Armando Chaguaceda Noriega || La COVID-19 abrió, por un momento, un escenario aparentemente revisionista en el ámbito político global. Uno donde los actores -gobiernos y ciudadanos- podrían redefinir, puntual y responsablemente, sus reglas de juego; con el foco puesto en la gestión de la pandemia. Algunas lecturas sugerían, normativamente, cursos a seguir. Suspensión temporal de grandes reformas, de elecciones complejas, de manifestaciones masivas, de olas de represión. Tregua forzada por el imperativo de sobrevivencia colectiva. Biopolítica colectiva y consensual de gestión del riesgo. Pero ¿han estado las organizaciones políticas, nacionales y globales, a la altura del encargo? Hoy difícil responder de modo positivo a esa pregunta.
La reacción gubernamental
En ese contexto radicalmente nuevo, una racionalidad política (re)adecuada impondría -sanitariamente hablando- que todos los actores, sin cambiar su naturaleza y objetivos últimos, suspendiesen sus demandas maximalistas y revisasen los protocolos normales. Que en democracia se redujece el golpeteo politiquero, llevando al oficialismo a actuar con responsabilidad transparente y a la oposición a ser una vigilante constructiva. Hay ejemplos de tal proceder: desde Nueva Zelanda a Portugal, de Dinamarca a Costa Rica. Lamentablemente, los populistas -dentro de las democracias- están aprovechando la crisis para acumular poder y prestigio ante sus bases; lo que puede radicalizar aún más la polarización vigente, enardecer a sus oponentes y afectar el funcionamiento institucional. Hay malos ejemplos también dentro de gobiernos electos bajo el tradicional formato republicano: desde El Salvador a Polonia, de Brasil a EE.UU.
En este último país, desde principios de enero el Consejo de Seguridad Nacional recibió información sobre los riesgos de expansión de la epidemia. Estas se sumaron a alertas muy anteriores -de 2018- sobre el laboratorio de investigaciones en Wuhan y sus deficiencias de contención que, a la postre, pudieron detonar el contagio.[1] Ahora, en las últimas llamadas de atención, se sugirieron políticas de enfrentamiento, basadas en el distanciamiento social, el testeo masivo y la interrupción de labores. Especialistas destacados- incluido el Dr. Anthony Fauci- validaron la gravedad de la situación. La administración Trump, que calificó esas alertas como “alarmismo”, recién aplicó las sugerencias de sus expertos en marzo, desbordada por la pandemia.
Pero lo más irresponsable -desde su propia y desmentida narrativa epidemiológica, aunque afín a su naturaleza arbitraria- es lo que están haciendo hoy las autocracias. Hay razzias y censura por doquier. Técnicamente injustificables con el argumento de enfrentar de la pandemia. Ya no basta con la opacidad estructural del Estado chino, que amplificó el alcance del contagio al anular represivamente las voces de alerta que se alzaron en las etapas tempranas del virus.[2] En Hong Kong van contra los activistas prodemocracia, en Cuba contra periodistas y artistas independientes, en Argelia cierran medios críticos del gobierno. Y siguen.
Todo eso reafirma que quienes hoy violentan y manipulan la cuarentena son, en democracia, los populistas. Fuera de ellas los autócratas de distinto pelaje.[3] Cualquier resultado de esas acciones, que genere respuesta ciudadana y empeoramiento general de las condiciones sanitarias, irá a su cuenta. Tal proceder, contrario a las buenas prácticas sugeridas por organizaciones internacionales[4], no es una consecuencia natural e inevitable de la pandemia, sino una elección deliberada.
