La idea de la patria como una cárcel sempiterna

Por Maikel Iglesias
ImageGrandes filósofos y místicos de nuestra historia universal, han coincidido en lo diverso de sus percepciones, en la imagen profunda del alma como si fuera un castillo y el cuerpo una prisión de la que convendría liberarse, antes que desfallezca en su agonía el sol de nuestro espíritu.

“muchas almas están en la ronda del castillo que es adonde están los que le guardan”
Santa Teresa de Jesús
Por Maikel Iglesias

Foto: Jesuhadin Perez.

Aereopuerto Internacional de la Habana (Terminal 2)

Grandes filósofos y místicos de nuestra historia universal, han coincidido en lo diverso de sus percepciones, en la imagen profunda del alma como si fuera un castillo y el cuerpo una prisión de la que convendría liberarse, antes que desfallezca en su agonía el sol de nuestro espíritu. Esta etapa de peregrinar consciente, en el confuso mundo de las ideaciones, intuiciones, sueños y discernimientos, no se les presenta a todos por igual; mas, una vez que ya hace su entrada el sujeto pensante y sensitivo, buscador de verdades ocultas dentro de sí mismo, en ese umbral del intelecto y las corazonadas, suele arribarse a una puerta misteriosa hacia la libertad.
Para algunos seres, esta clase de puertas resultan estrechas, para otros, anchas como el infinito. Lo más extraño de todo, más allá de las mesuras y no pocas desmesuras, es la confirmación de las palabras claves que cada persona, cada sociedad, cada pueblo o nación, debe encontrar en sus propias entrañas. Si existieran los mesías y fueran tan determinantes para la evolución humana, como muchos profesan; si hubo de venir un ser iluminado, o acaso esté por encarnarse aún, siempre pasará por un esfuerzo volitivo nuestra realización personal o global. Somos nosotros los encargados de escribir la contraseña para tener acceso al castillo trascendente de la liberación.
A nadie debería empujársele hacia tales confines. Lo que conviene llamar fuerzas activas y externas, cataliza o inhibe según su relación con lo que quiere y merece ser salvado de cada hombre o mujer, naciones o pueblos; pero no logra ni está dentro de sus potestades cósmicas, generar el necesario cambio de lo que pertenece a los asuntos íntimos. Alguien puede proveernos de un ordenador, ayudarnos a instalar paquetes actualizados de programas y antivirus para que desarrollemos nuestro sistema operativo, dinamizarnos dentro de una plataforma abierta al mundo, y todo ello, siempre habrá de merecer elogios, infinitas gratitudes; sin embargo, quien usa la tecnología, quien desbloquea su propia computadora, es en el fondo uno mismo.
Cierto es también, que muchos de los guías espirituales, del campo de la ciencia o la filosofía, como los que me han inspirado esta meditación; en una etapa de sus existencias, quizás más avanzada, colindan en la fe y los hallazgos de una puerta o lumbrera que nunca se cerró del todo sin nuestro consentimiento, de una melodía sanadora donde el cuerpo no oprime más al alma, ni esta arremete a su antojo contra su habitáculo. He allí la imprescindible armonía entre el ser y su casa, el hombre y su patria más hermosa. Entonces los espíritus no tienen que huir de sus tierras a otras tierras tras el sueño de alcanzar el cielo; ni los jóvenes marcharse sin pensar dos veces, ¿cuánto dejamos atrás? ¿Cuánto nos falta por hacer? Y lo que todavía suele ser mucho más desconcertante; esa oscura y más que oscura, ambigua certeza de que nada cambia dentro de un país convicto en su pasado, ingenuo de su propio destino, ni siquiera, el día que se vuelve de otros lares.
Es lógico que en una isla, siempre ronde en la memoria los deseos del balsero, que sea una obstinación en no pocas ocasiones la frontera acuática, el agua por todas partes, como diría un poeta y cubano formidable; no obstante a estas razones que atormentan muchas almas, nunca ha existido en la historia de nuestras insularidades, tantos jóvenes deseosos de escapar de sí, tanta gente que juegue a solidarizarse con lo que ocurre en cualquier sitio lejano, incluso hacia la nada o sin más nada que sus ilusiones, teniendo que dejar a un lado la parte que le corresponde mejorar de su propio país.
No culpo, no juzgo, mucho menos denigro ni descalifico a los que navegan y a quienes deciden quedarse. Casi todo el que escapa se ha sentido preso alguna vez. Fíjense, que no digo salir, ni viajar, ni otro sinónimo cercano a la naturaleza peregrina y emigrante del ser humano. He escrito escapar, que significa embarcarse para donde sea y al costo que sea. Es común que la gente busque disgregarse, si un Estado arrincona a sus conciudadanos, si una sociedad se fundamenta en individuos con exiguas libertades para socializarse, desarrollarse dentro de sus vocaciones, si se les hace desconfiar a unos de otros, se irrumpe en los espacios intracelulares, se limitan los aires que baten o circulan entre las casas, si escasea la luz (alimento e información esencial) que baña el cuerpo de los individuos.
Hay tantos seres conscientes en esta etapa de Cuba en que debemos terminar cuanto antes con esto que ya pasa de crisis, que la idea de la patria como cárcel sin remedio se colectiviza, está totalmente masificada, se ha hecho tan popular entre los jóvenes de hoy, que los acerca a los grandes filósofos y místicos de la humanidad. Solo que los barrotes de ese gran castillo en el que todos debiéramos sentirnos libres, huéspedes auténticos, dichosos; no acaban de comprender, que el cuerpo sin el alma carece de sentido. Lo mismo que una castidad impuesta enferma nuestra carne, la agonía del biotraje físico y químico de la conciencia humana entendida como un sistema sociopolítico, mutila los espíritus nacidos para vivir en libertad.
Lleguen los nuevos tiempos en que patria no rime con jaula ni pecera, y sus hijos puedan elegir al fin, la puerta y las horas de entrada y la salida de sus casas, tener su propia clave para desandar en la infinita red que nos conecta a todos con el universo; sin la carga tan terrible en la conciencia, de sentirse confinados.
Maikel Iglesias Rodríguez (Poeta y médico, 1980)
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