Cuando terminó la proyección del filme “Inocencia”, mi novia no paraba de llorar y yo sentía grandes retortijones en el estómago producidos por tan pueril injustica. Sucede que la película del director Alejandro Gil, sobre el fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina, logra esa magia cinematográfica de convertir al espectador en protagonista de la trama. No por gusto fue unánime el aplauso infinito de un cine Yara repleto, que supo dar un merecido homenaje al largometraje más popular de la 40 edición del Festival de Cine Latinoamericano de La Habana.
Aunque parezca un detalle de poca trascendencia, cuando uno lee el guion de la película escrito con suma inteligencia y veracidad por Amilcar Salatti, hay una pregunta de Fe que guía toda la trama desde el principio, “¿por qué Dios permite tanta maldad?”[1]. Es innegable que la cinta realiza un documentado bosquejo por la arquitectura social del terrorífico año 1871 cubano, y desde el comienzo del filme hay un diálogo no escondido entre espiritualidad y patriotismo. Aunque la religión no es uno de los pilares en los que se apoya el largometraje, sí hay varios momentos en los que cobra protagonismo. Recordemos a los valerosos miembros de las sociedades secretas Abacuá que mueren intentando rescatar a los estudiantes, porque uno de ellos estaba ligado a la misma.
El hilo conductor del filme es la búsqueda que hace Fermín Valdés Domínguez, uno de los estudiantes de medicina encarcelado en 1871, de sus ocho amigos asesinados a mansalva por los sanguinarios voluntarios españoles, en su mayoría cubanos; ¡qué vergüenza! A veces nos matamos entre nosotros mismos. Fermín, interpretado de forma loable por el joven Yasmani Guerrero, logra hacernos vivir entre dos escenarios que trascurren al unísono; el primero, marcado por todo lo relacionado con el ambiente que rodea a los estudiantes de medicina en los días previos a su muerte, y el segundo, desde la incesante obstinación de Valdés Domínguez por encontrar a sus compañeros de clases, 16 años después de que sus cuerpos fueran mancillados en el olvido.
Uno de los elementos que me parece justo destacar desde una mirada católica es la participación del clero, sobre todo en dos momentos importantes de la historia. La obra logra salvar el rol del capellán del cementerio, Mariano Rodríguez Armenteros, un hombre de Dios que incluso llegó a sufrir las consecuencias de no querer sumarse al falso relato español, diseñado para manipular el juicio condenatorio. En el libro “27 de Noviembre de 1871”, escrito por el propio Fermín Valdés Domínguez, el amigo de Martí, relata “que el gobernador político le preguntó al capellán del cementerio, sobre las rayas que aparecieron en el cristal de la tumba de Castañón, y este respondió: “Esas rayas, que están cubiertas por el polvo y la humedad, las he visto desde hace mucho tiempo y por lo tanto no pueden suponerse hechas en estos días por los estudiantes”[2].
A pesar de no ser una época feliz al interior de la Iglesia católica, defenestrada por el Patronato Regio y un incipiente proceso de españolización, es necesario subrayar que la mayoría del clero de ascendencia nacional, no se sumó a los ultrajes españoles contra el pueblo cubano, al menos no en estos primeros años. La película también muestra un diálogo bastante parcializado en detrimento de la Fe, en el que uno de los estudiantes, previo a su muerte, decide confesarse con un cura que habían traído con la misiva de resquebrajar la espiritualidad de los muchachos, que nunca perdieron su voluntad de trascender a la muerte.
Primero, este sacerdote le trata de hacer entender, por qué era la voluntad de Dios que ellos sufrieran esa condena. Además, por si esto no fuese poco, también le dice que los causantes de su martirio lo estarán esperando en el cielo, ya que actuaban bajo el designio divino. Este relato dentro de la película sigue el hilo conductor de la pregunta inicial, “¿por qué Dios permite tanta maldad?”. Como espectador católico, es innegable sentirse compungido ante la vil actuación de ese miembro del clero; pero no podemos borrar del pasado la ignominia de varios sacerdotes que se convirtieron sobre todo en agentes políticos de la corona española.
Ahora, no me parece justo que el diálogo entre Fe y patriotismo culmine con la confesión del joven estudiante de medicina de que él no rehúsa de sus pecados para ir al cielo, a sabiendas de que allí estarán los mismos españoles que lo asesinaron. Esta escena es una extrapolación de los relatos asociados a la quema del indio Hatuey; en ese contexto había un sacerdote que le pidió que se arrepintiera de sus pecados para ir al paraíso, y el valiente guerrero quisqueyano arguye que si en el paraíso están los españoles, él prefería quedarse en el infierno.
Como ya expresé al comienzo de mi artículo, existe una realidad histórica de un clero subordinado a los designios del gobierno español; pero a sabiendas de que con seguridad esta película será expuesta en el futuro en diversos ambientes nacionales, por su valor histórico – por ejemplo – en escuelas; sí me resulta un poco hiriente, de cara a esos que tienen una mínima formación religiosa, la forma en que se juzga a Dios. Sobre todo, porque la Biblia, y esto me parece que fue pasado por alto, por el equipo de dirección, nos relata que Jesús, el hijo de Dios, murió por culpa de una injustica similar.
Entonces, en medio de una posible reedición del filme para que sea un poco menos hiriente con las personas de fe cristiana, yo le pediría a su equipo de dirección que valorase la posibilidad de suprimir la escena de confesión que no es nuclear a la hora de comprender la desagradable injusticia. De seguro la película será puesta en algún momento por algunos de los programas de la TV nacional, y en medio de una sociedad constitucionalmente laica. Es hiriente que producto de una obra artística, le atribuyeran a Dios un crimen de lesa humanidad, porque si bien queda demostrado con creces en la trama la inocencia de los estudiantes de medicina, la Biblia nos habla de un Dios que sufre ante las injusticias y que nadie ha podido probar su hacer en contra del ser humano. Entonces, ¿por qué no aprovechar este espacio para defender su Inocencia?
[1] La pregunta es hecha por Fermín Valdés Domínguez a la madre de la novia de su amigo Anacleto Bermúdez al comienzo de la trama y luego uno de los estudiantes condenados se lo pregunta en confesión al cura que le trajeron los voluntarios.
[2]Ramírez Elier; Culpables de cubanía, http://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2018/11/culpables-de-cubania/ consultado por el autor el 18 de diciembre de 2018.
- Julio Norberto Pernús Santiago (Cienfuegos, 1989).
- Licenciado en Comunicación Social.
- Máster en Historia Contemporánea con mención en Relaciones Internacionales.
- Redactor de la publicación católica Vida Cristiana.
- Coordinador de la Comisión de Estudios de la Historia de la Iglesia en América Latina (CEHILA) sección Cuba.
- Miembro de SIGNIS Cuba.