La dinámica internacional
Además de los Estados, las organizaciones internacionales han mostrado serias falencias. Más allá de lo desconocido y agresivo de esta pandemia, la OMS deberá responder por algunas cosas: omisiones técnicas, incoherencias comunicativas, sesgos políticos.[5] A Taiwán[6], en concreto y a todos nosotros. Las reacciones de EE.UU., Gran Bretaña, Francia y Australia, pidiendo una revisión de los protocolos y nexos oficiales de la OMS con el Estado chino, son pertinentes.[7]
Tedros Adhanom, el director principal de la OMS, demoró en catalogar la COVID-19 como pandemia y declarar una emergencia global. Desoyó y descalificó las alertas de Taiwán, un pequeño país exitoso en el enfrentamiento democrático de la enfermedad. Simultáneamente, fue cándido con la información provista por Beijing, prodigando elogios a sus gobernantes, cuya gestión calificó como ejemplo de “transparencia, compromiso y seriedad”. Lamentablemente, los testimonios procedentes de la sufrida y censurada sociedad china, decían lo contrario.[8]
Pero una cosa es la necesaria y firme postura multilateral -de sociedades y gobiernos democráticos- exigiendo mayor transparencia y rendición de cuenta dada la presunta influencia de un régimen opaco sobre la entidad encargada de velar por la salud mundial, otra muy distinta es debilitar financieramente la OMS o amagar con salirse del juego. Difícilmente se justifica una decisión populista y electorera como la tomada por Washington, torpe en el modo más pragmático y concreto en que pueda ser entendida la realpolitik. Que le regala la organización a China y sus aliados, quienes podrán pasar de tener influencia a asumir el control total. Las salidas aislacionistas siempre generan, a medio plazo, más costos -económicos, geopolíticos, morales- que los que se declara evitar.
Existe, al lado de las opciones del ocultamiento autocrático y la reacción aislacionista, otra respuesta de la cual aprender. China, Japón y Corea son rivales milenarios. Las visiones de Seguridad Nacional de Tokio y Seúl, democracias ambas, contemplan a Beijing como un adversario con capacidad de afectar su territorio y población. Pero la crisis los reunió para definir un plan de acción, junto a los países del Sudeste asiático.[9] Cualquier agenda para establecer las responsabilidades acerca del brote y ocultamiento temprano de la COVID-19, así como para detener la expansión del virus, no puede prescindir del multilateralismo. Es dentro de la OMS y los otros foros donde debe darse, al unísono, la gestión colectiva de la pandemia y la denuncia de los manejos autoritarios. Para cumplir el reclamo camusiano, de lucha y esperanza, que encabeza estas líneas.
[1] https://www.washingtonpost.com/opinions/2020/04/14/state-department-cables-warned-safety-issues-wuhan-lab-studying-bat-coronaviruses/
[2] https://www.infobae.com/america/mundo/2020/04/19/falsas-cuarentenas-torturas-y-desapariciones-el-brutal-metodo-de-china-para-silenciar-a-quienes-se-animaron-a-denunciar-las-mentiras-del-regimen-sobre-el-coronavirus/
[3] https://nuso.org/articulo/el-virus-y-la-autocracia/
[4] http://www.oas.org/es/cidh/decisiones/pdf/Resolucion-1-20-es.pdf y https://www.amnesty.org/es/documents/act30/2102/2020/es/
[5] https://www.infobae.com/america/mundo/2020/04/16/dia-a-dia-como-fue-el-manejo-de-la-oms-en-la-pandemia-del-coronavirus-y-por-que-despierta-tantas-sospechas/
[6] https://www.cdc.gov.tw/Category/ListContent/sOn2_m9QgxKqhZ7omgiz1A?uaid=PAD-lbwDHeN_bLa-viBOuw)
[7] https://www.infobae.com/america/mundo/2020/04/16/el-reino-unido-y-francia-advirtieron-que-china-debera-dar-explicaciones-por-la-pandemia-del-coronavirus/ y https://www.reuters.com/article/us-health-coronavirus-australia/australia-demands-coronavirus-enquiry-adding-to-pressure-on-china-idUSKBN221058
[8] https://www.caixinglobal.com/2020-03-30/in-virus-ravaged-wuhan-hours-long-queues-to-collect-the-ashes-of-the-dead-101535124.html
[9] https://asean.org/storage/2020/04/Final-Joint-Statement-of-the-Special-APT-Summit-on-COVID-19.pdf
- Armando Chaguaceda Noriega (La Habana, 1975).
- Politólogo e historiador.
- Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia.
- Forma parte del equipo investigador del Centro España-Cuba Félix Varela.