Editorial 44: ES LA HORA DE TODOS LOS CUBANOS: ESCUCHAR, SER VOZ DEL QUE NO TIENE Y AVANZAR

Una nueva política exterior hacia Cuba se va articulando en Estados Unidos y Europa. Un nuevo escenario que ya es un hecho consumado, tenga o no los resultados esperados. Ningún proceso de tránsito es lineal, ni perfecto. La política es el arte de lo posible, del tanteo y de la superación de errores. Nada humano es ideal y la realidad, tal cual es, dura y pertinaz, nos impone desafíos y movidas, nos exige flexibilidad y creatividad, nos reta la paciencia y nos impele a no embarrancarnos en la queja apocalíptica, la amargura y la denuncia. Es necesario equilibrar la denuncia con el anuncio de lo que proponemos como solución, de la crítica a la concepción de futuro. Cuba lo necesita ya.
Si todo está mal, si lo que se intenta es torcido, si no se ve claro lo sinuoso del camino… y además, no otorgamos, por lo menos, el beneficio de la duda, el intento de movida o la oportunidad para juntarnos y proponer nuestras visiones o programas de futuro… entonces nada alienta la esperanza, nada alimenta la virtud, todos nos convertimos en estatuas de sal por mirar solo hacia atrás (cf. Génesis 19,26).
Esta es la hora de todos los cubanos
 
Debemos aprender a distinguir las políticas de relaciones internacionales de los asuntos internos entre políticos cubanos; a discernir unas de otras para que las decisiones de gobiernos propios o extranjeros no nos dividan como nación; a construir consensos flexibles y dialógicos; a edificar la unidad en la diversidad sin fracturarnos ni atacarnos por el camino.
Que las geo-estrategias globales no desintegren el tejido de la sociedad civil.  Que no nos distraigan las negociaciones entre gobiernos, que no nos confunda la complicada política exterior, que no nos dividan las decisiones de los poderosos. Que ninguna cortina de humo nos oculte nuestra realidad cotidiana, la situación del País, la crisis económica, política y social que sufrimos y debemos resolver entre cubanos, con todos los cubanos y para todos los cubanos. Somos una nación plural, luego debemos aprender la convivencia pluralista.
Reiteramos que aún cuando el gobierno de los Estados Unidos y los de la Unión Europea llegaran a sincronizar sus relojes políticos con el gobierno cubano, la hora que saldrá en sus pantallas digitales será la hora de los cubanos.
No queremos y no debemos esperar que la solución de nuestros problemas venga de ninguna potencia o bloque extranjero, ni hacer dejación de nuestra grave responsabilidad de ser “los protagonistas de nuestra propia historia personal y nacional”. No le corresponde hacerlo a ningún gobierno extranjero. En lugar de estar exigiendo a otros gobiernos que hagan por nosotros lo que nos corresponde, debemos exigirnos a nosotros mismos responder a los retos de hoy y a los desafíos del mañana. Una de las consecuencias del paternalismo totalitario es el daño antropológico y la cultura del pichón que nos convierte en ciudadanos adolescentes y dependientes de lo que “nos darán”, de lo “que nos apoyarán”, de lo que “nos resolverán”. El apoyo internacional solo será visible, efectivo y, sobre todo válido, cuando nos ganemos con nuestro trabajo aquí dentro, el respeto, la solidaridad y el acompañamiento de las naciones hermanas.
Que esta es la hora de los cubanos significa, entre otras actitudes:
– Asumir nuestra responsabilidad ciudadana al mismo tiempo que exigimos nuestros derechos.
– Dedicar más energías a buscar soluciones y proponer salidas que a quejarnos de lo que está mal.
– Decidirnos, de una vez, por madurez política y no solo por necesidad coyuntural, a construir la unidad en la diversidad.
– Decidirnos a buscar consensos entre nosotros y no a destacar y atacar nuestros disensos.
– Poner nuestras condiciones y demandas ante el gobierno, más que pedir a otros que los pongan por nosotros.
– En fin, pasar de la retórica y de la épica, a la política y a la acción pacífica.
Escuchar las necesidades del pueblo y ser voz de los sin voz
 
