Introducción
El Trabajo Social incide en el desarrollo de los ciudadanos y en la promoción y ejercicio de sus derechos con el objetivo de mejorar su calidad de vida y el de la sociedad. Esta profesión interviene a partir de múltiples razones y circunstancias, e incide en cada una de las distintas etapas de la vida de los seres humanos para propiciar su bienestar.
Una de las etapas de la vida de los seres humanos es la que definimos como juventud. Un concepto constituido cultural y socialmente como una etapa de preparación que se encuentra entre la etapa de la infancia y la etapa de la adultez (Aguilar, 2017). Una etapa en la que yacen los cimientos de sus valores, principios, perspectivas y cultura. Es ahí donde esencialmente los seres humanos desarrollan su carácter como ciudadano (Aquín et al., 2007) y, por tanto, como ciudadanos que se inscriben en lo político.
La ciudadanía es el carácter que tienen los seres humanos de derechos y obligaciones que en conjunto mantienen un balance y una proporción entre la libertad y la seguridad dentro de un estado-nación (Reguillo, 2003), pero que, con la globalización, adquieren también una razón iusnaturalista que va más allá de las fronteras, y que son, pues, inherentes a la naturaleza humana.
En este sentido es que el Trabajo Social resulta una profesión de relevancia para intervenir en la etapa de la juventud de los seres humanos para el ejercicio de su ciudadanía y el derecho y responsabilidad del quehacer político.
Los jóvenes y la ciudadanía
Los jóvenes como concepto se encuentran sujeto a distintas interpretaciones, por lo cual, actualmente, el concepto no goza de una definición consensuada internacionalmente. Aunque, de forma primaria, podríamos decir de manera general que el concepto alude a una etapa de la vida entre la infancia y la adultez, pero que, sin embargo, dentro de la juventud el factor de la edad no es suficiente para delimitar el concepto, de ahí que Pierre Bourdieu (1990), mencione la complejidad de ubicar características e intereses comunes meramente por la variable de la edad en los jóvenes; es decir, que la edad dentro del concepto de la juventud no es suficiente para poder señalar a un grupo poblacional como homogéneo en perspectivas, circunstancias, cultura, valores, por un rango de edad delimitado.
Podemos encontrar, pues, diferentes rangos de edad considerados en la definición de los jóvenes. Por mencionar algunos, la Ley del Instituto Mexicano de la Juventud considera a los jóvenes como aquella población comprendida entre los 12 y 29 años, Mientras que la Organización de las Naciones Unidas (s.f.), considera a los jóvenes como aquellas personas ubicadas entre los 15 y 24 años de edad. No obstante, de que no exista consenso con respecto a los rangos de edades, para efectos de este artículo consideramos a los jóvenes como aquellos ubicados entre los 15 a 29 años de edad.
Considerando el rango de edad anterior, de acuerdo con el Censo Nacional de Población y Vivienda 2020, en México viven 31 221 786 personas de entre 15 a 29 años, lo que equivale al 24.77% de la población total del país. De ellos, 10 806 690 jóvenes tienen de entre 15 a 19 años; 10 422 095 jóvenes de entre 20 a 24 años; y 9 993 001 jóvenes de entre 25 a 29 años. Lo anteriormente descrito muestra que los jóvenes son un número preponderante en el escenario sociodemográfico del país, como se puede observar en la siguiente figura.
Más allá de la aclaración sobre el factor de la edad que hemos dado, y en virtud de relacionar a los jóvenes con el concepto de ciudadanía, se ve de utilidad la descripción que Jesús Aguilar (2017) da al concepto de juventud:
El concepto de juventud es una construcción social y cultural (…) una primera característica que se resalta de la juventud es que se le considera un periodo de preparación, de liminalidad, ya que se sitúa en los márgenes (no claros) de la dependencia infantil y de la autonomía de los adultos. (p.161)
Con ello podemos dar cuenta, que más allá de la edad, la juventud es una etapa de preparación, de formación en los seres humanos, y que, por esta razón, el desarrollo cívico y político es crucial en esta etapa de la vida. Pero, no obstante, de que se considere a la juventud como una etapa de preparación y formación, no necesariamente implica que los jóvenes sean sujetos o bajo total sometimiento de la cultura de los adultos. En esto Sylvie Octobre (2019) considera que lo jóvenes también son sujetos activos con características de autonomía:
La sociología de la cultura, marcada por la sociología crítica de Pierre Bordieu, por mucho tiempo consideró al “joven” miembro de una categoría dominada, en la cual el dominio es mayormente inconsciente: así el análisis de la juventud en sí misma no tenía sentido, puesto que no puede revelar mecanismos de sus dominios y por tanto el análisis debe realizarse en el seno de la familia y en la escuela. (p. 17-18)
Bajo la apreciación que hace Bourdieu y de Octobre podemos considerar al joven de forma complementaria, es decir, como un actor que se encuentra en una etapa de formación (en donde el desarrollo de su ciudadanía es importante), pero también como un actor con autonomía e independencia en pensamientos y decisiones bajo ciertos temas y circunstancias.
