Por Jorge Ignacio Guillén Martínez
Los nuevos tiempos que estamos viviendo en Cuba nos invitan, más aún, nos imponen el reto de la participación. El Papa Francisco en su reciente visita nos reiteraba el llamado que nos hiciera en 1998 San Juan Pablo II a ser los protagonistas de nuestra historia. Creo que un número considerable de cubanos ya ha ido comprendiendo la idea de que debemos ser los cubanos -Isla y Diáspora- los verdaderos protagonistas del futuro, lo que no nos ha quedado completamente claro es ¿qué implica ser protagonistas? y ¿cómo ser protagonistas?
La participación como protagonismo ciudadano
La persona para su plena realización necesita participar, salirse de sí misma para entrar en una relación mayor, en un constante compartir con los otros. No somos islas. Nuestro ser tiene fuertes vínculos de dependencia con los demás y estamos llamados, por nuestra vocación propia de personas y por nuestra dignidad y la ajena, a servir al prójimo. Esta idea nos lleva a comprender la participación como un servicio desinteresado a los demás, a nuestra Patria. Ensimismarnos, preocuparnos solo por nosotros o por nuestro grupo no nos permite participar plenamente en la vida de nuestra nación, nos conduce a los sectarismos, caudillismos y posturas totalitarias que tanto daño le han hecho a Cuba.
De esta manera, una auténtica y eficaz manera de ser los protagonistas de nuestra historia es participando para servir a los demás y no para servirnos de ellos, como lúcidamente señalara el Santo Padre Francisco en la Misa en la Plaza José Martí de La Habana.
Cuando hablamos de la participación como expresión de nuestra voluntad de servir a los demás, de aportar nuestro grano de arena para un futuro luminoso de nuestra Patria, es importante partir de varias premisas. Quien se dispone a participar, primero necesita autodescubrirse y autoposeerse. Esto nos lleva a preguntarnos a dónde queremos ir, qué estamos buscando, cuáles son nuestras utopías, qué sueños tenemos y estamos dispuestos a conquistar, lo que implica tomar las riendas de nuestra vida, no dejar espacios a las manipulaciones, a las imposiciones y, sobre todo, comportarnos con libertad y responsabilidad. La paz interior, el dominio sobre los miedos, la estabilidad emocional y sentimental son realidades que solo nosotros podemos conquistar y, sin duda alguna, premisas indispensables para participar a plenitud en la realización de nuestros sueños de soberanía ciudadana, de protagonismo y realización personal.
Cuba necesita, hoy más que nunca esta participación que nos lleva a salirnos de nosotros mismos e ir al encuentro con los necesitados, y a poner los intereses de nuestra Patria por encima de intereses personales, que implica dejar a un lado nuestras riquezas, comodidades, indiferencias, apatías y justificaciones, para ser fieles guardianes de la paz y la justicia social, defensores del diálogo y la reconciliación, portadores de la libertad y la democracia.
Este es un proceso de maduración y aprendizaje constante, de entrenamiento para estar en forma, en el que poco a poco debemos ir desarrollando -entre otras- las actitudes y capacidades anteriormente mencionadas. Todos estamos llamados al servicio a la Patria, a formar parte y asumir actitudes responsables en cada uno de nuestros ambientes, desde nuestros dones y carismas, pero sin renunciar o peor aún, dejar en manos ajenas el futuro de nuestro país, nuestro futuro.
Que las diferencias y los complejos no frenen nuestra participación
Participar, en este momento de nuestra historia, es un imperativo ético para cada uno de los cubanos. Nuestra Nación requiere ser repensada y reconstruida en muchos aspectos de la vida social. No me quedan dudas de que esta es la tarea más noble y necesaria que nos convoca a los cubanos hoy en día; por lo que no podemos permitir que sean las muchísimas diferencias que existen entre cada uno de los cubanos y entre los grupos y proyectos que nos agrupan, las que marquen las pautas de nuestras relaciones y condicionen nuestros compromisos con la Cuba que soñamos.
Una vez más, siento la necesidad de unirme al llamado de unidad en la diversidad que en los últimos tiempos ha sido repetido por varios colegas, pero que todavía no somos capaces de asumir como punto de partida de nuestros compromisos políticos, económicos, sociales, etc. Todos somos invitados a vivir para participar y no para permanecer inmóviles ante la realidad que se nos da, y si queremos participar de manera efectiva en los procesos de cambio que nuestro país demanda, necesariamente tendremos que asumir este camino de buscar la unidad a pesar de las diferencias y de superar los complejos que nos frenan y nos hacen creer incapaces de aportar cosas valiosas para el futuro de Cuba.
Dejemos a un lado las diferencias y los complejos, asumamos con responsabilidad que todos podemos participar, que todos tenemos algo que aportar y que ofrecer. Basta volver sobre nuestra propia existencia y descubrir el valor que tenemos por el simple hecho de existir, mirar al otro con disposición de apertura y de colaboración, y basta, en fin, con poner la mirada y el centro de nuestra atención en los retos y desafíos que en este momento de nuestra historia se le presentan a nuestra Patria.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Estudiante de Economía.