Una ola de medidas represivas se despliegan sobre toda nuestra sociedad, cada noche una acción ejemplarizante muestra cuán lejos nos encontrábamos de un buen desarrollo de la iniciativa privada y el comercio en nuestra sociedad. Apenas unas pequeñas medidas de apertura económica dejaron entrever un amplio espectro de realidades.
Cada caso de delitos cuya figura central es el acaparamiento, muestra una corrupción de las estructuras y empresas del Estado, aunque la prensa centra mayormente el problema en la figura del cuentapropismo, concepto más cercano a la iniciativa privada, no se abunda en las fallas del otro lado. Tal como se entrevista al cuentapropista, debía de abordarse a los directores de empresas implicados, los inspectores o la policía del lugar, ya que es claro que nadie puede llegar tan lejos si estas entidades lo hicieran bien.
En fin, lo que acontece es propio de acciones a medias que en un momento buscaron fortalecer una imagen de país en cambio, pero permitieron vacíos legales y amañados entramados burocráticos que facilitaron la corrupción y el desorden, para luego criminalizar y retrotraer los tímidos cambios realizados.
Es cierto que la propiedad, el mercado, la sociedad civil y el Estado son necesarios valores y realidades que es posible conjugar en torno a un auténtico desarrollo económico, social y político y son muchos los ejemplos que así lo muestran en el mundo. Para Cuba, emprender por cuenta propia sin bases legales sólidas, a costa del deterioro de lo público y estatal puede conducir a la creación de mafias emergentes, lo que nos puede guiar a un escenario aún peor donde sería harto difícil sanear nuestra sociedad hacia una democracia sólida en momentos de cambio, aun cuando se realizaran más aperturas económicas o políticas.
Creo que, sin ser absoluto, la mayoría de las acciones en torno a los delitos, le asiste la principal responsabilidad al Estado desde que toleró el desarrollo de iniciativas sin establecer el marco legal adecuado. Es también responsabilidad de la sociedad en general que, desde su relativismo ético, en buena medida apoyo la nueva constitución con un voto mayoritario. Hoy muchos de los que dijeron sí al nuevo Proyecto Constitucional deben ver en estas medidas y tantas otras que puedan faltar la concreción del mismo.
Volviendo al tema de las medidas, lo más crítico es pagar con la moneda de inmoral a quienes emprendieron con sus esfuerzos el camino de comerciar y generar riquezas sin generar cambios oportunos que abran a la sociedad cubana hacia la legalidad y lo moral que facilite el ejercicio de lo privado, el comercio y la sociedad civil.
En esta etapa en que se frena el sector no estatal con unas medidas que antes le permitieron existir bajo cierto relativismo mercantilista ideologizado, los más corruptos son, en su mayoría, grupos de personas afines al sistema político, por cuyo relativismo alcanzaron llegar incorrectamente tan lejos.
Si no se promueven los cambios que se necesitan, de un lado se acumulan miles de ciudadanos que ya han experimentado otro estilo de vida, con su bienestar económico resultado de la corrupción y el burocratismo y que coexisten dentro de las estructuras del Estado y cuya escala de valores nada simpatiza con la pobreza e igualdad social impuesta. De otro lado se encuentra una mayoría afectada por la escases y el desabastecimiento que, tras el escarnio y el entusiasmo con estas medidas, demandaran el pan de su mesa y recibirán en pago la miseria y la falta de oportunidades para garantizar lo elemental para la subsistencia.
El devenir parece confrontarlos en un callejón sin salida y con poco tiempo. Una vez eliminado o reducido todo negocio ilícito, tal vez querrán apostar a ser más que quien los guió y hacer del “comunismo puro” una realidad próspera, algo que en la historia no se ha conseguido. De no conseguir esto último deberán continuar criminalizando a la sociedad cada día más y eliminando toda alternativa, grupo o persona, que represente una parte de la sociedad, conciliadora y pacífica, desde un discurso ciego: de lo absoluto sobre lo diverso. Por otra parte, antes de la intransigencia al más alto costo de lo humano, podría aparecer la lógica de la virtud y, con un mínimo de humildad y dignidad, abandonar la dinámica que conducirán a la autodestrucción social y el enfrentamiento civil.
Un último grupo y no menos importante es el de los que el estudioso Medardo Vitier denominara “minorías guiadoras”. Son aquellos cuya existencia prueban la lealtad a sus principios y proyectos desde el respeto y la coexistencia pacífica al costo de ser criminalizados a veces por un tiempo, otras veces para toda una vida, pero que, con su actuar, mantienen la esperanza de que existe una salida hacia la cual debemos avanzar y trabajar. Para estos, una prueba se cierne como el último paso al final del túnel entre ver la luz o caer hacia un precipicio oscuro. Su mérito es haber llegado hasta ahí y no debe ser la riña de última hora, la ola de las masas, el rencor, o el deseo por el poder, lo que distraiga la atención hacia la meta.
Es necesario ya al punto del mayor riesgo, evitar que el miedo nos paralice o adormezca en pos de alcanzar el bien más preciado de la libertad y la oportunidad para todos. Tampoco debemos ensordecernos de orgullo y triunfalismos ridículos que nos enceguezcan en confrontaciones ridículas. Sí, esa ecuanimidad y fe, son a riesgo de ser “aplastados” por la multitud o eliminados por el viejo esquema del mal tan inestable y peligroso, pero para eso estamos llamados a ser luz, para no titubear, para testimoniar que la historia depende de cada uno y que muy a pesar de nuestra temporalidad en ella, es muchas veces a partir de que ya no estamos que se ve florecer la siembra de lo imperecedero y valeroso.
Nuestro futuro reclama de esperanza y serenidad. Cada uno, encuéntrese en el lugar que se encuentra, está llamado a ser digno guía de su conciencia y su actuar. Unas veces para generar un bien mayor, otras veces para evitar un mal mayor. Transparentemos nuestro actuar e incluyamos bajo la soberanía de nuestra conciencia, todos los ambientes de nuestra cotidianidad. No es momento de enajenarnos, por el contrario, aceptemos con humildad la importancia de ser y estar en esta etapa decisiva para el porvenir de nuestras familias, sociedad y Nación.
Néstor Pérez González (Pinar del Río, 1983).
Obrero calificado en Boyero.
Técnico Medio en Agronomía. Campesino y miembro del Proyecto Rural “La Isleña”.
Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia.