La pereza cívica

Por Juan Carlos Fernández Hernández.
El trópico ha despertado desde siempre un embrujo desenfrenado en personas que no son de estas latitudes. El calor, las playas, las mujeres, las bebidas, la música, entre otras cosas, forman parte de lo real y maravilloso de estos parajes bendecidos por una exuberancia casi mística.
Vamos a los extremos, dicen muchos, de la lógica y la razón. Los afiebrados calores que nos tienen la piel húmeda casi todo el año parece que nos llevan, muchas veces, a razonamientos ilógicos.

Por Juan Carlos Fernández Hernández.
El trópico ha despertado desde siempre un embrujo desenfrenado en personas que no son de estas latitudes. El calor, las playas, las mujeres, las bebidas, la música, entre otras cosas, forman parte de lo real y maravilloso de estos parajes bendecidos por una exuberancia casi mística.
Vamos a los extremos, dicen muchos, de la lógica y la razón. Los afiebrados calores que nos tienen la piel húmeda casi todo el año parece que nos llevan, muchas veces, a razonamientos ilógicos. Entre estos, nuestra historia particular como nación, cuenta con infinidad de capítulos, pero en ellos sobresale uno, que, a mi modo de ver, se lleva las palmas entre todos: la pereza cívica, que también podríamos llamar “dejar que otro haga lo que a mí me toca hacer”, o como diríamos hoy “que otro se queme”.
Pero si ese otro viene de “afuera”, mejor aún. Esto no es nuevo y créanme que se remonta hasta el tiempo de nuestros aborígenes.
¿De dónde era Hatuey? Se dice que vino de La Española, otros que de las Islas Caimán, y hasta hay ideólogos que dicen que nació en el Orinoco, Venezuela. Mis compadres, lo cierto es que el cacique de marras no era cubano, pero carenó aquí, y aquí lo quemaron, parece que de ahí el dicho.
Pero la historia sigue su curso inexorable y continuó viniendo gente de otros lugares a resolver los problemas de Cuba, que por cierto, seguían sin resolverse y ¡cómo pasó tiempo para que sucediera! Al punto de que fuimos los últimos que nos sacamos a los gallegos de arriba en todo el continente, con un general en jefe de las tropas insurrectas que, por supuesto, no era cubano. Me podrán decir que en América existe esa tradición solidaria, de que las causas por la emancipación son causa común. Todo eso es cierto, como también lo es que necesitamos del empujón norteamericano, para rebajar algunos años, la ocupación peninsular.
Y a partir de la intervención norteamericana, con sus luces y sus apagones, nos entró la fiebre por lo foráneo.
En la sicología del cubano, gobernantes y gobernados empatados, no había nada que hacer en Cuba si antes no se daba el visto bueno desde arriba… el norte. Valga apuntar que siempre hubo personas e instituciones que lucharon cívicamente, pero no tuvieron un alto grado de repercusión en la sociedad cubana de entonces. Otras lo hicieron muchas veces, violentamente, para resolver los problemas desde adentro. Los violentos han tenido un éxito inusitado en nuestra historia, aunque hoy en día su paradigma se ha agotado del todo y solo viven de la retórica vacía para un mundo que ya no les hace el menor de los casos. Además, después de llevar al paroxismo el ansia nacionalista resulta que son los que más han contribuido en la práctica que se enraíce más en la mentalidad popular la ilusión surrealista de una solución a nuestros problemas desde el exterior. Contra lo que más se arenga es lo que la gente más desea. Ironías de la vida, “al que no quiere caldo se le dan tres tazas”… A los cívicos hace relativamente poco tiempo que se les tiene en cuenta.
Esto tiene hasta ribetes picarescos: La fruta que Dios les exigió a Adán y Eva que no probaran, fue a la que primero le metieron el diente. La naturaleza humana es compleja… echen un vistazo por el parque que está frente a la funeraria de Calzada y K en el Vedado todos los días del año y lo entenderán o se volverán locos, buscándole sentido a la actitud de miles o millones de cubanos que desean la fruta prohibida.
Pero la migración tiene sentido en un mundo globalizado e interdependiente, aunque en Cuba una gran parte de la población ni sabe qué cosa es esto y tampoco le interesa. Lo que muchos buscan es “la jama”, en el mejor lenguaje panfilesco: una mejor vida estomacal y mental fuera de Cuba. Esto tiene su lógica. Lo que no la tiene es la creencia de una parte considerable de los cubanos en que la solución a nuestros desastres venga de otra parte.
Antes del 1959 eran los Estados Unidos, después del 59 y hasta el 89, el san Benito se lo llevó la URSS ¡qué raro suena! Los “bolos” cargaron en gran medida con nuestros problemas, básicos y no básicos, como en los juguetes, que también se los echamos pa’ arriba. En aquellos tiempos, alimentos de todo tipo, ropa, calzado, cosméticos, muebles, efectos electrodomésticos, casi todo, petróleo incluido, en grandísimas cantidades, y hasta armas, eran soviéticos.
Se desmerengó el campo socialista, y otra vez a buscar a alguien de afuera que asumiera nuestra situación. Y aunque parezca increíble y contra todo pronóstico, lo encontramos en Venezuela, con un gobierno que viene a ser una suerte de híbrido que todavía, por lo menos yo, no me atrevo a clasificar, aunque con pretensiones de coparlo todo, pero que al fin y al cabo ha asumido la tarea de recomenzar a amamantarnos creando una dependencia, nuevamente, fuera de nuestras fronteras.
También buscamos nuestras soluciones en políticos extranjeros, organizaciones de todos los continentes, opiniones de los mass media mundiales, etc., la lista es larga y harto conocida.
Por último y no menos importante, los cubanos y cubanas, hijos de una cultura con profundas raíces religiosas, no hemos desechado lo intangible, lo eterno y sagrado, para dar riendas sueltas a nuestra afiebrada y en muchas ocasiones etérea religiosidad.
¿Cuántos de nosotros no hemos acudido a un babalao para que nos lea la letra?
¿Cuántos no hemos ido a santeros(as), espiritistas, paleros, astrólogos(as), videntes, curanderos(as), cartománticas y hasta a la iglesia, para saber cuándo se resolverán los problemas que aquejan al país?
Sobre la Iglesia, específicamente la católica, que es la más extendida por el país, desde hace mucho tiempo se han creado grandes expectativas en cuanto a su accionar. Ya he perdido la cuenta de los compatriotas que ven en ella la solución a nuestros desastres insulares y a veces olvidan que aunque esté en Cuba, su sede es la ciudad del Vaticano, en Roma, Italia, o sea, en el extranjero también.
“A grandes expectativas, grandes desengaños”, dijo alguien y con toda razón. Recuerdo la visita del Santo Padre Juan Pablo II a nuestro país en el año 1998. Había caído el campo socialista, había una crisis económica y social en la isla con periodo especial en tiempos de paz; el Papa que nos visitaba era polaco, por lo tanto, víctima del fascismo alemán y del comunismo soviético. Conocía en carne propia las dos caras del totalitarismo y para muchos había contribuido a la caída del segundo, por lo tanto era lógico que su visita tuviera un impacto más allá de lo pastoral, muchos se hicieron la idea cruda y dura de que el Papa iba a cambiar a Cuba, y de veras que la cambió: su visita dejó una huella y una enseñanza que muchos hemos aprovechado y continuamos sacándole el jugo al magisterio de ese Mensajero que anunció la paz, la verdad, la justicia y la reconciliación. Pero una parte nada despreciable de la nación, en las dos orillas, pensaba que Juan Pablo II cambiaría estructuras, métodos, estrategias y todo cuanto había que cambiar, y terminaron decepcionados.
Cuba no cambió desde ese punto de vista, la historia continuó y el Papa Misionero murió.
Recientemente recibimos a otro sucesor de Pedro, Benedicto XVI. Alrededor de su poco promocionada visita se hicieron múltiples análisis y se tejieron todo tipo de especulaciones y como era de esperar levantó grandes expectativas en una parte apreciable de nuestro pueblo, aunque no tan altas como con su predecesor Juan Pablo II. Nos alegró cuando desde el avión papal rumbo a Méjico, primer destino de su periplo en esta ocasión, expresó que “el marxismo tal y como fue concebido está lejos de la realidad” y agregó “el comunismo no funciona en Cuba, la Iglesia está lista a ayudar a Cuba a cambiar sin traumas”.
Ya en suelo cubano, a su llegada al aeropuerto Antonio Maceo de Santiago de Cuba, nos dijo: “La devoción a “la Virgen Mambisa” ha sostenido la fe y ha alentado la defensa y promoción de cuanto dignifica la condición humana y sus derechos fundamentales…” y continuaba diciendo: “…el progreso verdadero tiene necesidad de una ética que coloque en el centro a la persona humana y tenga en cuenta sus exigencias más auténticas, de modo especial su dimensión espiritual y religiosa…” (Discurso de Su Santidad Benedicto XVI al arribo al aeropuerto Antonio Maceo)
En horas de la tarde de ese mismo día, en la homilía en la plaza Antonio Maceo, el Papa volvía a recordarnos a todos cuán importante y fundamental es para Dios la libertad del ser humano cuando nos decía: “Resulta conmovedor ver cómo Dios no sólo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla” (Homilía en la plaza Antonio Maceo). Después de esto, ¿qué duda quedaba, si es que hubiera alguna, de que el Papa abogaba por la libertad de los cubanos como premisa fundamental del proyecto Nación? Pero todavía tenía más cartas que mostrarnos en esta misa. En otro momento nos dijo algo que viene a ser lo que muchos no han querido oír porque es la candela misma. Decía Benedicto: “Cercana ya la Pascua, decidámonos sin miedos ni complejos a seguir a Jesús en su camino hacia la cruz. Aceptemos con paciencia y fe cualquier contrariedad o aflicción, con la convicción de que, en su resurrección, él ha derrotado el poder del mal que todo lo oscurece, y ha hecho amanecer un mundo nuevo, el mundo de Dios, de la luz, de la verdad y la alegría. El Señor no dejará de bendecir con frutos abundantes la generosidad de su entrega” (Homilía en la plaza Antonio Maceo) Más claro ni el agua: Si queremos libertad y democracia tendremos que beber del cáliz de la cruz, pues para la resurrección el paso indispensable es morir al hombre viejo que habita en nosotros, y, esto duele, pues es tarea de vida.
Pero Benedicto no había terminado, todavía nos aguardaba su misa en la plaza cívica José Martí, nos iba a dar un toque con el Libro de Daniel, y con el Evangelio según san Juan.
En la lectura de Daniel es más que elocuente y no necesita de comentario: “En la primera lectura proclamada, los tres jóvenes, perseguidos por el soberano babilonio, prefieren afrontar la muerte abrasados por el fuego antes que traicionar su conciencia y su fe”.
El Evangelio de san Juan igualmente es contundente, al igual que el comentario que de él hace el Papa en la liturgia de la palabra: “«Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8,31b-32). En este texto del Evangelio que se ha proclamado, Jesús se revela como el Hijo de Dios Padre, el Salvador, el único que puede mostrar la verdad y dar la genuina libertad. Su enseñanza provoca resistencia e inquietud entre sus interlocutores, y Él los acusa de buscar su muerte, aludiendo al supremo sacrificio en la cruz, ya cercano. Aún así, los conmina a creer, a mantener la Palabra, para conocer la verdad que redime y dignifica.

