LA IGLESIA CUBANA EN TIEMPOS DE REDES SOCIALES

Miércoles de Jorge

Con la llegada de Internet a Cuba, la Iglesia Católica ha podido -como el resto de la sociedad- acceder a nuevas formas de comunicar, de aprender, de evangelizar, de difundir ideas, de dar a conocer hechos, personas, obras, etc. Sin dudas, beneficios importantísimos para la labor evangelizadora de una institución tan importante en la realidad cubana. Ciertamente, la Iglesia Católica tiene amplia presencia e impacto nacional, especialmente a través de obras asistenciales que llegan a los más recónditos lugares del país, y ofrecen mediante la más auténtica caridad un poco de esperanza a miles de personas en toda nuestra geografía. También son conocidos los proyectos educativos que en varias diócesis se ofrecen y que resultan complemento indispensable a un sistema educativo deficiente además de fuente de formación cívica, ética y religiosa para los ciudadanos. Por mencionar sólo algunos ejemplos de las obras de la Iglesia.

Todas estas obras, y muchas otras que no cabrían en esta columna, ahora son mucho más conocidas, mucho más accesibles y mucho más demandadas en Cuba gracias a las ventajas que al respecto ofrecen las redes sociales, la Internet y nuevas tecnologías de comunicación. En esta época tecnológica, una Iglesia cada vez más informatizada y protagonista en los ambientes digitales es igual a tener una Iglesia cada vez más cercana al pueblo, con más herramientas para avanzar en su misión, y con mayor impacto en la sociedad. En Cuba, estas ventajas ya comienzan a palparse, incluso cuando aún se restringe el uso de medios de comunicación para la Iglesia, entre otros derechos que tampoco se reconocen y que limitan la libertad religiosa.

No obstante, los ambientes digitales representan siempre una mayor exposición al público, un mayor flujo de información en ambos sentidos que puede servir para potenciar la misión de la Iglesia pero también para cuestionar su trabajo, para criticar, también para calumniar o cualquier otra conducta humana y entendible, aunque perfectible. Esto ocurre no sólo con la Iglesia, sino con toda la sociedad, con todas las sociedades, con todos. La etapa de comentar sin que otros oyeran, de criticar sin que se hiciera público, cada día va quedando más atrás. Las redes sociales nos exponen, para bien y para mal, y esa realidad ha de ser asumida por todas las instituciones, por todos quienes se muestran públicamente, o se pronuncian sobre temas de interés nacional, tanto el Estado, como las iglesias, como las organizaciones de la sociedad civil, deben estar abiertas y conscientes de que los espacios digitales son un arma de doble filo. Y ello no ha de ser motivo de rechazo a las mismas, sino un elemento que nos permita profundizar nuestra reflexión sobre el uso que hacemos de estas, para tomar lo bueno que ofrecen y aceptar lo malo que traen consigo a veces ineludiblemente, mientras cambiemos lo que esté a nuestro alcance.

En tal sentido, y motivado por polémicas desatadas recientemente en redes sociales en las que está involucrada la Iglesia Católica, de la que formo parte, y a la que debo mucho de mi formación como persona, como ciudadano y como católico, propongo algunos puntos sobre los que considero valdría la pena reflexionar ante estas realidades:

