La Habana: Paisaje después de la batalla

Por Madeline Cámara

Reseña sobre la novela Contrabando de Sombras de Antonio José Ponte publicada por Mondadori, 2002.
Personajes que devienen sombras, una ciudad que se representa por su cementerio, ¿Qué lecturas nos sugiere entonces la breve novela del cubano Antonio José Ponte, Contrabando de sombras, Mondadori, 2002?
Comencemos la discusión situando esta obra en marco mayor de la producción novelística latinoamericana actual, pues no creo que son muchas las ganancias si todo lo que se crea en la Cuba post 90’ se analiza como una respuesta al impacto del periodo especial. Si bien es cierto que esta profunda crisis en la sociedad cubana ha generado un impacto artístico, que generó un excelente mercado de recepción en el exterior y que ya puede reproducirse mediante fórmulas, aconsejo juzgar caso por caso, y el de Ponte, nos sitúa frente a una escritura reflexiva, erudita, que rebasa lo testimonial y los dictados de la ira. Compruebe el lector lo que afirmo repasando un libro previo del escritor, Las comidas profundas.
Por lo tanto, permítaseme ubicar Contrabando de sombras dentro de las tendencias novelísticas continentales que se han dado en agrupar bajo el rubro de post-boom , indicando su ruptura con los modelos asentados por el período que la crítica calificó como el boom (recuérdese la explosión de publicadoras y lectores para la novela de Latino-América en las décadas de los 60’ y 70’). Cuando leemos a Ponte, estamos muy lejos de encontrar la complejidad de personajes como Artemio Cruz, ni una ciudad simbólica como Macondo, ni los unos ni los otros están llamadas a ser “metáforas de identidad.” Por el contrario, parecería que sutilmente se parodian lugares comunes literarios como la relación entre cadetes con La ciudad y los perros.
“Todo lo que es sólido se desvanece en el aire” dijo una vez Karl Marx sin presentir que estas palabras podrían ser el emblema de la estética postmoderna, a la cual esta novela cubana debe también. La laxitud en la trama, la glorificación de la cultura popular y la fragmentación sicológica de los personajes son un mínimo de rasgos identificables, pero quizás el más poderoso es la frivolidad con que se yuxtaponen temas como Muerte y Sexo. Como bien lo entendería George Bataille, pues allí donde la vida se extingue también puede renacer el cuerpo, único locus amoenus dejado al hombre (y la mujer) contemporáneos.
Sospecho que a estas alturas de mi reseña quienes han leído la obra echen de menos referencias al costado “sucio” y “bajo” de La Habana que esta novela también describe, como las producidas por Ena Lucía Portela y Pedro Juan Gutiérrez. Sin establecer comparaciones que no puedo justificar en tan poco espacio, creo que el reflejo de la realidad en Ponte evade conscientemente “el tremendismo,” entre lo naturalista y lo grotesco, que marca estilísticamente a los escritores mencionados. En Contrabando de sombras las anécdotas son sencillas aunque recurren al menú principal: escenas de sexo (hetero y homo), momentos escatológicos, jineterismo, crítica social, y los protagonistas del día: el dinero, la miseria, el cansancio y el placer. Todo mezclado y presentado en un tono menor, con diálogos cortos, cortantes sin ser enjundiosos, reproduciendo con oficio el sinsentido de la cotidianidad habanera, que se desgrana ante el lector en imágenes fotográficas desgarrantes, como esas que capturan los cazadores de ruinas que inundan las calles de la ciudad. Cubriéndolo todo, cada palabra, como una pátina que da a la obra su definición mejor, ese tono de aceptación del hic et nun que paradójicamente podría garantizar a la obra su perennidad literaria.
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