Así pues, los jóvenes deben tener en esa etapa de su vida la formación, pero también el ejercicio de prácticas cívicas y políticas que permitan sumar a la consolidación de una ciudadanía plena que ejerza sus derechos y cumpla con sus obligaciones dentro de la sociedad y dentro de la democracia del país.
Por lo anterior, es propicio abundar también sobre el concepto de ciudadanía para dar claridad sobre qué nos referimos cuando hablamos de una construcción de ciudadanía en los jóvenes que propicie su participación política.
Desde una apreciación histórica podemos decir que el concepto moderno de ciudadanía se remonta a la Revolución Francesa de 1786, con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, con tres cualidades esenciales (Zapata, 2006, como se citó en Rincón, 2006): la primera, es la igualdad entre seres humanos y el reconocimiento de las libertades y derechos en lo económico, político y social; la segunda es la relación entre la ciudadanía y la nacionalidad; y, por último, la dimensión de la universalidad. En consecuencia, cuando hablamos de ciudadanía tiene se hace referencia a reconocer al individuo como poseedor de libertades y autonomía frente al estado, pero también como un sujeto de responsabilidades u obligaciones necesarias para una sana convivencia social.
Para Rosana Reguillo (2003) la ciudadanía tiene que ver sobre todo con los derechos y obligaciones de las personas para la correcta proporción de la libertad y la seguridad en una sociedad:
La ciudadanía es una categoría que se levanta, precisamente, como una mediación que, por un lado, define a los sujetos frente al estado-nación y, por otro, los protege frente a los poderes de éste. Se trata pues de un complicado y delicado mecanismo (histórico y situado) de derechos y obligaciones que sirve, en primer término, para pautar las reglas del juego social, cuyo sentido último es mantener el equilibrio entre la libertad y la seguridad. (p.28)
La misma autora clasifica distintas formas de ciudadanía surgidos en la historia moderna: la ciudadanía civil, la ciudadanía política y la ciudadanía social. La ciudadanía civil la describe como aquella otorgada por la pertenencia de un Estado- nación; la ciudadanía política como sujetos a derechos políticos que permiten la participación en los asuntos públicos, como votar y ser votado; y la ciudadanía social la describe como aquella que reconoce que el ejercicio de la ciudadanía demanda necesariamente cubrir derechos sociales básicos como la educación y la salud para su ejercicio pleno. (Reguillo, 2003)
La construcción de ciudadanía en los jóvenes y subsecuentemente del impulso de su participación política, tiene que ver entonces con el reconocimiento y el desarrollo de sus libertades, como el de la propiedad privada, la libertad de empresa, la libertad de pensamiento, la libertad de expresión; con el derecho al voto y el derecho a ser votado; con el uso de los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas; con ejercer el derecho a manifestarse y a utilizar los mecanismos de participación ciudadana para intervenir en los asuntos públicos; con los derechos sociales a la educación, a los servicios de salud, a los derechos laborales; con los servicios públicos mínimos necesarios para que una sociedad tenga bienestar; con la defensa de un marco legal y una Constitución que garantice las libertades ciudadanas, los derechos políticos y los derechos sociales.
Entonces con todo esto podemos decir que el Trabajo Social tendría que construir ciudadanía bajo un modelo de ciudadanía de derechos y obligaciones que atiendan al bienestar de los jóvenes para su presente y futuro.
Por ello, se considera que el Trabajo Social debe construir un modelo de ciudadanía en los jóvenes como el promovido por Adela Cortina (1995, como se citó en Rincón, 2006): una ciudadanía que sea nacional y universal; que garantice la autonomía personal, el respeto a los derechos individuales; un vínculo cívico con otros ciudadanos que generen proyectos y visiones comunes; conciencia de derechos y responsabilidades; y solidaridad con cualquier otra persona por su condición humana.
Los jóvenes y la política
En México la participación política de los jóvenes se manifiesta de distintas maneras: en protestas, marchas, movimientos sociales, asociaciones civiles, en el voto, y de otras formas. No obstante, es importante resaltar que actualmente la relación de los jóvenes con la política en las democracias representativas presenta distintos desafíos que requieren de una intervención.
En la actualidad los jóvenes presentan un desencanto con la democracia representativa, atribuido más puntualmente a la desconfianza que les tienen a los partidos políticos en el país y a la desconfianza con sus representantes de los poderes legislativos locales y federales.
