LA PALABRA CIMARRONA

Fotomontaje sobre Luis Manuel Otero Alcántara. Tomado de Internet.

Armando Chaguaceda Noriega ¦¦ Los hechos que conforman la historia -decía Marx en “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”- aparecen dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa. En Cuba conviven hoy ambas, mezcladas en esa suerte de revival colonial que es nuestro postotalitarismo contemporáneo, nuestro mercantilismo poscomunista. El gobierno se ejerce con el despotismo político -más no con la eficiencia administrativa- de Tacón. La plata llega de afuera, rozando las manos de traficantes de toda estirpe -que usufructúan un tanto, como premio a su aquiescencia- para acabar acumulada en los bolsillos de una cúpula predadora y rentista. Las luces, cada vez más precarias, se confinan a los salones autorizados de ciertas élites urbanas. Debajo de todo, millones de braceros, sobrellevan, entre el barracón y el sancocho, sus miserables vidas.

En este panorama, Luis Manuel Otero Alcántara es un cimarrón. Su verbo no negocia con el abuso del rancheador ni con la sumisión del calesero. Tampoco replica los modos sutiles de la tertulia cortesana o de nuestro diletantismo virtual. Llama a las cosas por su nombre -pobreza, abuso, libertad- donde quiera que puedan escucharlo, en las mismas narices del Leviatán. Y lo dice desde el corazón del barrio, ese pedazo marginal y ruinoso de hacienda urbana, de plantación ajada. El mismo que ha convertido, con su simple existencia, en un palenque.

Mucho se ha escrito por estos días de Luis Manuel, a raíz de la extraordinaria campaña que consiguió, por un momento, doblar la arrogancia de la Capitanía General y la furia de los voluntarios. La sensación momentánea de que algo parecido a la justicia era imperativo y posible, nos conmovió a todos. El arcoiris constituyente de la nación cubana volcó sus más prístinos colores en los manifiestos colectivos, las columnas de prensa y en el puñado de jóvenes valientes que puso la piel en las plazas y portones secuestrados por el Poder. Luis Manuel sacó a relucir lo mejor de esa sociedad cansada, temerosa y cínica; que -por una vez- aguantó la mano abusiva del sorprendido mayoral.

En sus primeras palabras, durante la noche de su excarcelación -que no de liberación, pues el poder insiste en procesarlo y él nos convence que siempre ha sido libre- y en la mañana siguiente, Luis Manuel mostró tanto la arcilla que lo moldea como el efecto de su experiencia. Desafiante pero sereno, reflexivo pero transparente, habló del encierro, de esa experiencia donde entran en suspenso -y en quiebre- las nociones más básicas de humanidad. Pero mantuvo y expuso su personal razón de vida. Una donde a la familia, a los amigos y a la gente común se le acompaña y disfruta -camusianamente- desde el gozo libre y justo de la existencia. Donde no hay contradicción entre estética y política, entre arte y civismo. Donde naufragan las poses y sobran los dobleces.

Pudiendo enarbolar, en su encumbramiento o defensa, alguna mala versión criolla del radicalismo autolimitado (Michnik dixit), Alcántara no lo hizo. Con eso, desbarató la fragmentación inducida y la segmentación estamentaria que siguen sometiendo a la frágil sociedad civil insular en el subdesarrollo cívico. Ubicó su experiencia dentro de la lucha mayor y plural por una sociedad decente; donde no hay lugar para el despojo. Recordó a Ferrer y a Quiñones, presos también por defender -con otros métodos y desde otros lugares- el derecho a tener derechos. Colocó su causa y su verbo en sintonía con todas las causas y lenguajes similares que, desde el artivismo, mueven hoy a la gente contra todos los poderes de este mundo. Con el mismo valor -en su doble condición de valentía y relevancia- de los diversos movimientos que emergen en Cuba, reclamando voz y espacio. Con la lucidez comprometida que escasea en nuestro campo intelectual. También eso -esa claridad y esa lucidez- deberemos agradecer a la existencia e insistencia de ese cimarrón conectado que es Luis Manuel Otero Alcántara.

 

 


  • Armando Chaguaceda Noriega (La Habana, 1975).
  • Politólogo e historiador.
    Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia.
    Forma parte del equipo investigador del Centro España-Cuba Félix Varela.
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