Lunes de Dagoberto
Un nuevo éxodo masivo para escapar de Cuba en la medida que se hace invivible la situación interna de nuestro país y la prohibición de entrar a su propia patria a cubanos nacidos en la Isla, me conducen a reflexionar sobre dos realidades que resultan imprescindibles para la vida de un ciudadano y para la estabilidad y la sana convivencia de una nación: la pertenencia a una patria y el daño del desarraigo.
Comencemos por distinguir para comprender mejor, tomando las definiciones del libro de Ética y Cívica publicado por Convivencia:
Patria
Patria significa “Tierra de nuestros padres”. La Patria está constituida por elementos objetivos: el suelo o territorio, con su geografía característica, sus próceres o patriotas fundadores, su economía, su estructura política, las personas que la integran. Elementos subjetivos como la cultura, la historia pasada, la religión, los elementos de la nacionalidad, los proyectos comunes para el futuro, el afecto por “lo nuestro”, el esfuerzo comunitario del presente, etc. La Patria puede ser por nacimiento, por ascendencia de origen de padres, por elección debido a la voluntaria adhesión de la persona que se integra a ella libremente. La Patria no se debe confundir, ni identificar con: el Estado, el Gobierno, la ideología oficial, un Partido, una persona, un movimiento histórico, una revolución o una religión.
Nación
La Nación está constituida por las personas que conviven como comunidad social unidos, no necesariamente por vivir en un mismo lugar, sino y sobre todo, ese sentido de pertenencia fomentado por lazos culturales, idiomáticos e históricos que la identifican aunque sus miembros estén viviendo en una diáspora por motivos diversos. La nación tampoco puede confundirse con el Estado, que son las estructuras de administración, legislación e impartición de justicias, que se da una nación a sí misma libremente.
Desarraigo
En un Estado moderno y democrático todos los ciudadanos tienen derecho a vivir, salir y entrar libremente a su patria y a ser reconocidos como parte inseparable de la nación a la que pertenecen. Ninguna razón de Estado, ningún motivo político o religioso, ninguna ideología o decisión de otros puede ni debe privar a ningún ciudadano de su patria ni de su pertenencia a la nación donde hunde sus raíces.
Por eso en la antigüedad el destierro era uno de los peores castigos después de la pena de muerte. Hoy día quedan todavía rezagos de ese pasado que deben ser borrados y superados. En este sentido, debe ser reconocido el derecho a la libre movilidad para salir fuera del territorio de la Patria sin perder para nada el sentido de pertenencia a la nación en la que tenemos nuestras raíces. Tampoco debe violarse el derecho de todos los que forman la comunidad nacional a regresar, vivir y volver a salir de la tierra de sus padres y de su historia personal por ninguna razón, a no ser que tenga deudas con un legítimo órgano de justicia.
Los derechos de los emigrantes y de los nacionales son reconocidos por todos las declaraciones, pactos y convenios internacionales y defendidos por la conciencia universal moderna. Pero más allá de estos derechos legales está la dimensión humana, interna, espiritual que debe ser cuidada y preservada por todos y por todas las instituciones y leyes nacionales e internacionales. El cuidado de los lazos afectivos, voluntarios y razonados de los ciudadanos con relación a su patria y a su pertenencia a la nación no es solo un derecho de todas las personas sino un deber de los demás compatriotas y de los Estados.
El daño que el desarraigo voluntario u obligatorio causa a las personas desarraigadas tiene en la historia de Cuba una larga cadena de sufrimientos, división de las familias, nostalgias de la tierra, cambios forzados de cultura, y todos los impactos adversos y sumamente dolorosos que el desarraigo y la separación provocan.
Propuesta
Todas las leyes, disposiciones, decisiones arbitrarias, que violan el derecho de todos los cubanos y cubanas a vivir, salir y entrar a su propio hogar nacional deben ser cambiadas y erradicadas.
Así como cada hijo o hermano, padre o madre, tenemos el inviolable y sagrado derecho a la familia, todos los cubanos, piensen como piensen, tenemos también el derecho inalienable a la Patria y a nuestra nacionalidad. Vivir en ella con todos los derechos, salir de ella y regresar, así como jamás perder la pertenencia a nuestra nación de origen es conservar las raíces para poder dar frutos tanto dentro como fuera de la Isla que nos pertenece a todos.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.
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