De acuerdo al último Informe País 2020 del Instituto Nacional Electoral (2022), la institución en la que menos confían los ciudadanos son los partidos políticos, tan solo el 22% confía en ellos, seguido de los diputados locales, donde solo el 23% de los mexicanos confía en ellos, y de los senadores y diputados federales, que al igual que los anteriores, solo gozan de la confianza del 23% de los mexicanos. Las instituciones fundamentales de la democracia representativa enfrentan obstáculos a partir de la desconfianza.
Aunado a lo anterior, podemos notar también que además de la desconfianza que se tiene a los partidos políticos y los diputados locales y federales, los jóvenes muestran porcentajes bajos de participación en las votaciones. En las elecciones presidenciales del 2018 los jóvenes de 18 años únicamente votaron el 64.7% de la lista nominal del Instituto Nacional Electoral, estando apenas por encima de la media nacional, pero, además el porcentaje de la participación de los jóvenes disminuye en las edades subsecuentes.
Los jóvenes de 19 años tuvieron una participación del 57.1%. Los jóvenes de 20 a 24 años tuvieron una participación del 52.8%. Los de 25 a 29 años únicamente participaron 52.8%.
A diferencia de los jóvenes, como se puede ver en la figura 3, los adultos tuvieron mayores porcentajes en su participación en las elecciones del 2018. Podemos ver, por ejemplo, porcentajes de participación por encima del 70% en las edades de 55 a 74 años, ubicándose el mayor porcentaje de participación en el rango de 60 a 64 años de edad.
Es cierto como se ha descrito que los jóvenes presentan una desconfianza a instituciones y una baja participación en las elecciones, pero es importante ampliar la relación de los jóvenes con la política.
Algunos autores como Fabricio Guerrero (2021) mencionan que, dentro del contexto de los jóvenes y la política, es importante diferenciar entre el apoliticismo del apartidismo. El joven apartidista es aquél que tiene un desencanto con los partidos políticos, pero que no necesariamente muestra un desencanto con la política, sino que se informa de ella. Mientras que aquellos jóvenes enmarcados dentro del apoliticismo, son los que utilizan medios distintos políticos a los institucionalizados, pues los jóvenes no son apáticos a temas como el medio ambiente, la seguridad y los derechos humanos, por mencionar algunos.
A partir de lo anteriormente expuesto, podemos decir que, el Trabajo Social en la participación política juvenil de México es importante y que se enfrenta ante el reto de fortalecer y motivar a la participación y la confianza de los jóvenes con las instituciones de la democracia representativa en México; con los partidos políticos y con los diputados locales y federales, y con los senadores. Es importante la confianza de los jóvenes con las instituciones porque “las instituciones (…) no son más valiosas que lo que la ciudadanía haga de ellas”. (Habermas, 1992, como se citó en Rincón, 2006).
Con ello se espera que el Trabajo Social intervenga e impulse la ciudadanía de los jóvenes en el ejercicio de sus derechos ante los partidos políticos y los representantes del poder legislativo; a partir de la rendición de cuentas, del derecho a votar, del derecho a ser votado, del derecho a la información y de todos aquellos derechos cívicos y políticos de los jóvenes para que intervengan en los asuntos públicos en miras del bien común.
No obstante de lo anterior, podemos decir, que aunque la participación de los jóvenes sea incipiente desde las instituciones con los partidos políticos, también se puede reconocer una participación más proactiva en las protestas, marchas y movimientos sociales, y que por ello, aunque exista una baja participación en las elecciones, es importante reconocer que los jóvenes se relacionan de distintas formas con la política, porque, como menciona Fabricio Guerrero (2021), los jóvenes son seres autónomos y no como seres egoístas y participan en la política de diversas y distintas formas a la electoral.
El trabajo social y los jóvenes
El Trabajo Social en su propósito de ayudar en la resolución de dificultades sociales, emocionales y económicas a las personas, familias, grupos y comunidades, debe dar prioridad a la construcción de la ciudadanía. Para esto es crucial que el Trabajo Social adopte y refuerce el compromiso con formar ciudadanía.
Hay autores como Nora Aquin (1998, citado por Rincón, 2006) que señala que la profesión del Trabajo Social ha marginado (en ocasiones) el tema de la ciudadanía, pero que en realidad la profesión del Trabajo Social tiene un vínculo histórico estrecho con dicho concepto, y este vínculo estrecho histórico debe profundizarse ante las circunstancias de los desafíos sociales y ante las adversidades que enfrenta la democracia representativa de México en la actualidad y que antes se han mencionado.