  1. El primer punto que me gustaría resaltar y defender, es que la Iglesia Católica como institución, pero también como un todo que formamos el pueblo de Dios, tiene algo que decir, y debe decirlo, fuerte y claro, como hizo Jesucristo y como es deber de los cristianos, respecto a la política, a la economía, a la cultura, a la educación, a lo social y a cuanto aspecto de la vida incumbe a la persona humana, su dignidad, y su relación con los otros. Tal y como indica la Doctrina Social de la Iglesia. Y este es el primer reto que plantean las redes sociales para una Iglesia que poco a poco se va digitalizando y que ha de usar estos nuevos entornos digitales para seguir esta parte ineludible de su misión, y que ha de acompañar proactivamente la acción caritativa y asistencial.
  2. La libertad de expresión es un derecho fundamental que ha de ser respetado y reconocido en los entornos digitales. Las personas son libres de opinar, de callar, de criticar, y de cuestionar la actitud de instituciones -incluso la Iglesia Católica- o personalidades públicas, siempre y cuando se haga desde el respeto. No es que no se deba criticar, sino que se debe hacer respetuosamente. No es que no se deba cuestionar el accionar de alguien, sino que se debe hacer reconociendo al otro como alguien valioso a pesar de sus “errores”, alguien que merece respeto y consideración. No es correcto intentar anular la libertad de expresión alegando malas intenciones (lo que es imposible conocer con exactitud) por parte de quienes se expresan sobre un tema determinado.
  3. La transparencia y la rendición de cuentas mejoran enormemente las relaciones entre las instituciones y las personas. En muchas ocasiones, es mejor comunicar que callar, aunque eso implique romper esquemas o paradigmas pasados. A veces, las personan merecen explicaciones, consultas, respuestas, pronunciamientos de parte de la Iglesia, una institución que no es ni quiere ser una empresa privada, sino una institución abierta, transparente, comprometida, reconocida y aceptada por la sociedad. La transparencia y la rendición de cuentas pueden mejorar las relaciones entre el clero y el laicado, así como entre la iglesia en general y el pueblo.
  4. La crítica es buena, la crítica respetuosa no destruye y no hemos de rechazarla, incluso la crítica destructiva puede ser utilizada resilientemente para bien. Que nos critiquen no nos hace malos, o vulnerables, o débiles; al contrario, nos ofrece la oportunidad de cambiar, de repensar si es necesaria una actitud diferente, si estamos en el camino correcto o no, nos permite la oportunidad de cuestionarnos y de borrar de nuestra mente la idea de perfección. Por tanto, deberíamos ser siempre asertivos ante las críticas y los cuestionamientos, vengan como vengan y de quien vengan, debemos enfocarlos como oportunidad y no como problema. Por otro lado, los ciudadanos y la sociedad en general aceptarán y reconocerán más a una institución que está abierta a la crítica hacia sí misma y la promueve, en lugar de rechazarla activa o pasivamente.
  5. Los protocolos comunicacionales tradicionales a menudo no son eficientes, no permiten todo el flujo de información que sí permiten las redes sociales o nuevas formas comunicativas que plantean los entornos digitales. Gracias a las redes, hoy podemos mediante un tweet felicitar a un obispo por su aniversario de sacerdocio, pero también podemos cuestionarlo por no permitir una procesión en la fiesta patronal, por poner un ejemplo. Ambos usos son válidos, deben ser respetados y reconocidos sin acusar a quien pide explicaciones de mal intencionado, o persona que busca desprestigiar a la Iglesia. Es la actitud de la Iglesia la que hablará, demostrando o no su valor.
  6. Las redes sociales e Internet hacen posibles un viejo ideal y principio de la Iglesia Católica que en ocasiones no se ha podido concretar efectivamente, y es precisamente el de una Iglesia menos clericalista y en la que los laicos cada vez asumen más responsabilidades. El mundo digital, es un espacio perfecto para que los laicos asuman responsabilidades y amplíen sus servicios a la Iglesia, que somos todos y no sólo el clero. Este es un reto que ha de ser asumido por laicos, aceptado y promovido por el clero, por la Iglesia institucional, sin condiciones a la participación de los laicos diferentes a las que implica ser fiel al evangelio y a la fe.
  7. El mundo digital es un mundo en el que resulta vital reconocer la diversidad. Cuanto más gente participa y se expresa, más ideas y posturas diferentes surgen y chocan constantemente, también cuando los temas en cuestión son religiosos o incumben a la Iglesia. Es por ello por lo que hemos de acostumbrarnos a la diversidad y a la discrepancia, y aceptarla como algo normal y saludable para la convivencia. ¿Pueden dos laicos católicos tener diferencias en cuanto al país que sueñan? ¿Pueden dos sacerdotes u obispos tener diferencias y expresarlas públicamente sobre la forma como celebran la misa? ¿Pueden un pastor y un laico discutir respetuosamente y si fuera preciso públicamente sobre temas de interés para la Iglesia y la sociedad, sin que lleguen a un acuerdo? Considero que sí pueden, y no sólo eso, sino que es útil y productivo que existan estas diferencias, y que se expresen y se conozcan y haya transparencia.

Los puntos anteriores, son resultado de una reflexión personal, sobre las nuevas oportunidades y retos que se presentan para la Iglesia Católica en una Cuba en crisis profunda, pero cambiando y generando nuevas realidades -como la llegada de Internet- que demandan un replanteamiento de la forma como se hacen las cosas, para poder aprovechar al máximo las ventajas que estos cambios ofrezcan, al mismo tiempo que nos preparamos para el futuro. Estas consideraciones, escritas sobre la base del respeto a la Iglesia y a quien pueda discrepar de ellas, no buscan otro fin que el de contribuir al debate sobre las redes y la forma como la Iglesia se posiciona y hace uso de ellas para llevar a cabo su misión.

 

 


Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.

 

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