En efecto, la verdad es un anhelo del ser humano, y buscarla siempre supone un ejercicio de auténtica libertad. Muchos, sin embargo, prefieren los atajos e intentan eludir esta tarea. Algunos, como Poncio Pilato, ironizan con la posibilidad de poder conocer la verdad (cf. Jn 18, 38), proclamando la incapacidad del hombre para alcanzarla o negando que exista una verdad para todos. Esta actitud, como en el caso del escepticismo y el relativismo, produce un cambio en el corazón, haciéndolos fríos, vacilantes, distantes de los demás y encerrados en sí mismos. Personas que se lavan las manos como el gobernador romano y dejan correr el agua de la historia sin comprometerse.

Por otra parte, hay otros que interpretan mal esta búsqueda de la verdad, llevándolos a la irracionalidad y al fanatismo, encerrándose en «su verdad» e intentando imponerla a los demás. Son como aquellos legalistas obcecados que, al ver a Jesús golpeado y sangrante, gritan enfurecidos: «¡Crucifícalo!» (cf. Jn 19, 6). Sin embargo, quien actúa irracionalmente no puede llegar a ser discípulo de Jesús. Fe y razón son necesarias y complementarias en la búsqueda de la verdad. Dios creó al hombre con una innata vocación a la verdad y para esto lo dotó de razón. No es ciertamente la irracionalidad, sino el afán de verdad, lo que promueve la fe cristiana. Todo ser humano ha de indagar la verdad y optar por ella cuando la encuentra, aún a riesgo de afrontar sacrificios”.

Además, la verdad sobre el hombre es un presupuesto ineludible para alcanzar la libertad, pues en ella descubrimos los fundamentos de una ética con la que todos pueden confrontarse, y que contiene formulaciones claras y precisas sobre la vida y la muerte, los deberes y los derechos, el matrimonio, la familia y la sociedad, en definitiva, sobre la dignidad inviolable del ser humano”. (Homilía en plaza José Martí).
Terminaba el Santo Padre la misa en la plaza diciéndonos: “Cuba y el mundo necesitan cambios, pero estos se darán solo si cada uno está en condiciones de preguntarse por la verdad y se decide a tomar el camino del amor, sembrando reconciliación y fraternidad”. (Ídem).
Quiero mencionar, algunas palabras de Mons. Dionisio Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba y Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba en la plaza Antonio Maceo, cuando saludando al Papa decía: “Somos un pueblo mestizo, de culturas y orígenes diversos que se mezcló racial, social y culturalmente en esta isla hermosa, acogedora, bendecida por Dios y difícil de olvidar, de tal manera que hoy, donde quiera que estemos, llevamos con orgullo el nombre de “cubano”, recelamos de toda injerencia foránea en nuestros asuntos y nos sentimos comprometidos en lograr, con esperanza y decisión, una república próspera, incluyente y participativa, “con todos y para el bien de todos” (1), como lo deseaba Martí”.
Somos un solo pueblo pero con diferentes criterios en cuanto al camino a seguir para buscar un futuro mejor. A lo largo de nuestra corta historia, este hermoso empeño se ha visto oscurecido por los egoísmos, la incapacidad de diálogo y de respeto al otro, la presencia de intereses ajenos a los nuestros, la exclusión y la intolerancia, el acentuar las diferencias, hasta llegar a ser irreconciliables, en vez de buscar las coincidencias que nos animan a caminar juntos. Hemos llegado a la violencia entre cubanos que hace sufrir a todos, no beneficia a nadie, hiere la dignidad y dificulta el verdadero desarrollo material y espiritual de nuestro pueblo. Es necesario superar las barreras que separan a los cubanos entre sí. Este es un deseo querido por todos y que escuchábamos diariamente en forma de súplica cantada durante la misión con la Virgen en preparación de este Año Jubilar: “Todos tus hijos, a ti clamamos, Virgen Mambisa, que seamos hermanos”.
Ayúdenos, Santo Padre, a que nuestro pueblo no tenga miedo en encontrar a Jesús a través de María de la Caridad a quien tanto ama. “A Jesús por María”. Que no tenga miedo en hacer realidad el deseo de todos de buscar la solución a nuestros problemas nacionales procurando la participación de todos en un espíritu de misericordia, de diálogo, de respeto mutuo y de reconciliación. Con la certeza martiana de que “sólo el amor construye”.
Quisiera terminar con las palabras finales que Mons. Pedro Meurice Estiú, mi querido y digno predecesor, le dirigió en esta misma plaza al actual beato Juan Pablo II: “Los cubanos suplicamos humildemente a Su Santidad que ofrezca sobre el altar, junto al Cordero inmaculado que se hace para nosotros pan de vida, todas las luchas y azares del pueblo cubano” (Fragmentos del discurso de bienvenida de Mons. Dionisio Ibáñez al Santo Padre en Santiago de Cuba, Plaza Antonio Maceo).
Después de esto, que está tan claro, todavía hay opiniones divididas en cuanto al impacto de la visita del Papa a Cuba. Es cierto que se esperaba más, muchos lo esperaban. Pero a mi modo de ver las cosas, volvimos a caer, conscientes o no, en la trampa de la pereza, en el escepticismo, de que nosotros los cubanos no tenemos la capacidad para resolver entre todos nuestros problemas y alguien o algo de fuera venga…
Dificultades más, dificultades menos, la visita del Santo Padre rindió, y seguirá rindiendo frutos. El despliegue que montó el gobierno cubano alrededor de ella demuestra que la sociedad civil cubana continúa su proceso de maduración y compromiso con el presente y futuro de Cuba. Y que con estos presupuestos sigue empeñada en buscar más caminos de libertad, muchas veces quemándose y tomando el trago amargo de la esponja con vinagre, pero más consciente cada día de su papel protagónico en esta película. Esta reacción desmesurada del gobierno cubano es lo que permite afirmar que se nos tiene en cuenta, hace falta ahora que lo tengamos en cuenta nosotros. Así nos lo recordó Juan Pablo II en su visita a la Isla cuando nos dijo:”Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional” (La Habana, 21 de Enero de 1998).
Por tanto, estamos llamados a dejar el síndrome de la pereza cívica y ser lo que debemos ser y hacer lo que debamos hacer entre todos los cubanos: “Reconstruir Cuba con ilusión, guiados por la luz de la fe, con el vigor de la esperanza y la generosidad de amor fraterno, capaces de crear un ambiente de mayor libertad y pluralismo, con la certeza de que Dios los ama intensamente y permanece fiel a sus promesas”. (La Habana, 25 de Enero de 1998).
La responsabilidad es nuestra, asumámosla como verdaderos ciudadanos responsables y maduros que enfrentan los desafíos de su historia con la solidaridad del mundo pero tomando cartas en el asunto. Eso es civismo, que implica no esperar a que otros de afuera hagan lo que nos corresponde a todos, sin exclusiones y pacíficamente. No es fácil lo que tenemos por delante pero… nadie lo va a venir a hacer por nosotros.

Juan Carlos Fernández Hernández (1965)
Fue co-responsable de la Hermandad de Ayuda al Preso y sus Familiares de la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Pinar del Río.
Es miembro del equipo de trabajo de Convivencia y animador de la sociedad civil.
Vive en Pinar del Río.

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