El Trabajo Social es una profesión que debe reforzar la participación política de los jóvenes en la política para la resolución de los asuntos públicos de índole social o de cualquiera que abone al bienestar de los ciudadanos y la sociedad. Es el Trabajo Social una profesión indispensable, pues es una profesión que tiene una amplitud de posibilidades de intervención en los distintos espacios para la generación de ciudadanía. (Rincón, 2006)
Como práctica social (…) el Trabajo Social es tanto práctica distributiva como cultural; como práctica distributiva interviene en la repartición de valores de uso, y como práctica cultural, referida a símbolos y formas culturales, interviene en la transformación o reproducción de discursos que cimientan líneas de solidaridad y también de fragmentación social. En sentido positivo, la acción profesional puede contribuir a la emergencia de nuevas subjetividades hacia la construcción de alternativas políticas democráticas fundamentadas en el ejercicio de una ciudadanía plena. (p. 61)
Con base en lo expuesto, el Trabajo Social tiene un compromiso dentro de su marco de intervención con la formación de ciudadanía, y es la juventud una etapa importante en la cual el Trabajo Social debe asumir la responsabilidad de reconocer y formar a los jóvenes de México para que gocen de sus derechos políticos.
El Trabajo Social debe intervenir en la desconfianza actual que los jóvenes tienen con respecto a instituciones fundamentales de la democracia representativa, como los partidos políticos y los poderes legislativos, que permitan una ciudadanía participativa y exigente hacia estos a partir de distintos mecanismos inscritos en la rendición de cuentas, la transparencia, los servicios públicos, etcétera.
Conclusión
Podemos concluir que los jóvenes se encuentran desencantados con varias instituciones de la democracia representativa que resulta preocupante. Los jóvenes presentan una desconfianza a los partidos políticos y a los representantes locales y federales del Poder Legislativo. Pero ello no significa que exista un grueso de jóvenes mexicanos que puedan identificarse como apolíticos, sino que, aquellos muchos jóvenes desencantados con los partidos políticos, diputados locales y federales, y senadores, llevan a cabo ejercicios de participación cívica y política no institucionalizada que se ajustan a los intereses, varios, del cuidado al medio ambiente, seguridad, derechos humanos, entre otros.
Es importante que el Trabajo Social realice esfuerzos en que la juventud ejerza y se forme en sus derechos civiles y políticos de manera institucionalizada y aporte a la confianza de instituciones que son pilares de la democracia representativa como los partidos políticos y los poderes legislativos.
Por todos lo explicado, podemos resaltar y redundar que el Trabajo Social resulta imprescindible para que intervenga a través de sus varios mecanismos en la juventud mexicana para su participación cívica y política con el objetivo último del fortalecimiento de la también joven democracia de nuestro país.
Referencias bibliográficas
Aquín, N.; Acevedo, M. P. y Nucci, N. B. (2007). Jóvenes y adultos, ciudadanía y democracia. Implicancias para el trabajo social. Rev. Katál Florianópolis, 10(2), 178-186.
Gómez Tagle, S. (coord.) (2017). La cultura política de los jóvenes. El Colegio de México.
Reguillo-Cruz, R. (2003). Ciudadanía cultural. Una categoría para pensar en los jóvenes. Revista Renglones, 27-37.
INE. (2022). Informe País 2020. El curso de la democracia en México. Instituto Nacional Electoral.
INE. (15 de agosto de 2019). Conoce el porcentaje de votación de las y los electores en las #Elecciones2018, conforme a su grupo de edad. https://centralelectoral.ine.mx/2019/08/14/conoce-porcentaje-votacion-las-los-electores- elecciones2018-conforme-grupo-edad/
Guerrero Vélez, F. (11 de junio de 2021). ¿La juventud cree en la política? Desafección representativa en Latinoamérica. https://dialogopolitico.org/debates/la-juventud-cree-en-la-politica-desafeccion-representativa-en-latinoamerica/
Bourdieu, P. (1990). La juventud no es más que una palabra. Sociología y Cultura, 163- 173.
ONU. (s.f.). Juventud. https://www.un.org/es/global-issues/youth
Ley del Instituto Mexicano de la Juventud
Octobre, S. (2019). ¿Quién teme a las culturas juveniles? Las culturas juveniles en la era digital. Océano.
Rincón, S. (2006). Cultura ciudadana, ciudadanía y Trabajo Social. Revista de Trabajo Social e intervención social, 56-65.
- María Nayeli Calvillo Juárez
- Estudiante de la licenciatura en Trabajo Social. Universidad de Guanajuato, Campus León.
- Eje temático: Eje 1/El desarrollo de la ciencia social, la tecnología y el trabajo social.