Con frecuencia, escuchamos más las voces foráneas que las de nuestros vecinos. Escuchamos con mayor atención las discrepancias y ataques de los políticos que las necesidades de nuestros compatriotas. Caemos en las campañas mediáticas exteriores y ponemos en segundo plano las urgencias críticas del interior de nuestro país.
¿No es cierto que, a veces, vivimos más para declarar, contestar, denunciar, atacar… que para escuchar, preguntar, acompañar y responder a las necesidades de nuestro pueblo? ¿Qué concepto tenemos y practicamos de la política? ¿La confrontación o la negociación? ¿La denuncia o la propuesta? ¿Somos hipercríticos o proactivos? En fin, ¿somos nuestra voz, para escucharnos a nosotros mismos y quedar bien con nosotros… o buscamos todos los medios y canales para escuchar lo que verdaderamente siente el resto del pueblo del que formamos parte? ¿Le prestamos nuestra voz y somos fieles a sus demandas primero que a las nuestras? A veces somos un poco de todo esto. Un político o un activista cívico es, por antonomasia, un servidor público, un vocero de su pueblo, un lector fluido y fiel de la realidad, una imagen transparente de lo que piensan, sienten y necesitan, sus compatriotas.
Escuchar no es solo una capacidad humana, es una actitud ética y cívica. Escuchar es la primera actitud de un servidor público. La del autoritario es hablar primero, responder después y replicar más tarde; la del demócrata es dialogar y negociar, es escuchar y proponer, exigir y ceder, reconocer sus errores y solicitar perdón, ser magnánimo con los errores de los demás y estar presto a perdonar sin rencores; es levantarse sobre las miserias humanas que todos tenemos y levar anclas de los mares tenebrosos. Aceptar nuestras ignorancias antes de sentar cátedra y reconocer francamente las coincidencias con los demás.
¿No será que el daño antropológico del totalitarismo no solo nos ha lesionado la libertad responsable a todos, sino que, además, nos ha encaramado a todos en esa manía mesiánica de creernos poseedores de la verdad, portadores de la solución y guardianes de la pureza? Ninguno de los que hemos vivido estos 50 años podemos declararnos inmune ante estas manías inoculadas en cada uno de nosotros desde la familia y la escuela. Lo mejor sería pensar en ello, ejercitar nuestra introspección y decidirnos a comenzar un proceso de sanación ética, cívica y espiritual. Tenemos en nosotros mismos el remedio, la capacidad y la oportunidad de hacernos este regalo humanista.
Avanzar en profundidad, en altura y en perspectiva
 
Como en los juegos olímpicos: citius, altius, fortius. Es la hora en que todos los cubanos que amamos la Patria deberíamos avanzar más rápido, más alto, más fuerte hacia una sociedad más libre, responsable, democrática y próspera. Avanzar pacíficamente en profundidad, en altura y en perspectiva. Avanzar hacia “el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas” (Populorum progressio No. 20), hasta que se acerque cada vez más a la realidad cotidiana la visión de José Martí de que “la ley suprema de la República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.
Avanzar en profundidad, vale decir, en responsabilidad, profundizando los cimientos de la convivencia cívica en los valores que dan madurez, conciencia recta, raíces históricas, coherencia entre el pensar, el decir y el actuar, humildad que viene de humus, en el que debe alimentarse la virtud y la altura de miras. Mientras más alto sea el edificio de la sociedad y más lejos aspire a llegar en su desarrollo humano integral, más debe clavar sus raíces en la fertilidad del hondón que fecunda la virtud. Así lo expresaba la poetisa mayor del siglo XX cubano:
“Solo clavándose en la sombra,
chupando, gota a gota,
el jugo vivo de la sombra,
se logra hacer para arriba
obra noble y perdurable.
Grato es el aire, grata la luz,
pero no se puede ser todo flor…
y el que no ponga el alma de raíz, se seca.”
(Dulce María Loynaz, “Poemas sin nombre”. Poema III)
 
Avanzar en altura, es decir, crecer en dignidad, altitud de miras y decencia cívica. Es superar las miserias humanas y dejar atrás las actitudes rastreras, es levar anclas de la chabacanería, la banalidad y el barrioterismo. Es elevar, cada vez más, nuestra convivencia civilizada y pacífica, tender hacia los más altos ideales, vivir la ciudadanía y las relaciones humanas con hidalguía y nobleza de alma. Es subir de la puerilidad insegura a la adultez cívica. Es, en fin, alcanzar la más alta cota de la naturaleza humana que es vivir el señorío de la magnanimidad, el perdón y el amor universal y concreto.
Avanzar en perspectiva, alzar la mirada, pero no para contemplar el cielo y enajenarse de la vida social, política y económica, sino para otear el horizonte de la nación. Tener vista larga y avanzar con pasos cortos y firmes. La estrechez de miras, la inmediatez y los ruidos circundantes, con frecuencia, no nos permiten ampliar la perspectiva del análisis de la realidad, valorar los acontecimientos más allá de las narices y, mucho menos, trazar estrategias a mediano y largo plazo. Mientras más lejos alcance nuestra visión estratégica, más holístico será el análisis, más acertadas las propuestas y más responsables nuestras acciones cotidianas. La luz larga no encandila si la lanzamos delante de nosotros, aclara el camino, permite maniobrar y puede ser siempre declinada, cortésmente, para no encandilar a los que transitan en sentido contrario y para ajustar la velocidad de nuestros proyectos y la cotidianidad de nuestros compromisos.
El nuevo escenario que se nos ha venido encima, y lo que está por venir, exige de todos los cubanos, de la Isla y de la Diáspora, sin dilación ni trivialidad, estas y otras actitudes responsables, maduras y serenas.
Como ha dicho uno de los líderes más significativos de la sociedad civil cubana, “la era de la trinchera ha sido superada por la era de la mesa de negociación, por tanto, debemos pasar de la épica a la política” (Manuel Cuesta Morúa).
La credibilidad de la sociedad civil independiente cubana, en todas las orillas, depende en gran medida de responder a la hora presente con estas dos decisiones y actitudes inaplazables:
1. Escuchar y responder a las necesidades más apremiantes de nuestro pueblo como servidores públicos.
2. Avanzar en profundidad cívica, altitud ética y perspectiva política.
Sincronicemos nuestros relojes ciudadanos, esta es la hora de todos los cubanos.
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