoralidad, la impunidad, se autoriza el crimen y los responsables de la justicia se convierten en cómplices de la injusticia.
Todas estas violaciones del derecho y otras semejantes, son en sí mismas infamantes, corrompen a la civilización humana, deshonran más a aquellos que así proceden que a los que padecen injustamente. Ellas ofenden gravemente la honra debida al Creador.
Dios nos ama, y su existencia no es una amenaza para el hombre, Él está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, nos acompaña en la tribulación, y alienta nuestra esperanza en medio de todas las pruebas.
Los cristianos debemos ser portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras. La lucha por los derechos del hombre constituye el auténtico combate por la justicia.
Podemos decir que, desafortunadamente, este es un fenómeno que se ha extendido a los países que siguen una política de este tipo de sistema socialista, como en Cuba, no obstante estar organizado “con todos y para el bien de todos”, como una república “unitaria y democrática”, para el disfrute de la libertad política, la justicia social, el bienestar individual y colectivo y la solidaridad humana, como dice nuestra Constitución. En algunos países existen fallas en esto. Entre las más notorias están: la lentitud, el papeleo, la parcialidad contra algunos, la falta de moralidad, la desorganización, etc.
¿Qué garantías nos ofrece la justicia?
Los países firmantes del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos se han comprometido a tomar medidas eficaces para garantizar el derecho a la justicia. Durante el proceso judicial se comprometen a dar a la persona acusada de un delito, entre otras, las siguientes garantías mínimas:
-Ser informada sin demora, con detalle y en lengua que entienda, de la acusación que se le ha formulado.
-Disponer de tiempo y de los medios adecuados para defenderse y comunicarse con un defensor de su elección.
-Ser juzgada sin demora.
-Interrogar o hacer interrogar a los testigos del acusador; hacer comparecer sus propios testigos y que estos sean interrogados en la misma forma que los otros.
-No ser obligada a declarar contra sí misma ni a confesarse culpable.
Ante la ineficacia de estas garantías ¿cuál sería el proceder? ¿Qué derechos me corresponden ante las injusticias?
Toda persona puede apelar a un tribunal superior. Si este revoca la condenación, o se muestra que hubo un error judicial, la persona que haya sufrido una pena por causa de la condenación anterior, deberá ser indemnizada si no tuvo culpa en el error.
Es importante saber que nosotros podemos ser cómplices de la injusticia, cuando conocemos los abusos y no los denunciamos, ni hacemos nada para remediarlos. La justicia es un derecho de todos, todos debemos interesarnos para que la justicia no se quede en la mera letra de la ley.
Cuando Dios juzga, da un trato igual a todos:
“Pongan en su corazón la marca del pacto, el Señor su Dios, es el Dios de dioses y el Señor de señores, él es el Dios soberano, poderoso y terrible, no hace distinciones, ni se deja comprar con regalos. Hace justicia al huérfano y a la viuda” (Dt 10, 16-18).
Toda persona tiene derecho a ser reconocida como tal, y hoy se nos niega el derecho a ser personas, a pensar, actuar y decidir como tales, desde nuestra propia libertad.
“A quien absuelve al culpable y a quien condena al inocente, a los dos aborrece el Señor” (Prov. 17,15).
Glissett Valdés Herrera. (La Habana, 1972)
Lic. en Educación Primaria. Catequista.
Reside en Pinar del Río