Escuchar a un niño decir que no tiene deseos de llegar a su casa, porque tiene que ayudar a su madre a cargar agua y a trabajar, es muy doloroso.
Daniel es un niño de 9 años, no lo conozco, pero por azares de la vida, lo encuentro cerca de casa ayer, sentado en un pedazo de muro que queda aún, de lo que algún día fue un gran taller.
De la nada dijo: “no tengo ganas de llegar a mi casa”. Escuchar esas palabras de un niño de esa edad, es preocupante, es una edad para aprender, jugar, reír y ser muy feliz.
En cambio, para muchos niños cubanos, la realidad es otra, tienen otras preocupaciones que no son acordes a su edad, como qué llevar de merienda a la escuela, o cómo adquirir un par de zapatos o cómo ayudar a sus padres en las tantas dificultades que presencian diariamente.
Muchos pequeños están al nivel de los adultos, y saben tanto como ellos, quemando etapas y siendo víctimas de la crítica situación que se vive.
Los hijos son responsabilidad de los padres, por lo que ellos deben velar por su bienestar y porque no estén preocupados por lo que no deben, pero la situación actual los envuelve aún cuando no quieren en todo este caos.
Son mucho menos los que no sufren esta situación y pueden disfrutar de una infancia más feliz y tranquila.
Sentí que Daniel no quería llegar a casa, no por no ayudar, sino más bien porque siente que el tiempo de jugar y hacer otras actividades, se ve tronchado por los problemas.
Después de un rato se levantó e iba despacio, caminando con sus chancletas, mostrando cansancio y amabilidad al mismo tiempo.
Muchos padres quieren dar lo mejor de sí y quieren ver la mayor felicidad en sus hijos, pero no es nada fácil.
¡Cuánto espíritu en un niño tan pequeño!
Rosalia Viñas Lazo (Pinar del Río, 1989).
Miembro del Consejo de Dirección del CEC.